jueves, 29 de enero de 2015

Peón Rojo (5 de 17)


-5-
Caminaron durante el resto de la noche y parte del día siguiente. Cuando el Sol alcanzó el mediodía y empezó a bajar hacia el ocaso hicieron un alto, para descansar y dormir unas pocas horas. Después, por la tarde, volvieron a ponerse en marcha.
- No sabía que eras mago – dijo Mórtimer, intentando entablar una conversación con Hiromar. Éste iba delante de él, con Borta a su lado. Ahdam y la Ninfa iban en cabeza. Mórtimer iba cubierto con la capucha y la capa rojas, el último del grupo.
- No te lo había dicho – contestó Hiromar, con la voz seria como siempre, pero no de forma cortante, sin agresividad.
- Imagino que no será fácil....
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Hiromar, levantando una ceja, girándose ligeramente para ver al ladrón.
- Bueno.... es la primera vez que conozco a un Minotauro que es mago.... Supongo que no es algo muy común....
Hiromar siguió andando, en silencio, durante un trecho. Borta siguió a su lado, alternando miradas al suelo (para no tropezar con las raíces) y a su hermano, inconsciente por la magia.
- No ha sido un camino de rosas, forastero, tienes razón.... – dijo el Minotauro al cabo de un rato. – Los Minotauros no tenemos tradición de magos, somos soldados, guerreros. Pero cuando la magia te llama, sólo puedes responder o marchitarte....
Mórtimer sopesó las palabras de su compañero.
- ¿Tuviste muchos problemas? – acabó preguntando.
- Muchos. Al principio. – contestó Hiromar. Borta, que aunque no había participado en la conversación no había perdido detalle, se giró entonces hacia el ladrón, negó con la cabeza perentoriamente y se puso un dedo vertical sobre los labios, recomendando al ladrón que no siguiera preguntando. Mórtimer así lo hizo.
Marcharon otros dos días, para salir del bosque Oriental por el norte. Llegaron a los pies de las Montañas de la Luna, cerca de la ciudad de Tremor. Allí Eeda les guió por un paso de montaña, ancho y despejado, que recorrieron durante cinco días, siempre hacia el norte, para poder cruzar la cordillera.
En un valle de las últimas montañas, justo antes de llegar de nuevo al llano, donde estaban las tierras del ducado de Sal y el Desierto Solitario, una tarde que ya languidecía, por fin vieron la cabaña del brujo.
- Allí es – dijo Eeda, deteniéndose en el paso de montaña, desde donde se podía ver desde lo alto todo el valle, y en lo profundo una amplia cabaña de troncos oscuros, con tejado inclinado de pizarra y una chimenea de piedras que expulsaba un humo gris y denso. – Por fin hemos llegado.
Dejaron el paso de montaña y descendieron hasta el fondo del valle, por unos senderos de tierra estrechos y húmedos, que estaban colocados en la ladera de las montañas. Llovía ligeramente, una lluvia fina que no paraba. No fueron pocos los resbalones y caídas al suelo. Borta cayó de culo un par de veces, y a pesar de la preocupación que tenía por su hermano se levantó riendo a carcajadas, palmeándole la espalda a Mórtimer, que rió con él. El ladrón y el caballero también trastabillaron en alguna ocasión, por el barro del sendero o la hierba resbaladiza. Incluso Eeda resbaló alguna vez.
El único que se mantuvo con paso firme fue Hiromar: el Minotauro descendió despacio, apoyando sus cascos con cuidado, para evitar que Wup se le cayera al suelo.
Llegaron al fondo del valle cuando el Sol rozaba el horizonte y el valle estaba oscuro ya. Los cinco se detuvieron al lado de la cabaña, cubiertos ligeramente por el alero del tejado inclinado. Borta se sacudió el agua de las pieles que lo tapaban y el barro de los bajos. Mórtimer se sacudió bajo la capa roja, completamente empapado y helado de frío.
- ¿Le conoces personalmente? – preguntó Ahdam, dirigiéndose a Eeda. El caballero tenía el pelo empapado, pegado a la cabeza y a la frente. Las gotas de lluvia habían tintineado todo el camino sobre su coraza y las demás protecciones de hierro.
- No, no he estado nunca aquí – contestó la Ninfa. – Sé de su fama por algunas de mis hermanas guardianas del bosque, pero él no me conoce, ni yo a él.
- Entonces déjame que entre yo primero y que hable con él – dijo el caballero, y la Ninfa asintió, de acuerdo. – Si ves que es necesario intervenir, hazlo. Háblale de tus hermanas.
- Bien.
Ahdam llamó a la puerta de madera con los nudillos. Detrás de él estaban Hiromar (cargado con Wup) y Eeda, hombro con hombro. Por detrás, bajo la lluvia, esperaban Mórtimer y Borta, uno al lado del otro. Mórtimer notaba nervioso a su compañero el Bárbaro, algo inquieto debajo de las pieles. La cara de Ahdam no era tranquilizadora tampoco e incluso Eeda parecía más pálida de lo habitual.
No era para menos. Una cosa era la magia, los magos (como Hiromar) y otra muy distinta los brujos y hechiceros. Los magos como el Minotauro estudiaban la magia durante años, practicándola, en una escuela organizada o bajo la tutela de un maestro independiente. Aprendían tanto a hacer magia como a controlarla. Y, lo más importante, a diferenciar la magia blanca y la magia negra.
Los brujos (como el que esperaban que les abriese la puerta y les ayudase con su compañero moribundo) utilizaban la magia a su aire, aprendían a manipular la magia de la naturaleza por su cuenta. Nacían con la capacidad de canalizar la magia de la naturaleza y aprendían cómo hacerlo para su propio beneficio. Eran gente más sombría, más peligrosa, más traicionera. Puede que conocieran la diferencia entre magia blanca y magia negra, pero para ellos tanto daba una como otra.
La puerta se abrió, a la vez que Mórtimer sufría un escalofrío. En el vano apareció una figura alta, cubierta por una túnica ligera de color negro. El brujo iba tapado con una capucha, que apenas dejaba ver la cara alargada y estrecha.
- ¿Quiénes sois y qué queréis? – preguntó, con voz anciana y poderosa.
- Verá, señor, somos un grupo de aventureros que hemos sufrido un accidente – explicó Ahdam. – Uno de nuestros compañeros ha sido envenenado y hechizado por la picadura de un læti en el bosque Oriental. Esperábamos que usted pudiese ayudarle....
El brujo no se movió de la puerta. Ojeó a los aventureros que tenía delante y aunque Mórtimer no podía verle los ojos dentro de la capucha, sí que pudo sentir su mirada recorriéndole el cuerpo y el alma.
- ¿El bosque Oriental, dices? ¿Por qué habéis venido hasta aquí en busca de ayuda? – preguntó al fin.
- Mis hermanas del bosque me hablaron de usted – intervino Eeda. – Sabíamos que era un brujo poderoso que quizá podría salvar al Bárbaro herido.
El brujo se quedó mirando a la Ninfa un rato, intensamente. Después miró al Bárbaro herido en el hombro del Minotauro.
- Metedlo dentro – acabó diciendo, dándose la vuelta y entrando en la cabaña, dejando la puerta abierta. Ahdam y Eeda se apresuraron a entrar detrás de él. Hiromar los siguió con decisión.
Cuando Mórtimer entró en la cabaña detrás de Borta, cerrando la puerta, se hizo idea de lo grande que era la cabaña en realidad. Estaban en una estancia muy espaciosa, rectangular. La chimenea estaba al fondo, en la pared frente a la puerta. Había estanterías y baldas clavadas en las paredes de troncos, por todas partes, salvo en un lugar a la derecha, en el que había una pesada cortina de color rojo, sólo que los años y el polvo hacían que pareciese granate oscuro. Mórtimer no quería saber qué había allí detrás, sobre todo después de escuchar ruido de cadenas y en respuesta una respiración profunda y unos gruñidos.
- Tendedlo en la mesa – dijo el brujo, señalando una amplia mesa de madera. Había cuatro botellas de cristal, con líquidos espesos de diferentes colores en su interior, que el brujo apartó para que Hiromar colocase a Wup el Bárbaro sobre la madera.
- Está en animación suspendida – explicó el Minotauro. – Puedo deshacer el hechizo cuando....
- Ya está deshecho – contestó el brujo, al volver de dejar las botellas en una alacena. Entonces se inclinó sobre el Bárbaro, para verle mejor. Con la luz de la chimenea y de un par de quinqués que había en una estantería al lado de la mesa Mórtimer pudo ver la cara del brujo: era una simple calavera cubierta de piel, con los ojos hundidos de color negro. La nariz era larga y puntiaguda y las cejas eran gruesas e hirsutas, blancas como la nieve.
- ¿Podrá hacer algo por él? – preguntó Ahdam, que sujetaba con una mano en el pecho a Borta, que quería acercarse a su hermano mientras el brujo le inspeccionaba.
El brujo tardó un rato en dejar de mirar a Wup de cerca, darse la vuelta para mirar al caballero y contestarle.
- Hará falta un conjuro muy poderoso, pero podré hacerlo – dijo, con cara inexpresiva. – Pero tendremos que acordar un precio.
- Lo que sea.
- Será un alto precio.
- Ya nos habían avisado de eso – contestó Ahdam, mirando a la Ninfa. – Pagaremos lo que sea.
El brujo asintió y se volvió a mirar a Mórtimer: apenas le dedicó un vistazo. Lo mismo hizo con Eeda y, aunque le miró durante un rato, también descartó a Hiromar. Después contempló a Borta un instante más largo, pero por último miró de nuevo a Ahdam. Se fijó en que el caballero llevaba la espada colgada de la cadera izquierda y asintió.
- Tu mano derecha, caballero – dijo el brujo. – Ése será el pago.
- ¿Cómo dices? – preguntó Ahdam, incrédulo.
- Tu mano derecha – repitió el brujo. – Si quieres que ayude a tu amigo y le salve la vida tendrás que darme tu mano derecha a cambio.
Todos se quedaron en silencio.
Volvió a escucharse un tintineo de cadenas al otro lado de la cortina roja y después un bufido.
- ¡Eso es horrible! – dijo Eeda.
- Ahdam, no puedes aceptar.... – dijo Hiromar, agarrando del hombro al caballero.
- ¿Y dejamos que Wup se muera? No podemos.... – contestó Ahdam. Borta negó a su lado.
- Mi mano – dijo el Bárbaro, tendiéndosela al brujo. – Coger mi mano....
- No podría hacer nada con esa cosa – dijo el brujo, despectivo. – Ha de ser la mano del caballero.
- ¡Está bien! – dijo Ahdam. – Es mi mano y también mi decisión. Quédesela, pero salve a nuestro amigo.
Entonces Mórtimer escuchó claramente el golpeteo que había descrito Ahdam en el bosque Oriental, hacía días, antes de que los atacaran los læti. Adham había hablado del “repiqueteo de una cascada de huesos”, pero a él en aquel momento le pareció más bien como trozos de madera chocando y rebotando contra el suelo, que incluso le pareció que temblaba ligeramente.
- Chicos, ¿habéis....? – fue a preguntar, pero Eeda le calló chistándole entre dientes.
El brujo pasó sus manos sobre Wup, entonando unas palabras incomprensibles (quizá incluso para Hiromar). Cuando acabó, entre espasmos y sudores, el cuerpo del Bárbaro tendido en la mesa brilló con un aura de color rojo durante un par de segundos y después se apagó. El brujo entonces se volvió hacia Ahdam, con las descarnadas manos hacia él. Wup tomó aire, exageradamente, hinchando el pecho bajo las pieles de animales. Borta no se pudo contener más y se acercó a su hermano, que abría los ojos y miraba alrededor, respirando agitadamente pero de forma normal.
Mórtimer apartó la mirada, mientras el brujo recitaba el nuevo conjuro para quedarse con la mano de Ahdam. Mirando hacia la pared, notó una idea en su cabeza, que le resultó imposible de ignorar. Vio una cajita pequeña en la estantería de la pared, una cajita rectangular, de cobre, con una tapa con bisagra y un símbolo mágico (una espiral gruesa) grabado en la tapa. Sabía lo que era aquel receptor, porque había utilizado otros como ése en otras ocasiones, así que lo cogió con dedos hábiles, obedeciendo a la idea (quizá orden) que tenía en el cerebro. Mientras el brujo pronunciaba el conjuro desmembrador, Mórtimer abrió la cajita y la escondió entre sus manos, que mantuvo casi entrelazadas delante de su cintura.
La mano derecha de Adham desapareció, deshaciéndose, como se deshace un castillo de arena cuando le alcanzan las olas del mar Frío. Al mismo tiempo que se deshacía, se iba formando otra vez, pero en poder del brujo, que parecía satisfecho. La mano de Ahdam acabó sostenida entre las del brujo y allí donde debía estar la mano del caballero apareció una cubierta de metal brillante, que tapaba el muñón y se abrazaba a la muñeca.
Ahdam cayó de rodillas, agarrándose el muñón cubierto de metal, sin poder evitar que las lágrimas cayesen por su rostro. Sus compañeros le miraron, asombrados y horrorizados.
Wup (el reanimado Wup) fue el primero en reaccionar. Se bajó de la mesa de un salto y se lanzó de rodillas al suelo, agarrando al caballero por los hombros con un solo brazo, pasándoselo por la espalda.
- Gracias, pero ¿por qué? ¿Por qué? – le decía, con su fuerte acento.
Mórtimer cerró la cajita y se la metió en la faltriquera con disimulo. Dio dos pasos, pasó al lado de Eeda y se agachó detrás de Ahdam y de Wup. Agarró por los hombros al caballero y le guió para levantarse.
- Vámonos de aquí.... – dijo el ladrón, sin más. Borta agarró a su hermano y le ayudó a salir. Hiromar hizo lo mismo con Ahdam, no sin antes lanzar una mirada iracunda al brujo, que la aceptó con impavidez.
- Muchas gracias por vuestra visita.... – dijo el brujo y Mórtimer y Eeda se volvieron a mirarle. El ladrón había notado cierta alegría en su voz, lo que concordaba con su sonrisa descarnada.
- Ojalá se pudra en los fuegos del Gran Dragón – dijo Mórtimer, con rabia. Después salió de la cabaña, acompañado por Eeda.
Los seis salieron bajo la lluvia, separándose de la maldita cabaña. Ahdam lloraba en silencio, sujeto por los hombros por Hiromar. Los dos Bárbaros estaban hombro con hombro, como casi siempre: se notaba que les confortaba estar de nuevo juntos, aunque estaban tristes por el caballero.
- Lo siento, Ahdam – dijo Eeda, y la Ninfa lloraba lágrimas doradas por su piel blanca. Mórtimer pensó que estaba preciosa. – Yo....
- Tú nos avisaste, Eeda – dijo Ahdam, con una voz débil que no parecía la suya. – Y aun así quisimos venir aquí. No es culpa tuya....
- Tenemos que irnos – intervino Mórtimer, con decisión. La idea que se le había ocurrido en la cabaña (aunque a veces le parecía que había sido una orden, lo que le parecía muy raro) todavía tenía que ponerse en marcha. Apoyó una mano en el hombro de Hiromar, que lo miró con una mezcla de enfado y extrañeza. – Tenemos que alejarnos de aquí rápido, para que no nos encuentre....
- ¿Qué estás tramando, forastero? – preguntó el Minotauro, curioso.
- Vámonos.... – le dijo Mórtimer, con intención, a la vez que alzaba las cejas. Hiromar le miró de otra forma, como no le había mirado en la semana larga que llevaban juntos. Después asintió.
Cogió en brazos a Ahdam y salió andando detrás de los Bárbaros, que ascendieron las laderas de las montañas sin parar de resbalar. Eeda se quedó la última, mirando con interés al ladrón.
- ¿Qué pretendes? – le preguntó.
- Una locura – dijo Mórtimer, envalentonado, secándole las doradas lágrimas de la cara. Después la cogió por la muñeca y salió detrás del resto.
Anduvieron unas tres horas y cuando estuvieron en otro valle vecino Hiromar se detuvo.
- Muy bien, forastero. ¿Qué tramas? – volvió a preguntar.
- Ese brujo.... ¿era poderoso? – preguntó Mórtimer, a modo de respuesta.
Hiromar asintió con ganas.
- Lo es. Muy poderoso – dijo.
- ¿Mucho más que tú? – preguntó el ladrón.
- Pasarán muchos años antes de que yo pueda llegar a tener su poder – respondió Hiromar, alzando una ceja, curioso. – ¿Por qué?
- Porque necesitamos tu magia para ayudar a Ahdam – respondió Mórtimer. – Si yo te diera el conjuro, ¿podrías revertirlo?
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Hiromar, alzando las cejas, asombrado.
Mórtimer sacó la cajita de cobre de la faltriquera y se la dio al Minotauro: entre las manazas de éste la caja pareció diminuta.
- ¿Qué ser? – preguntó Borta.
- Es un receptáculo de magia – dijo Hiromar, mirando con sorpresa el objeto. – Un receptor en el que se puede almacenar magia.
- El conjuro desmembrador está dentro – dijo Mórtimer, sin chulería.
Todos se volvieron a mirarle, incluso Ahdam. Todos estaban atónitos. El caballero, además, estaba esperanzado.
- ¿Dices que has metido el conjuro en esa cajita? – preguntó Eeda.
- Lo he robado – contestó Mórtimer, encogiéndose de hombros bajo la capa roja. – Soy un ladrón, ¿no? Me contratasteis para eso....
- ¿Tú robar magia? – preguntó Wup.
- Sólo es otra cosa que se puede robar – Mórtimer volvió a encogerse de hombros. – Sólo hay que tener el material adecuado para robarlo y el brujo tenía media docena de esos receptores en una estantería.
- Entonces.... ¿podemos devolverle la mano a Ahdam? – dijo Eeda, sonriente.
- Eso es mucho suponer.... – dijo Hiromar, cabizbajo. – Es un conjuro muy difícil y yo no sé si tengo el suficiente poder como para....
- Quizá no puedas traer de vuelta la mano de Ahdam – intervino Mórtimer. – Pero quizá puedas quitarle la otra mano y pasársela al brazo derecho.
- Mi lado bueno es el derecho.... – dijo Ahdam. – No me importa si tengo que perder la mano izquierda, mientras me quede la derecha.
- No sé....
- Hiromar, ánimo.... – dijo Wup.
El Minotauro miró a la Ninfa, a los Bárbaros y al ladrón. Todos le miraban con ánimo y fe. Pero el que más lo hacía era el caballero.
Hiromar resopló, tratando de liberarse de la presión, y sacó la varita de vid de su cinturón. Después tendió el receptáculo de magia a Mórtimer.
- Ábrelo cuando te diga.... – dijo y el ladrón asintió.
Bajo la lluvia que seguía calándolos, el Minotauro se concentró, resoplando unas cuantas veces.
- Ahora – dijo.
Mórtimer abrió la cajita de cobre y una especie de brisa roja salió de ella. Hiromar sacudió la varita, murmurando unas palabras mágicas, tratando de manipular el conjuro para que hiciese lo que ellos querían.
Se volvió a escuchar la cascada de huesos cayendo al suelo desde gran altura, el repiqueteo sordo acompañado del ligero temblor del suelo.
El conjuro vaciló pero después la brisa roja sopló hacia la mano que le quedaba a Ahdam, borrándosela y apareciendo como una mano derecha normal y corriente en la muñeca correcta. La cubierta de metal brillante había pasado al muñón de la muñeca izquierda.



martes, 27 de enero de 2015

Peón Rojo (4 de 17)


-4-
- Muy bien, Bestia, prueba a ver.
Bestia tomó el dado de doce caras con torpeza, debido a sus garras y lo lanzó. El dado de hueso rebotó en la mesa, mostrando un siete.
- Con ese siete el hechizo de Bestia se hace efectivo y ahuyenta a los læti – informó Volbadär, – pero el jugador de Fásthlàs ha resultado herido. Lo han envenenado.
- ¡¡Todo por tu culpa, pulgoso lanudo!! – dijo el dios pelirrojo, señalando a Bestia. Éste se giró hacia él y rugió con rabia, alborotando los pelos de Fásthlàs el Bullicioso, que se quedó pálido.
- Basta, basta – intervino Volbadär. – El hechizo de Bestia también os ha salvado.
- ¡¡Pero yo he perdido un jugador!! – se quejó Fásthlàs.
- Todavía no ha muerto, ¿verdad? – intervino Doncella.
- No. La intervención del héroe de la Madre ha resultado providencial – explicó Volbadär. – Pero si no hacéis algo el jugador de Fásthlàs morirá al final....
Las deidades se miraron entre sí, pensando qué podían hacer. Bestia aprovechó para retirar del tablero las piedrecitas que representaban sus alimañas vencidas.
- ¿Cuántos puntos de fuerza hemos ganado tras la pelea en el bosque? – preguntó la Madre.
- Cinco puntos cada uno – contestó Volbadär tras consultar sus notas.
- Entonces quiero usarlos para poner otro héroe en juego – dijo la Madre, sacando otra ficha rectangular de su bolsita. Era de madera de pino, pintada de verde con las aristas en dorado, sin barnizar.
- Puedes hacerlo, pero tu tirada de dados debe ser satisfactoria – dijo el anfitrión.
La Madre tomó el dado de hueso, mientras miraba al resto de jugadores. Doncella, Fásthlàs y Bestia asintieron. Azar sonrió, encogiéndose de hombros: no tenía nada que objetar. Jroq el Destructor seguía con los ojos cerrados y las cuatro manos en el regazo, sin intervenir pero sin perderse nada de lo que ocurría en el juego.
La Madre lanzó el dado, que rodó por las Tierras Áridas del norte, hasta detenerse: mostraba un cinco.
- Muy justo, pero suficiente – dijo Voldabär, recogiendo el dado. – La tirada es buena y puedes poner otro héroe en juego, aunque pierdes tus cinco puntos de fuerza que acabas de ganar....
- Con este héroe no los necesito – dijo la Madre, un poco soberbia, colocando el rectángulo de madera entre el resto de fichas de los otros jugadores, en el bosque Oriental.

• • • • • •

El bosque Oriental estaba en calma.
Los læti habían desaparecido, empujados y zarandeados por el hechizo de Hiromar. El Minotauro volvió a guardarse la varita de vid en el cinto y se dirigió al grupo que estaba agachado en el suelo.
Mórtimer lo miró con admiración y curiosidad, cuando se acercó, pero Hiromar hizo caso omiso de él. Llegó al lado de Wup y se arrodilló, mirándolo con cara seria.
- ¿Está bien? – preguntó.
- Creo que le he sacado la mayor parte del veneno, pero puede que todavía quede algo dentro de su cuerpo.... – dijo Ahdam, algo apenado.
- Has hecho lo que has podido.... – dijo Mórtimer, con intención: le parecía que el caballero se sentía culpable de lo que le había pasado al Bárbaro.
- ¿Se va a morirse? – preguntó Borta, con ojos brillantes.
- Creo que no....
- Morirá pronto – escucharon una voz enérgica entre los árboles, mientras el suelo temblaba ligeramente durante un instante y se escuchó el repiqueteo del chocar de huesos, muy lejano. Hiromar y Ahdam se pusieron en pie, en guardia, buscando al emisor de aquellas palabras.
- ¿Quién anda ahí? – preguntó Ahdam, desenvainando su espada.
Con un leve sacudir de hojas y de ramas, una figura delgada y estilizada salió al sendero que ocupaba el grupo. Era una mujer, sus curvas lo demostraban. Era rubia, con la cara pálida y tonos verdosos, alargada y fina.
- Soy yo.
- ¿Y  quién  eres  tú? – dijo  el  caballero, apuntándola con la espada.
- Soy Eeda, una Ninfa del bosque.
Mótimer la miró con ojos extasiados. Eeda era tan alta como Ahdam, pero más delgada y estrecha. Llevaba una especie de armadura de color verde y marrón, hecha con cortezas de diferentes árboles. Vestía pantalones de ante y botas altas de cuero. Iba armada con un arco largo y un carcaj a la espalda lleno de flechas. Era muy bella y atractiva.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó Ahdam.
- Eso iba a preguntaros yo a vosotros – contestó la Ninfa, sin inmutarse ni achantarse, deteniéndose  a un par de pasos del grupo. – Soy una de las guardianas de este bosque, así que los intrusos sois vosotros. Podría echaros de aquí.
- Inténtalo.... – retó Hiromar.
- No es necesario enfrentarse – dijo Mórtimer, levantándose y colocándose entre el Minotauro y la Ninfa.
- Mórtimer tiene razón – dijo Ahdam, bajando la espada y envainándola de nuevo. – No pretendemos hacer nada malo en tu bosque, guardiana. Sólo queríamos cruzarlo.
Eeda miró a los tres hombres que tenía delante de ella, poco a poco, valorándolos uno a uno. Después del escrutinio asintió, serena.
- Si sólo estáis de paso no tengo ningún problema con vosotros – dijo al final, con seriedad. – No molestéis al bosque y salid de aquí cuanto antes.
- ¿Qué decir antes? – preguntó Borta, desde el suelo, sujetando aún la cabeza de Wup. – ¿Qué decir tú antes de mi hermano morir?
Eeda lo miró antes de hablar y Mórtimer juraría haber visto un asomo de lástima en los ojos verdes de la Ninfa.
- Tu hermano está hechizado por el veneno de læti. No morirá inmediatamente porque tu amigo le ha sacado casi todo el veneno, pero ha estado dentro de su cuerpo el tiempo suficiente para hechizarlo.
- ¿No podemos hacer nada? – preguntó Ahdam.
Eeda negó con la cabeza.
- Sólo se le puede salvar con magia, pues la magia es la que lo está matando....
El ladrón y el caballero se volvieron a la vez a mirar al Minotauro, pero éste seguía serio, ceñudo, como siempre. Después negó con la cabeza, como hacía unos instantes había hecho la Ninfa.
- No domino ese nivel de la magia – dijo, con su voz grave y profunda, pero con un toque de compasión. – Lo siento, pero no puedo hacer nada....
- Conozco un brujo que quizá pudiese hacer algo.... – intervino Eeda en ese momento. – Pero está muy lejos y exigirá un alto precio por sus servicios.
- Pagaremos lo que sea – dijo Ahdam, al punto.
- Su cabaña está en las Montañas de la Luna – dijo la Ninfa, sin querer desanimar a los otros, sólo avisándoles. – Quizá vuestro amigo no aguante vivo hasta allí....
- Creo que, después de todo, sí que voy a poder hacer algo – dijo Hiromar, mirando al suelo. Ahdam y Mórtimer le miraron sonrientes y Borta le miró con devoción, desde el suelo. – Conozco un conjuro que podrá mantenerlo en animación suspendida, atrapado en el tiempo, como un mosquito en la resina de un árbol. Le mantendrá vivo, sin que el otro hechizo avance, al menos durante un tiempo.
- Entonces adelante. No esperemos más – dijo Ahdam, con decisión. – ¿Nos llevarás ante el brujo?
Eeda lo miró, antes de contestar. Mientras, Hiromar realizaba unos pases mágicos sobre Wup (que le hicieron brillar con un tono dorado durante un par de segundos) y luego ayudó a Borta a levantar al Bárbaro herido y se lo cargó en el hombro. Mórtimer recogió el mazo largo de Wup, con las dos manos, y cargó con él.
- Está bien.
- Te daremos una recompensa, vamos en busca de un tesoro....
- No quiero que me paguéis nada – interrumpió la Ninfa al caballero. – Soy la guardiana del bosque, ¿no es eso? Os ayudo porque esto os ha ocurrido en mi bosque: si os hubiese ocurrido en la Llanura Umbría o en las Lomas Verdes no movería un dedo por vosotros.
Y dicho esto se dio la vuelta, echando a andar a través de la espesura, en dirección norte. Hiromar, cargado con el inconsciente Wup, la siguió al instante, con un preocupado Borta pegado a los cascos.
- Es una mujer de armas tomar, ¿eh? – bromeó Ahdam, recogiendo sus cosas y preparándose para la marcha, dándole un puñetazo amistoso a Mórtimer en el hombro.
- Desde luego.... – respondió el ladrón, en un murmullo, sin perder de vista a la Ninfa que se alejaba con su paso elástico y atractivo. Después reaccionó y marchó detrás de Ahdam, cerrando el grupo.



domingo, 25 de enero de 2015

Peón Rojo (3 de 17)


-3-
Los jugadores se miraron entre ellos.
- ¿Qué hay en el bosque? – preguntó la Madre.
- De todo. Pero habéis decidido entrar de noche, así que quizá os encontréis con algunos habitantes nocturnos nada deseables....
- Nosotros no hemos decidido nada – intervino Fásthlàs el Bullicioso, con cara enfurruñada. Después se volvió a mirar a Azar. – Ha sido éste....
- Todos estáis jugando juntos: yo no puedo hacer nada si algunos miran sólo por sus propios intereses.... – dijo Volbadär, encogiéndose de hombros.
Fásthlàs se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. Azar no pudo evitar sonreír.
- ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Bestia.
- Eso depende de vosotros....
- Tenemos que ir a la Llanura Umbría, ¿no es así? – preguntó Doncella, con su delicada voz. – Entonces marchamos hacia el oeste, para salir del bosque....
- Bien – dijo Volbadär, consultando sus notas.
- Un momento.... – dijo Bestia, mirando las fichas de los jugadores, colocadas entre los árboles de corcho que representaban al bosque Oriental. – Quiero poner en juego a algunas de mis criaturas....
- ¿Para qué? – preguntó la Madre, algo preocupada.
Bestia no respondió de inmediato. Miró durante un rato la piedra irregular de granito que representaba a su jugador. Parecía valorar su siguiente jugada.
- Puede que gane algún alma con la tirada – respondió al fin.
- Muy bien. Tira el dado, para ver si tu jugada se hace efectiva – dijo Volbadär, tendiéndole el dado.
Bestia cogió la figura de hueso, la agitó entre sus garras y la lanzó al tablero de juego. El dado de doce caras rebotó entre las ciudades de la Llanura Umbría y se detuvo al fin mostrando un once.
- Bien – dijo Volbadär, tras consultar sus notas, contento porque la partida que había organizado empezaba a animarse. – ¿Qué alimañas quieres poner en juego, Bestia?

• • • • • •

El bosque pronto se volvió muy oscuro, mucho más oscuro que el reservado de la taberna. Al menos allí había un par de lámparas: en el bosque no tenían ninguna luz, ni siquiera antorchas, y la luz de las estrellas no atravesaba la maraña de ramas y hojas.
Mórtimer de repente se chocó contra la amplia espalda de Hiromar, que se había detenido delante de él. Los Bárbaros Borta y Wup pararon detrás de él, sin golpearle, pero discutiendo entre ellos en su lengua, que era un galimatías. Llevaban así desde que habían salido de la taberna y habían entrado en el bosque.
- ¿Qué pasa? – preguntó el ladrón, frotándose la nariz.
- Ahdam se ha parado – contestó el Minotauro, seco.
- ¿No lo habéis oído? – dijo el caballero. Mórtimer apenas podía verle, sólo era una figura oscura sobre el tapiz oscuro del bosque. A veces su coraza parecía emitir algún brillo, y así era más fácilmente visible, pero no del todo. – Ha sonado como el repicar de una cascada de huesos al caer desde gran altura. Incluso el suelo parecía sacudirse. ¿De verdad no lo habéis notado?
- Nung – dijo Borta.
- No – secundó y tradujo su hermano Wup.
Hiromar negó con la cabeza (pero Mórtimer creyó que sólo había sido él el que le había visto hacerlo, ya que estaban cerca uno del otro).
- Yo tampoco – dijo el ladrón. – ¿Qué crees que ha sido?
- No lo sé, pero no me ha gustado nada.... – dijo el caballero, nervioso.
- ¿Y por qué hemos entrado en el bosque de noche? – se quejó Mórtimer.
- No queríamos hacerlo, pero no nos quedó otro remedio – dijo Ahdam, sin dejar de mirar en derredor. – Si hubiésemos podido nos hubiésemos quedado a pasar la noche, pero tuvimos que salir de allí en seguida.
- Ahora eso no podemos remediarlo – intervino Hiromar. – Sigamos adelante.
- Pero con cautela – dijo Ahdam. – ¡Abrid los ojos ahí atrás, chicos!
- ¡Jum! – escucharon decir a uno de los dos Bárbaros.
El grupo siguió caminando, un poco más despacio ahora, atentos a los ruidos del bosque que los rodeaba.
Y había muchos ruidos y sonidos. Las ramas chascaban, las hojas se movían por el viento (o empujadas por alimañas nocturnas) emitiendo su frufrú característico, crujían las hojas secas del suelo, goteaba agua de no se sabía dónde....
- ¡Alto! – dijo de pronto Ahdam, y sirvió para que Mórtimer no volviese a aplastarse la nariz contra la espalda enfundada en cuero de Hiromar.
- ¿Qué pasa esta vez? – dijo éste.
Pero no hizo falta que el caballero contestara: algo removía la hojarasca, aplastaba arbustos y pisaba hojas secas del suelo, acercándose a ellos. El ruido venía desde su izquierda, desde lo profundo del bosque.
- ¿Qué ser eso? – dijo Borta. Nadie supo qué contestarle.
Ahdam descolgó el escudo de la mochila y se lo colocó en el brazo izquierdo, mientras con el derecho empuñaba la espada. Los Bárbaros también se orientaron hacia el lugar de donde venía el ruido y empuñaron sus armas. Mórtimer sacó el cuchillo de su espalda, nervioso. A su lado Hiromar mantenía la calma, con el extraño puñal de madera en la mano.
No le dio tiempo a pensar más, a ponerse más nervioso. Mientras aún se estaban colocando, preparándose para hacer frente a lo que fuera que se acercaba, una decena de alimañas salieron de la espesura, saltando sobre ellos.
Eran læti, unas aves venenosas, del tamaño de pollos o gallinas. Tenían la cabeza redondeada, pico largo y fuerte y patas de tres dedos bastante amplias, lo que les permitía correr con rapidez. Tenían la piel gomosa, sin plumas, de color negro o gris, cubierta por cicatrices o marcas, como las grietas de la roca en lugares volcánicos. Donde los pollos y gallinas normales tienen la cola, los læti tenían un aguijón, una púa afilada con la que inyectaban el veneno.
Ahdam alcanzó con su espada a uno de aquellos animales, cuando todavía estaba en el aire, atacando. Los dos Bárbaros, Borta y Wup, golpearon a los læti del suelo haciendo molinetes con sus armas.
Hiromar repelió a uno de los bichos de una patada, con su fuerte pezuña, esquivó los picotazos de otro læti y acabó embistiéndolo, ensartándolo con uno de sus cuernos.
Llegaron más læti, atravesando la espesura del bosque, corriendo y saltando, tratando de picotear las caras de sus enemigos.
Ahdam usó su escudo para evitar que un par de aquellos animales le picasen con su aguijón venenoso en los pies. Hiromar repartió patadas, con la seguridad de que los læti no podrían inyectar su veneno en las duras pezuñas.
Mórtimer esquivó los ataques de los pequeños bichos, pero acabó teniendo que defenderse con su cuchillo de monte. A pesar de no saberlo utilizar muy bien pudo defenderse (no tenía que salir vivo de un duelo a espada, tan sólo tenía que acuchillar a aquellas alimañas antes de que le picaran a él).
Se sorprendió al ver que el Minotauro seguía sujetando su extraño puñal de madera, sin utilizarlo. Simplemente pateaba a los læti y se defendía con los cuernos de aquellos que llegaban por los aires, saltando. El ladrón observó que el Minotauro no dejaba de murmurar algo, como si estuviese rezando.
- ¡¡Aaaaahhh!! – aulló uno de los Bárbaros a su espalda. Mórtimer se giró y vio a Wup agarrándose un tobillo y cayendo al suelo. Su hermano, a su lado, acuchillaba con su hacha a los læti del suelo.
- ¡¡Wup!! – gritó Ahdam, corriendo hacia el herido, pasando al lado de Mórtimer como una exhalación, agarrando la espada con las dos manos, olvidado el escudo detrás de él.
Hiromar acabó con los læti que quedaban por allí y Mórtimer se unió a él, apretando los dientes con rabia, queriendo matar a todas aquellas criaturas. Era curioso, apenas hacía un par de horas que conocía a Wup, pero sufría enormemente al saber que un læti le había picado con su aguijón y que iba a morir envenenado.
No había más læti por los alrededores, así que Hiromar y Mórtimer dejaron de pelear.
- ¿Conocías a estas alimañas? – preguntó el Minotauro.
- Sí. También viven en los bosques del reino de Jonsën – explicó el ladrón. El Minotauro lo miró y sonrió débilmente, justo a la vez que volvió a sonar la hojarasca y el monte bajo: más læti se acercaban.
- Ve con ellos – dijo Hiromar, empujando a Mórtimer hacia el Bárbaro herido y sus acompañantes. Después volvió a murmurar por lo bajo, volviendo a rezar, o lo que fuera.
Mórtimer llegó hasta Wup, que estaba tendido en el suelo, retorciéndose de dolor. Su hermano Borta le sujetaba la cabeza mientras Ahdam trataba de chuparle el veneno del picotazo que tenía en el tobillo derecho.
- ¿Se va a poner bien? – preguntó Mórtimer, colocándose al lado de Ahdam.
- He hecho lo que he podido, pero no sé.... – dijo el caballero, tras escupir el veneno en el suelo.
Una nueva marea de læti llegó en ese momento, pillándolos desprevenidos. Mórtimer trató de ponerse en pie, empuñando el cuchillo, para defenderse, pero lo hizo tarde.
Por suerte, Hiromar estaba preparado. Dejó de hablar en murmullos para hacerlo en altas voces, sacudiendo el puñal retorcido de madera, que seguía en su mano. Entonces Mórtimer comprendió qué era en realidad.
Era una varita.
El Minotauro sacudió la varita de madera de vid y lanzó un conjuro a las alimañas que los atacaban. Fue una onda de luz blanca, que empujó a los læti hacia atrás, devolviéndolos a la espesura, que también se sacudió por el hechizo. Los læti huyeron.
Mórtimer lo entendió al fin. Cuando Ahdam había dicho que Hiromar era un soldado no había mentido: pertenecía a los ejércitos de la magia.
Hiromar el Minotauro era un mago.



miércoles, 21 de enero de 2015

Peón Rojo (2 de 17)


- 2 -
Los dioses se miraron entre sí.
- Muy bien. El grupo ha sido formado. ¿Qué queréis hacer ahora? – dijo Volbadär, sonriente, mirando sus fichas y sus notas.
Bestia se encogió de hombros. La Madre abrió la boca para hablar, pero Fásthlàs se le adelantó.
- ¡¡Organicemos una fiesta!! – dijo, entusiasmado, dando botes en su butaca.
- No, Fásthlàs, eso no – dijo la Madre, mirándole con mirada autoritaria. Azar sonrió desde su sitio, divertido. – ¿De qué nos serviría una fiesta?
- Quizá así nos divertiríamos.... – dijo el pequeño hombrecillo pelirrojo, cruzándose de brazos y sacando la lengua a la honorable matrona.
- Podríamos.... a lo mejor.... podíamos pedir algo de cenar.... – propuso Bestia, no muy seguro. Lo suyo eran las historias de acción, o ponérselo difícil a los otros personajes usando a sus criaturas, para ganar unas cuantas almas. Estaba un poco perdido con aquellas escenas tan pasivas.
- Esa sí me parece una buena idea – dijo la Madre, convencida. – ¿Qué opinas, Doncella?
La bella deidad, con el largo pelo rubio recogido por una tiara de rubíes, se encogió de hombros, con una sonrisa humilde.
- Me parece bien....
- ¿Todos de acuerdo? – preguntó Volbadär, mirando a todos los jugadores. La Madre y Doncella asintieron, convencidas. Bestia lo hizo sin mucha confianza y Fásthlàs el Bullicioso lo hizo con cara enfurruñada. Jroq no se pronunció: seguía con los ojos cerrados y las cuatro manos apoyadas en el regazo, atento a todo lo que se decía pero ausente y al margen. Ni siquiera había colocado su canica negra en el tablero.
- Un momento – intervino Azar, antes de que Volbadär pudiese seguir con la historia. – He decidido tirar los dados. Puedo, ¿verdad?
- Por supuesto – dijo el anfitrión. – ¿Qué es lo que quieres hacer?
- Mantengo mi nivel “Bronce”, ¿no es así? Entonces tiraré el dado de ocho caras. Que decida la suerte....
Todos sonrieron, divertidos. Todos sabían que la Suerte era él mismo....
Volbadär asintió, animando al jugador a tirar, y Azar cogió el dado verde. Lo agitó en su anciana mano y lo lanzó al tablero de juego. El dado rebotó un instante entre las Montañas de la Luna y se detuvo, mostrando un siete pintado en rojo.
- Un siete.... buena tirada.... – dijo Volbadär, consultando sus notas. – ¡Vaya! Parece que la cena tendrá que esperar. Los cinco salís de la taberna y os adentráis en el bosque Oriental....

• • • • • •

Tras las presentaciones poca conversación hubo más. Ahdam recogió el mapa y lo guardó en su mochila, los gemelos acabaron sus bebidas y fueron al otro lado de la cortina negra, a pagar las consumiciones en la barra. Hiromar apuró su vino especiado y se levantó, saliendo de la sala y de la taberna.
- ¿Tenemos prisa? – preguntó Mórtimer.
- No – sonrió el caballero. – En realidad un poco sí: el tabernero no nos quiere aquí mucho rato, en su reservado hablando de tesoros. Podríamos despertar las ansias de codicia de mucha gente de la aldea y no se llama Quietud por casualidad. Simplemente creo que no quiere que alborotemos la aldea con historias de tesoros.
- ¿Es muy valioso? – preguntó el ladrón.
- Piensa en todo lo que has robado – contestó Ahdam – tanto lo de gran valor como lo más ordinario. Imagina ahora el tesoro legendario más valioso que se te ocurra y súmalo a todo lo que has robado en tu carrera como ladrón. ¿Tienes la cuenta? – preguntó, sonriendo divertido. – Pues eso ni se acerca al tesoro que estamos buscando....
Mórtimer no pudo evitar levantar las cejas, asombrado. Imaginaba que el caballero estaba exagerando un poco, quizá bastante, pero lo cierto era que si se acercaba un poco a la verdad, aquel tesoro del dios Volbadär era de una gran riqueza....
Salieron de la taberna y Mórtimer pudo ver mucho mejor a sus nuevos compañeros. Ahdam vestía a lo caballero, aunque no llevaba la armadura completa. Simplemente llevaba puesta la coraza (en la que ahora pudo identificar el Grifo como emblema de la ciudad de Gurfrait) y las protecciones en pantorrillas y antebrazos. Portaba una mochila de la que colgaba un escudo hexagonal. Una espada larga colgaba de su cinto.
Hiromar el Minotauro vestía unos pantalones de cuero negro y un chaleco de cuero granate, con tachuelas de latón. Llevaba dos brazaletes de cuero también con tachuelas, que le cubrían los dos antebrazos. Llevaba también una mochila, abultada. No se veían armas por ninguna parte (Ahdam había dicho que era soldado) salvo una especie de puñal retorcido de madera de vid en el cinto. Era muy extraño, con la empuñadura horizontal y la hoja retorcida y acabada en punta.
Los dos gemelos Bárbaros eran fácilmente reconocibles, ahora que los veía con más luz. Borta llevaba el pelo más largo que su hermano, por debajo de los hombros, y se lo recogía en ese momento en una coleta deshilachada. Wup tenía el pelo enmarañado y largo, pero por la mitad del cuello, además de tener la nariz rota, quién sabe por qué antigua pelea. Los dos vestían con pieles de osos, a las que habían cosido placas de metal, a modo de protección. Borta iba armado con un hacha ancha de doble filo y Wup con un mazo largo, de cabeza imponente.
Mórtimer se sentía un poco fuera de juego. Era el más joven, con diferencia (Ahdam aparentaba tener unos cuarenta años, los Bárbaros probablemente pasaran de los treinta ya y Hiromar, al ser un Minotauro, podía tener unos setenta años y seguir mostrándose tan enérgico y musculoso). Tenía sólo veinte años, era extranjero en la tierra de Xêng y no era un gran luchador ni estaba tan preparado para la guerra como sus compañeros.
Si su cometido era tan sólo robar el tesoro, no tendría problemas. Lo malo sería que el grupo tuviera que depender de él para otros menesteres.
- Muy bien, pongámonos en marcha, ahora que todavía hay luz.... – dijo Ahdam. Se agarró a las correas de su mochila y echó a andar, saliendo de Quietud hacia el bosque. Hiromar fue detrás, luego Mórtimer y los Bárbaros cerrando la marcha.
Entraron de nuevo en el bosque Oriental, mientras la noche caía sobre ellos.



lunes, 19 de enero de 2015

Peón Rojo (1 de 17)


- 1 -
La sala celestial estaba bañada con una luz limpia y transparente. Todo relucía en color blanco, salvo las sillas tapizadas en cuero marrón y el tablero de juego, multicolor, colocado en la mesa de mármol.
La luz directa del Sol entraba por las abundantes ventanas, altas y estrechas, con estilizadas columnas acanaladas a ambos lados de cada una. Los visillos blancos de seda caían despreocupadamente hasta el suelo, siendo atravesados por la fuerte luz del Sol.
Todo estaba en silencio. Todo estaba tranquilo. Todo estaba limpio y bien iluminado. Ni siquiera podían verse motitas de polvo flotando en los haces de luz que pasaban por las ventanas y atravesaban las cortinas.
La puerta de roble del fondo se abrió, dejando entrar una corriente de aire frío, que acompañaba a las deidades. Al frente marchaba Volbadär, el dios del agua, como anfitrión del evento. Le siguieron la Doncella, el Azar, la Madre Gaia, Fásthlàs el Bullicioso, la Bestia y Jroq el Destructor.
Todos tomaron una silla y se sentaron a la mesa, excepto Volbadär, que como anfitrión se sentó en una butaca más amplia y cómoda. Bestia se quedó de pie, merodeando alrededor de la mesa: nunca podía estarse quieto. Doncella, la Madre y Azar se sentaron con tranquilidad, sacando sus fichas de los pliegues y los bolsillos de sus túnicas. Fásthlàs el Bullicioso se sentó sin parar de botar en el asiento, sacando una bolsita de tela de su morral, dejando caer las fichas de su interior. Se tuvo que bajar del asiento para recogerlas todas del suelo. Jroq el Destructor sacó una bolsa de cuero basto de la espalda, con uno de sus brazos izquierdos y la dejó frente a sí, en la mesa. Después apoyó sus cuatro manos en el regazo y esperó, pacientemente, con los ojos cerrados.
- Muy bien. Bienvenidos todos – dijo Volbadär, una vez dispuso el tablero de juego sobre la mesa, con todas sus tarjetas y listas de eventos delante de él, fuera del alcance de la vista de los jugadores. – Vamos a empezar a jugar. Presentad a vuestros jugadores.
Bestia (una criatura a medio camino entre un oso pardo y un lobo, que caminaba a dos patas y usaba sus garras anteriores como manos humanas) gruñó, satisfecha. Se acercó a la mesa y depositó una serie de piedras irregulares, todas de color gris o negro.
- Mis jugadores serán mis hijos de la tierra y del cielo.... – comentó, con su voz grave.
Azar sacó tres dados, uno de seis, otro de ocho y el último de doce caras. Todos eran de madera verde con los números en rojo. No dijo nada. Todos sabían cómo jugaba el Azar.
- Yo jugaré con mis héroes habituales.... – dijo la Madre, sacando de su cajita de madera de fresno una ficha rectangular, como de dominó, de aluminio, sin pintar ni grabar. La dejó en la mesa, fuera del tablero y cerró la caja de fresno. Todos sabían que tenía más héroes guardados allí, pero las reglas del juego permitían guardarlos (y esconderlos) para más adelante.
Jroq el Destructor (a quien muchos aldeanos llamaban simplemente Caos) sacó de la bolsa de cuero basto una canica de vidrio negro, del tamaño de un huevo de gallina. Era una esfera perfecta, salvo por una zona que estaba limada, plana, para que se pudiese apoyar en la mesa sin que se echase a rodar. La superficie oscura y pulida de la esfera parecía atrapar la luz. Jroq no dijo nada.
Fásthlàs el Bullicioso puso dos fichas encima de la mesa: eran dos conos de cuarzo, uno de color azul con vetas rojas y otro pintado de amarillo con círculos negros desde la base hasta la punta, como una abeja.
- Yo jugaré con los gemelos Borta y Wup, los bárbaros de las Llanuras de Niebla Perenne – explicó el pequeño dios, con una risita traviesa. Los demás en la mesa no pudieron evitar sonreír (incluso Jroq el Destructor, que seguía con las cuatro manos en el regazo y los ojos cerrados).
Volbadär se volvió hacia Doncella, con amabilidad. La bella deidad asintió serenamente y abrió sus manos, que había mantenido cerradas y juntas encima de la mesa. Sacó un único peón de ajedrez, de madera pintada de rojo. Estaba algo rozado y le faltaba el barniz en alguna zona.
- Muy bien – dijo Volbadär, cuando todos hubieron mostrado sus jugadores. – Empecemos, pues: estáis en la tierra de Xêng....

• • • • • •

Estaba en la tierra de Xêng. Había viajado durante días desde el Páramo, en el reino vecino de Jonsën. Había llegado caminando, sin prisas: era buen andarín y no tenía dinero para comprar un caballo en su reino.
Había cruzado a la tierra de Xêng por el bosque Oriental (que, irónicamente, quedaba al oeste de su propio reino) y una vez allí había buscado la aldea, que estaba en un amplio claro en medio del bosque. En aquel claro había tres pueblos, pero él buscaba el más pequeño.
Quietud, se llamaba. Lo cierto era que era una aldea pequeña y tranquila, aunque había movimiento de carros y de ganaderías. El pueblo no estaba especialmente vacío y muchos de sus habitantes llenaban las calles y la taberna.
Allí se dirigió él, a la taberna: era allí donde le habían citado. Entró con cautela, mirando a todo el mundo con disimulo: no conocía a su cita, así que la buscaba. No se quitó la capucha roja, como era su costumbre, pero no era el único: había bastante gente con capucha, con gorros e incluso con embozos.
Mórtimer era un ladrón profesional. Robaba carteras y objetos de valor para sobrevivir, era cierto, pero ése no era su estilo. Nunca robaba comida, ni a los mercaderes, ganaderos y agricultores de los pequeños pueblos. Ni siquiera se colaba en las casas de la gente rica, allá en el reino de Jonsën, su patria.
No. Él robaba grandes tesoros, robaba secretos, robaba planes e intrigas, robaba objetos de gran valor que estaban fuertemente custodiados. Solía robar por encargo y a veces robaba cosas de valor que luego podía vender.
Aquel día Mórtimer había viajado hasta la tierra de Xêng, fuera de su patria, porque alguien le había contactado por carta. Alguien necesitaba sus servicios en aquel reino extranjero.
- ¿Qué quiere, forastero? – le dijo el tabernero, un hombre delgado como un palo. Tenía la cara larga y un penacho de pelo despeinado en lo alto de la cabeza, de color naranja.
- Una cerveza.... – contestó Mórtimer.
Esperó en la barra, tomando la cerveza que le sirvió el camarero, observando a la gente de alrededor. Había buen ambiente, con bastante gente por la estancia, de pie en la barra o sentados a las mesas. Mórtimer no se quitó la capucha, para pasar inadvertido, aunque llevaba una capa roja de paño que llamaba la atención.
Siempre la usaba y aquella vez le serviría para que su contratador le reconociera. Al cabo de un rato notó que un Minotauro le miraba fijamente desde un rincón. Demasiado fijamente.
Mórtimer se envaró un poco, tenso. Era un ladrón, no un guerrero, así que sabía pelear lo justo para defenderse. Además no iba armado, salvo por un pequeño cuchillo de monte que llevaba en la cintura, a la espalda.
El Minotauro era una bestia inmensa. Tenía los cuernos de color marfil, con las puntas negras. Su cabeza de toro era colosal. Tenía un aro de oro colgado de los dos agujeros de la nariz bovina. Vestía unos pantalones de cuero y un chaleco también de cuero, granate, con tachuelas. Estaba cruzado de brazos (unos brazos musculosos y brillantes) y no le quitaba ojo de encima.
Mórtimer tragó saliva, mirando de reojo al animal, vigilándole, y se puso aún más nervioso cuando vio que el Minotauro se separaba de la pared y se acercaba a él, con paso seguro y firme.
- Ven conmigo – dijo sin más, al pasar por delante de él. El Minotauro cruzó la sala hasta la pared de enfrente, donde descorrió una cortina oscura, con disimulo, pasando al otro lado. Mórtimer se lo quedó mirando y, cuando desapareció al otro lado de la cortina, cogió su cerveza y lo siguió, aunque no muy tranquilo, por lo menos no demasiado nervioso. Llegó a la cortina con la cerveza de la mano (y la otra agarrando la empuñadura del cuchillo a la espalda) y cruzó al cuarto secreto.
Era una estancia pequeña, cuadrada, con las paredes pintadas de negro. Entre eso y que sólo había dos lámparas, la habitación estaba muy oscura.
Había una mesa en el medio. Sentados alrededor de ella había un hombre apuesto, dos tipos que se parecían muchísimo con aspecto de Bárbaros y el Minotauro, que se sentaba en aquel momento.
- Muy bien, ya estamos todos – dijo el hombre apuesto, levantándose y acercándose con amabilidad hacia Mórtimer. Éste vio que el hombre llevaba una coraza de hierro, con un emblema en el lado izquierdo del pecho. Aquel hombre era un caballero. – Ven, siéntate a la mesa con nosotros. Veo que ya tienes bebida, pero si quieres puedo ofrecerte un vino especiado....
- No, gracias.... – declinó Mórtimer, dejándose llevar a la mesa. Se sentó entre el Minotauro y el anfitrión. Los dos Bárbaros quedaron delante de él.
- Bueno, ya tenemos aquí a nuestro experto – dijo el caballero, con una sonrisa sincera y elegante. Los Bárbaros rieron un poco pero el Minotauro no hizo amago de sonreír. Seguía serio, con sus manazas sobre la mesa, a ambos lados de una jarra de barro. – Hagamos las presentaciones: éste es Mórtimer Wolfort, natural del Páramo, en el vecino reino de Jonsën. Es el ladrón que necesitamos. Bienvenido.
- Gracias.... – dijo Mórtimer, algo cortado. Los Bárbaros le asintieron y sonrieron, con aspecto de idiotas. El Minotauro le miró de lado, atento a beber el vino de su jarra. Sólo el caballero parecía estar contento de tenerle allí. Al fin y al cabo era el que le había contratado....
- No hay de qué....
- ¿Sois Ahdam? – preguntó dirigiéndose al caballero.
- Ése soy yo, sir Ahdam de Gurfrait, una ciudad esplendorosa a los pies de las montañas Borgö. Soy quien se puso en contacto contigo, porque necesitamos tus habilidades.
Mórtimer asintió.
- ¿Qué tengo que robar?
- Un tesoro, amigo mío. Un tesoro magnífico que entregaremos al rey Nanphamyl. Nos quedaremos con la décima parte y te aseguro que será suficiente para vivir de forma acomodada durante el resto de nuestra vida.
- Bien....
- Déjame que te presente al resto del grupo. Éste es Hiromar, el Minotauro. Es un soldado muy hábil y nos será muy útil cuando lleguemos al templo: conoce las leyendas y las trampas que tendremos que sortear para alcanzar el tesoro – dijo Ahdam de Gurfrait, señalando al Minotauro. La bestia dedicó un saludo con la cabeza a Mórtimer, bastante amigable comparado con el trato que le había dedicado hasta ese momento. – Y estos son Borta y Wup, hermanos gemelos, Bárbaros de las Llanuras de Niebla Perenne, al norte, en las Tierras Áridas – Mórtimer se volvió a los gemelos (comprendiendo por qué le habían resultado tan parecidos) y les saludó. Ellos le sonrieron, de una forma un poco estúpida. – Somos suficientes para lograr nuestro objetivo: encontrar el tesoro del dios Volbadär.
Los gemelos Borta y Wup rieron y se palmearon la espalda el uno al otro. Ahdam sonrió ampliamente, convencido. Hiromar el Minotauro simplemente bebió de su jarra de vino.
- ¿Y cómo robaremos el tesoro? – preguntó Mórtimer.
- Verás, Hiromar conoce las leyendas sobre ese tesoro, así que será el guía que nos lleve hasta allí – explicó el caballero Ahdam, sacando un mapa viejo y arrugado de una mochila en el suelo y extendiéndolo encima de la mesa. Mórtimer tuvo que hacer un esfuerzo por ver algo, con tan poca luz. – Al parecer el tesoro está escondido en un templo en honor del dios Fugun en Tax, una ciudad de la Llanura Umbría. Tenemos que ir hasta allí y entonces Hiromar nos dirá cómo evitar las trampas, para que tú puedas robar el tesoro.
Mórtimer asintió, pasándose la mano por el mentón y la boca, pensativo, mirando el mapa.
- ¿Qué dices, forastero? – intervino el Minotauro, con voz grave y profunda. – ¿Te unes a nosotros?
Mórtimer levantó la vista del mapa para mirar al Minotauro. Éste le miraba serio y ceñudo, pero sus palabras no habían sido agresivas: simplemente era un Minotauro.
- Sí, me apunto – dijo Mórtimer.
Los Bárbaros gemelos rieron como idiotas, volviéndose a palmear la espalda el uno al otro. Ahdam chocó su vaso con la jarra de cerveza de Mórtimer e incluso Hiromar sonrió levemente.