sábado, 28 de febrero de 2015

Peón Rojo (17 de 17)


-17-
Hiromar terminó de vendar la pierna de Ahdam, después de ponerle un emplasto para la quemadura, que él mismo había cocinado y llevaba siempre en su mochila.
- Por ahora con esto bastará – dijo el Minotauro. – Pero en cuanto podamos habrá que hacer una mezcla con nieve y aceite de lino, para que la quemadura cure bien y no deje marca, casi....
- Muy bien – dijo el caballero, que estaba sentado en una roca a la entrada del templo. Parecía bastante contento, a pesar de las heridas que había sufrido.
Y no era para menos. En la escalinata del templo y en la tierra delante de él se amontonaban casi cuarenta cofres y baúles de gran tamaño, que contenían el tesoro del dios Volbadär. Había monedas de oro y de plata, joyas preciosas (esmeraldas, zafiros, diamantes, rubíes....), collares de perlas y de coral, piezas de marfil, copas y jarras de plata engarzadas con granates, lingotes de oro de un kilo cada uno, polvo de platino en pequeños sacos de seda y multitud de riquezas más. Había también un ejército de caballeros de oro, figuras de tamaño natural que habían dejado en la cámara, hasta que pudieran sacarlas más adelante.
Después de abrasar al Ghôlm con su propia hoguera, el grupo se había reunido para ir a por el tesoro. Aunque estaban todos bastante maltrechos, sus ansias por el tesoro habían podido más que sus dolencias. Mórtimer abrió la pesada puerta casi sin dificultad y entre todos sacaron los cofres llenos de riquezas de las catacumbas, hasta la puerta del templo.
- ¿Estás bien? – preguntó Mórtimer, sentándose al lado de Solna, que estaba en los escalones de entrada al templo, con la pierna rota entablillada y estirada hacia adelante.
- Sí, no es nada. Esto se curará solo, con tiempo – restó importancia la merodeadora. – Además, la visión del tesoro me cura de todos los males....
La mujer sonrió, alegre de verdad, y el joven ladrón sonrió con ella.
- ¿Cómo está Ahdam? – preguntó Mórtimer cuando Hiromar llegó hasta ellos y se sentó a su lado en las escaleras.
- Está bien – dijo el Minotauro. – La quemadura de la pierna no es grave y no tiene más heridas. Estará bien.
- ¿Crees que Wup llegará sin problemas al pueblo más cercano? – se preocupó Mórtimer. El Bárbaro tenía un zarpazo en la cara, que había sangrado mucho, pero aun así había decidido acercarse al pueblo más cercano del Desierto Solitario, para volver con carros en los que cargar el tesoro. Todavía tenían que llevarlo hasta el castillo del rey Nanphamyl para entregárselo. Ellos sólo podían quedarse con una parte.
- Seguro – respondió Hiromar, confiado. – Los Bárbaros son gente dura, ¿no lo sabías?
- Lo he podido comprobar.... – comentó el ladrón, sonriendo. Hiromar sonrió con él.
- Bueno, forastero, ¿tu estancia en el reino de Xêng ha sido confortable? ¿Te quedarás un poco más con nosotros en estas tierras? – bromeó el Minotauro.
- No me importaría quedarme.... – dijo Mórtimer, sonriendo a su amigo, sin ser del todo mentira.
Aunque, en realidad, deseaba volver al reino de Jonsën, a su hogar en el Páramo, y poder descansar tranquilamente, sobándoles la faltriquera a los lugareños despistados.
Había tenido aventuras para diez vidas humanas.

• • • • • •

Los dioses recogieron sus fichas de jugadores y las guardaron en sus bolsas de tela y de cuero. Después se levantaron de las sillas y se encaminaron a la salida.
Iban en silencio, un poco desorientados, absortos en el misterio que había ocurrido delante de ellos. Al poco Fásthlàs el Bullicioso hizo un comentario, la Madre rió con él y Azar sonrió, comentando algo más. Bestia rió a carcajadas y Jroq el Destructor asintió serenamente, con las cuatro manos entrelazadas en el regazo mientras andaba.
Volbadär respiró tranquilo y sonrió, saliendo con sus invitados por la puerta. Al final la velada había salido bien y sus invitados habían estado a gusto.
Doncella, antes de guardarlo, acarició su peón rojo con cariño, sonriendo delicadamente y con orgullo. Después metió la ficha en la bolsa de tela.
Reservándolo para futuras aventuras.



viernes, 27 de febrero de 2015

Peón Rojo (16 de 17)


-16-
El primer paso del plan era sacar al Ghôlm de su guarida. Hiromar tuvo una idea para hacerlo. Por eso buscaron la galería principal por la que Solna y Wup habían llegado hasta el cubil y se escondieron en una de las galerías secundarias que salían de ella. Una vez allí, el Minotauro pronunció su conjuro.
Los esqueletos de la cámara que acababan de dejar empezaron a moverse. Saltaron de la pared, arrancando trozos de piedra y polvo, escalando el muro y saliendo por el vano elevado. Espíritus flotantes, como sudarios, salieron del agujero del suelo, volando hasta el vano y siguiendo a los esqueletos por la galería.
- ¿Así que puedes resucitar a los muertos? – se admiró Mórtimer, mirando al Minotauro con respeto, cuando la compañía de esqueletos y espectros pasó por delante de ellos, de camino al cubil del Ghôlm.
- No – sonrió Hiromar, divertido y agradecido porque su amigo le hubiese tenido en tan alta estima. – Esto es sólo una ilusión. Ningún mago puede resucitar a los muertos....
La compañía de muertos en vida (más bien marionetas en manos de Hiromar) llegó hasta el cubil de la bestia, danzando por ella como sonámbulos descoordinados. Los ruidos de los huesos y los lamentos de los espectros despertaron al Ghôlm, que gruñó sobre su percha. Miró alrededor, sorprendido ante aquella intromisión. ¿Quiénes eran todos esos cadáveres? ¿De dónde habían salido?
El Ghôlm saltó con agilidad al suelo, aterrizando con sus pies de gorila y manteniendo el equilibrio con un pequeño aletear de sus apéndices de murciélago. Chilló como un ave hacia la compañía de espectros y esqueletos descabezados, que hicieron caso omiso de la amenaza.
Siguiendo las órdenes mágicas de Hiromar, la cabalgata de muertos en vida salió del cubil del Ghôlm, volviendo sobre sus pasos. El monstruo, intrigado, los siguió graznando como un águila, sin perderlos en la oscuridad. Quería saber qué estaba pasando y a qué se debía aquella extraña sorpresa.
- ¡Atención! – musitó Wup, en un susurro. Todos se pusieron tensos cuando el Ghôlm pasó por delante de la entrada de la galería en la que estaban escondidos. Pero el monstruo estaba atento a los esqueletos y a los espíritus.
- ¡Vamos! ¡En silencio! – dijo Ahdam, saliendo de la galería cuando el Ghôlm hubo pasado. Todos fueron detrás de él, Hiromar cerrando el grupo, concentrado para seguir manejando a los esqueletos y que tuvieran entretenido al Ghôlm.
El grupo corrió por la galería, iluminados sólo por la luz de la varita retorcida de Hiromar. Cuando entraron en la galería de la izquierda pudieron ver a lo lejos un punto de luz roja, pues desde lejos podían intuirse las brasas de la hoguera del cubil del Ghôlm.
En el momento en que entraron en el cubil, los esqueletos y los espectros llegaron de nuevo a la cámara de los huesos. Los esqueletos cayeron por el vano que había en el muro, estrellándose contra el suelo adoquinado con calaveras. Los espíritus se deshicieron como si fuesen de humo, en jirones. El Ghôlm se quedó en la puerta, sin comprender lo que había pasado. Después, malhumorado, volvió a su guarida: quería volver a dormir.
- ¡Muy bien! ¡Ocupad vuestros puestos! – ordenó Ahdam. Wup se agachó detrás de un montón de rocas, Solna corrió hacia el nido del Ghôlm y el propio Ahdam se escondió detrás de una pila de troncos, supuso que para alimentar la hoguera. – ¡Hiromar, busca un lugar a resguardo! ¡Mórtimer, escóndete bien!
El joven ladrón no tardó en obedecer. Al lado de la entrada del cubil había un gran montón de rocas, salpicadas de sangre y con huesos grandes de animales alrededor. No era un sitio acogedor, pero estaría bien tapado y cubierto. Saltó al otro lado del montón y se apoyó contra el muro.
Mórtimer sabía que su importancia en el grupo no era su capacidad de lucha o de batalla: él era un ladrón. Poco podía hacer en el plan de Solna para eliminar al Ghôlm, salvo ponerse a cubierto y sobrevivir. Sólo él podía abrir la puerta de bronce que escondía el tesoro....
Hiromar se encogió dentro de un agujero que había en el muro, justo pegando al suelo. Era estrecho, pero entraba por completo. Allí, encogido sobre sí mismo, empezó a concentrarse, aislándose de la realidad. Estaba bastante cansado por el conjuro de reanimación que acababa de hacer y ahora tendría que hacer otro de alto nivel. Necesitaba todo su poder de mago.
El Ghôlm llegó al poco rato, sin saber lo que le esperaba en su guarida. Caminaba molesto, cansado y algo enfadado. Sólo quería volver a dormir.
- ¡¡Ahora!! – gritó Ahdam, saliendo de detrás de la montaña de troncos, armado con su escudo y su espada. Wup y Solna salieron de sus escondites.
Mórtimer se encogió en el suyo. Había comenzado la batalla. Deseó que todo saliera bien.
Hiromar, en su escondite, trató de no escuchar los gritos de guerra de sus compañeros. Tenía que concentrarse en la magia, para que el hechizo saliese bien, en el momento adecuado.
El Ghôlm se espabiló de repente, ante la amenaza. Chilló agudamente, como un águila, y cargó contra el caballero, que lo esperó a pie firme. El Ghôlm lanzó a Ahdam su chorro de fuego y el caballero se cubrió con el escudo, recibiendo el fuego con él, aguantando como pudo: el hierro del escudo se puso al rojo y él trató de sujetarlo por las abrazaderas de cuero, sin quemarse.
Wup cargó contra el Ghôlm en ese momento, golpeando con su mazo en la rodilla del monstruo. El hueso sonó con un chasquido y el Ghôlm rugió como un león. Se giró, buscando al que le había herido, pero Wup se había movido de sitio. El Ghôlm braceó, desesperado y dolorido. Wup, que se había colado entre sus patas, le golpeó en la otra rodilla, esta vez más fuerte. El hueso, en esta ocasión, sonó con un chasquido más alto, a roto. El Ghôlm rugió, consiguiendo alcanzar esta vez al Bárbaro, golpeándole con uno de los brazos de gorila. Wup voló por los aires hasta caer al suelo. Tenía la cara ensangrentada, pero parecía mantener la consciencia.
Ahdam no le dio tregua al Ghôlm, atacando con su espada, acuchillando al monstruo en una pierna y en una de las pinzas de langosta, con la que intentó alcanzarle. El Ghôlm rugió y bajó su cabeza de ave, lanzando un picotazo lleno de colmillos al caballero. Ahdam se lanzó hacia adelante, haciendo la voltereta sobre su escudo, esquivando el ataque. Desde el otro lado clavó su espada en la cola de lagarto del monstruo, que volvió a rugir.
Solna estaba al lado de la percha del Ghôlm, cerca de uno de los postes verticales que la sostenían. Tenía el arco en la mano y no dejaba de lanzar dardos, todos al cuello y la cabeza del monstruo, para molestarle y herirle.
Hiromar estaba casi en trance, sin escuchar los sonidos de la pelea, los gritos enardecidos de sus compañeros y los chillidos y rugidos de dolor y rabia de la bestia.
El Ghôlm batió con su cola de lagarto, tratando de golpear al caballero, pero Ahdam se tumbó en el suelo, notando cómo el aire le zarandeaba al paso de la cola del monstruo. Ésta, al fallar el golpe, acabó chocando con el montón de troncos tras el que se había escondido Ahdam al principio, lanzándolos por los aires, con tan mala fortuna que un trozo de madera golpeó a Solna, tirándola al suelo.
El Ghôlm se dio la vuelta, buscando al caballero, que echó a correr, huyendo de él, escapando por la galería a oscuras. El Ghôlm metió la cabeza en la entrada de la galería y lanzó su chorro de fuego. Ahdam se cubrió con el escudo, pero no había afianzado bien los pies, así que la ola de fuego lo empujó y lo tiró al suelo. Su pierna derecha se inflamó.
Mórtimer se asomó asustado por encima del muro de rocas que lo protegía y escondía. Vio al Ghôlm con la cabeza metida en la galería. Vio a Wup tirado en el suelo, con la cara llena de sangre. No vio a Ahdam por ninguna parte. Y vio a Solna tirada como un muñeco de trapo al lado de la percha.
Sin pensar demasiado en lo que hacía el joven ladrón salió de detrás de su escondrijo y corrió hacia la merodeadora, aprovechando que el monstruo estaba entretenido con algo en el interior de la galería. Llegó al lado de la mujer, que estaba consciente, con la cara crispada por el dolor.
- ¿Estás bien? – la preguntó, ayudándola a sentarse en el suelo.
- No – dijo ella, apretando los dientes. – Creo que me he roto una pierna.
Mórtimer miró la pantorrilla de la mujer, que se hinchaba por momentos. La miró a los ojos, asustado.
- Pero.... con la pierna así no podrás subir a la percha – dijo, apurado. Era vital para el plan que la ágil merodeadora se subiera a la percha para tentar al Ghôlm.
- Creo que no....
- Entonces.... entonces.... supongo que tendré que subir yo.... – aceptó el joven ladrón, sin querer hacerlo pero sabiendo que sólo él podía.
- Ni hablar – dijo Solna, conteniendo el dolor y sonriendo, casi divertida. – Tú no sabes cómo mantenerte allí arriba, ¿verdad? – Mórtimer negó con la cabeza. – Entonces tendrás que subirme hasta allí.
Mórtimer dudo sólo durante un segundo. Después cogió a la mujer, se la echó a la espalda y empezó a escalar el mástil lateral que sujetaba la percha horizontal del Ghôlm. Mórtimer no era un chico muy fuerte, pero Solna no era muy pesada y el ladrón sacó todas sus fuerzas en aquel momento de necesidad.
El Ghôlm sacó la cabeza de la entrada de la galería y se volvió hacia su cubil, a tiempo de ver llegar al ladrón con la merodeadora a cuestas en lo alto de su percha. Rugió indignado.
- ¿Estarás bien? – preguntó Mórtimer, asustado sin poder quitar ojo del monstruo.
- Perfectamente. Lárgate de aquí – dijo la mujer, mientras se descolgaba el arco del hombro. A riesgo de parecer poco caballeroso, Mórtimer le hizo caso y saltó desde la percha de madera al suelo de la cámara, rodando por él.
Solna sacó una flecha del carcaj y disparó a la bestia, atravesándole una de las finas alas de murciélago. El Ghôlm aulló de dolor y Solna no perdió el tiempo, lanzándole dos flechas más, que se clavaron en su fuerte cuello cubierto de plumas.
El Ghôlm cargó contra ella.
Desde el suelo, a cuatro patas, Mórtimer pudo ver cómo Solna soltaba su arco y se agarraba a la percha, dando vueltas alrededor de ella, colgada de los dos brazos, mientras el Ghôlm corría hacia ella, rabioso. Cuando el monstruo saltó a la percha para atrapar a la mujer ésta se soltó, aprovechando los giros para salir despedida lejos de la percha. El Ghôlm aterrizó en el tronco de madera, con los pies simiescos, sin poder atraparla.
- ¡¡¡Ahora, Hiromar!!! – gritó Mórtimer, con todas sus fuerzas, esperando que su amigo estuviese preparado para lanzar el hechizo.
Hiromar, que había estado al margen de cualquier otro ruido de la sala, escuchó perfectamente el aviso de Mórtimer. Con rapidez salió del agujero, se puso en pie y empuñó su retorcida varita de madera de vid, apuntando con ella hacia la hoguera.
- ¡¡Fuguner!! – dijo, simplemente.
Y entonces, los restos de la hoguera que ardían como brasas bajo la percha del Ghôlm se prendieron, como una pira gigantesca, alzándose una columna de fuego tan alta como el techo de la cámara, carbonizando al Ghôlm casi al instante.

• • • • • •

Los dioses se miraron, asombrados. Incluso asustados.
Volbadär ya no estaba tan convencido de que la partida que había organizado fuese un éxito. Todo se había torcido al final. Esperaba que no le considerasen un mal anfitrión, porque no había sido culpa suya. En realidad, no entendía qué había pasado.
Todos miraban con asombro la canica negra que representaba al jugador de Jroq el Destructor. Una pequeña grieta había surgido en ella, desde la base plana hasta la parte superior.
Ninguno tenía palabras. Excepto Fásthlàs el Bullicioso.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó el pequeño y pelirrojo dios. No parecía alegre como siempre.
Ninguno lo parecía.



miércoles, 25 de febrero de 2015

Peón Rojo (15 de 17)


-15-
Mientras tanto, Mórtimer y Hiromar estaban en una situación muy apurada. El hueco por el que se habían colado era muy estrecho, y no dejaba de serlo en todo su recorrido. Tardaron más de media hora en salir de él y en algunos tramos Mórtimer tuvo que empujar a su amigo por los pies, para que pudiese seguir avanzando, colando su ancho corpachón por el agujero.
Después de haber recorrido los escasos cincuenta metros que medía aquella oquedad estrecha, Hiromar y Mórtimer cayeron al otro lado, a una cámara pequeña y fría.
El Minotauro se levantó, algo vacilante: los adoquines del suelo tenían una extraña forma redondeada y sus cascos resbalaban sobre ellos. Mórtimer también tuvo problemas para afianzar sus botas en aquel suelo tan extraño. Como habían dejado atrás sus antorchas, Hiromar sacó su varita y la encendió, logrando un punto de luz, suficiente para ver lo que tenían alrededor.
Esqueletos y calaveras.
Aquella sala era un osario, un lugar al que los hombrecillos de cuatro brazos habían arrojado, probablemente, a los sacrificios ofrecidos al Ghôlm, hacía siglos. El suelo estaba embaldosado con calaveras y en las paredes se habían incrustado los esqueletos, para que se mantuvieran de pie. Con la débil luz de la retorcida varita de Hiromar vieron que la sala medía unos veinte metros de alto, y que en toda su altura, en las paredes, había esqueletos incrustados.
Mórtimer encontró un agujero pegado a una esquina de la cámara, oscuro y frío. Olía a cerrado, con un olor dulzón y acre, viejo.
- Allí tirarían los cuerpos que ya no les cabían en las paredes – supuso Hiromar, apartándose. Mórtimer también lo hizo.
- Bueno, ¿cuál es la salida de este sitio? – preguntó.
- Ésa – señaló Hiromar. Había una abertura en el muro, siete metros por encima de sus cabezas.
- Mierda....
- No la alcanzaremos ni aunque te subas a mis hombros – calculó el Minotauro.
- ¿Y con magia? – preguntó Mórtimer. – ¿Puedes hacernos levitar?
-  A ti quizá sí. Yo lo tendría un poco más difícil – explicó. – Pero puede que podamos hacer otra cosa....
Musitó unas palabras en el idioma de la magia. Colocó la mano izquierda con forma de cuenco y puso la varita dentro, sujeta con la mano derecha. Después sopló con suavidad. De la varita se desprendieron unas motas de luz, de color blanco, como dientes de león, que flotaron frente a ellos, durante un momento, para irse volando después. Se colaron por la abertura del muro y desparecieron.
- Buscarán a los demás para que puedan encontrarnos – dijo Hiromar. – Wup tiene una cuerda que nos puede servir.
Las motas de luz viajaron por las galerías oscuras, tan pequeñas y ligeras que si no hubiera sido por la impenetrable oscuridad no se hubiesen visto. Una media docena fue en busca de Ahdam y otras tantas se desviaron para encontrar a Solna y Wup.
Las motas que iban en busca del caballero no tuvieron que recorrer mucha distancia, porque Ahdam ya estaba de vuelta, buscando a Mórtimer para enseñarle la puerta cerrada con llave. Resultó que la galería que Ahdam había seguido fijándose en los símbolos en misté estaba cerca de la cámara de los huesos.
El caballero fue alcanzado por las motitas de luz, que revolotearon en torno a su cabeza, llamando su atención. Al principio las apartó con el escudo, molesto, pero al ver que no cesaban en su empeño y que no se podían tocar, las prestó más atención. No sabía qué eran, pero parecía que trataban de guiarle hacia algún sitio. Con mucho cuidado por si se trataba de una trampa, Ahdam las siguió.
Más lejos, un poco más tarde, el otro puñado de motas de luz alcanzó a Solna y a Wup, que volvían sobre sus pasos, dejando atrás el cubil del Ghôlm, en silencio y a oscuras. Las motitas de luz blanca revolotearon en torno a los dos.
Wup las miró fijamente, maravillado, tratando de cogerlas con la mano, pasándola entre ellas, con delicadeza y cuidado. Sonrió como un niño y después miró hacia adelante, hacia la galería oscura.
- Magia – dijo simplemente. – Hiromar.
Para Solna fue suficiente. Los dos siguieron a sus guías de luz con confianza.
Ahdam siguió a las motas de luz danzantes hasta una oquedad en el muro, un vano con un arco puntiagudo en lo alto. Se asomó con cuidado, dispuesto a traspasarlo.
- No lo hagas – le dijo una voz desde dentro de la sala y desde abajo, haciendo que diera un respingo, sobresaltado. – La caída es seria.
Ahdam se asomó al interior, sin mover los pies, alumbrando con su antorcha y vio que la estancia caía hacia abajo por lo menos nueve metros. Abajo, iluminados por la varita mágica y por las motas de luz que lo habían llevado hasta allí, vio a Hiromar y Mórtimer.
- ¡Chicos! – dijo, contento y preocupado a partes iguales. – ¿Estáis bien?
- Sí, no nos ha pasado nada  –  contestó el joven ladrón. – Simplemente no podemos salir de aquí.
- Mórtimer, creo que he encontrado la cámara del tesoro – dijo Ahdam, de rodillas en el vano, apoyado en su escudo.
- ¿Estás seguro?
- He seguido las marcas que nos enseñaste antes y he llegado hasta una puerta de bronce con una cerradura en forma de triángulo....
- Una cerradura lyrdena – dijo Mórtimer, levantando una ceja. – Sí, desde luego, detrás de esa puerta está tu tesoro, Ahdam....
- Nuestro tesoro – dijo el caballero.
- ¿Sabes algo de Wup o de Solna? – preguntó Hiromar.
- No, huyeron del Ghôlm en otra dirección.
- No importa, les esperaremos. Vendrán – aseguró Hiromar.
Y eso hicieron.
Los dos restantes miembros del grupo llegaron al cabo de un rato, siguiendo a su propio puñado de motas de luz. Éstas también bajaron hasta Hiromar, dando vueltas en torno a él y al joven ladrón. En cuanto los vio Wup sonrió y se quitó la cuerda de la cintura, desenrollándola y usándola para subir a sus compañeros, con la ayuda de Solna y Ahdam.
- ¿Estáis todos bien? – preguntó este último, preocupándose por sus compañeros. Todos contestaron afirmativamente. – Desde luego no era buena idea separarnos....
- Sí, pero hemos encontrado el cubil del monstruo – explicó Solna. – Creo que sé cómo podemos deshacernos de él antes de buscar el tesoro.
- Ya sabemos dónde está – dijo Ahdam.
- ¿Sí? – Solna se entusiasmó.
- Tener que sacarlo – dijo Wup, con una mueca.
- Sí, será mejor encargarnos del Ghôlm antes de hacernos con el tesoro – opinó Mórtimer. – Así podremos sacarlo de aquí sin problemas.
- Entonces escuchad mi plan – les dijo Solna y pasó a relatárselo. Era peligroso, muy arriesgado, pero lo importante era que podía funcionar.
- Te juegas mucho – le dijo el Minotauro a la mujer.
- En realidad todos lo hacemos, pero queremos el tesoro, ¿verdad? – bromeó la merodeadora. Nadie dijo nada más y se pusieron en marcha.



martes, 24 de febrero de 2015

Peón Rojo (14 de 17)


-14-
Ahdam corrió por la galería, con el escudo en el mutilado antebrazo izquierdo y la antorcha agarrada fuertemente en la derecha. Esperaba que el Ghôlm no le estuviese siguiendo.
Al cabo de una larga carrera se detuvo, intentando recuperar el aliento. Escuchó atentamente, para ver si podía oír a sus compañeros, pero no oía nada, salvo los gruñidos y chillidos del Ghôlm, que viajaban por las galerías, confundiendo su verdadera ubicación. El caballero tragó saliva, esperando que sus compañeros estuvieran bien.
Movió la antorcha alrededor, para hacerse una idea de dónde estaba y siguió su camino, caminando ligero esta vez. Llegó a una bifurcación, en la que dos galerías salían a cada lado. Miró hacia ambas y como no sabía muy bien por dónde ir, siguió recto.
Pero en el último momento, sus ojos vieron una marca en el suelo. Volvió atrás, a la bifurcación, y encontró el símbolo de antes en la galería de la derecha. Aquel símbolo significaba “tesoro”, había dicho Mórtimer, así que el caballero decidió seguirlo.
Se encontró con otras dos bifurcaciones, pero Ahdam buscó el símbolo y lo utilizó para orientarse: la primera vez siguió recto y la siguiente volvió a girar a la derecha.
Acabó llegando, después de un trecho, ante una puerta de bronce, con grandes goznes clavados en la roca. Trató de empujarla y de tirar de ella, pero no se movió lo más mínimo. Recorrió su superficie con la antorcha, para ver cómo era, y acabó descubriendo una especie de cerradura, con forma triangular. No sabía cómo se podía forzar aquello, pero si alguien lo sabía, tenía que ser Mórtimer.
El caballero se dio la vuelta, en busca del joven ladrón.
Por su parte, Wup y Solna siguieron por la galería por la que habían huido del Ghôlm. Era una galería muy ancha y bastante alta, por la que podían correr bien. Los dos llevaban su antorcha, así que iluminaban bien el camino que iban recorriendo. Algunas galerías igual de anchas salían a izquierda y derecha, de vez en cuando, pero los dos decidieron seguir hacia adelante, mientras pudieran.
Pero entonces la galería se acabó. Llegaba hasta la roca viva y se dividía en dos galerías que se iban hacia la izquierda y hacia la derecha, en ángulo recto desde la que ellos habían recorrido. Se detuvieron, recuperando el aliento, antes de decidir nada.
Mientras descansaban y su respiración se hacía más normal, empezaron a oír ruidos detrás de ellos. Pasos atronadores y garras que rozaban contra las paredes y el techo de la galería.
Parecía que el Ghôlm les había estado siguiendo.
- ¿Qué hacer? – dijo Wup, agobiado.
- Sígueme – dijo Solna, resuelta. En lugar de huir caminó por la galería que les había llevado hasta allí, en sentido contrario. Avanzaban hacia el Ghôlm.
- ¡No! – susurró Wup, asustado, tratando de detener a la mujer.
- ¡Confía en mí! – dijo Solna, también en susurros. – No vamos a encontrarnos con él.
Wup siguió a la mujer, que corrió hasta alcanzar una de las galerías que salían desde la principal por la que ellos habían corrido. Al llegar al vano lo atravesó y se escondió en la oscuridad, apagando las antorchas.
Los dos se quedaron en silencio, agachados entre las sombras, escuchando cómo el Ghôlm se acercaba. Pronto lo tuvieron delante, y aunque no podían verle porque estaba muy oscuro, le oyeron delante de ellos y le olieron también. El monstruo pasó de largo y siguió por la galería.
Los dos permanecieron un rato más en silencio, escondidos, y al final salieron de nuevo a la galería principal.
- ¿Qué hacer? – preguntó Wup, en voz baja.
- ¿Por qué sigue por esta galería y no nos busca? – preguntó Solna, como si pensara en voz alta.
- ¿Eh?
- El Ghôlm no nos está buscando – explicó la merodeadora. – No olfatea, no trata de asustarnos para hacernos salir de nuestro escondite. Simplemente se va, sin molestarse en buscarnos....
Wup estuvo un rato en silencio.
- Cubil – Solna escuchó su voz desde la oscuridad.
- Creo que puedes tener razón.
Y sin decirse nada más, los dos siguieron al Ghôlm.
No volvieron a encender las antorchas (el Ghôlm podía ver el fuego y volver sobre sus pasos) pero no les costó seguir al monstruo: hacía mucho ruido y el fétido olor que desprendía les indicó que había tomado la galería de la izquierda.
Solna y Wup siguieron al monstruo hasta su guarida, que era un punto de luz en la distancia. Se acercaron a ella con cuidado, con mucha precaución, sin hacer ruido y tratando de no respirar muy fuerte.
Se asomaron al vano y se quedaron atónitos. La guarida del Ghôlm era una cámara cuadrada, enorme, de techo alto, al menos treinta metros. Había muchas rocas caídas por todos los rincones, pero en una esquina había un grupo de rocas colocadas contra los muros, con ropas y trozos de madera entre ellas. Parecía una especie de nido gigantesco.
En el centro de la estancia había un círculo de rocas talladas, como un bordillo. Cada roca medía un metro de alto. En el interior había troncos grandes, a modo de hoguera. No ardían, pero lo habían hecho: las brasas refulgían con un tono rojo ardiente. Era gracias a ellas que los dos podían haber visto los detalles del cubil.
Sobre la hoguera había una especie de percha, un tronco grueso colocado horizontalmente sobre el fuego, a bastante distancia de él. El Ghôlm estaba subido a él, con los brazos y pinzas recogidos contra el vientre y las alas de murciélago cubriéndole por completo. Parecía dormido o en proceso de estarlo.
- ¿Hiromar es un gran mago? – preguntó Solna, en voz baja, volviéndose a Wup. Éste asintió. – Entonces creo que se me ha ocurrido cómo podemos vencer a este bicho....
Solna tiró de Wup para alejarse de allí y le fue contando su plan durante el camino.



domingo, 22 de febrero de 2015

Peón Rojo (13 de 17)


-13-
Los cinco compañeros dieron varias vueltas por las galerías, que subían y bajaban, que se cruzaban entre ellas y con nuevas galerías. Aquellas catacumbas eran un verdadero laberinto.
No sabían muy bien por dónde iban y Mórtimer no encontraba ninguna prueba o pista de que el tesoro estuviese por allí cerca. Hiromar no tenía más pistas: las leyendas no contaban nada más sobre el tesoro del dios Volbadär.
La galería por la que marchaban en ese momento desembocaba en una cámara rectangular, en la que había habido dos altares, ahora destrozados y convertidos en dos montones de rocas. Al lado de cada altar, que estaban en las dos paredes laterales, había un nuevo vano y una nueva galería. El grupo entró en la cámara y se detuvo entre los dos altares derrumbados, a medio camino entre las dos puertas.
- ¿Dónde? – preguntó Wup.
Los demás se volvieron hacia Mórtimer. Hacía un rato que todos le seguían, pues era el ladrón del grupo y aquella parte de la aventura era cosa suya. Todos le reconocían como una autoridad a aquellas alturas del viaje.
Pero el joven ladrón no había oído a Wup ni se había dado cuenta de que todos le miraban. Mórtimer estaba más atento a la base de uno de los altares en ruinas. La miraba con mucha atención.
- ¿Qué ocurre, Mórtimer? – preguntó Hiromar, acercándose a él.
El joven ladrón tardó un rato en contestar.
- Este símbolo.... – dijo, dubitativo, señalando un símbolo grabado en la base del altar. Estaba muy desgastado y si no se hubiesen fijado bien hubiese podido pasar como unos arañazos de la piedra, sin más. – Este símbolo significa “tesoro” en lengua misté.


- ¿Estás seguro? – le preguntó Hiromar, asombrado al descubrir que el joven ladrón conocía la lengua misté.
- ¿Qué es lengua misté? – preguntó Ahdam.
- Es la lengua de una antiquísima tribu de mi tierra – explicó Mórtimer. – Eran ladrones y crearon su propia lengua, para que nadie pudiese entenderlos cuando hablaban entre ellos. Cuando aquella tribu acabó desapareciendo, su lengua pasó a ser una especie de código entre ladrones. No la hablo ni la domino, pero reconozco alguno de sus símbolos y palabras.
- ¿Y crees que el tesoro está escondido bajo este altar? – dijo Solna, acariciando el símbolo grabado en la base.
- No. El signo indica la dirección del tesoro, no su ubicación exacta. Es como si dijera “si sigues por aquí hallarás un tesoro”.
Un gruñido gutural empezó a resonar en ese momento, antes de que ninguno pudiera añadir nada más a las palabras de Mórtimer. Todos se irguieron, con prontitud, alertas. Wup empuñó su mazo, Ahdam desenvainó la espada, Solna se descolgó el arco de la espalda y cargó una flecha.
Hiromar y Mórtimer se volvieron hacia la galería por la que habían llegado a aquella sala. Desde allí se escuchaba el gruñido. Mórtimer lanzó su antorcha, que dio vueltas en el aire y acabó cayendo al suelo, frente al vano de entrada.
Gracias al fuego desde el suelo, los cinco pudieron ver cómo una criatura enorme entraba en la cámara en la que estaban ellos. Una bestia de unos siete metros de alto que tuvo que agachar la cabeza para cruzar el vano de la galería y entrar en la sala.
El Ghôlm.
Al salir de la galería desplegó las alas de murciélago y lanzó un rugido. Los cinco se quedaron helados por el miedo.
Entonces el Ghôlm lanzó un chorro de fuego desde su pico de pájaro. Los cinco compañeros reaccionaron y se apartaron, evitando el fuego, que impactó en la roca y la hizo chascar, dejándola al rojo vivo.
Ahdam se escondió detrás de los escombros que habían sido el altar que habían estado mirando hacía un momento. Wup había empujado a Solna detrás del otro altar, escondiéndose él con ella. Hiromar y Mórtimer se habían tirado al suelo, a la derecha del Ghôlm, escondiéndose entre las sombras.
Solna lanzó una flecha, aprovechando la luz de la antorcha de Mórtimer, que seguía en el suelo, entre las patas de la bestia. La flecha golpeó una de las pinzas de langosta del monstruo, rebotando, sin causar heridas. Pero sirvió para que el Ghôlm se lanzara hacia ella.
Wup levantó a Solna y la empujó hacia la galería que tenían más cerca, corriendo tras ella. El Ghôlm metió la cabeza por la galería y escupió su chorro de fuego. El Bárbaro y la merodeadora escaparon por los pelos.
Ahdam salió de su escondite y golpeó con su espada en la cola de lagarto del Ghôlm, que se arrastraba tras él. La espada atravesó las escamas y vertió un pegote de sangre verde en la piedra del suelo. El Ghôlm graznó de dolor, girando su cuerpo con una velocidad que el caballero no hubiera supuesto. Con una de las garras de oso golpeó al caballero mientras giraba, dándole en la coraza, lanzándole hacia atrás. La coraza de Ahdam quedó hendida por las garras, pero el caballero no resultó herido. Había atravesado el vano de la galería contraria así que aprovechó para huir por ella.
El Ghôlm daba vueltas sobre sí mismo, decidiendo por qué galería perseguir a los intrusos, sin darse cuenta de que Mórtimer y Hiromar estaban todavía en aquella cámara, escondidos en la oscuridad, lejos de las antorchas tiradas en el suelo. La roca que había recibido el fuego estaba al rojo, y gracias a su resplandor podían intuir la silueta del monstruo.
- Salgamos de aquí – siseó Hiromar.
En el muro que tenían detrás había una grieta, que acababa en un agujero estrecho pegado al suelo. El Minotauro hizo esfuerzos por entrar en él y, aunque era muy estrecho, se coló y se arrastró por el hueco. Mórtimer le siguió, con más facilidad.



martes, 17 de febrero de 2015

Peón Rojo (12 de 17)


-12-
Las deidades estaban un poco confundidas, expectantes. Miraban de reojo a Jroq el Destructor, sin saber cómo iba a jugar el dios. Volbadär se frotaba las manos por debajo de la mesa: la partida estaba siendo un éxito.
- ¿Y bien? ¿Qué queréis hacer? – preguntó Jroq, dirigiéndose a los demás jugadores. Parecía muy seguro de sí mismo y muy tranquilo, lo cual era muy peligroso para los demás.
- Entramos en el templo, supongo.... – propuso Bestia, con cautela.
- Sí, claro.... – secundó Fásthlàs el Bullicioso, encogiéndose de hombros y mirando a las dos diosas femeninas.
La Madre miraba atentamente a Jroq el Destructor, tratando de imaginar lo que pretendía hacer. ¿Qué significaba aquella canica negra tan grande? No parecía nada bueno....
- Pues sí, entramos, desde luego – dijo Doncella, muy convencida, moviendo su peón rojo hacia la figura del templo. – El jugador de Bestia y el mío buscan las pistas del tesoro, para encontrarlo.
- Muy bien – dijo Volbadär, contento. – Las leyendas que el jugador de Bestia conoce dicen que sólo un loco te llevaría hasta el tesoro.
Los dioses reflexionaron sobre las palabras del anfitrión.
- ¿Por qué no os separáis? – propuso Azar, con inocencia, aunque todos sabían que escondía otras intenciones. – Así abarcaréis más terreno....
- No me gusta esa idea – dijo Doncella, rotunda.
- Deberíamos quedarnos todos juntos – secundó la Madre. Estaba seria, como Doncella.
- Bueno, es algo que pueden decidir los dados.... – dijo Azar, con una sonrisa pícara, mientras jugueteaba con su dado de madera de ocho caras en la mano.
- ¿No es algo que deberíamos decidir nosotros? – preguntó Fásthlàs, molesto.
- Tiene capacidad para tirar los dados y decidir sobre el destino de los demás jugadores – dijo Volbadär, encogiéndose de hombros, impotente. – Es Azar....
- ¿Podemos hacer una tirada combinada? – preguntó Jroq, sombrío. – A mí también me parece buena idea que el grupo se separe....
- ¡Pero bueno! ¡¿Esto se puede hacer?! – se quejó Bestia, levantándose de la silla. Volbadär asintió, pesadamente, con cara de circunstancias. Él se lavaba las manos en todo aquel asunto....
Los dos dioses, Jroq el Destructor y Azar, lanzaron los dados, que rebotaron sobre el país de los yauguas, dándoles una tirada exitosa.
- Bueno, pues os separáis para buscar el tesoro.... – dijo Volbadär, con precaución, sabiendo que aquello no les gustaba ni un poco a los demás jugadores.

• • • • • •

Mórtimer entró en el templo, seguido de cerca por Hiromar. Los demás estaban más lejos y entraron detrás de ellos bastante más tarde.
El templo estaba muy oscuro, así que no pudieron hacerse muy bien a la idea de sus verdaderas dimensiones. Y aun así, pensó Mórtimer, era condenadamente gigantesco.
Los techos se perdían en las alturas. Las columnas que los sujetaban eran rectangulares, de granito, tan anchas que cinco Minotauros como Hiromar no bastarían para abarcarlas. Estaba muy oscuro y lleno de polvo, pero Mórtimer intuyó unos frescos pintados en todo el techo.
El templo estaba abandonado, era evidente, desde hacía mucho tiempo. Al menos eso era lo que parecía, porque estaba prácticamente en ruinas, con trozos de piedra caídos por todas partes, algunas paredes agrietadas, agujeros en el suelo y huecos en los muros.
- Este templo fue magnífico en su época dorada, hace cientos de años – comentó Hiromar, sobresaltando ligeramente a Mórtimer. Llevaban un buen rato sin hablar, solamente deambulando por el recibidor del templo. – Ahora es una ruina....
- Una ruina que pone los pelos de punta – dijo el joven ladrón y el Minotauro sonrió. – ¿Dónde tenemos que buscar el tesoro?
- Según las leyendas que me transmitieron los superiores de mi orden, “sólo un loco te llevaría hasta el tesoro” – comentó Hiromar.
- Eso no me ayuda, ¿sabes? – dijo Mórtimer, medio bromeando. – No hace falta que me metas más miedo....
- Es lo que me dijeron....
- ¿Qué ocurre? – dijo Ahdam, detrás de ellos. Había entrado finalmente al templo, acompañado por Wup y Solna.
- Estamos buscando a un loco, para que nos lleve hasta el tesoro.... – respondió Mórtimer, con sorna. Hiromar les explicó la cita que sus superiores le habían dicho.
- ¿Laiwanno? ¿Loco? – preguntó Wup y todos se volvieron hacia él. – Atrás había estatua. Hmm.... Estatua de Ninuk el Loco.
- Enséñanosla – pidió Ahdam y el Bárbaro les guio hasta ella.
En una hornacina a ras del suelo, en la galería derecha, nada más entrar en el templo, había una estatua muy desgastada de Ninuk el Loco. Estaba muy descuidada, incluso se le había roto una mano, pero era reconocible. Los cabellos salían de su cabeza como rayos y llevaba el cayado con la calavera de mandril en lo alto.
- Ninuk laiwanno – dijo Wup al llegar frente a ella.
- ¿Esto podría ser? – preguntó Mórtimer. – ¿El tesoro podría estar escondido por la estatua?
- Podría ser – contestó el Minotauro, encogiéndose de hombros. – Tú eres el experto en robar tesoros....
Mórtimer hizo una mueca y se puso a estudiar la estatua de Ninuk el Loco. Estaba sobre un pequeño pedestal, de un palmo de alto y metido dentro de la amplia hornacina, que estaba a su altura. Alrededor de él, en la pared, había relieves de lo que parecían hojas de parra (muy deteriorados) y había restos de pintura. En aquella pared había habido un fresco, pero se había perdido. ¿Y si aquel fresco contenía la pista para encontrar el tesoro? Si era así, nada podían hacer....
Mórtimer se asomó tras la estatua, buscando un pasadizo o un resorte en la propia hornacina, pero era de piedra pulida y suave. No había oquedades ni resortes que accionar para abrir una puerta secreta. Se agachó a los pies de la estatua y buscó, pero allí tampoco encontró evidencias de una cámara secreta en la que estuviese el tesoro.
- ¿Nada?
- No – dijo Mórtimer, levantándose. – Si éste es el lugar donde nos lleva la pista, yo no encuentro nada.
- ¿Y si moverla? – dijo Wup, señalando la estatua de Ninuk. Mórtimer miró la estatua y se encogió de hombros, haciendo una mueca. No era mala idea y nadie les regañaría por mover la estatua en un templo abandonado.
Los cinco se colocaron alrededor de la estatua de Ninuk el Loco y trataron de moverla, unos empujando y otros tirando en la misma dirección. La estatua era de mármol gris, muy pesada, pero entre los cinco consiguieron moverla, poco a poco.
Cuando consiguieron sacarla de la amplia hornacina dejaron a la vista un agujero bajo ella, completamente redondo, de algo menos de un metro de diámetro.
- Ahí no puede estar escondido el tesoro – comentó Solna, asomándose un poco. El hueco era muy pequeño para albergar el tesoro de Volbadär, que se decía que era inmenso.
- Es un pasadizo – dijo Mórtimer, con ojo experto. – Tenemos que seguirlo para llegar hasta el tesoro.
Y acto seguido se metió dentro. Los demás le siguieron, dejando arriba las mochilas, los abrigos y las demás cosas que pudieran entorpecerles en un pasadizo tan estrecho, excepto Mórtimer, que se quedó con la capa puesta. Aun así, Hiromar tuvo problemas para atravesarlo, sobre todo sus hombros y sus cuernos.
El pozo era parecido a la bajada de una cloaca, era un simple tubo de piedra con una escalerilla de metal. Llegaron abajo y se encontraron en una estancia circular, bastante amplia para que cupieran los cinco. Sólo había una galería que salía de ella y la siguieron.
Ahdam, previsor, había portado durante todo el viaje un puñado de antorchas, que en ese momento se encargó de encender. Entregó una a cada uno, para que iluminasen las galerías mientras caminaban por ellas. Además, Hiromar sostenía su retorcida varita en la mano izquierda, con un punto de luz blanca en la punta.
Las catacumbas eran oscuras, frías y húmedas. Olían a cerrado y a descomposición. Escuchaban el agua gotear y las paredes y el suelo estaban brillantes, como barnizadas, pero era por la humedad.
Al cabo de un trecho llegaron a una sala rectangular, alargada, en la misma dirección que llevaban ellos. Ahdam vio hacheros en las paredes con antiguas antorchas y las prendió con el fuego de la que él mismo llevaba. Algunas eran demasiado viejas para encenderse, pero la mayoría prendieron, iluminando la larga estancia.
- Madre mía, esto es maravilloso.... – dijo Solna, mirando embelesada a su alrededor.
La cámara en la que estaban estaba adornada con pinturas y frescos en las paredes. Desde el suelo al techo (que llegaba a los dos metros) las dos paredes estaban llenas de dibujos, en diferentes colores.
Según su marcha, la pared de la derecha mostraba imágenes de batallas. Una serie de hombrecillos extraños, de corta estatura y con cuatro brazos, pintados siempre con ocre, luchaban contra diferentes ejércitos. Pudieron reconocer ejércitos de Minotauros, ejércitos de ujkus, ejércitos de hombres cubiertos de armaduras brillantes pintadas de azul y blanco.... Parecía que en todas las batallas los curiosos hombrecillos de cuatro brazos salían victoriosos.
- ¡¡Ipsen ketup!! – soltó Wup detrás de ellos. Todos se volvieron a mirarle, interesados por ver qué era lo que había alterado tanto al Bárbaro para hacerle proferir aquella fuerte maldición en su lengua. Solamente Hiromar se quedó en la pared de la derecha, acercando su hocico a los frescos.
En la pared de la izquierda, Ahdam, Mórtimer y Solna pudieron ver más dibujos. Los hombrecillos de cuatro brazos pintados de ocre parecían ser también los protagonistas. Pero en esta ocasión cargaban con hombres y mujeres en brazos, llevándolos entre dos y tres hombrecillos. Había también representadas escenas de crueldad hacia los prisioneros (latigazos, hogueras y desmembramientos).
Pero aquello no era lo que había alterado a Wup. El Bárbaro estaba al final de la pared, justo antes de que la cámara rectangular acabara y conectase con la galería, de nuevo estrecha y redondeada. Allí, al final de la pared (y del dibujo) había representada una gigantesca figura, también con cuatro brazos, pero pintada de azul. Tenía alas y una cara retorcida con colmillos. Los hombrecillos de color ocre entregaban los hombres y las mujeres sangrantes como ofrenda al monstruo.
- ¿Qué es eso? – preguntó Mórtimer.
- El Ghôlm – dijo Wup y Mórtimer se sorprendió al reconocer miedo en la voz del Bárbaro.
- No puede ser.... era sólo una leyenda.... – dijo Solna, con cara de terror y llevándose la mano a la boca.
- No – dijo Hiromar, tajante. Todos se volvieron a mirarle. – Estos frescos están pintados con sangre, no con agua. Puedo olerlo, aunque tengan cientos de años. Esta gente, los pigmeos de cuatro brazos de los dibujos, mezclaron la sangre de sus enemigos con pigmentos para hacer los frescos de esta sala.
- Entonces este templo era para honrar al Ghôlm, ¿es eso lo que crees? – preguntó Ahdam, muy serio. Mórtimer no le había visto así en todo el viaje, ni siquiera en los peores momentos.
- Creo que sí – dijo Hiromar, sombrío. – Quizá los hombrecillos de cuatro brazos que adoraban al Ghôlm fueron vencidos o masacrados por algún ejército, mucho antes de que las Tierras Áridas se convirtieran en lo que ahora son, y mandaron construir un templo sagrado (el templo del dios Fugun) sobre las ruinas de su templo pagano.
- ¿Estas catacumbas serían lo que queda de su templo pagano? – preguntó Solna. Hiromar asintió.
- Un momento – pidió Mórtimer. – ¿Quién o qué es el Ghôlm?
Todos le miraron con cara preocupada y con lástima. Mórtimer se sintió muy extranjero en aquel momento.
- El Ghôlm es una criatura del Inframundo, una bestia sanguinaria que azotó el reino de Xêng muchos siglos antes de que se convirtiera en un reino, en realidad – explicó Hiromar.
- Es una bestia del abismo, traída aquí por los dioses hace siglos, para castigar a los mortales por su desobediencia – añadió Ahdam. – Al menos eso dicen las sagradas escrituras.
- Lo que no dicen es que, como el Ghôlm era tan sanguinario y tan peligroso, los dioses no pudieron (o no se atrevieron) a mandarle de nuevo al abismo, así que se quedó en Xêng desde entonces.
- Y no se sabe dónde puede estar, ¿verdad? – terminó Mórtimer. Ahdam y Solna asintieron. – No me digáis ahora que hemos encontrado su guarida de siglos justo nosotros....
Nadie dijo nada.
- Me parece que sí – dijo Hiromar, echando a andar de nuevo. Todos le siguieron por la galería, de nuevo oscura y húmeda.
- Oye, Hiromar, ¿cómo es ese Ghôlm? – preguntó Mórtimer, marchando por detrás de su amigo.
- Es una bestia descomunal, con cuerpo parecido al de los gorilas de la isla Buy, con cola enorme de lagarto, alas de murciélago en la espalda y una cabeza inmensa de ave, con colmillos en el pico. Tiene dos pares de brazos, como los hombrecillos que hemos visto en los dibujos, pero él tiene un par que son como garras de oso y otro de pinzas de langosta.
- Genial....
Al cabo de pocos metros llegaron a otra cámara rectangular, pero esta vez mucho más grande que la sala de los dibujos. Con la luz de las antorchas de los cinco apenas llegaban a iluminar las otras tres paredes.
- Corre el aire – dijo Ahdam y Mórtimer se dio cuenta de que era verdad.
- Más galerías – dijo Wup, que había recorrido las paredes y se había encontrado con múltiples opciones. Desde aquella sala tan grande salían muchas nuevas galerías, en diferentes direcciones. Las galerías eran mucho más anchas y altas que por la que habían llegado: parecía que estaban diseñadas para que algo muy grande pudiese circular por ellas....
- ¿Por dónde vamos? – preguntó Solna.
Entonces todos escucharon el conocido sonido, el repiqueteo sordo, como si alguien hubiese lanzado unos huesos o unos trozos de madera al suelo y los hubiese hecho entrechocarse y botar.
Como si alguien hubiese tirado un dado gigantesco.
Acompañando al ruido les llegó el débil temblor del suelo, que temblaba al unísono del sonido. Cuando todo cesó un rugido animal les llegó desde todas las galerías.
- No sé si es el Ghôlm o no, pero aquí abajo hay algo.... – dijo Solna.
- A lo mejor deberíamos separarnos – se escuchó decir Ahdam, algo asombrado. Todos le miraron de igual modo. El caballero no había podido evitar proponer aquella idea.
Hiromar y Wup asintieron, aunque parecía que a regañadientes. No estaban muy convencidos, pero se veían casi obligados a aceptar aquella propuesta.
Mórtimer agitó la cabeza, molesto. ¿Separarse? ¿Con la posibilidad de que el Ghôlm estuviese por allí abajo? Era una idea descabellada.... aunque él también sentía que era lo que tenían que hacer. No tenían otra opción.
- Sí.... ¡¡No!! – dijo el joven ladrón, sobresaltando a los demás. – ¿Separarnos? ¿A qué viene eso, Ahdam? ¡¡Es una idea descabellada!!
- Lo sé, lo sé, pero.... – el caballero parecía confuso. – No sé, me ha parecido que era lo que teníamos que hacer. Como si alguien nos lo hubiera ordenado....
- A mí también me ha parecido así – dijo Mórtimer con sinceridad, recordando la extraña sensación que había notado cuando robó la pequeña cajita de cobre para robar el hechizo en la cabaña del brujo. – Pero no tenemos por qué hacerlo. ¿Qué ganaríamos separándonos?
- Seríamos más débiles – opinó Hiromar, de acuerdo con su amigo.
- ¡Exacto! Deberíamos seguir juntos – dijo Mórtimer.
- Tienes razón, no sé por qué lo he propuesto.... – se excusó el caballero.
- No te preocupes, todos estamos un poco confundidos – dijo Mórtimer.
- ¿Entonces? ¿Por dónde? – preguntó Wup.
- No sé.... ¿Por aquí? – propuso Ahdam.
Todos le siguieron.

• • • • • •

Volbadär arrugó el ceño, confundido.
Los dioses que jugaban alrededor de la mesa también se miraron, confusos.
Allí pasaba algo raro.