domingo, 29 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 5


- 7 + 5 -
  
El despertador ya no sonaba ninguna mañana, pero él seguía despertándose sobre las siete. Era cierto que no se levantaba inmediatamente de la cama, pero no podía evitar despertarse tan temprano, aunque no tenía nada que hacer en todo el día.
Habían sido muchos años madrugando.
Se quedaba en la cama, acostado, mirando al techo o a veces con los ojos cerrados, pero sin llegar a dormirse de nuevo. Aprovechaba esos momentos de tranquilidad, sin pensar en nada, sin prisas, disfrutando de la sensación de estar descansado, tumbado, sin agobios. Escuchaba las canciones que sonaban en la radio, en una emisora de rock, a la que se había aficionado desde que se había jubilado.
Cuarto de hora antes de las ocho, más o menos, se levantaba de la cama. Ya no aguantaba más allí tumbado. Orinaba, se aseaba y se miraba al espejo, viendo siempre lo mismo. No le disgustaba lo que veía en el reflejo, pero era cierto que las nuevas hebras blancas del bigote y las (cada vez más) arrugas de las comisuras de los ojos y de los labios le hacían notar que hacía mucho tiempo que había dejado de ser joven.
Al margen de esos detallitos, estaba en buena forma, al menos para su edad. Seguía estando delgado, con una leve panza que no le molestaba para nada. Sus brazos y piernas delgados dejaban ver unos músculos duros y estirados, que no le hacían quedar mal. Su sobrino siempre le había dicho que parecían los de Bruce Lee. Él reía, porque era muy exagerado, pero también se sentía orgulloso del piropo.
Solamente tomaba un café solo, al menos nada más levantarse. Se vestía, se ponía su sombrero (le costaba quitarse esa costumbre) y salía a pasear por la ciudad. Aprovechaba un par de largos paseos o bulevares para caminar por las aceras anchas, sin prisas. Compraba el periódico y el pan y leía el primero en una cafetería, donde se tomaba un café con leche, con tostada y zumo. Después, el resto de la mañana, aprovechaba para hacer la compra, encargarse de algunos recados, limpiar y recoger la casa....
Aquel día, mientras leía el periódico, se encontró con una noticia que le llamó la atención. Su instinto de agente no se había apagado al firmar la jubilación.
La noticia hablaba de un periodista gráfico, que trabajaba para una revista que trataba temas paranormales. El hombre había muerto el día anterior, en una mansión antigua, que estaba ruinosa. Al parecer, había habladurías en el pueblo donde estaba que decían que la mansión estaba encantada, con los fantasmas de los antiguos marqueses que habían vivido allí. El tono del periodista que había redactado la noticia era entre cínico y paternalista.
Pero a Justo la noticia le hizo prestar más atención.
Al parecer el periodista que había muerto se había caído por las escaleras de la mansión, mientras realizaba fotografías para un artículo que estaba preparando. Y no era el único que había muerto en la casa: tenía un largo historial de muertes, todas por accidentes, la más reciente de hacía sólo cinco días: dos niños del pueblo habían muerto a la vez, por sendos accidentes que los habían hecho sufrir contusiones y golpes.
Justo se acarició las mejillas bien afeitadas, tocando con la punta de los dedos los bordes del bigote, pensativo. Aquella noticia había despertado sus propias paraalarmas.
Se levantó de la silla, dejó el importe en la barra, se despidió del camarero y salió otra vez a la calle, con la barra debajo del brazo y el periódico abierto delante de él. Terminó de leer la noticia (una pequeña columna en la sección de sucesos) y volvió a releerla, mientras volvía de camino a su casa.
Estaba despegado de la agencia, como debía ser, aunque la echase de menos, así que no sabía si ya estarían detrás de aquello, pero le resultaba muy raro que no lo estuvieran. Aquello olía a fantasmas por los cuatro costa-dos, encima con muertes de por medio.
Llegó a casa, se quitó el sombrero, dejó el pan en la mesa de la cocina y anduvo hasta la mesita del salón, donde tenía el teléfono, todo eso sin dejar de mirar el periódico, repasando los detalles de la noticia.
Quizá se estaba metiendo donde no debía, o donde ya no pintaba nada, pero su instinto le decía que tenía que interesarse por aquella historia. Y su instinto no le había fallado en veintiséis años de servicio a la agencia.
- Jefatura Central de Homicidios, dígame – le atendió una voz de mujer, un poco monótona.
- Soy Justo Díaz Prieto, agente jubilado de la agencia, número de dominio 709-K-113 – dijo Justo, de carrerilla, sin tener que pensarlo. Las viejas costumbres no se olvidaban fácilmente. – Sólo quería ver si podía hablar con el jefe de operaciones que se encargue de la misión relativa
a una mansión encantada....
- ¿Dónde está esa mansión, agente Díaz? – le dijo la telefonista, y Justo no pudo evitar un ramalazo de orgullo al volver a oír que alguien se dirigía a él como “agente”. Miró la noticia del periódico, buscando el nombre del pueblo, y se lo transmitió a la mujer del otro lado de la línea. – Muy bien, déjeme comprobarlo. Ahora le paso.
Empezó a sonar una musiquilla de espera, de esas odiosas que no hacen otra cosa que poner nerviosa a la gente que tiene que esperar. Justo se retiró el auricular de la oreja, antes de ponerse de los nervios.
Se mordió el labio inferior, pensando. Tenía que tratar el tema con mucho tacto, dependiendo de quién fuese el jefe de operaciones que se encargara de aquella investigación. Se llevaba estupendamente con la mayoría, aún más siendo el famoso Justo Díaz Prieto (fama que no le gustaba mucho, pero que sabía usar cuando convenía), pero siempre había habido alguno que era un poco más cretino o más riguroso con las normas. Alguno de esos no compartirían información reservada de la agencia con un civil, un agente retirado. También podía ocurrir que el jefe de operaciones fuese alguien nuevo, alguien que él no conociera (al fin y al cabo, él hacía un año que había dejado la agencia) y no conseguiría nada de los novatos.
Escuchó un ruido diferente desde el teléfono, que seguía lejos de su oreja. Se le volvió a acercar y escuchó con atención.
- ¿Oiga? – decía la mujer.
- Sí, sí, dígame....
- Verá, no hay ninguna investigación en ninguna mansión en ese pueblo que me ha dicho – fue la desconcertante respuesta, que dejó a Justo con la boca abierta y sin palabras. – No hay equipo asignado ni jefe de operaciones, porque como le digo no hay ninguna investigación en curso.
Justo tardó un par de segundos en reaccionar.
- Está bien. Muchas gracias.... – dijo al fin.
- A usted – le contestó la mujer.
Y después colgó.
Justo se quedó pensativo, sujetando todavía el auricular del teléfono, que emitía los incansables tonos de corte de la comunicación. Al cabo de un rato colgó el auricular, abstraído.
Aquella situación se le había pasado por la cabeza pero la había desechado por parecerle inverosímil. ¿Cómo no iba a estar la agencia investigando un caso tan claro de fantasmas? ¿De fantasmas agresivos, para más inri?
Pero parecía que era así....
Se dio cuenta entonces de que no debía haber dejado que la mujer colgara. Con cara decidida volvió a coger el auricular del teléfono y volvió a marcar el teléfono de contacto de la agencia, que se sabía de memoria.
Pero esta vez añadió una extensión que muy pocos agentes sabían. Una extensión que Justo había utilizado solamente una vez cuando había estado trabajando para la agencia.
- Despacho del general Muriel Maíllo, director de la Jefatura Central de Homicidios, ¿qué desea? – contestó la voz profesional de la secretaria del general, una mujer que Justo conocía. Pensó un instante, para recordar el nombre....
- Luisa, no hace falta que disimules, soy Justo Díaz –
se presentó, sonriendo bajo el bigote canoso. La mujer rió al otro lado de la línea.
- ¡Justo! ¿Cómo te va, hombre?
- Bien, no me puedo quejar – contestó Justo, con la respuesta mecánica que siempre le salía. En realidad podía quejarse de varias cosas. – Disfrutando de la vida.
- Qué envidia....
- ¿Puedo hablar con el general? ¿No está ocupado? – preguntó Justo.
- No, está libre, ahora te paso – contestó Luisa. – ¿Qué pasa? ¿Quieres hablar de viejas batallitas con el general?
- Algo parecido.... – dijo Justo, sin comprometerse pero sin mentir del todo.
- Te paso. Cuídate, Justo – le dijo la mujer.
- Gracias Luisa – contestó éste. La línea se cortó y dio tono de llamada un par de veces. Después sonó la voz del general.
- Agente Díaz, qué sorpresa tan agradable – dijo el general, con voz seria, como siempre, pero con un deje de cariño. – De veras me alegro de saber de usted. ¿Cómo le va?
- Bien, no me puedo quejar – dijo, mecánicamente. Después tomó conciencia de con quién estaba hablando y respondió sinceramente. – Bueno, aburrido. La vida pasa muy lenta....
- No me lo diga dos veces y vuelvo a meterle en nómina – dijo el general, bromeando, pero como su voz siempre era seria y severa parecía que hablaba en serio y la propuesta era real.
- No me tiente.... – dijo Justo. Por un momento lo pensó, valorándolo seriamente. Si tenía la oportunidad de volver a la agencia, ¿lo haría? Por un momento sintió que sí, desde luego que sí, pero luego entró en razón, como siempre, y llegó a la conclusión de que ya había tenido emociones fuertes y aventuras suficientes para una vida. Con un leve escalofrío recordó la noche horrible que habían pasado el verano pasado en la comarca de Concejos de Siena.
- Pues si no ha llamado para pedirme su anterior empleo, ¿para qué se ha puesto en contacto conmigo? – preguntó el general.
- Verá, sé que no es de mi incumbencia, ya no soy agente de la agencia....
- Un antiguo agente siempre pertenece a la ACPEX – se interpuso el general, haciendo que Justo se sintiera orgulloso.
-....pero he leído una noticia que me ha inquietado. Pensé que quizá lo estuviesen investigando, pero me han dicho que no es así.
- ¿De qué se trata?
- Ha habido una serie de muertes en una mansión abandonada – explicó Justo. – Al parecer está encantada. En cosa de cinco días han muerto tres personas, dos de ellas niños. Creí que la agencia tendría algo que decir en semejante escenario....
- No me han informado de nada parecido desde la “Sala de Luces” – dijo el general y en su tono se notó que estaba algo incómodo. – Supongo que las manifestaciones de fantasmas (si es que las ha habido) habrán pasado desapercibidas, por tratarse de una mansión encantada que formará parte de una “nube azul” o incluso la casa al completo será una entera. No lo estamos investigando, agente Díaz, la verdad es que últimamente estamos muy ocupados con otro asunto de vital importancia....
- ¡Ah, vaya! No sabía.... – dijo Justo.
- De eso se ha tratado siempre, ¿no es así, agente Díaz? Los asuntos de la agencia no se saben más allá de estos muros....
- Supongo que sí.... – dijo Justo, algo apenado. Después preguntó, curioso – ¿De qué se trata? ¿Una invasión de “encarnados”?
- No puedo decirle mucho, ya le digo que es importante, pero no se trata de eso.... – dijo el general. – Solamente es un individuo muy peligroso, a medias entre un ser humano y un ente, que nos está dando guerra....
Justo sonrió, ligeramente, tras las palabras del general.
- ¿Qué está haciendo ahora el padre Beltrán? – dijo, divertido. – Porque se trata de él, ¿no es así?
El general se quedó un momento en silencio, Justo imaginó que algo perplejo.
- Así es.... – reconoció al final.
- ¿Y qué ha hecho? ¿Ha vuelto a asaltar una morgue para rematar cadáveres y llevarse las cabezas? – dijo Justo, medio en broma.
El general suspiró antes de confiarle la situación a uno de sus mejores agentes.
- Está descontrolado – dijo, con voz cansada. – Creemos que puede haber perdido la cabeza, o al menos el control de sus poderes. Parece que hay un “humo” que él controla o que al menos se manifiesta allí donde él está. No sabemos qué hace con él, pero puede que haya atacado ya a alguien.
- ¿Están seguros de eso? – se extrañó Justo. Conocía poco al padre Beltrán (¿había alguien que lo conociese realmente?) y era verdad que al principio no le había aguantado, pero con el tiempo y el trato había reconocido en él a un cazador de monstruos y perseguidor de entes digno de confianza. Le parecía muy raro aquel comportamiento, incluso para el padre Beltrán....
- No estamos seguros de nada, agente Díaz – contestó el general – pero lo que sí sabemos es que el padre Beltrán está muy activo últimamente y un espectro parece seguirle allí donde va. No nos gusta lo que hemos visto....
- ¿Quiere que vaya para allá? ¿Qué ayude en lo que pueda? – se ofreció Justo. Estaba agradecido al general por todos los años que había pasado en la agencia a sus órdenes y estaba muy agradecido al padre Beltrán por haber salvado el mundo el verano anterior (y quién sabía cuántas veces más). Quería ayudar. Se sentía en deuda.
- No es necesario, agente Díaz. No querría sacarle de su retiro si no fuese verdaderamente necesario. Ya está encargada del asunto la agente Velasco, con su nuevo compañero.
- ¿Marta? – preguntó Justo, sorprendido y orgulloso. No pudo evitar sonreír, con cariño y respeto. Meneó la cabeza, nostálgico: sería bonito volver a ver a la joven agente, que se había estrenado en una investigación de campo con él. – En ese caso iré inmediatamente....


jueves, 26 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 4


- 7 + 4 -

 El calor de la calle quedó fuera, frenado por las puertas de cristal y contenido por el poder intenso del aire acondicionado que funcionaba sin parar en el edificio. Marta caminó con decisión por el vestíbulo, acompañada por Gustavo, que caminaba a su lado.
Se acercaron a los ascensores gemelos que había en el centro del edificio, esperando delante de ellos, rodeados por visitantes, agentes, técnicos y demás personal. Cuando se abrieron las puertas de uno de ellos salió mucha gente de dentro. Gustavo echó a andar para entrar pero se detuvo cuando vio que Marta se había parado delante de otro hombre.
- ¡Julián! ¿Cómo te va? – saludó Marta efusivamente, dándole dos besos cariñosos.
- Bien, bien.... bueno, se me han acabado las vacaciones y ya estoy de vuelta.... – dijo el hombre, que era un poco mayor que Marta, delgado, de cara sosa, pelo rubio deslucido y despeinado y ojos oscuros. La única nota alegre de su aspecto era su sonrisa, que era bonita a pesar de lucir en un rostro tan feo.
- Así no has dejado sola a Sofía – dijo Marta, volviéndose hacia la mujer que acompañaba a Julián Alonso Montoya, sonriéndola. – ¿Qué tal sin él estos días?
Sofía Gil Mendoza sonrió a Marta. No tenían mucha relación pero las dos mujeres se conocían. Además, Julián y Marta eran muy amigos, así que las dos mujeres mantenían una relación muy cordial.
- Bueno, más tranquila y sin agobios – bromeó Sofía Gil Mendoza, haciendo que Julián Alonso Montoya hiciese una mueca, arrugando más su cara ya de por sí extraña. – Pero la verdad es que mucho mejor con él....
- Es un cielo.... – dijo Marta, acariciándole el brazo. Gustavo no pudo evitar sentirse un poco celoso.
- Bueno, bueno, chicas, no empecéis que al final me lo voy a creer – sonrió Julián, mejorando su cara. – ¿Qué tienes, misión nueva?
- Algo así.... – contestó Marta, con una mueca. – Algo un poco raro....
- Ya, porque el resto de misiones son normales, ¿no? – bromeó Julián. – Oye, te dejamos, que tenemos que irnos....
- ¿Por aquí cerca?
- Cáceres.... – dijo Julián, con una mueca incómoda. – Verás qué viajes nos pegamos....
- ¡Que os vaya bien! – se despidió Marta. Después se volvió a Gustavo y a los ascensores y lo vio solo. Puso cara de sorpresa y Gustavo rió.
- Ha llegado el otro ascensor y toda la gente ha subido en los dos – dijo. – Esperamos a los siguientes.
- Es que era Julián, mi antiguo compañero.... – se excusó Marta, algo avergonzada aunque no sabía por qué.
- Ya lo sé, lo conozco, me lo has presentado – dijo Gustavo, tratando de sonar despreocupado, aunque siempre sentía envidia de aquel tipejo feúcho y de la complicidad que tenía con Marta. Ojalá él consiguiese tener esa relación con su compañera....
- Fue mi primer compañero cuando me hicieron agente y aprendí mucho con él – murmuró Marta. Gustavo ya se lo sabía, pero no dijo nada. Se estaba empezando a cansar de ser el compañero que avergonzaba a Marta y que no paraba de tirarle los tejos. Suspiró y se dejó llevar por el ascensor, cuando los dos montaron en él.
Subieron hasta la planta veintidós, donde buscaron a una agente de apoyo llamada Verónica Martín Martín. Era una mujer madura, de cincuenta y tantos años, de pelo rubio teñido, cuerpo delgado y buen gusto para el vestir. Tenía el color de piel de las mujeres que se dan rayos UVA todo el año y que encuentran atractivo ese color del cuero quemado por el Sol. A Marta le parecía feo y Gustavo lo encontraba repugnante.
Pero, al margen de eso, Verónica Martín Martín era una muy buena agente que trabajaba en la sección de admisión de casos, asignación de misiones y cambio de grupos y compañeros. Gracias a su puesto estaba muy al tanto de lo que se cocía en la agencia a cada momento, y aunque su aspecto recordaba a una momia que se había puesto demasiado tiempo al Sol, su trato era agradable y ella muy amable.
- Hola, Verónica, ¿cómo te va? – saludó Gustavo al llegar delante de ella, acodándose en el mostrador.
- Hola Verónica – saludó Marta, poniéndose al lado de su compañero, sonriendo a la agente.
- ¡Hola, hijos! ¿Cómo estáis? – saludó la mujer, con cara alegre. – Yo la verdad que un poco cansada. Estoy deseando que me den las vacaciones....
- ¿Cuándo las tienes este año? – preguntó Gustavo, con poco interés pero con cordialidad.
- En Noviembre.
- Al Caribe, ¿no? – preguntó Marta.
- ¡Claro! Este moreno no se mantiene solo.... – dijo Verónica Martín Martín, señalándose los brazos. Ella seguía creyendo que nadie en la agencia sabía que se daba rayos UVA. – Pero bueno, que si estuvieseis aquí para hablar de mis vacaciones habríais venido a la hora del café y no tan temprano. ¿Qué es lo que queréis, guapos?
- Acabamos de llegar de una misión de reconocimiento desde Salamanca – explicó Marta. – Nos la encomendó el mismo general Muriel Maíllo y no sabemos muy bien cómo tenemos que informar de lo que hemos averiguado....
- Muy bien.... – murmuró Verónica, consultando un cuadrante que tenía en la mesa, agarrado con una presilla a una tablilla de cartón duro. – En principio está en su despacho. Podéis ir a verle, a ver si puede recibiros. Él mejor que nadie os dirá qué quiere saber....
- ¿Tenemos alguna otra misión asignada? – preguntó Gustavo, inclinándose sobre el mostrador.
- No – contestó Verónica Martín Martín, después de comprobar un archivo de Excel en la pantalla de su ordenador. – Creo que os darán un par de días libres, porque por lo que veo ayer volvisteis de Guadalajara y luego os mandaron a Salamanca.
- Muy bien....
Los dos se despidieron y se alejaron del mostrador, dejando que la cola de gente esperando avanzara. Uno al lado del otro se dirigieron a los ascensores de nuevo.
- Si nos dan ese par de días libres ¿qué piensas hacer?
¿Ir a algún sitio? – preguntó Gustavo, en voz alta, mirando pensativo hacia adelante.
- No lo sé, pero no pienso ir contigo a ninguna parte – contestó Marta, creyendo que Gustavo trataba de ligar con ella una vez más y de invitarla a ir con él a algún sitio.
- Ni yo te lo pensaba proponer.... – contestó Gustavo, algo cortante, pero con una mueca divertida en la cara. – Era sólo por saberlo, por entablar conversación. Si al final nos los dan yo ya tengo pensado un plan....
Marta lo miró asombrada, pero Gustavo no se dio cuenta o hizo como que no se había enterado. Entró en el ascensor que estaba medio lleno y Marta fue con él. La mujer se dijo a sí misma que quizá siempre juzgaba de la misma manera a su compañero, cuando no debía hacerlo.
Llegaron al piso treinta y siete, donde estaba el despacho del general. Preguntaron a su secretaria, que estaba en una mesa delante de la puerta del despacho, y les dio permiso para pasar, después de preguntar al general por el comunicador.
- Agente Velasco, agente Álvarez, pasen, por favor – les saludó el general, levantándose de la butaca. Los dos agentes se acercaron a la mesa y se sentaron en las dos sillas que había delante de ella. Sólo entonces volvió a tomar asiento el general. – Supongo que vienen a contarme lo que averiguaron ayer....
- Entre otras cosas, sí – dijo Marta, que sabía que podía hablar a las claras delante del general. Era un superior severo y serio, pero tenía muy buena relación él.
- ¿Y bien?
- Allí no había nada, general – intervino Gustavo. – Había rastros ectoplásmicos, desde luego, pero eso ya lo sabíamos antes de ir. No había restos físicos de ningún ataque ni de ninguna baja, aunque sí que encontramos un lápiz. Puede que alguien haya desparecido.
- ¿Un lápiz? – se extrañó el general.
- Verá, señor, yo le explicaré – intervino Marta. – En aquella ciudad vivía un ente, escondido a simple vista.
- No puede ser. Habríamos tenido constancia de ello – dijo el general, sorprendido, para nada soberbio.
- Al parecer se escondía muy bien. Además, estaba en medio de una “nube azul” de gran actividad: quizá si tenía salidas de tono a nosotros se nos pasarían desapercibidas, o las confundiríamos con manifestaciones de “humos” o así.... – dijo Gustavo.
- Creo que era un Guinedeo, si es que eso le dice algo – recordó Marta y el general asintió lentamente, aunque no explicó nada. – Vivía por allí y encontramos un lapicero muy característico en el callejón donde se produjo el evento hace dos días. El lapicero era suyo, lo vi el verano pasado....
- Así que conoció a este ente cuando estuvo con el padre Beltrán, ¿no es así? – preguntó el general, con cierta intención. Marta asintió.
- El caso es que no hay rastro de este tipo, y aunque es muy extraño que desaparezca de esta manera, por lo que nos han contado conocidos suyos de allí, nada indica que tenga que ver con el evento del otro día. O sí, no hay suficientes evidencias.
El general asintió, lentamente. Parecía defraudado, aunque no con ellos.
- Muy bien. Gracias y buen trabajo....
- General, querría preguntarle algo.... – dijo Marta, con cierta preocupación.
- Los dos – dijo Gustavo, rotundo. Él no conocía al padre Beltrán, pero no quería dejar sola a su compañera en aquella situación que prometía ponerse tensa. Quería apoyarla.
Marta pareció un poco sorprendida, pero siguió hablando.
- Verá, nos mandó allí porque podía tener relación con el padre Beltrán. Ahora mismo le ha nombrado, con un tono nada amable, casi culpable. No podemos evitar preguntarnos, ¿ha hecho algo malo el padre Beltrán? ¿Está bajo investigación?
El general apoyó los codos en la mesa y juntó los dedos de las manos delante de la boca, mirando a los dos agentes con cara muy seria. Al cabo de un rato, que se hizo larguísimo, contestó.
- Verán, tienen que entender que el padre Beltrán ya era un viejo conocido de la agencia, desde hace años. Nunca hemos dado con él, aunque ha habido temporadas en que lo hemos buscado con bastante intensidad. Pero es un hombre muy escurridizo – dijo el general, con su voz severa pero juvenil. Parecía verdaderamente serio esta vez. – Comprendo que usted lo vea con buenos ojos, agente Velasco, y que le haya cautivado un poco, pues es un hombre con mucho carisma. Pero no debe olvidar que es alguien muy peligroso.
- Es cierto, pero solamente para los enemigos sobre-naturales.... – empezó Marta.
- De manera consciente quizá sí, agente Velasco. No dudo de las buenas intenciones del padre Beltrán, se lo aseguro. Le recuerdo que yo le conozco desde hace casi veinte años. Pero por eso mismo, porque le conozco, sé que a menudo no le importa pasar por encima de quien haga falta o pisar las cabezas necesarias para lograr su objetivo. Aunque ese objetivo sea muy noble y muy desinteresado, ¿me comprenden?
- Sí.... – dijo Marta, a regañadientes. Gustavo asintió a su lado, serio como nunca.
- Y después del informe que el agente Díaz y usted presentaron el verano pasado.... ¿Es que no lo ve? Ese hombre es capaz de abrir portales a otras dimensiones. ¿Qué más será capaz de hacer que no sabemos? ¿Cuánto poder tiene? ¿Y si ese poder se descontrola?
Marta lo pensó fríamente y comprendió los motivos y las preocupaciones del general. Estaba claro que el padre Beltrán era muy peligroso, eso ella ya lo sabía. Pero no podía dejar de recordarle con cariño, con admiración incluso. ¡¡Aquel hombre había salvado el mundo el verano pasado!!
Pero el general seguía teniendo razón....
- Lo comprendo.
- Me alegro que lo vea así, como yo.
- Entonces está intentando atraparlo, ¿no? – volvió a preguntar Marta. – Está tratando de investigar cualquier cosa que tenga ligeramente cualquier relación con él, ¿no? Sólo eso....
- Por supuesto.... – dijo el general, seguro de sí mismo. Marta no podía saber que el general había dudado antes de contestar aquella mentira, pensando en los terribles equipos que había almacenados en los sótanos de la ACPEX. En aquellos que funcionaban.
- Bien. Gracias por ser tan franco, general – dijo Marta, sincera, aunque tenía ciertas dudas.
- No podía ser de otra forma con dos de mis mejores agentes – dijo el general, y esta vez era totalmente sincero, sin exagerar lo más mínimo.
- Gracias – dijo Gustavo, levantándose. Marta ya lo había hecho.
- Si no quieren comentarme nada más.... – dijo el general, al ver que se levantaban.
- Nada más, señor. Si nos da permiso para retirar-nos.... – solicitó Marta.
- Por supuesto.
Los dos investigadores de campo se dirigieron a la puerta y ya delante de ella Gustavo se detuvo y se giró.
- Solamente una cosa, general – dijo, levantando un dedo. – Nos han dicho que quizá pudiésemos tener un par de días libres después de la misión en Guadalajara y el día tan ajetreado de ayer. ¿Sería posible?
Marta sonrió detrás de su compañero, divertida y admirada por su descaro. El general Muriel Maíllo también sonrió.
- Por supuesto. Vayan tranquilos, que yo me encargaré de ello.
- Muchas gracias, mi general – dijo Gustavo, sonriente.
Salieron del despacho y se quedaron un instante en la puerta, saboreando el momento.
- Dos días de descanso.... – musitó Marta, sin poder creérselo.
- ¿Te importaría tomarte un café ahora conmigo? – dijo Gustavo, de sopetón. Marta lo miró hastiada. – Para que me expliques todo ese embolao del padre Beltrán y todo eso del verano pasado. Para empezar, ¿quién es ese fulano?
Marta sonrió, divertida.
- Muy bien, me apetece un café. Pero no te confundas, no me vas a liar para nada más....
- Ni interés que tengo – dijo Gustavo, serio, pareciendo muy sincero. – Esto es sólo una reunión de trabajo entre compañeros....
Pasó por delante de Marta, de camino a los ascenso-res. Ésta lo miró un momento con la boca abierta antes de recomponerse y alcanzarle, para bajar juntos a la calle.

lunes, 23 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 3


- 7 + 3 -

 Desde lo que había pasado no habían vuelto por allí, al menos todos juntos. Alguno había paseado por allí cerca, a lo mejor con sus padres, o quizá simplemente mientras deambulaban por el pueblo o salían con la bicicleta. Pero siempre de día, con el Sol bien alto, calentando e iluminando.
Hassan era la primera vez que iba desde la muerte de los dos chicos.
Ni siquiera estaba en la cerca de la casa. No quería acercarse más de lo necesario. Por eso había ido hasta ella, por la otra acera, viéndola desde allí, desde el otro lado de la carretera, lo más lejos que podía. “La Casona” parecía igual de malvada y de terrible que siempre.
Hassan echaba de menos a Oliver. Joder, echaba de menos incluso al idiota de Tomás. Ninguno de los dos se merecía lo que les había pasado, por muy cretinos que pudiesen haber sido cualquiera de los dos.
La policía había encontrado los cuerpos cuando Hassan y su amigo Luis habían dado el aviso, llorosos y asustados. Los dos chicos habían muerto por sendos traumatismos craneoencefálicos, el más pequeño al haber entrado en la casa ruinosa y haber tropezado con algo para acabar golpeándose contra la puerta y el más mayor al caer desde el porche hasta el sótano de la casa.
Las dos muertes se habían archivado como accidentes, por irresponsabilidad de los dos muchachos, que habían entrado en una propiedad calificada como ruinosa. Aquella antigua mansión era peligrosa, estaba a medio caerse y escondía muchos lugares en los que cualquiera podría hacerse daño. La policía y los forenses habían concluido que los dos chicos habían tenido muy mala suerte, y lo que podía haberse saldado con un par de piernas o brazos rotos, había acabado en doble tragedia.
Hassan no quiso contradecirlo, pero sabía que estaban equivocados.
Tomás y Oliver habían muerto por dos golpes, que les habían roto la cabeza y el cuello, respectivamente. Eso era cierto. Pero no había sido por accidente.
Habían sido los fantasmas.
Estaba convencido. Los fantasmas de “La Casona” se quedaban allí, sin molestar a nadie, quizá asustando un poco a la gente que pasaba por la calle de noche, con sus lamentos, silbidos y hasta algún que otro grito. Normalmente era así. Pero cuando los vivos los molestaban, cuando se acercaban a la casa e incluso entraban en ella, los fantasmas actuaban de una manera mucho más territorial y violenta.
Escuchó unos pasos que se le acercaban y notó que alguien se paraba a su lado. Después escuchó el ruido electrónico de una cámara de fotos.
Se giró, con curiosidad. Si alguien sacaba fotos a “La Casa Román” tenía que ser un forastero. Y no se equivocaba.
A su lado había un chico joven, de unos treinta años, de abundante pelo color ceniza, cara larga y delgada, con barba cuidada y bigote recortado. Iba vestido de manera informal, con playeros y vaqueros. Llevaba una cámara digital de estilo profesional colgada al cuello, aunque en ese momento la sostenía en las manos, después de haber hecho unas fotografías a la casa. Se dio cuenta de que Hassan le miraba y le miró a su vez, sonriendo francamente.
- Hola, buenas – dijo, con tono amistoso. – Da un poco de miedo, ¿verdad?
- No lo sabe usted bien.... – murmuró Hassan.
- ¿Eres del pueblo? – preguntó el forastero.
Hassan lo volvió a mirar, valorativamente, antes de animarse a contestar, sin palabras, solamente asintiendo con lentitud.
- Pues a lo mejor puedes ayudarme.... – dijo el hombre barbudo y de pelo largo. Metió una mano larga y huesuda en el bolsillo trasero del pantalón y sacó una cartera muy juvenil, de la que sacó una acreditación plastificada. Se la tendió a Hassan. – Soy Germán Tremiño Gutiérrez, trabajo para la revista “Más allá”. No sé si la conoces....
- La he visto alguna vez en el quiosco.... – respondió Hassan.
- Bueno, pues estoy haciendo un reportaje sobre casas encantadas de España, y aunque no me estaba ocupando de esta zona me han avisado de la revista de que ha ocurrido algo horrible en una casa de por aquí. Ha sido en ésta, ¿verdad?
Hassan lo miró detenidamente. El tipo era agradable y simpático, pero no le gustaba la ligereza con la que se tomaba el tema. Al final, resignado, decidió que no podía obligar a un forastero a sentir la muerte de los dos chicos.
- Sí, ha sido aquí – respondió al fin, sin necesidad de preguntarle a qué se refería con “algo horrible”. – En esta casa.
- A lo mejor podrías ayudarme con el artículo.... – propuso Germán Tremiño Gutiérrez, sonriendo.
- Yo no quiero salir en su revista – contestó Hassan, quizá un poco demasiado cortante, pero no le importó mucho.
- Tranquilo, no tienes que aparecer si no quieres – dijo Germán Tremiño, con educación. – Sólo quiero que me indiques algunas cosas, hacerte algunas preguntas que a lo mejor tú puedes contestarme.... – Hassan se encogió de hombros, poniendo los ojos en blanco, y Germán Tremiño asintió, contento. – Muy bien. Esta casa se llama “el Hogar Román”, ¿verdad? ¿Pero cómo la llaman en el pueblo? Seguro que tienen algún mote o nombre que sólo usáis los de por aquí....
- La llamamos “La Casona”, en general, pero también se la llama “la Casa Román” o “la Casa Rota”.
- Muy bien – dijo Germán Tremiño Gutiérrez, anotándolo todo muy rápido en una libreta. – ¿Y sabes cuánto tiempo lleva aquí?
- Exactamente no lo sé, pero más de cien años. Era de unos marqueses que acabaron muy mal....
- ¿Qué les pasó? – preguntó Germán Tremiño, sin levantar la vista de la libreta, entusiasmado. A Hassan le repugnó un poco.
- No lo sé, porque mis padres no quieren contármelo, dicen que soy pequeño. Pero todos sabemos que fue algo horrible, con muerte, dolor y todo eso.... – dijo, notando un nudo en la garganta al terminar de hablar.
- ¿Y qué es lo que ha pasado aquí el otro día? ¿Lo sabes? – preguntó Germán Tremiño, terminando de escribir la respuesta anterior a toda prisa.
- Sí lo sé – dijo Hassan: el nudo de su garganta era mucho más grande y se había apretado. – Dos chicos del pueblo se murieron aquí. Uno era amigo mío.
Germán Tremiño Gutiérrez levantó la vista del papel inmediatamente, con la cara inmóvil, los ojos abiertos y la boca caída. Se dio cuenta entonces de que estaba hablando con un niño todavía bastante pequeño.
- Perdona chico, joder.... Lo siento, perdóname, no me he dado cuenta.... No tenía que haberte hecho todas esas preguntas.... – Germán Tremiño parecía muy apurado, avergonzado, sintiéndolo realmente. Hassan se reconcilió con él.
- No pasa nada.... – dijo, lloroso.
- Sí que pasa – Germán parecía molesto consigo mismo. – Estabas aquí delante y claro.... ahora lo entiendo todo....
Se calló y Hassan fijó la vista en “La Casona”, para no tener que ver cómo le miraba el periodista. Tardó un rato en volver a hablar.
- Los echas de menos, ¿no? – Hassan asintió a la pregunta. – Tiene que ser muy duro. Perdona, no te molesto más....
Germán Tremiño Gutiérrez apoyó una mano en el hombro estrecho de Hassan, antes de cruzar la carretera y detenerse en la puerta de la verja de la mansión. Tomó otra docena de fotografías, antes de agacharse y tratar de colarse por el hueco que quedaba entre las dos hojas de la puerta.
Hassan reaccionó al instante.
- ¡¡¿Qué hace?!! ¡¿A dónde va?! – gritó, cruzando la carretera y llegando al lado del inconsciente periodista.
- Voy a entrar, para ver si puedo sacar un par de fotos del interior que valgan para el artículo – dijo Germán Tremiño, con toda tranquilidad. – Además, puedo ver cómo es la casa y a lo mejor encuentro rastros de fantasmas y eso....
- No debe entrar ahí – dijo Hassan, asustadísimo.
- Tengo que verla, es mi trabajo. Es una casa encantada, ¿no? – preguntó Germán Tremiño, sonriendo.
Hassan le miró un instante, con el rostro desencajado, pensando qué contestarle.
- En realidad no – mintió. No conocía a aquel extranjero, pero no le hacía ninguna gracia que alguien más entrara en “La Casona”. – Sólo es un cuento que nos inventamos para contárselo a los forasteros....
- Entonces, si no está encantada, no pasará nada porque entre a verla por dentro – dijo Germán Tremiño Gutiérrez, despreocupado, sonriendo al chaval. Se coló por entre las hojas de la puerta (era muy delgado) y se levantó al otro lado, en el jardín salvaje y descuidado. Caminó media docena de pasos y sacó otra foto de la fachada de la casa, desde otro ángulo. Después caminó despreocupadamente por el jardín, con la hierba por encima de las rodillas, con la cámara en las manos. Hassan lo veía alejarse cada vez más nervioso: al cabo de un rato se dio cuenta de que se estaba mordiendo las uñas frenéticamente.
Germán Tremiño Gutiérrez llegó hasta las escaleras que subían hasta el porche. Se detuvo un instante y después las subió, lentamente pero con seguridad. Sacó una foto del porche y después agarró el picaporte de la puerta. La abrió, dio dos pasos y dejó que se cerrara detrás de él. Hassan lo vio desparecer detrás de la puerta que se cerraba, como si se tratara de la losa de una tumba.

* * * * * *

Germán Tremiño Gutiérrez entró en “La Casona” y se arrepintió al instante. Todo estaba a oscuras y no tenía linterna. Llevaba una en el coche, pero estaba a tomar por saco, en la plaza del pueblo.
Chistó con los labios, lamentando su torpeza y caminó por el recibidor de la mansión, haciendo funcionar el flash, para poder ver por dónde pisaba. Llegó hasta una especie de plaza circular, a la que daba el recibidor y de la que salían varias puertas y unas escaleras que ascendían en curva, hacia el primer piso. Hacía cien años habrían sido muy elegantes, pero ahora sólo eran un montón de tablones desvencijados y a punto de venirse abajo.
- ¿Aguantarán mi peso? – se preguntó el periodista, lanzando otro par de fotos, para ver bien las escaleras a la luz del flash. Anduvo hacia ellas, pensando que sería una pasada poder subir al piso de arriba, echarle un vistazo y poder asomarse a alguna de las ventanas de las habitaciones de arriba, para poder saludar al chico que se había quedado en la calle. Así quizá le animaría.
Subió con cuidado los primeros escalones y, aunque la madera sonó muy mal, siguió hasta la mitad de la escalera. Se giró y lanzó un par de fotos hacia abajo, para ver el distribuidor circular desde lo alto. Después se orientó otra vez hacia arriba, para seguir subiendo. Tiró otro par de fotos, para ver los peldaños. Cuando llegó al antepenúltimo lanzó el flash otra vez, para ver el final de la escalera y el pasillo que había más allá.
Se quedó tenso de repente, del susto.
Había alguien en lo alto de la escalera.
Germán Tremiño Gutiérrez no había podido ver bien a quienquiera que estaba allí arriba, a escasos centímetros de él, pero estaba claro que era una silueta perfectamente recortada. Sin embargo, no tuvo tiempo de volver a encender el flash, para verlo bien.
Notó que alguien le empujaba en el pecho, notó que perdió pie y notó el golpe contra las escaleras en lo alto de la espalda, entre los hombros.
Gritó de dolor y de terror.
Pero cuando llegó al final de las escaleras, con el cuello retorcido, ya no podía gritar nunca más.

* * * * * *

Hassan escuchó gritar de terror al periodista, desde dentro de la mansión y no pudo evitar gritar él también, horrorizado.
Notó cómo se le mojaba la entrepierna de los pantalones y salió corriendo de allí, alejándose de la casa.
Aquella maldita casa.



sábado, 21 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 2


- 7 + 2 -
  
Todo el ajetreo que solía dominar el plató se fue calmando a medida que las cosas acababan en su sitio. El presentador estaba fuera de plano, concentrado, con el micrófono colocado y conectado. Los papeles, fotografías, documentos y demás material que iba a utilizar colocado en la mesa, según su criterio. Los vídeos que se iban a proyectar en las pantallas de detrás estaban preparados y en la sala de control estaban listos para irlos emitiendo. El invitado estaba esperando, también fuera de plano, pero por el otro lado, para entrar en escena cuando le diesen la entrada. Los de iluminación estaban preparados para hacer los juegos de luces y sombras que le encantaban al presentador, que también era el director del programa.
- ¿Todo listo? – preguntó el presentador.
- Todo bien, Iker, cuando quieras.
- Bien. ¡Atentos! ¡Grabando en cinco, cuatro, tres....!
Se calló, contando mentalmente los últimos segundos, igual que el resto del equipo. Cuando llegó al final de la cuenta atrás, observó por el rabillo del ojo que las luces rojas de las cámaras se habían encendido, aunque él estaba mirando hacia el suelo.
Respiró hondo antes de empezar a hablar y de echar a andar hacia el plató, la imagen que estaban captando las cámaras. El programa era grabado, pero era muy meticuloso y quería que saliera todo bien, aunque tuviesen la oportunidad de hacer más tomas. No le gustaba equivocarse y prefería hacerlo de una vez.
- Después de esta historia trágica y terrible que nos ha traído el profesor Ujeda Vallejo – comenzó a decir, en un discurso bien modulado. Tenía una voz extraña, curiosa, pero la compensaba siendo un gran orador – pasamos a otra historia, a otro tema que nos ocupa. Saben nuestros espectadores que no somos amigos de las grandes conspiraciones, a no ser que se respalden con hechos contrastables y probables. Y por eso hoy vamos a hablar de una teoría de la conspiración en nuestro propio territorio nacional, en España, porque nuestro próximo invitado puede aportar pruebas fidedignas que la avalan.
Las cámaras tomaron diferentes planos del plató, en movimiento. Hubo una que hizo un pase de derecha a izquierda, muy lento. Otra hizo un picado, bajando desde la izquierda. Otra salió desde el lado izquierdo, hacia la derecha, descendiendo para acabar en un contrapicado. Y la última se mantuvo inmóvil, apuntando hacia el lugar por el que aparecería el director y presentador.
Iker Jiménez salió por fin de la penumbra, caminando con tranquilidad hacia la amplia mesa que había en el centro del plató. Iba mirando al suelo, concentrado, mientras seguía hablando.
- Nuestro invitado, como les digo, es don Jacinto Pesquera Bueno, catedrático de criminología de la universidad Carlos III de Madrid, y ha venido hoy a Cuarto Milenio para hablarnos de lo que no sabemos, de lo que se oculta a nuestra vista, de una agencia gubernamental encargada ¿de qué, doctor Pesquera? Buenas noches....
- Buenas noches, Iker – saludó el profesor Jacinto Pesquera Bueno. Había entrado en escena desde el otro lado, mientras las cámaras seguían a Iker Jiménez. Así había llegado fuera del plano hasta la mesa y había aparecido allí como por arte de magia. Aquellas cosas le gustaban mucho al director y presentador de Cuarto Milenio. Las luces dejaron de jugar e iluminaron completamente la mesa, aunque por detrás se mantuvo la penumbra y los chicos de iluminación siguieron encendiendo y apagando focos, de forma gradual, haciendo que el juego de luces y sombras continuara por la parte trasera del plató, en las paredes de ladrillo en las que había un montón de cosas colgadas y sobre estanterías. – Gracias por invitarme a tu programa para poder hablar de esta agencia, como tú bien decías, gubernamental, que se esconde a la vista de todos, incluso que colabora con la policía y con la Guardia Civil sin que nadie sepa de su existencia.
- Doctor Pesquera, decíamos que no somos amigos de las conspiraciones, aunque ciertamente este tema puede ser muy conspiranoico, si se me permite el término....
- Lo es, lo es, pues estamos hablando de una agencia gubernamental que investiga casos paranormales, que a menudo se disfrazan como homicidios o casos criminales de naturaleza normal, aunque no es así. Para los ciudadanos de a pie es fácil que esta agencia pase desapercibida, porque cuenta con el respaldo del gobierno, de algunos mandos del ejército y con una serie de fondos que se destinan para sus actividades. Pero si se investiga, si se indaga, si se sabe dónde y qué buscar, es fácil encontrar rastros de ella.
- La agencia de la que hablamos es la ACPEX, ¿no es así, doctor Pesquera? – dijo Iker Jiménez.
- Así es.
- La Agencia para el Control Paranormal de Entes Extraños – apuntó Iker Jiménez. – Lleva en funciona-miento desde los años ochenta, cuando el gobierno de Felipe González decidió que se necesitaba un organismo autónomo que se encargase de los eventos paranormales del país, a raíz de los sucesos ocurridos en San Carlos de la Rápita, en la provincia de Tarragona, cerca del camping de los Alfaques, un tema del que ya hemos hablado en anteriores programas. ¿Cómo se fundó la agencia, doctor Pesquera?
- Bueno, como usted lo acaba de explicar. El gobierno ordenó investigar los sucesos que ocurrían en la carretera cerca de San Carlos de la Rápita, en la que aparecían espectros y fantasmas del accidente ocurrido en el camping de los Alfaques a finales de los años setenta. Esa primera investigación fue el germen de la futura agencia. Una investigación realizada por la Guardia Civil y el ejército, por lo que los primeros miembros de la nueva agencia salieron de estos dos cuerpos de seguridad del estado.
- Usted tiene documentos, doctor Pesquera, que relacionan al gobierno de aquellos años con expertos paranormales de otros países – intervino Iker Jiménez.
- Así es, hay numerosas cartas que relacionan a ministros de nuestro gobierno con personalidades del gobierno de Reino Unido, Alemania y Estados Unidos – explicó el profesor Pesquera Bueno. – Expertos y personalidades relacionadas desde hacía tiempo con el mundo paranormal.
- Porque en los gobiernos de aquellos países existían ya agencias u organismos, del tipo que fueran y llamados como fueran, que se encargaban del estudio y control de los eventos paranormales que allí ocurrían – dijo Iker Jiménez, con énfasis, jugueteando con el bolígrafo que sostenía en la mano.
- Sí, sí, desde luego, ya existían. De forma más pública o abiertamente reconocida, como en Estados Unidos o en Inglaterra, o de forma más secreta, como en Alemania, pero todos tenían su grupo de operaciones paranormal.
- En Estados Unidos era una división del FBI – intervino Iker Jiménez – y en Reino Unido un grupo llamado GHOST, si no me equivoco....
- Así es.
- Y de todos esos grupos existe constancia escrita y oficial – dijo Iker Jiménez, a modo de pregunta. Quería hacer énfasis en ese punto, porque quería dejar claro a sus telespectadores que todo lo que estaban contando era real, estaba contrastado con pistas reales.
- Sí, por supuesto, del mismo modo que existen, como ya hemos dicho, cartas y documentos firmados por el gobierno de España en contacto con todos ellos – dijo el profesor Pesquera. – Estaba claro que el gobierno español quería formar un grupo del mismo estilo aquí en nuestro país.
- Que es lo que dio en llamarse ACPEX – apostilló Iker Jiménez.
- Exacto – asintió el doctor Pesquera. – Los comienzos de la ACPEX fueron muy rudimentarios, muy primarios, algo primitivos. Apenas se sabía nada de ciencia paranormal en este país así que la nueva agencia se apoyó en los hallazgos y métodos de las agencias que ya hemos comentado, para poder llegar a ser lo que es hoy.
- Una agencia muy avanzada en cuanto a métodos y tecnología, por lo que usted puede demostrarnos – dijo Iker Jiménez.
- Una de las más avanzadas y mejor coordinadas de Europa – asintió el profesor. – El número exacto de agentes no es contrastable, pero se especula con la posibilidad de que sean en torno a cuatrocientos agentes, entre técnicos de oficina y miembros de campo.
- Cuatrocientos agentes que están a las órdenes del general Muriel Maíllo....
- Así es, un gran militar que destacó en la Academia de Caballería de Valladolid, con una hoja de servicios impecable – dijo el profesor Pesquera, con admiración. – Dejó su carrera militar para ponerse al mando de la agencia y desde entonces no ha hecho más que encadenar éxitos.
- Pero también, como suele ocurrir, la agencia puede ser un foco de peligros, o de problemas. Me refiero al equipamiento que usted asegura que posee....
- Sí. Del mismo modo que en cuanto al número de agentes, el material o el equipamiento que maneja la agencia no es algo que se sepa con seguridad, pero podemos suponer que tiene a su disposición un gran número de aparatos para el control de los espectros e incluso para su eliminación, en caso necesario....
- Como por ejemplo el tan temido “impulso” – tentó Iker Jiménez, para que el profesor Pesquera lo explicara.
- Eso es – dijo éste. – El llamado “impulso” es un aparato gigantesco, con relés magnéticos en su interior y unas grandes bombillas en su parte superior, que combinadas generan una onda de choque compuesta por fuerza magnética y luminosa, capaz de disgregar a un espectro cualquiera, e incluso a un ser humano, por supuesto, volatilizándolo al instante.
- Un arma de la que existen planos reales, hallados en Rusia, que trabajaba en este arma durante la Guerra Fría contra los Estados Unidos, en los años sesenta – explicó Iker Jiménez, mientras a su espalda, en los monitores, aparecían complejos planos y bocetos, a la vez que surgían fotografías en blanco y negro de campos rusos de entrenamiento militar.
- Parece ser que la ACPEX se hizo con los planos o con algún prototipo que el gobierno ruso llegó a construir, porque es posible que guarde un aparato en sus instalaciones....
- Unas instalaciones que, a pesar de la exhaustiva investigación del doctor Pesquera, siguen siendo secretas.... – dijo Iker Jiménez.
- Exactamente – contestó el profesor, asintiendo con vehemencia.
- Vamos a pasar ahora a un vídeo que explica en pocos términos la historia del inicio de esta agencia, la ACPEX, basado en los descubrimientos y las pesquisas que el doctor Pesquera lleva realizando durante casi veinte años.
Los dos se quedaron un par de segundos en silencio, mirándose sin decir nada.
- ¡Corta! – dijo Iker Jiménez mirando directamente a cámara. – Ha salido bien, ¿no?
El doctor Pesquera asentía desde su asiento, mientras los de las cámaras y los de iluminación contestaban afirmativamente.
- Vale, ahora va el paso al vídeo, que dura casi siete minutos – dijo Iker Jiménez, levantándose, hablando con un par de ayudantes de la realización, que se habían acercado hasta él. El alboroto del plató volvió a producirse, entrando técnicos y demás personal, colocando y recolocando el plató, preparándolo para la siguiente toma. – Y ahora viene el resto de la entrevista....
Continuó repasando los detalles con sus compañeros, serio y profesional. Quería que aquel programa saliera bien, sin una sola pega, porque lo que estaban contando era importante.
La población española debía saberlo.



jueves, 19 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 1


- 7 + 1 -
  
Marta observó a Gustavo Álvarez Méndez deambular por el callejón a oscuras, sosteniendo el medidor de ondas ectoplásmicas en la mano. La mujer se pasó la mano por el abundante pelo rubio, cansada.
Cuando creía que ya había acabado el día, que ya tenía la noche hecha, allí estaba, de vuelta al trabajo. Después del viaje hasta allí todavía tenían un buen rato de investigación y pesquisas, hasta encontrar algo útil.
¿Qué pasaba con el padre Beltrán? ¿Aquellas manifestaciones de “humos” eran cosa suya? ¿Trataba de proteger algo o al contrario? ¿Habría perdido la cabeza el viejo sacerdote?
- Nada – dijo Gustavo, guardando el pesado aparato en una mochila que llevaba al hombro. – Bueno, nada no, quiero decir, hay rastros ectoplásmicos, como esperábamos....
- ¿Pero? – preguntó Marta
- Pero nada fuera de lo normal – dijo Gustavo, con una mueca, mirando directamente a su compañera. – Estamos en medio de una “nube azul”, así que es normal encontrar rastros ectoplásmicos. De eso se tratan las “nubes azules”, ¿no?
Marta asintió.
- Entonces, ¿qué quieren que encontremos aquí? – se preguntó Marta, dando unos pasos lentos y tranquilos por el callejón. Estaba oscuro, la luz de la farola sólo llegaba hasta el principio, derramando su luz en círculo, como siempre. Pero el interior estaba a oscuras: solamente gracias a la linterna de Gustavo podía ver el suelo que pisaba.
Entonces, gracias al cono de luz blanca de la pequeña linterna, la agente de la ACPEX vio algo en el suelo de cemento, por otro lado completamente vacío. Se acercó hasta el pequeño objeto y se agachó a verlo (sabiendo que Gustavo le miraría el culo).
Era un pequeño lápiz.
Grueso, con la punta desgastada y roma. Pasaría desapercibido en cualquier parte. Incluso allí.
Si no fuera porque Marta había visto ese lápiz hacía un año y lo reconocía perfectamente.
- ¿Qué está pasando aquí? – se dijo, con el lápiz en la mano, incorporándose.
- ¿Qué es eso? ¿Un lápiz? – dijo Gustavo, extrañado.
- Ven – dijo Marta, saliendo del callejón, sin dejar de mirar el lapicero. Anduvo con paso vivo por la calle, seguida de cerca por Gustavo, que la miraba con curiosidad y con extrañeza.
Marta llegó hasta el bar al que el padre Beltrán le había llevado el verano pasado, junto con Justo Díaz. Era un moderno bar de copas, con dos amplias cristaleras en el frente, enmarcadas con metal brillante. Allí había conocido a Atticus.
- Buena idea, me apetece invitarte a una copa.... – bromeó Gustavo, que no perdía oportunidad de tirarle los tejos a su compañera. Marta no le hizo ni caso y entró en el bar. Gustavo la siguió, sonriendo abiertamente.
El bar estaba muy lleno. Aunque era un día de diario estaba claro que era verano y la gente tenía más ganas de pasar el tiempo en la calle. La música chill out se escuchaba por todo el local, embotando los sentidos de los clientes. La barra estaba llena y los sofás semicirculares que rodeaban las mesas redondas también.
Pero Marta no vio a Atticus en ninguno, como le había visto el verano pasado.
Anduvo a la barra, donde se atareaban tres camareros para atender a toda la clientela. Dos eran chicos delgadísimos, con pantalones de pitillo, pelos engominados hacia arriba y cara de chulos. Marta levantó una ceja, hastiada, y buscó al tercer camarero, que en realidad era camarera. Gustavo lanzó un silbido a su lado, al verla.
Era la misma que había visto allí la vez que habían ido al bar a ver a Atticus. Una chica baja y delgada, con unas tetas descomunales, que ella se encargaba de mostrar, gracias a un vestido ceñido que se le pegaba a las caderas y al vientre, con un escote redondo amplio. Los pechos le rebosaban por el borde del escote.
- Hola, perdona, te conozco pero no recuerdo tu nombre.... – le dijo Marta, consiguiendo colocarse en la barra, colándose entre la gente. La camarera la miró de pasada, mientras llenaba de hielos tres vasos anchos, sujetos en una mano.
- Pues yo no sé si te conozco.... – dijo la camarera, mascando chicle, terminando de llenar las copas de hielos y colocándolas en la barra, a la izquierda de Marta, delante de tres chicos altos y muy arreglados, que no se perdieron el espectáculo que les ofrecía la camarera. Por suerte para Marta, los chicos estaban a su lado, así que podía seguir hablando con la camarera mientras ésta seguía poniéndoles las copas, aunque quisiese pasar de ella.
- Verás, sólo he venido una vez, hace un año, a ver a un amigo....
- ¿Y cómo es que te acuerdas de mí? – preguntó la camarera.
- Bueno, chica, te encargas tú sola de que la gente te recuerde.... – dijo Marta, un poco molesta, señalando con un gesto el busto de la chica. Gustavo rio detrás de ella, con camaradería. Los tres chicos de la barra rieron como orangutanes.
Cretinos”, pensó Marta.
- ¿Y qué quieres? – le dijo la camarera, algo picada por el comentario de Marta.
- Primero, saber tu nombre.... – dijo Marta, sacando la acreditación de la Jefatura Central de Homicidios. Había esperado no tener que hacerlo, pero la poca colaboración de la camarera y su desafortunado comentario sobre el escote de la chica (que le molestaba mucho) le habían obligado a hacerlo. – Después preguntarte por Atticus....
- ¿Qué le ha pasado a Atticus? – preguntó la chica, preocupada. Marta había captado su atención.
- No lo sabemos – respondió Marta. – ¿Tu nombre?
- Jennifer....
- Muy bien, Jennifer – dijo Marta, recordando en ese momento que Atticus la había llamado así el verano pasado. – ¿Por qué crees que a Atticus le ha pasado algo?
- Porque no ha venido al bar en todo el día – respondió la camarera, después de pedirle a un compañero que siguiese sirviendo a los tres chicos (que lamentaron que la camarera se apartara para hablar con los dos agentes). – Normalmente viene a media tarde, sobre las siete o así. A veces un poco más tarde. Siempre viene acompañado por alguna chica, muy chonis, muy horteras. Se queda hasta la noche por aquí, muchas veces hasta que cerramos. Y hoy no ha venido.
- ¿Cuándo ha sido la última vez que lo has visto? – preguntó Marta. Gustavo estaba detrás de ella, cerca para no perderse detalle (en opinión de Marta, demasiado cerca), aunque no sabía muy bien de qué iba todo aquello.
- Ayer.... – pensó Jennifer. – Sí, anoche. Estuvo aquí por la tarde y se quedó hasta que cerré. Ayer no hubo mucho lío y estuve yo sola.
- ¿Se fue solo? ¿O con alguien?
- Él solo. Largó a las chicas antes de pagar la cuenta y despedirse de mí – dijo Jennifer, con un tono que le hizo comprender a Marta que la camarera estaba un poco colada por el ente, lo que la hizo sonreír ligeramente. – Después se fue a casa.
- ¿Hacia dónde? – preguntó Gustavo. Podía ser un chulo y un poco cansino a la hora de pedirle una cita, pero Marta tenía que reconocer que era un investigador muy espabilado.
- Hacia allá, hacia la izquierda, como siempre. Vivía hacia allí.
- ¿Sabes dónde estaba su casa? – preguntó Marta.
- No. Nunca me había llevado.... – dijo Jennifer, con cierta pena. Marta miró hacia atrás, por encima del hombro, despuntando una leve sonrisa. Gustavo también lo había entendido, porque sonreía.
- Así que ayer estuvo normal, pasando la tarde aquí, como siempre, y se marchó solo como siempre, ¿no? – preguntó Marta, haciendo que Jennifer asintiera. – Y hoy no ha aparecido. ¿Sabes por qué puede haber sido? ¿Ayer dijo algo sobre que hoy faltaría? ¿Que tenía que hacer alguna cosa?
Jennifer lo pensó un momento.
- No, al revés. Yo creo que me dijo “nos vemos mañana”. Me parece recordar que dijo algo así....
- Bien. Gracias, Jennifer, has sido de gran ayuda.
- Le van a encontrar, ¿verdad? – dijo Jennifer, con cierta ansia. Marta suspiró antes de mentirla.
- Claro.
Los dos investigadores de campo se despidieron de la desconsolada camarera y salieron a la calle.
- ¿Qué ha sido todo eso? ¿Quién es ése tal Atricus?
- Atticus – corrigió Marta. – Un conocido. Podíamos decir que también trabaja en lo nuestro....
- ¿Es de la agencia? – preguntó Gustavo.
- No – contestó Marta, sin poder evitar sonreír. – No es ni siquiera de este mundo.
- ¿Qué quieres decir? – Gustavo levantó una ceja.
- Da igual. Es un traductor muy bueno. Está al margen de la agencia, pero el verano pasado me ayudó en mi primer caso.
- Ya....
- Este lápiz es suyo – Marta levantó el lapicero y se lo entregó a Gustavo.
- ¿Y qué?
- Nunca se separaría de ese lápiz. Lo que pasó en el callejón fue cosa suya o le afectó a él, de alguna manera....
Antes de que Gustavo pudiera preguntar nada más resonó un estampido, lejano, fuerte. Más que sonido, fue una especie de empujón, como una ráfaga de aire que les removió los huesos y las tripas.
- ¿Qué leches ha sido eso? – preguntó Marta. Gustavo le entregó el lapicero y sacó un aparato del bolsillo trasero del vaquero. Tenía el tamaño de un Smartphone pero era el doble de grueso y mucho más pesado. Tenía una pantalla muy grande, y un teclado pequeño, con tan sólo cinco teclas. Gustavo se puso a manipularlo, mientras Marta esperaba.
Todo lo que tenía que ver con informática, aparatos y equipos electrónicos no era lo suyo. No sabía si era normal en ella o se le había pegado de Justo Díaz el verano pasado, pero lo cierto era que a Gustavo le encantaban aquellos juguetitos, y se le daba muy bien manejarlos. A pesar de su forma de ser un tanto estúpida y de que tenía que aguantar su coqueteo casi constante, la verdad era que hacían una buena pareja de investigadores. Se complementaban bastan-te bien.
- ¿Qué ha pasado, Gus? – preguntó Marta, después de dejar un tiempo prudencial para que su compañero lo investigase.
- La verdad: no tengo ni puta idea – dijo Gustavo, sin dejar de mirar la pantalla. – Ha sido una especie de explosión cuántica, una onda magnética cargada de fotones. No lo entiendo, pero eso es lo que dicen los datos.
- ¿Y dónde ha sido?
- En la provincia de Albacete....
- ¿En Albacete? – se sorprendió Marta. – ¿Y aquí la hemos notado así de fuerte?
- Imagínate cómo ha debido de sonar allí.... – dijo Gustavo, levantando la mirada y fijándola en su compañera.
- Espero que no haya pillado a nadie.... – murmuró Marta, mirando de nuevo el lápiz que tenía en la mano. No sabía por qué, pero le parecía que las dos cosas tenían cierta relación, la onda magnética y la desaparición de Atticus. – ¿Tienes sueño?
Gustavo la miró un tanto sorprendido.
- Un poco, pero me apunto al plan que me propongas sin dudarlo, sobre todo si no se trata de dormir.... – dijo, volviendo a sonreír como un cretino. Marta suspiró, cansada.
- Vámonos a Madrid – dijo, echando a andar hacia donde habían dejado el coche aparcado. – A dormir. Pero mañana hay que ir temprano a la agencia.
- Muy bien.
Marta quería aclarar todo aquel embrollo.