martes, 26 de abril de 2016

Vampiros del Far West - Preparando la defensa (2 de 2)

- X -
(2 de 2)

- ¡Por favor! ¡Por favor, atiéndanme! – dijo Cortez, al lado del altar. La gente de la iglesia se empezó a agrupar en el pasillo central y entre los bancos, para ver mejor al cazavampiros. Mike se levantó y anduvo hacia el pasillo, entre la gente, mirando a Cortez. Pete White y Lucius McGraw estaban con él. – ¡Presten atención! Tenemos que prepararnos para esta noche. Aún es pronto pero es mejor tenerlo todo listo antes del atardecer.
- ¿Qué hay que preparar? – preguntó el sheriff Mortimer, con mal tono, desde abajo del altar. Sus ayudantes estaban a cada uno de sus lados, flanqueándole: ambos grupos de hombres parecían uno el reflejo del otro, enfrentados.
- Cada habitante del pueblo debería tener armas adecuadas para luchar contra los vampiros – explicó “el Blanco”, conciliador. – Estacas de madera, antorchas.... Lo que sea más efectivo.
- Además hay una cosa que todavía no saben de los vampiros – dijo Cortez, elevando su voz dura para que todos los supervivientes en la iglesia le escucharan bien. – Los vampiros no pueden entrar en las casas de la gente, a menos que se les invite a hacerlo. Pueden entrar libremente a edificios públicos o que no tienen dueño, como la prisión o esta iglesia, o el saloon. Pero las casas en las que todavía viva gente están vetadas para ellos. Debemos atrincherarnos en ellas, ya que es imposible que entren, ni siquiera por la fuerza.
La gente se removió, un poco más tranquila. Parecía que había alguna posibilidad de esconderse de esas criaturas.
- Así que ahora deberíamos salir al pueblo y empezar a preparar las casas de gente que aún este viva – dijo Cortez. – Las casas de la gente muerta no nos sirven, ya que no pertenecen a nadie y los vampiros tienen el paso franco en ellas. Y busquen madera para construirse estacas: todos debemos estar armados.
- Bueno, la madera no será un problema – dijo Mike al vecino que tenía a su lado, bromeando. Estaban en un pueblo del oeste: todo estaba construido en madera. Cuando miró a su acompañante no pudo evitar una mueca: era Emilio Villar. – ¡Vaya! ¡Mi casero!
- ¿Cómo está usted? – preguntó el telegrafista, incómodo.
- No me puedo quejar.... Me han atacado dos veces los vampiros y he sobrevivido.... – dijo Mike, con tono de broma. Villar estaba serio, con cara entre furiosa y triste, así que no le contestó ni le miró. El hombre, agobiado, se dio la vuelta para salir de la iglesia. – ¡Hoy no me ha servido el desayuno, y pagué por él!
Villar ignoró el comentario jocoso de Mike mientras salía, ayudando a una pareja de ancianos del pueblo.
Mike sonrió, divertido. Le alegraba picar y molestar al telegrafista, igual que Villar lo hacía con él siempre que podía. Pero el hombre ahora estaba bastante apurado y nervioso.... No estaba para juegos.
El sheriff Mortimer llegó hasta él, murmurando con voz peligrosa. Se detuvo al lado de Mike, mirando también hacia la puerta de la iglesia, por donde iban saliendo los supervivientes.
- Nelson, en vista de que los asesinatos parecen no haber sido obra tuya, creo que dejaré que sigas fuera de la cárcel – dijo Mortimer, manipulando uno de sus revólveres, con la mirada fija en el arma.
Mike le miró, asombrado. No se habría esperado ese gesto amable por parte del sheriff ni en novecientos años.
- Gracias, sheriff.
Douglas Mortimer levantó la mirada y dirigió su cara afilada y morena hacia el bandido. Le miró con los ojos entrecerrados, irónicos y peligrosos.
- Espero que no me arrepienta de tenerte aquí....
Después echó a andar y salió de la iglesia. Mike fue detrás de él, sonriendo abiertamente, contagiado por el tono sarcástico que el sheriff había utilizado. Se apoyó en el marco de la puerta de la iglesia para ver marcharse a la gente.
- Disculpe – sonó una voz ruda a sus espaldas.
- ¡Ay! Perdón.... – dijo el bandido, apartándose. Lucius “Chucho” McGraw se lo agradeció con un asentimiento y Pete White le sonrió al pasar. Los dos cazavampiros salieron de la iglesia con paso resuelto.
- Cuando se quiere matar a un vampiro hay que darle en el corazón y la estaca es el arma más adecuada –  dijo la voz dura de Cortez detrás de él. Mike se giró para verle, viendo que sonreía, sosteniendo una entre las manos. – Así que Mike Nelson.... He oído muchas cosas sobre ti....
- Espero que nada bueno – bromeó el bandido.
Cortez rió quedamente.
- Por lo que he oído disparas bien....
- Sí.
- ¿Te interesaría un par de tambores de balas de madera? – ofreció el cazavampiros, enseñándole un puñado de balas que sacó del bolsillo. – No puedo ofrecerte más, pero algo es algo.
- No me quejaría si me las diera – dijo Mike, tomándolas de manos de Cortez.
- Úsalas bien, muchacho – dijo el cazavampiros, pasando al lado del bandido y palmeándole el hombro antes de alejarse.
Mike caminó detrás de él, yendo hacia el pueblo. Los supervivientes empezaban a dividirse por las casas que aún estaban habitadas. No eran muchas, tan sólo unas quince o veinte, pero de sobra para alojar al centenar largo de seres humanos que quedaban en Desesperanza. La gente también cogía patas de las mesas, tablones de las vallas y demás pedazos de madera alargados para hacerse estacas con ellos.
Tenían que prepararse para la noche.
Mike alcanzó al fin a Sam, que afilaba una pata de mesa con su cuchillo, sentado en los escalones del porche del saloon. Mucha gente entraba en el local para conseguir maderas sueltas allí.
Mike se sentó al lado de su amigo y le miró mientras trabajaba. El hombre negro estaba sudoroso, ligeramente pálido y con ojeras anchas y moradas. Manejaba el cuchillo con debilidad y con poca coordinación.
- ¿Estás bien? – preguntó.
Sam asintió, concentrado en la labor de afilar su estaca.
- Sam.... – dijo el bandido, con tono preocupado.
Su amigo le miró, con la cara descompuesta. Suspiró al final, soltando el trozo de madera y el cuchillo. Se empezó a quitar la venda del antebrazo y le enseñó la herida a Mike, tragando saliva, preocupado y avergonzado.
Era una herida de unos colmillos de vampiro.
- ¡Sam! ¿Te mordieron?
- Ese maldito mejicano.... Cuando peleamos en el saloon me mordió. Hasta ahora me sentía bien, pero a medida que avanza el día.... – el hombre negó con la cabeza.
- ¿Qué podemos hacer? – preguntó Mike, nervioso.
- Nada – contestó Sam, y su derrota fue lo que más asustó a Mike. – He hablado con Cortez, sin decirle que me habían mordido, sólo como si le preguntase con curiosidad. Me ha dicho que la transformación dura un par de días, quizá tres. Pero que el calor del desierto acelera el proceso.... Esta noche me habré transformado en uno de ellos por completo – Sam se volvió hacia Mike. – Ya estoy muerto.
Sam cogió de nuevo la madera y el cuchillo, afilando de nuevo su estaca. Mike le miró conmocionado. Tragó saliva dolorosamente.
Dos grandes lágrimas cayeron desde los ojos de Sam.

martes, 19 de abril de 2016

Vampiros del Far West - Preparando la defensa (1 de 2)

- X -
(1 de 2)

Lo primero que hicieron fue encargarse de los muertos. Los supervivientes, con mayor o menor dedicación, y con menor o mayor cargo de conciencia, recogieron uno a uno a los muertos que estaban sembrados por todo el pueblo, para decapitarlos y llevarlos hasta el cementerio, donde eran quemados dentro de sus tumbas. El carnicero, Joseph Westwood y otros dos habitantes de Desesperanza que tenían el estómago adecuado se encargaron de guillotinar con hachas a los cadáveres. Como el enterrador había muerto víctima de los vampiros, fueron Sam, Emilio Villar, Mike y otros cuatro hombres del pueblo quienes incineraron y enterraron los cuerpos.
En el pueblo sólo habían sobrevivido algo más de cien personas. Todas fueron informadas de lo que pasaba, de la existencia de vampiros y de los planes que tenían para sobrevivir. Cortez, Pete White y “Chucho” McGraw fueron presentados a todos, como los hombres que sabían de qué iba aquel problema. El sheriff Mortimer estaba cada vez más enfadado, al ver cómo el poder y la autoridad bien merecidas que tenía estaban siendo robadas por forasteros.
Sam y Mike aprovecharon para hablar, para conocerse un poco mejor, entre incineración y enterramiento. Mike le contó sus fechorías a todo lo largo y ancho del país, y Sam le enumeró todos los trabajos que había realizado por todos los territorios del mismo país.
- ¿Quién eres realmente, Sam? – preguntó Mike, en una ocasión en que se habían quedado solos, enterrando a uno de los muertos. El resto de la cuadrilla de enterradores estaba alejada. – ¿Por qué me ayudaste en la prisión?
- Ya te lo dije. Un amigo.
- Ya.... Pero sabes, no me lo trago – dijo Mike, intentando no sonar demasiado cortante. – Soy Mike Nelson, todo el mundo sabe quién soy. Soy un ladrón y un asesino. Nadie me ayudaría.... a no ser que quiera sacar algo a cambio....
Mike y Sam se miraron. El bandido pensaba en su reciente botín e intentaba imaginar cómo Sam había descubierto que lo tenía.
- No quiero nada a cambio por mi ayuda – respondió Sam al cabo, con voz tranquila. Llegó un nuevo cargamento de muertos y los dos se pusieron a quemarles y enterrarles.
- ¿No quieres nada? – dijo Mike, cuando terminaron.
- No – dijo el negro, y pareció que iba a añadir algo más. Mike esperó, mientras su nuevo amigo miraba fijamente al suelo, donde tenía apoyada la pala. – Es una promesa que hice....
- ¿Prometiste a alguien que me ayudarías? – se sorprendió Mike.
- Prometí a alguien que te encontraría y cuidaría de ti.
Mike se pasó la mano llena de polvo por la cara, manchándose los carrillos y las comisuras de la boca.
- No lo entiendo – dijo, sin que se le ocurriera nadie al que pudiese importarle lo suficiente como para que le mandara a otro hombre que cuidara de él. – ¿Acaso es un secreto? ¿No puedes decirme quién te mandó semejante desfachatez?
Sam se lo pensó todavía un poco más, antes de responder.
- Tu hermano, Mike. Tu hermano Nicholas me lo pidió – dijo al fin. – Yo tenía una gran deuda con él. Estaba viajando junto a él cuando sufrió un accidente. Antes de morir me pidió que te encontrara y que me asegurara que no te metías en líos y estabas a salvo. Estábamos en Tres robles, y ahora sé que fueron los vampiros los que le mataron. Como las últimas noticias sobre Mike Nelson eran que había sido visto en Culver City, me dirigí hacia allí. Estaba en Desesperanza de paso cuando apareciste. Pero antes de que pudiera abordarte y presentarme ya te habían metido en la cárcel. Así que pensé en cómo sacarte de allí....
- Nick.... – murmuró Mike, dolorido. La pala se le escurrió de entre los dedos. Nick, su hermano mayor Nick, el hombre honrado, el representante de alambre de espino por todo el país, había muerto. Y los vampiros estaban detrás de ello. Deseó que la noche llegara para tener delante otra vez a ese asqueroso de Alastair, para clavarle en el corazón una estaca de madera....
- Lo siento de veras – dijo Sam. Sus ojos estaban también brillantes, llorosos, como los de Mike.
- Gracias. Gracias, de verdad – dijo éste.
No pudieron seguir hablando mucho más. Los cadáveres no dejaban de llegar.

* * * * * *

Al mediodía todos los muertos habían sido tratados y enterrados. Los seres humanos se reunieron en la iglesia, pues era el lugar más amplio del pueblo, donde todos podían estar juntos a la vez. Algunos durmieron unas pocas horas, sentados en el suelo o en los bancos de madera. Pero la mayoría no pudo pegar ojo.
Mike se quedó sentado en el suelo apoyado contra la pared del templo, con las rodillas encogidas. Empezó fumando un cigarro en silencio, pero el cansancio acumulado la noche pasada y la conmoción por lo de su hermano le hicieron caer en un sueño ligero.
Siempre se habían llevado bien, Nick y él. Habían tenido sus diferencias en el pasado, cuando Mike decidió separarse de la ley para subsistir, pero Mike seguía escribiendo cada vez que podía a la casa de Nick, contándole sus aventuras. Y Nick seguía deseando, en privado, que su hermano no cayese víctima de la soga.
Por eso, aunque hacía un par de años que no se veían, la noticia de la trágica e inesperada muerte de su hermano mayor había atontado a Mike.
Despertó sobresaltado, sacudido por sueños inquietantes, en los que contemplaba el cadáver decapitado de su hermano en el fondo de una fosa, sintiéndose culpable cuando la cabeza de su hermano abría los ojos de improviso.
A su lado estaba sentada la mujer menuda, Sue. Estaba abrazada a sus rodillas, respirando tranquilamente, con la mirada perdida y fija en un punto del suelo, frente a ella.
Mike se frotó la cara y los ojos con las manos, intentando quitarse de encima los restos de sueño. La mujer a su lado no se movió, esperando.
- Quería pedirte perdón, otra vez – dijo Sue, sin mirar a Mike.
- No tienes que volver a hacerlo – respondió éste.
Los dos se quedaron un rato en silencio.
- Sabías lo que eran esas cosas cuando las mataste antes, ¿no? – preguntó al final Mike.
Sue asintió con la cabeza.
- Cuando yo era muy pequeña vivía en las Rocosas – empezó a relatar Sue, y Mike volvió a sorprenderse de lo bella que era la voz de la chica. – Vivía con mis padres y mis tres hermanos y hermanas. Teníamos una cabaña de maderos en la falda de la montaña. El bosque y el campo nos daban todo lo necesario para subsistir. Una noche unos forasteros llegaron a la cabaña, pidiendo ayuda o agua o no sé qué exactamente. Yo estaba en ese momento en el bosque, recogiendo leña. Cuando volví a casa cargada con ramas secas noté el ambiente muy raro, así que me asomé a la ventana antes de entrar. Y vi el terrible espectáculo – la mujer cortó sus palabras de golpe, incapaz de seguir. No era necesario: Mike había comprendido perfectamente qué eran los forasteros y qué habían hecho a la familia de Sue. – Eché a correr, asustadísima, queriendo salvar mi vida. Los vampiros me siguieron por entre los árboles, y estuvieron a punto de pillarme. Pero salté al río, que era un torrente cuando pasaba cerca de nuestra casa, y me arrastró lejos de allí, salvándome – volvió a guardar silencio, afectada. – Nunca he sabido exactamente qué eran esas criaturas, pero llevo persiguiéndolas y matándolas toda mi vida.
Mike tragó saliva, incómodo.
- Lo lamento – dijo al final.
- ¿Entiendes ahora lo que quise decirte en la celda? ¿Lo de que yo era más importante? – explicó la mujer, con ojos llorosos y un tono de urgencia en la voz. – No era una fanfarronada. Simplemente quería seguir con mi cruzada contra los vampiros....

- Lo entiendo – dijo Mike, con la voz lo más amable que pudo conseguir. Sue suspiró y pareció que se quitaba por fin un gran peso de encima. Los dos se quedaron un rato más juntos, en silencio.

jueves, 14 de abril de 2016

Vampiros del Far West - Alastair

- IX -
Algunos de los supervivientes se congregaron en el saloon. Retiraron a los muertos a la trastienda que había detrás de la barra y colocaron un poco las mesas y sillas que quedaban enteras. Pero nadie se sentó. Todos estaban demasiado alterados y nerviosos como para quedarse suficiente tiempo quietos.
Eran unos veinticinco los que se juntaron en el saloon. La mayoría estaban sucios y polvorientos, y algunos estaban manchados de sangre. Se reunían en grupos pequeños, hablando en susurros, preguntándose por tal o cual amigo o vecino. Las respuestas no solían ser alegres.
Mike se encontró allí con Sam, que estaba herido en el antebrazo, pero sano. Había conseguido sobrevivir al ataque del monstruo y le había ahuyentado. Los dos hombres se saludaron con verdadera alegría, y Mike se volvió a preguntar el porqué de aquel sentimiento de camaradería que sentía hacia aquel desconocido. Después de asegurarse el uno al otro que los dos estaban bien, Mike se dirigió a la barra, buscando una botella de whisky. Cogió una, le quitó el tapón y bebió un largo trago.
Desde la barra Mike vio que Emilio Villar estaba en el local. El telegrafista estaba en pijama, despeinado y sudoroso, ayudando a la gente del pueblo. Mientras vendaba la cabeza de un anciano herido vio que Mike le miraba. El bandido le dedicó un saludo, tocándose el ala del sombrero, sonriendo con picardía. El telegrafista forzó una sonrisa, avergonzado por su aspecto ridículo.
En la galería del piso superior, cerca de donde Mike había aterrizado hacía poco menos de una hora, el bandido encontró a la extraña muchacha que le había visitado en la cárcel. Sue Roberts, la asesina de los primeros monstruos que habían visitado Desesperanza al principio de la noche. Estaba tranquila e inmóvil. La chica parecía no haber visto a Mike, o por lo menos no le dirigió la mirada. Quizá seguía avergonzada....
El sheriff y sus dos ayudantes también estaban allí. Intentaban calmar a la población y curaban las heridas que algunos de los supervivientes habían sufrido. Mike recordó al joven John Wayne: parecía que al sheriff no se le acababan los ayudantes. Además del ya conocido Frank Wallach también andaba por allí otro que Mike no conocía, al que la gente se dirigía como Joseph Westwood.
En ese momento entró el hombre vestido de negro, caminando despacio y con tranquilidad. La gente estaba tan alterada que sólo un puñado de personas se dio cuenta de su presencia.
El hombre iba acompañado de otros dos. Eran blancos, bastante más altos que él. Uno vestía un guardapolvo muy largo de color gris oscuro, tocado por un sombrero alto de color marrón. Lucía un frondoso bigote de color rubio y sus ojos eran azules.
El otro acompañante del hombre vestido de negro llevaba un guardapolvo que en algún momento fue blanco. Su sombrero era de un marrón desvaído, lleno de trenzas de cuero. Era joven y apuesto, con ojos de color avellana y pelo rubio y lacio. No sonreía pero no parecía serio, como sus otros dos compañeros.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó uno de los hombres del saloon.
- ¿Qué eran esas cosas? – preguntó una mujer madura, asustada, sosteniendo un rosario entre las manos.
- Eran demonios, monstruos del infierno – dijo el anciano del vendaje en la cabeza, con voz cascada.
- Cuando les disparabas no caían muertos – dijo un chico joven, cubierto de sangre, con voz aterrorizada. Mike reconoció con sorpresa al mozo de las caballerizas.
La gente se quedó en silencio después del comentario del muchacho. Todos habían intentado abatir a los asaltantes a tiros y no lo habían conseguido.
- Pues aquel tipo de allí disparó sobre uno de esos “bichos” y le hizo daño – dijo Mike, entre trago y trago de whisky, señalando con la botella al hombre vestido de negro. – Yo lo he visto....
- ¡No puede ser!
- ¡Imposible!
- ¿Quién es usted, señor? – preguntó el sheriff Mortimer, mirando con suspicacia a los forasteros.
- Me llamo Ezequiel Cortez – se presentó el que vestía de negro y tenía pinta de mejicano, aunque su voz no tenía acento. – Estos hombres que me acompañan son Pete White “el Blanco” – el chico joven se tocó el ala del sombrero y sonrió de forma atractiva – y Lucius “Chucho” McGraw – el hombre feo del abrigo gris y el mostacho asintió, en silencio y serio.
- ¿Y cómo es posible que sus tiros hayan herido a una criatura de ésas? – preguntó Frank Wallach.
- Porque nos dedicamos a eso. A cazar esas criaturas – fue la desconcertante respuesta.
- ¿Es cazador de monstruos? – preguntó Mike, sarcástico.
- No, amigo – dijo Cortez, con tono duro. – Somos cazavampiros....
La gente del saloon se les quedó mirando, en silencio.
- ¿Cazavampiros? ¿Y qué es un vampiro?
- Una criatura del infierno – explicó Cortez, mirando en derredor. La gente se encogió ante sus palabras y su mirada. – Una bestia insaciable de sangre humana. Un no-muerto que camina de noche y se esconde durante el día. Una sanguijuela.
Mike soltó una carcajada, que escondió con la mano.
- Amigo, tú mismo has visto lo que ha pasado aquí esta noche – dijo Cortez, acercándose a él, cruzando toda la estancia. La gente le miraba en silencio. Incluso Mike se sintió intimidado. Cortez llegó hasta la barra y le quitó la botella a Mike, tomando un trago, para devolvérsela luego. – Esas criaturas no eran humanas. Lo fueron, pero ya no.
- ¿Pero cómo es posible? ¿De dónde han salido? – preguntó un hombre.
Cortez se giró hacia la gente de la sala, dejando a Mike detrás de él, un tanto cohibido.
- Hay cosas más importantes que las explicaciones ahora mismo. Hay que recoger todos los cadáveres del pueblo, cortarles la cabeza y quemarlos.
- ¿Qué?
- ¿Está usted loco?
- ¿Pero cómo se atreve?
La gente se enfureció con aquel forastero que pretendía ultrajar a los muertos del pueblo, de aquella manera tan espantosa.
- Amigo, no sé en qué pueblo se habrá criado usted – intervino el sheriff Mortimer, plantándose delante de los tres forasteros. Mike tuvo que reconocerle el valor – pero en mi pueblo se respeta a los muertos....
- Cortez, deberías ser un poco menos brusco – intervino Pete White “el Blanco”, conciliador. La gente se calmó ante la cortesía del muchacho. – Esta gente no sabe nada de vampiros ni del peligro que suponen. Explícaselo.
Cortez miró a su compañero con la cara seria. Después se volvió hacia la concurrencia.
- ¿Alguno ha sido mordido por uno de ellos? ¿Por un vampiro?
- ¿Por qué? – preguntó Sam.
- La mordedura de vampiro es mortal. Transforma al mordido en vampiro – explicó Cortez. La gente a su alrededor negó con la cabeza. – ¿Y tú, muchacho? ¿No estás herido?
- No señor – contestó el mozo de caballerizas, que era a quien Cortez se había dirigido. – Esta sangre no es mía, sino de mi abuela. Esos “bichos” la mordieron.
- Entonces es importante que la traigamos aquí y la decapitemos – dijo Cortez, arrancando suspiros de terror  y quejas de indignación de la gente. – ¡Déjenme que les cuente una historia! Les sonará a leyenda, a cuento de viejas, pero es la pura verdad.
“Esas criaturas que han atacado su pueblo son vampiros. No-muertos. Demonios. Gente muerta que ha sido reanimada al ser poseída por un demonio.
“Cuando un vampiro muerde a su víctima puede hacer dos cosas con ella: alimentarse de ella y desangrarla, matándola; o beber su sangre y transformarla. Cuando esto segundo ocurre el vampiro bebe la sangre de la víctima, pero no la desangra. Lo que hace es dejar la herida abierta, haciendo que parte del demonio que le domina a él pase a la víctima, poseyéndola. El veneno que le corrompe pasa a la víctima, transformándola en vampiro.
“Por eso tenemos que actuar rápido y tratar a los cadáveres del pueblo. No podemos estar seguros de que hayan muerto: quizá ya tengan el veneno de vampiro en su interior, trabajando para transformarlos.
- ¿Y es necesario destrozar su cuerpo? – preguntó una mujer, llorosa.
- Muy necesario – explicó Cortez. Su voz seguía siendo dura, pero tenía un tono amable al explicar su terrible relato. – Los vampiros son demonios, hay muy pocas formas de acabar con ellos.
“Los vampiros pueden parecer seres humanos, pero ya no lo son. Tienen una fuerza descomunal, como un oso de las montañas, y son duros como una piedra. Tienen un oído finísimo y una vista prodigiosa, como las águilas. Su olfato es el de un coyote y son capaces de correr más rápido que un caballo, de saltar más alto que el vuelo de un buitre y de ser más sigilosos que una serpiente cascabel. No necesitan respirar, no necesitan dormir, no necesitan comer.... tan sólo dependen de la sangre humana. Pero se les puede dañar.
“Son criaturas nocturnas, así que nuestro mayor aliado es el Sol, la luz del día. El fuego es un gran purificador, así que también les afecta y acaba con ellos. Y cortarles la cabeza es la forma más efectiva para que nunca más vuelvan a levantarse.
“Las armas de fuego no sirven, pero la madera les daña. Y puede matarles. Una estaca de madera en el corazón acaba con ellos. Pero siempre es mejor cortarles la cabeza después y quemarles.
Mike recordó entonces cómo había acabado atravesado por la valla de la iglesia el vampiro que le había visitado en la cárcel al principio de la noche. Tembló sólo de pensar lo cerca que había estado de morir y cómo una casualidad le había salvado la vida.
- ¿Y por qué sus balas hirieron a aquel monstruo? – preguntó desde detrás de la barra. Cortez se volvió hacia él, sacando una bala de su cinturón, tirándosela. Mike la atrapó al vuelo.
- Porque están hechas de madera – dijo Cortez, sorprendiendo a todos. Mike lo comprobó en la que tenía en las manos. El cartucho era metálico, como las balas normales, pero la pieza que contenía, en lugar de ser de plomo como era lo usual, era un trozo de madera tallada, con la forma de una bala.
- ¿Tienen pólvora también? – preguntó.
- Por supuesto – contestó Cortez. – Es necesaria para que sean disparadas. El problema es que a veces el estallido de la pólvora inflama el proyectil. Pero es algo poco común....
- ¿Cómo sabe todo esto? – preguntó el sheriff Mortimer.
- Llevo persiguiendo a estas criaturas toda mi vida, desde que era un niño. Mi viejo me enseñó todo lo que sé y empecé a cazar vampiros con él. Al parecer mataron a mi madre cuando yo era un crío y mi padre tenía una sed de venganza insaciable.
- ¿Cuánto tiempo tienen estas criaturas? – preguntó Westwood, asombrado, preguntando lo que todos estaban pensando: la gente de Desesperanza había creído que era un problema puntual y actual, que les afectaba sólo a ellos.
- El cabecilla del grupo que nos ha atacado es un vampiro de unos doscientos años – explicó Cortez. – Pero los vampiros existen desde hace casi novecientos. Al menos los escritos que hemos consultado no contenían crónicas anteriores....
- ¿Novecientos años? – preguntó el mozo de las caballerizas.
- Las crónicas de un monje franciscano llamado Jeremías que hemos consultado datan del año novecientos noventa y nueve – contó Cortez. – En ellas el monje cuenta la historia de un noble español, que tenía sus tierras en los Pirineos. Su amada, prometida con el noble, murió en el monte, atacada por los lobos. El noble enloqueció de dolor, maldiciendo a Dios y negándole. Cortó toda relación con el mundo y vendió su alma a Satanás, que le concedió la vida eterna a cambio de su alma y de que tuviese que beber sangre humana. Es la primera referencia a vampiros que hemos encontrado, la más antigua.
- ¿Y cómo han acabado aquí, en el desierto de Mojave? – preguntó Westwood.
- Los vampiros han tenido tiempo de sobra para extenderse por el mundo – dijo Cortez. – Viven en clandestinidad, normalmente matando a los humanos necesarios para subsistir, sin llamar la atención. Se multiplican, pero normalmente de una forma ordenada.
- ¿Y lo que ha ocurrido esta noche aquí? – preguntó el sheriff Mortimer.
- ¿Tiene algo que ver con ese cabecilla que has nombrado antes? ¿Con ése de negro al que disparaste? – preguntó Mike, dejando la botella en la barra, comprendiendo poco a poco lo que pasaba allí.
Cortez le miró y sonrió.
- Los vampiros con los que nos hemos enfrentado esta noche llevan asentados en Mojave un tiempo. Unos tres meses – explicó Cortez, volviéndose hacia la gente de la sala. – Son los que han atacado el resto de pueblos del desierto, matando a la población. La gente que ha llegado hasta Desesperanza emigrando de los otros pueblos huía de ellos, sin saberlo.
- ¿Y por qué lo hacen? Nos has dicho que esos monstruos tratan de pasar inadvertidos.... – preguntó Frank Wallach.
- El cabecilla de esos monstruos se llama Alastair. Era un joven inglés, de familia adinerada. Era un hombre culto, estudioso. Cuando fue transformado en vampiro no perdió esa costumbre: se dedicó a investigar todo lo que se había escrito sobre los vampiros, tanto lo escrito por humanos como lo escrito por vampiros. Quería saber todo lo posible sobre su nueva raza, su historia, sus leyendas. De esa forma se enteró de la existencia de un mito vampírico: el mito del Ungido.
“El mito habla del apocalipsis vampírico, de la posibilidad de que los vampiros den la vuelta al mundo tal y como lo conocemos, saliendo a la luz pública, convirtiéndose en los amos del mundo. Nosotros, los humanos, pasaríamos a ser sus esclavos, simples reses que serviríamos de alimento. Lleva mucho tiempo poder poner en marcha un plan para desatar tal apocalipsis.
La gente del saloon guardó silencio. Lo que les había expuesto Ezequiel Cortez era suficientemente terrorífico como para dejar sin palabras a cualquiera.
- ¿Cómo va a hacerlo? ¿Es posible?
- Nadie sabe si es posible o no. Es sólo un mito. Pero lo que debería importarnos es que Alastair cree que es posible. Por eso ha decidido empezar a atacar este país, empezando por esta zona tan apartada y despoblada. Quiere formar un importante ejército de vampiros. Por eso ha atacado los pueblos, alimentándose de la gente y transformando a los que mejor le van a venir. Quiere prepararse para el apocalipsis vampírico.
- ¿En qué consiste eso del apocalipsis vampírico? – preguntó el sheriff Mortimer.
- El número nueve es muy importante para los vampiros. Lo consideran el número mágico. Por eso Alastair quiere prepararse para desatar el apocalipsis el año que viene, mil ochocientos ochenta y uno – dijo Cortez, dejando que la gente llegase a la misma conclusión a la que había llegado el vampiro hacía unos meses. – Ha encontrado a un vampiro especial, el llamado Ungido, que ocultará el Sol para que los vampiros puedan dominar el mundo – Cortez volvió a guardar silencio, durante un momento. – O al menos eso es lo que Alastair cree.
Los humanos del saloon se quedaron en silencio, preocupados, conmocionados y asustados. No todos los días se enfrenta uno a criaturas del infierno y se entera de que están planeando conquistar el mundo y esclavizar a la humanidad....
- Muy bien. ¿Y qué es lo que podemos hacer nosotros? – preguntó el sheriff Mortimer.
Cortez sonrió.
- Por ahora lo que podemos hacer es encargarnos de los muertos. Asegurarnos de que no van a transformarse. Y darles una despedida digna – dijo, para apaciguar a la gente. – La mejor opción es que huyamos hacia Culver City y salgamos del desierto de Mojave.
- Culver City está lejos.... – opinó Westwood.
- Por eso hoy ya es tarde para partir. Tendremos que llegar antes de que anochezca. La oscuridad es el hogar de esos monstruos – replicó Cortez. – Tendremos que prepararnos hoy para el viaje y partir mañana con las primeras luces del alba.
- ¿Y esta noche? – preguntó Sam. Todos los presentes habían pensado lo mismo.
- Tendremos que prepararnos para resistir.... – fueron las palabras de Cortez. Aunque el cazavampiros había sonreído, Mike no pudo evitar notar el tono fúnebre de su voz.

domingo, 10 de abril de 2016

Vampiros del Far West - Noche sangrienta (2 de 2)

- VIII -
(2 de 2)

Mike siguió a Sam por la calle del pueblo, que se estaba llenando de gente que corría para salvarse. Había cadáveres y charcos de sangre por todas partes. Se oían gritos a lo lejos.
- ¿Qué está pasando? – preguntó Mike. No estaba asustado, pero le ponía nervioso no saber de dónde venía ese caos.
- Esas cosas han tomado el pueblo – contestó Sam, con su voz profunda.
- ¿Y qué son esas cosas? – preguntó de nuevo Mike, recordando al hombre pálido que había querido atacarle en la celda. Si es que a “eso” se le podía llamar “hombre”.
- No sé lo que son – dijo Sam, sin dejar de caminar con prisa. – Sólo sé que matan a la gente para sobrevivir.
Mike sacó su revólver de la funda. No necesitaba saber nada más. Estaba tan desorientado que no recordaba que ya había disparado a una de aquellas cosas esa misma noche y no había servido para nada.
Los dos habían pasado por el gran establo y habían comprobado que no había caballos en él. No quedaba ni rastro de ellos. Mike esperó que solamente hubiesen huido del pueblo al comenzar el caos.
Vio el saloon a lo lejos, iluminado y ruidoso. Se veía gente moviéndose en el interior, a través de las grandes ventanas. Le pareció el mejor lugar del mundo para estar aquella noche.
- Vamos allí – propuso, sintiéndose mejor al tomar decisiones sobre su propio destino. Sam miró y asintió.
Tres figuras se levantaron entonces del suelo. Estaban a un lado de la calle, alimentándose de dos cuerpos que había en el suelo, tendidos uno junto al otro. Eran dos mujeres y un hombre joven, vestidos con ropas sucias y con la cara manchada de sangre. Los tres tenían los ojos completamente negros y la piel muy pálida. Gruñeron y aullaron suavemente con las bocas abiertas, dejando ver sus colmillos afilados, rojos de sangre humana.
- ¡Vamos! ¡Corre! – dijo Sam, tirando de Mike. Los dos hombres corrieron hacia el saloon. Los tres monstruos estaban atiborrados de sangre, así que los miraron huir sin decidirse a seguirles.
Los dos hombres entraron en el saloon, apresurados y jadeantes. El espectáculo que allí se encontraron los dejó helados en el sitio.
El lugar estaba tomado por dos de aquellos monstruos. Eran dos hombres, uno alto y delgado y otro corpulento. Las dos criaturas corrían de un lado para otro, peleando con la gente que se había refugiado en el saloon, creyendo que allí estarían seguros.
El hombre alto era moreno, con el pelo largo y grasiento. Vestía una especie de frac, oscuro y sucio. Era alto y delgado. Se movía con mucha rapidez y acababa con los humanos con celeridad, aullando y riendo a la vez. Sus colmillos eran enormes.
El otro monstruo tenía pinta de mejicano. Vestía un poncho y un gran sombrero. Además tenía la tez un poco más oscura que su compañero, aunque también parecía pálido. Un bigote fino y una sombra de barba destacaban sobre su piel. Sin embargo, sus ojos eran negros completamente como los de su compañero, y sus colmillos también eran visibles.
Entre los dos habían matado a la mayoría de gente del local. Los que quedaban intentaban huir o luchar, pero los dos monstruos parecían jugar con ellos, sin dejarles escapar pero sin matarlos tampoco.
Un hombre corría hacia la salida, manoteando desesperado. El monstruo alto y moreno se plantó delante de él, palmeándole el pecho con ambas manos a la vez. El hombre salió despedido hacia atrás volando por los aires, aterrizando sobre una mesa que se rompió.
El monstruo con aspecto de mejicano esperó de pie el ataque de dos hombres. Llegaron a la vez sobre el monstruo, uno armado con una silla y otro con un cuchillo. El mejicano sujetó la silla con las dos manos, cuando el hombre la sacudió sobre él. El otro hombre le clavó el cuchillo en la espalda, entre los dos omóplatos. La criatura con poncho mejicano arrancó la silla de las manos del hombre y le golpeó con ella, partiéndola en pedazos. Después se giró hacia el otro hombre, cogiéndole por la barbilla: le sacudió la cabeza y le partió el cuello. Echó la mano hacia atrás y se sacó el cuchillo, con toda tranquilidad.
Otros seres humanos atacaron a los monstruos, con idénticos resultados. Los más afortunados sólo recibieron un golpe que los alejó de allí, volando por los aires, rompiendo el mobiliario o atravesando alguna ventana.
Sam reaccionó antes que Mike, con furia. Tomó una silla volcada en el suelo y se la estampó en la espalda al mejicano, rompiéndola en pedazos. La criatura no se inmutó. Simplemente se dio la vuelta y lanzó por los aires al negro con un golpe de la garra que era su mano: Sam cayó sobre la barra y se deslizó detrás de ella, cayendo pesadamente.
Mike se movió por fin, sacando el revólver de la funda de nuevo, corriendo de lado por el local, esquivando las sillas y las mesas volcadas, golpeando con el canto de la mano izquierda el percutor, mientras apretaba el gatillo. Los disparos partieron certeros hacia la criatura con aspecto de mejicano. Cuatro boquetes se abrieron en su espalda, pero ninguno sangró.
Mike se detuvo al lado de la pianola cuando se le acabaron las balas. Respiraba agitadamente, atónito ante lo que ocurría delante de él.
La criatura alta y morena, el otro monstruo, apareció de repente a su lado, sonriente, feliz y contento. Tomó a Mike por el pecho de la camisa y lo levantó en vilo, lanzándolo por los aires. Mike cruzó la estancia y acabó chocando contra la barandilla que tenía el pasillo elevado del primer piso. Se rompió en cien pedazos y el bandido quedó tendido en la galería.
Sam se levantó detrás de la barra. Las dos criaturas estaban entretenidas con otras víctimas. Salió corriendo desde detrás de la barra y subió las escaleras que llevaban al piso de arriba del saloon, donde estaban las habitaciones de huéspedes. Llegó al pasillo y levantó a Mike.
- ¿Estás bien?
- Me duele todo.... – contestó Mike.
- Vámonos de aquí – dijo Sam, con su profunda voz un poco vacilante. Ayudó a bajar las escaleras a Mike, vigilando a los monstruos, que seguían jugando con sus “mascotas” humanas. Quedaban una docena de hombres vivos en el saloon, que corrían asustados y despavoridos: las dos criaturas les cerraban el paso y les golpeaban, riéndose de ellos.
Sam cruzó la estancia sosteniendo a Mike, que a cada paso apoyaba los pies con más seguridad. Se escondían detrás de las mesas volcadas y de los cuerpos muertos del suelo, pasando desapercibidos. Parecía que lo iban a conseguir, estaban a unos pasos de la puerta de vaivén, cuando alguien les empujó por la espalda.
Mike rodó por el suelo y se levantó al lado de la puerta de salida. Se giró para ver dónde estaba su compañero, y se lo encontró forcejeando con la criatura con pinta de mejicano. El monstruo había reconocido al humano que le había golpeado antes y quería vengarse.
Mike desenfundó su revólver, en un gesto automático. Sam alcanzó a verlo.
- ¡Huye! – gritó, agarrando las manos del monstruo, intentando mantenerle alejado de él y de su cuello. La criatura peleaba con furia y fuerza, con la boca abierta, mostrando los colmillos. – ¡Vete de aquí, maldita sea!
Mike, sin saber cómo reaccionar, se dio la vuelta y salió del saloon, corriendo por la calle. Recordó a tiempo a los tres monstruos que había visto antes cerca del saloon y corrió en la otra dirección, aunque no los vio. Se acercó a una casa y se metió dentro.
Era una especie de establo, de almacén. En el centro había un cercado bajo con forma rectangular, con cuatro o cinco terneros dentro. Alrededor de él había utensilios y herramientas, ruedas de carro y balas de paja.
Mike se coló hasta el fondo, intentando que su respiración se tranquilizase, mientras recargaba el revólver. Pensaba en Sam, sentía haberle dejado atrás. ¿Por qué se preocupaba por un desconocido, cuando nunca le había importado cargarse o dejar atrás a sus compañeros de fechorías? No lo sabía, pero era así....
La puerta de madera sonó al abrirse y chocar contra la pared. Mike miró entre las columnas y los aperos que colgaban de ella. La respiración se le cortó.
La criatura morena estaba allí.
- Veo que has abandonado la fiesta que habíamos montado en el saloon – bromeó, con una voz sarcástica, susurrante. – Con todas las molestias que nos habíamos tomado....
La criatura caminó despacio por el establo, con tranquilidad. Mike se movió también, para mantener cuantos más objetos mejor entre aquella “cosa” y él. Cuando la criatura se detuvo él también lo hizo: el corral vallado quedaba entre ellos.
- ¿Qué sois? – dijo Mike, soltando la pregunta que le quemaba en la garganta.
La criatura rió, a carcajadas.
- Somos el futuro.... – dijo, con voz llana y sincera. Tenía los ojos dorados, que miraban a Mike con diversión. – Somos vuestros amos.
Mike levantó su revólver y disparó, los seis tiros sobre el pecho de la criatura. Seis agujeros rojos se abrieron en la camisa blanca que llevaba bajo la chaqueta del frac. El monstruo ni se inmutó. Mike miró su revólver, inútil. Se había quedado sin balas, y lo que era más preocupante y le asustaba más: se había quedado sin ideas.
- No puedes matarme – susurró el monstruo, mientras sus ojos se volvían negros y sus colmillos surgían de la boca.
- Espero poder solucionar eso – dijo una voz seria y dura detrás de él.
Mike se movió un poco, para ver a la persona que había entrado en el establo. Era un hombre bajo, de tez colorada, con el cabello muy negro y corto. Vestía un guardapolvo negro que le llegaba hasta los tobillos. Un sombrero de ala amplia, también negro, le cubría la cara, aunque Mike pudo entrever una ancha cicatriz que le cruzaba el carrillo derecho.
- ¡¡¡!!! – aulló la criatura, olvidando a Mike y volviéndose hacia el recién llegado. Levantó las manos provistas de garras y se lanzó sobre el hombre.
Éste no se inmutó. Se mantuvo en el sitio, en el vano de la puerta. Apartó el guardapolvo y cogió dos pistolas que llevaba en el cinturón. Desenfundando a una velocidad de vértigo apuntó al monstruo y abrió fuego.
La criatura recibió los disparos y aulló de dolor. Mike se asombró, pues su experiencia al disparar a esas criaturas era bien distinta. El monstruo incluso retrocedió, chocando contra una de las vigas que sostenían el techo. El hombre vestido de negro volvió a disparar otras dos veces y el monstruo se retorció, lanzándose a toda velocidad hacia al fondo del establo. Mike no pudo verle, en realidad: se convirtió en un borrón negro que viajó contra la pared de madera, destrozándola y abriendo un agujero en ella.
La criatura huyó.
Mike reaccionó entonces y corrió hacia el hueco abierto en la pared, asomándose fuera. El hombre vestido de negro se unió a él.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está? – preguntó Mike. No había ni rastro de la criatura, ni de ella ni de ninguna otra. La calle estaba desierta, salvo por los cadáveres y la gente que corría por ella, gritando de miedo y llorando.
- Ha huido – dijo el hombre.
- ¿Por qué?
El hombre salió a la calle y Mike le siguió. El hombre vestido de negro señaló entre dos edificios, hacia el horizonte. Allí el cielo empezaba a clarear.
- Va a amanecer – dijo, como si con eso estuviese explicado todo. Mike le miró, sin entender nada. – El Sol es nuestro mayor aliado.
Mike miró a su alrededor. No había rastro de los monstruos. Sólo había muertos desangrados en el suelo y gente que corría asustada. El saloon estaba silencioso, destrozado y revuelto. Una casa en la lejanía, al otro lado del pueblo, estaba en llamas. Había gente parándose, dejando de correr, al darse cuenta de que los monstruos se habían ido. Algunos empezaron a reconocer a gente entre los muertos. Los gritos de terror se apagaron y dejaron paso a los lloros y lamentos.
- Va tener que explicarme mejor eso – dijo Mike, volviendo a mirar al hombre vestido de negro, con una mueca de ignorancia y cansancio.