viernes, 29 de septiembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VI (1ª parte)



ÉRASE UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- VI -
UN NUEVO TRABAJO

- ¿Pero cómo no vas a aceptar el trabajo? – pregunté, escandalizada. – ¡Es una oportunidad única! ¡Son mil sermones! ¡Se solucionarán todos tus problemas!
La noche en que murió Kéndar-Lashär ya no encontré a Drill en la taberna cuando volví, después de que los alguaciles de Dsuepu nos tomaran declaración a todos los que estábamos en la calle alrededor del cuerpo del héroe. Así que me marché a casa, esperando encontrarle al día siguiente en el mismo sitio. Me pasé toda la mañana cerrando un negocio con un ganadero que solicitaba protección para llevar sus vacas hasta el mercado de Nafunovat, en Rocconalia. Llegué después de comer a “La taberna de los mercenarios”, contenta: tenía un nuevo trabajo cómodo y muy bien pagado. El año siguiente pagaría el tributo sin problemas. Me senté en la misma mesa que el día anterior y esperé que Drill se pasase por allí, para compartir mi alegría con él.
Pero cuando el viejo mercenario llegó le vi desesperado, preocupado y hasta triste. Creí que se encontraba así por la muerte de su antiguo shushán, pero no era tal su preocupación. Con voz estrangulada me contó sus “problemas”, el nuevo trabajo que le habían propuesto.
Y yo no pude por menos que sorprenderme.
- No puedo creer que te preocupes por una cosa así. ¡Mil sermones! – me escandalicé, por la idea de Drill de rechazar aquel trabajo. – Es como conseguir tu propio caldero de oro con cuatro años de adelanto....
- Sí.... – contestó él, con tono cansado. Ya llevaba un rato echando por tierra todos mis argumentos. – Pero para cobrarlos tendré que cumplir con mi misión, ¡y es imposible de cumplir! ¡Es una locura propia de un tipo como ése!
Reí, recordando la descripción que Drill me había hecho del tal Karl Monto. Parecía que el cliente de mi antiguo yumón era un poco “rarito”, un tanto histriónico y un blandengue.
- El trabajo es largo y laborioso, no voy a decirte lo contrario – acepté yo, con tono tranquilo, – pero estoy segura de que puede realizarse. ¡Sobre todo tú! Eres un gran mercenario, Drill, de eso no hay duda. Sólo te encuentras en una mala racha.... pero con este trabajo saldrás de ella.
Drill se pasó la mano por la cara, después de beber un trago largo de cerveza.
- Pero si es que, además, no es un trabajo para mí.... ¡Monto era el cliente al que Kéndar-Lashär estaba esperando! – me miró con cara resolutiva, como si todo estuviera explicado. Meneé la cabeza, sin entenderlo. – ¿No lo ves? ¡Me estoy haciendo con la misión de otro mercenario!
- ¡Buah! – salté yo, quizá demasiado despectiva. – Ésa es tu manía de regirte por un código del honor de los mercenarios que nadie sigue ya.... ¡Un trabajo es un trabajo, Drill! Además, tú no se lo has robado a Kéndar-Lashär: el pobre no estaba para aceptarlo. Simplemente cogiste lo que te encontraste....
- Me siento fatal por haber engañado a ese hombre....
- Mira, Drill, sin querer ofenderte, si ese tal Monto es tan idiota como para confundiros a ti y a Kéndar-Lashär se merece que le engañen.
Drill miró alrededor, inquieto. Suspiró fuertemente.
- Al margen de eso.... No me veo capaz de realizar la misión.... Encontrar todos esos objetos imposibles de conseguir.... entrar en una tumba inexpugnable.... Además para esconder una caja de madera, que contendrá el capricho de un ricachón....
Era evidente la preocupación de mi antiguo yumón: se había saltado sus propias reglas y me había contado las condiciones y los términos de “su” nuevo trabajo.
- Bueno, la mayor parte de esas cosas sabemos dónde están o quién las custodia – dije yo. – Nadie dice que tengas que tomarlas por la fuerza. Quizá el Museo de la Guerra pueda prestarte la espada, y si descubres quién guarda la llave en las Islas Tharmeìon quizá te la confíe durante un tiempo – elucubré yo. Drill no parecía convencido. – Tu fama no se iguala a la de Kéndar-Lashär, pero eres un mercenario bien conocido. Y respetado. Puedes usar eso a tu favor....
- No lo sé.... – dudaba Bittor Drill, pero yo veía que lo estaba convenciendo.
- Piensa en el sueldo – contraataqué yo desde otro frente. – Conseguirías tu propio caldero de oro con el que poder seguir tirando hasta los sesenta: ésa puede ser la manera de conseguir tu pensión. Y luego podrás retirarte cómodamente a tu granja del norte....
Drill resopló.
- Si te parece tan buen trabajo, ¿por qué no lo aceptas tú? – me retó.
- Porque yo tengo uno que acabo de conseguir esta mañana – contesté, resuelta. – Es muy cómodo y está bien pagado.
- Está bien. Te lo cambio – me propuso Drill.
- ¡Ni hablar! Está bien pagado pero no resolvería tus problemas de dinero.... – contesté, haciéndome la ofendida. – Tienes que aprovechar la oportunidad que Monto te ha puesto delante.... bueno, y el sulqti-d’han de Kéndar-Lashär.
Drill se rascó la cabeza, alborotándose el abundante pelo gris.
- No me gusta nada esto....
- Rechaza el trabajo entonces – dije, cogiendo la copa de arcilla de la mesa y tomando un trago de vino con especias, mirando alrededor, desentendiéndome de Drill.
- Es que no sé....
- ¡¿Pero no lo ves?! – salté, volviéndome a mirarle, inclinándome sobre la mesa, con las manos apoyadas en la madera. – Estás deseando hacer este trabajo. Lo que pasa es que te asusta volver a trabajar de verdad, en una misión mínimamente decente y complicada. Yumón, eres un buen mercenario, de los mejores que ha habido en la historia de la academia. Sólo necesitas volver a ponerte en marcha....
- Lo que pasa es que no sé si podré o sabré volver a hacerlo – dudó Drill.
- El miedo es algo normal, Drill – dije, comprensiva. – Pero que te aferres tanto a él y te comportes como un aprendiz de mercenario llorica no lo es tanto – concluí, tajante. Drill me miró y sonrió, con su sonrisa cálida de niño. – Así no conseguirás ligar nunca....
Drill rio con leves carcajadas y yo sonreí, contenta. El mercenario miró alrededor, fijando su vista en las ventanas: fuera no se veía más que oscuridad. Ya se había hecho de noche.
La puerta de la taberna se abrió entonces, dejando entrar algo del viento frío que recorría las calles de Dsuepu. Los clientes de la taberna lanzaron quejas, mandando al que entraba que se apresurara a cerrar la puerta.
Karl Monto, que era la persona que estaba entrando, se aceleró, poniéndose nervioso. Cerró la puerta rápido y con fuerza, pillándose una esquina de la capa. Tuvo que volver a abrir la puerta para liberarla, despertando las nuevas quejas de los parroquianos. Cerró de nuevo, ya libre, trastabillando hacia atrás, ofuscado por la vergüenza de ser el centro de atención y por su torpeza. Acabó golpeando una mesa, tirando parte de la cerveza que había en las jarras. Los clientes sentados en ella lanzaron voces, quejándose. Monto se disculpó con su voz lastimera, alejándose de allí.
- Vaya idiota.... – comenté.
- Es mi cliente.
- ¡No hablas en serio! – me giré hacia él, sorprendida.
- Ojalá no lo hiciera.... – contestó Drill, levantando la mano y llamando la atención del torpe hombrecillo.
Lo miré de arriba abajo, valorándolo. Era paliducho y raquítico. Parecía un hombre débil, vestido con buenas ropas, marcando su estrato social. Se notaba que estaba fuera de lugar, que se sentía incómodo allí. Era alguien con una posición social y económica elevada, alguien acomodado. Alguien que no era capaz de resolver sus problemas, asustadizo y aprensivo. El típico cliente de un mercenario.
- ¡Buenas noches! – dijo, sentándose al lado de Drill.
Aún quedaba una silla desocupada en la mesa. – Me alegro de verle.
Se volvió después con curiosidad hacia mí. Le sonreí y le mantuve la mirada: era evidente que mi presencia lo desconcertaba y le ponía nervioso.
- ¡Oh! Sí.... ésta es Jennipher Whicox, una amiga y compañera de profesión – me presentó Drill, salvando el momento un tanto tenso. – Él es Karl Monto, el cliente que te he dicho que estaba esperando.
El hombrecillo me tendió la mano y yo la estreché. Era un apéndice delgaducho y frío, con dedos como ramitas. Su apretón fue debilucho, sin fuerzas, como si hubiese dejado la mano muerta antes de tendérmela, blandita y floja. Hubiese deseado que aquel hombre fuese un compañero de armas (otro mercenario, un soldado o un alguacil) para poder estrecharle la muñeca y no tener que volver a tocar su mano nunca más.
- Encantado – dijo él, con una sonrisa de conejo.
- Un placer – dije yo, evitando poner cara de asco ante su contacto. Tuve que contener la risa ante su sonrisa.
- Lo lamento, pero lo que tengo que tratar con el señor.... – se quedó un momento en suspenso, pensando.
- Drill – apuntó mi antiguo yumón.
- Drill, eso es, eso es.... Lo que tengo que negociar con el señor Drill es privado y secreto. Espero que lo comprenda.... – me dijo, con excesiva seriedad.
- Por supuesto – me levanté. – Nos vemos luego, Drill. Señor Monto.... – me despedí, con un cabeceo. Después me dirigí a la barra, con un caminar lento y seductor. Estoy segura de que varias cabezas se volvieron hacia mí, y que la primera fue la del señor Karl Monto. Incluso apostaría a que se quedó con la boca abierta.
- Una mujer magnífica.... – dijo Monto (como más
adelante me contaría Drill). – ¿Es su mujer?
- ¿Qué? No, hombre, no.... – rio Drill.
- Pero es su pareja.... – dijo Monto, incapaz de comprender nuestra relación de amistad.
- Es sólo una compañera y una amiga – explicó Drill, riendo. Le pareció increíble la estrechez de miras de aquel hombre, que no podía comprender que un hombre y una mujer hermosa fuesen sólo amigos. – Fue mi aprendiz hace unos ocho años.
- ¡Ah! Ya lo comprendo.... – dijo, intentando una sonrisa pícara. Drill no quiso saber qué había entendido aquel personaje por “aprendiz” y qué se había imaginado que implicaba la relación yumón/shushán para los mercenarios, y tampoco quiso sacarle de su error. – Espero que no le haya contado nada de nuestro negocio....
-  Ni mucho menos – mintió el mercenario, sintiéndose un poco mal. – Es confidencial....
- Así me gustaría que lo tratara siempre – aceptó Monto. Después se inclinó sobre la mesa, acercándose a Drill. – Porque imagino que ha aceptado el encargo, ¿no es así?
Drill miró hacia mí, aunque yo no me di cuenta. Estaba apoyada en la barra, tomando mi vino con especias y hablando con Frank sobre la tragedia de la noche anterior. Supongo que Drill buscaba algo de ayuda por mi parte pero, inconscientemente, yo no se la brindé (me gustaría deciros que era la primera y última vez que me pasaba eso, pero os mentiría).
- Me temo que sí.... – murmuró Drill, mientras seguía mirando mi espalda. – Quiero decir.... Sí, acepto.
- ¡Bien! ¡Me alegro verdaderamente! – dijo Monto, extremadamente contento. – Sé que mi empresa está en buenas manos.
- Eso espero.... – murmuró Drill hacia un lateral, tapándose la boca con el dorso de la mano.
- Bien, concretemos los detalles – dijo Karl Monto, acercando su silla aún más a Drill, que se recostó en la suya, resignado. – Yo vivo en Dérdrè, una pequeña aldea al borde del río Birmanion, a unos treinta kilómetros de Qalgut. Esperaré allí su informe una vez que haya terminado. Allí podrá cobrar su sueldo. Mientras tanto tenga los quinientos sermones prometidos en concepto de dietas.
Karl Monto abrió una pequeña bolsa de viaje de piel que llevaba con él. Sacó una pesada bolsa de cuero, panzuda y redondeada. Piezas metálicas tintinearon en su interior. Drill la cogió con los ojos como platos, tragando saliva.
La tentación era demasiado grande. ¿Quién le impedía salir de allí con el dinero, con la promesa de realizar el trabajo, pero desapareciendo de la vida pública? Sería rico y tendría el retiro bastante resuelto.
Su maldita conciencia: ella se lo impediría....
- Muy bien – se limitó a decir, tomando la bolsa de cuero y poniéndola debajo de la mesa, entre sus pies.
- Recuerda las condiciones de nuestro negocio, ¿verdad? – continuó Monto. – La caja debe quedar escondida en el sepulcro de Rinúir-Deth, en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin. En ningún otro sitio de Ilhabwer estará segura. Consiga la espada, la llave y el conjuro para poder entrar allí y esconderla y luego vaya a Dérdrè a cobrar su sueldo. Es así de sencillo – Drill enarcó una ceja, incrédulo. Estaba seguro de que aquel idiota de verdad se creía que aquella misión era sencilla. – Nadie puede saber qué hay en la caja, ni siquiera usted. Nadie puede cogerla ni abrirla. Sólo usted puede hacerse cargo de ella.
- Muy bien.
Monto metió de nuevo la mano en la bolsa, con más precauciones que antes. Con un gesto teatral sacó una pequeña cajita de madera y la colocó en la mesa, tapándola con su cuerpo y con sus pequeñas y delicadas manos.
- Aquí está – dijo, con recogimiento, como si hablara de un gran tesoro o de una reliquia del mismísimo Sherpú. – La caja que debe proteger.
Era una caja pequeña, de madera de álamo. Medía unas tres pulgadas de ancho, por cuatro de largo y una y media de alto. Era suave al tacto, de color marrón intenso. La tapa estaba taraceada por arriba, formando un dibujo como de escamas de pez, pero de color marfil, con un intenso color negro entre ellas. Dos bisagras roñosas permitían que la tapa se levantara, asegurada por un simple cerrojo compuesto por dos piezas de latón: una en la tapa, móvil, con un agujero que encajaba en la otra pieza clavada en el costado de la caja, uniéndose a presión. Drill la sopesó en la mano, notando que apenas pesaba: era ligera, y nada se notaba en su interior, ni se agitaba al sacudir el cofrecillo.
Era una simple y triste caja de madera. El “importante” objeto que Drill tenía que proteger y esconder.
- No se la dé a nadie, ni la enseñe, ni la abra – sentenció Karl Monto, y fue la vez que más serio le vio. Parecía alguien seguro de sí mismo, incluso.
- La cuidaré con mi vida – dijo Drill, viéndose influenciado por la seriedad del momento, dejando que sus costumbres de mercenario experimentado resurgieran.
- Espero que no sea necesario llegar a tanto – dijo
Monto, con voz nerviosa, y ya volvía a parecer el hombrecillo debilucho de siempre. – ¿Cuándo cree que partirá?
- Puedo hacerlo mañana mismo – contestó Drill, después de pensarlo un poco. – Lo que tarde en alquilar un caballo o conseguir pasaje en alguna diligencia.
- Yo salgo mañana para Birma – dijo Monto. – Quiero decir que no estaré aquí para verle partir ni para meterle prisa. Pero me gustaría que cumpliera servicialmente mi encargo.
Drill sacudió la cabeza mentalmente, sorprendido. Aquel hombrecillo le dejaba atónito una vez sobre la anterior. Era increíble lo crédulo y confiado que era: acababa de pagar quinientos sermones a un desconocido con toda tranquilidad y había dejado el objeto de sus desvelos al mismo desconocido sin objeciones ni reparos. Se lo había confiado para que cumpliera la estúpida misión y no pensaba vigilarle ni pedirle informes periódicos.
Pero Monto sabía que Drill cumpliría con su deber, que cualquier mercenario lo haría. Todos en Ilhabwer sabían que los mercenarios de Ülsher eran gentes de honor. Cuando daban su palabra no podían desdecirse. Maldito fuera el juramento de la academia que hacían al graduarse....
- ¿Cuáles serán sus primeros movimientos?
- No sé.... supongo que viajaré a Gaerluin, a ver sobre el terreno el Mausoleo de los Reyes.... Y quizá deba pasar a ver el Museo de la Guerra.... Investigaré sobre la espada, sobre la llave, sobre Rinúir-Deth.... Tendré que aprender bien todo lo que tenga que ver con él, con su leyenda y con su muerte y entierro....
- Veo que no elegí mal – sonrió Monto, enseñando los dientes como un conejo. – Es usted un mercenario metódico y muy profesional.
Drill asintió, agradeciendo el cumplido, riendo por dentro: sus opciones no eran más que dar vueltas y vueltas, retrasando cuanto más fuese posible el momento de tomar una decisión en firme y pasar a la acción.
- Supongo que planearé el viaje en un par de días y saldré a finales de semana. El lunes que viene a más tardar.
- Muy bien. Veo que mi problema está en buenas manos y que puedo dejarle trabajar con libertad – dijo Monto, levantándose de la silla. Drill también lo hizo, por educación. – Le deseo buena suerte y le espero en Dérdrè.
Drill asintió, sin tenerlas todas consigo.
- Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo Monto.
- Le ofrezco y deseo igual, señor.
Karl Monto le tendió la mano y Drill se la estrechó, encontrándola blandita y fría. El hombrecillo salió de la taberna, no sin antes echarme otra mirada al pasar. Antes de salir se enredó con la puerta, golpeando una mesa.
Yo le vi irse desde la barra, acercándome luego a la mesa donde Drill había vuelto a sentarse. Pidió otra ronda cuando yo me senté frente a él y Thalio nos la trajo con agilidad.
- ¿Y bien?
- Tengo un nuevo trabajo – me aseguró Drill, con el tono fúnebre de quien está comunicando a un amigo su próxima y cercana muerte.
- ¡Bien! Me alegro. Verás como todo sale bien – aseguré, tonta de mí, demasiado optimista, sin imaginar lo que mi pobre yumón estaba a punto de pasar.

martes, 26 de septiembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo V (1º parte)



ÉRASE UNA VEZ, EN UNA TABERNA....

- V -
ALGO VERGONZOSO EN UNA CAJA

Entre Frank, Thalio, Thelio, Steef y otro par de mercenarios sacaron el cuerpo de Kéndar-Lashär de la taberna, mientras el tal Markus y yo fuimos a buscar a los alguaciles, con la historia preparada en la cabeza: el héroe Kéndar-Lashär había estado cenando en la taberna, y todos le habíamos visto. Después de un buen rato allí salió a la calle, impaciente porque su cliente llegara, y fue entonces cuando escuchamos un golpe fuera de la taberna, como de un saco voluminoso que cae al suelo. Salimos unos cuantos y encontramos allí tendido al mercenario, con la flecha en el cuello.
Lo que quiero decir es que no estaba presente cuando todo el lío se formó, así que no pude echar una mano a Drill. De todo el embrollo me enteré más tarde, cuando el mismo Drill me lo contó nervioso, preocupado y apurado.


La gente había salido de la taberna, sacando el cuerpo de Kéndar-Lashär. Bittor Drill decidió quedarse dentro, pasmado por lo que acababa de pasar. Otros parroquianos se quedaron también dentro, ocupando de nuevo sus sillas. El volumen de las conversaciones se redujo, murmurando todos la tragedia de la que habían sido testigos.
Drill se acercó a la mesa que su antiguo shushán había ocupado hasta hacía un instante. El abrigo largo de cuero negro (uno de los signos de identidad del mercenario) seguía colgado del respaldo de la silla. El casco redondeado cubierto de púas (otro de sus signos de identidad) seguía encima de la mesa. Drill lo acarició y acabó por sentarse en la silla, tomando con las manos la jarra de cerveza.
Lloró en silencio, dejando derramar lágrimas amargas desde su ojo derecho. Se limpió con disimulo, tomando un sorbo de cerveza.
Quería a aquel muchacho, aquel magnífico mercenario que había sido shushán y compañero suyo. Era el ejemplo viviente de que Bittor Drill había sido alguien importante en otro tiempo, un mercenario capaz de enseñar, de formar a los mejores mercenarios de aquella época. Jennipher no lo sabía (aunque Drill creía que lo sospechaba, era una chica muy lista, además de bellísima) pero también estaba muy orgulloso de ella. Bittor Drill nunca había conocido a ninguna mujer a la que fuese capaz de gustarle, así que no había tenido hijos, pero no los necesitaba: Kéndar-Lashär y Jennipher Whicox eran sus hijos en el mundo mercenario.
Por eso, aunque se sentía avergonzado al lado de ellos (sobre todo al lado del héroe), quería lo mejor para ellos. Y la muerte de Kéndar-Lashär lo entristecía mucho.
- Disculpe, señor, ¿es usted mercenario? – preguntó una voz débil a su lado. Drill se apartó las manos de la cara y se fijó en el hombre que tenía delante, adecuado para la voz que había escuchado.
Era un hombrecillo un poco más alto que Drill, pero
más esmirriado. Era delgaducho, más que Riddle Cort, con el pelo lacio y escaso, de color negro. Tenía la cara redonda, brillante, muy pálida. Sus labios, gruesos, rojos y regordetes eran un tanto inquietantes, desagradables. Llevaba un bigotillo recortado y finito, como una fila de hormigas. Vestía de fieltro azul, unas calzas y un jubón de buena factura. Un sombrero alto coronaba el conjunto.
- Sí, lo soy.
- Me alegro de haberle encontrado por fin – dijo el hombre, quitándose el sombrero y haciendo una leve reverencia. – Lamento mi tardanza, pero me he perdido y me he equivocado de taberna.... – explicó el hombrecillo, con su voz débil, pusilánime.
Drill lo miró. Parecía el tipo de hombre que, buscando un mercenario, en la capital del país mercenario, sería capaz de no encontrar “La taberna de los mercenarios”.
- Le he reconocido por el casco – siguió diciendo el hombrecillo, señalando el casco de Kéndar-Lashär que seguía encima de la mesa. – Al principio no supe qué quiso decir con lo del casco con púas, pero al verlo encima de la mesa no he tenido ninguna duda....
- ¿Disculpe? – preguntó Drill, mirando al casco primero y al personajillo después, desorientado.
- ¡Oh no! ¡No, no, no, no, no! – dijo el hombrecillo, sonriendo cómicamente, enseñando los incisivos como un conejillo. – No tiene que pedirme disculpas. He sido yo el que ha llegado tarde y le ha hecho esperar. Por cierto, ¿puedo sentarme?
- Eh, yo, eh, bueno.... supongo que sí – balbució Drill, encogiéndose de hombros. Miró alrededor, buscando a alguien que se estuviera riendo. No entendía nada de lo que estaba pasando e imaginó que alguien le estaba gastando una broma. Mientras, el hombrecillo se sentó en la silla de enfrente, movió de sitio el casco (dejándolo encima de la mesa) y llamó la atención de Thelio, para pedirle una copa de vino caliente especiado.
- Permítame preguntarle su nombre – se dirigió a Drill, en una confidencia, por encima de la mesa.
- Soy Bittor Drill.
- Bittor Drill, eso es, eso es.... – asintió el hombrecillo, enfáticamente. – Sé que me lo dijo cuando hablamos por carta, pero soy muy malo para los nombres, lo siento.
- Espere. Discúlpeme, pero creo que se está equivocando.... – dijo Drill, alzando las manos ante él. Aquel era un cliente que estaba buscando a su mercenario y estaba hablando con el esbirro equivocado.
- ¡No, por Sherpú! – se escandalizó el hombrecillo, sonriendo divertido. – Creo que hoy ya me he equivocado bastante.
Drill abrió la boca para explicarle la confusión, pero entonces volvió Thelio con la comanda y los dos hombres callaron, esperando a que el joven camarero se retirara. Una vez Thelio se fue, Drill quiso intervenir para sacar de su error a aquel hombre, pero su interlocutor se adelantó.
- Bueno, y ahora hablemos de negocios – dijo el hombrecillo, poniéndose muy serio de repente. – Tengo que explicarle la misión que necesito que realice.
- Espere, oiga.... – cortó Drill. No estaba para bromas, aquélla no había sido su noche (aquel parecía no ser su año, y el anterior tampoco), pero seguía siendo un profesional: no podía escuchar la misión que era para otro mercenario, sabiendo desde el principio que iba a rechazarla. No era ético. – Creo que no soy a quien quiere contratar....
- ¡Claro que sí! ¡Es usted el mejor! ¡Todo el mundo me lo ha recomendado! – saltó el cliente, nervioso. Veía que su negocio se le escapaba. – Mire estoy desesperado. Le necesito. ¿Es una cuestión de dinero? Mire, creo que el precio es razonable....
- Usted no lo entiende.... es una cuestión de principios.... – explicó Drill.
- ¡Está bien! – cortó el cliente, visiblemente nervioso. – Me he dicho que lo utilizaría como último recurso, pero parece que es usted un negociador terrible.... Subiré sus honorarios hasta los mil sermones, más quinientos para gastos durante la realización de la misión....
Drill se quedó con los ojos como platos. Intentó tragar saliva, pero su cuerpo estaba bloqueado, incapaz de realizar una tarea tan sencilla. Se estaba mareando, así que tomó la jarra de cerveza y la apuró de un solo trago, aunque quedaba la mitad del contenido.
- ¿Mil sermones? – logró farfullar.
- Creo que el precio es adecuado.... La misión es difícil, pero el sueldo la compensa con creces....
Drill no podía hablar. Aún seguía pensando en el sueldo de mil sermones que aquel infeliz pensaba pagarle por realizar una simple misión. Era cierto que aquella misión no era suya (mucho se temía que el destinatario de aquel negocio y de aquel cliente era el anterior inquilino de la mesa a la que ahora estaba sentado) pero el sueldo le sacaría de golpe de todos sus problemas financieros.
- Bien, me presentaré: soy Karl Monto. Soy un importante empresario textil de Barenibomur. No soy un criminal, nunca me he metido en problemas y no tengo deudas de ninguna clase. Voy al templo cada sherpingo, doy limosna y ayudo a los pobres de mi congregación. Pero tengo algo que esconder. Escuche, le contaré de qué se trata. Le pido, entre otras cosas, mucha discreción. El secreto es importantísimo para esta empresa – el hombre empezó a hablar en voz baja, confidente. Drill le dejó hablar, sin atreverse a volver a interrumpirle para sacarle de su error. Los demás clientes de la taberna no prestaron atención al tono clandestino que había adoptado la conversación de los dos hombres: aquélla era “La taberna de los mercenarios” y todos estaban acostumbrados a que se cerraran negocios y acuerdos a media voz en cada mesa. – Necesito que esconda a buen recaudo una cosa, un objeto que le haré entrega a su debido momento. Es importante que nadie encuentre el objeto, pero mucho más importante es que nadie sepa que usted lo tiene ni que se sepa lo que es.
- De acuerdo – dijo Drill, expectante. Aquella misión parecía asequible. ¿Mil sermones por esconder algo? Allí tenía que haber truco....
- Lo que quiero que esconda es una caja. Una simple caja de madera. Necesito que la guarde bien y que nadie sepa nunca lo que hay dentro.
- ¿Y....?
- ¡Nadie puede saber qué hay dentro! – saltó Monto. – ¡Ni siquiera usted! Ya me avergüenza suficientemente a mí mismo como para tener que aguantar la vergüenza de los demás.... Es un terrible secreto que nunca debió salir a la luz.
- Está bien.
- Por eso quiero que lo esconda en el lugar más seguro de Ilhabwer – siguió Monto, más calmado. Sin embargo, la desesperación no abandonó sus ojos castaños. – Es de vital importancia que la caja y su contenido queden escondidos y perdidos para siempre. Sólo usted y yo podemos saber dónde permanecerá por los siglos de los siglos, pero debe ser un sitio al que ni usted ni yo podamos acceder fácilmente.
- Ya – asintió Drill, un tanto perplejo. No se le ocurría qué sitio podía cumplir aquellas condiciones, pero ya lo pensaría más adelante. Podría pasarse unos meses en la costa, disfrutando del próximo Sol de primavera y del mar. Luego tiraría la caja a un pozo atada a una piedra y cobraría el dinero. Sería el sueldo más fácil que habría ganado en toda su vida de mercenario. Entonces se le ocurrió una duda. – Atienda, ¿por qué no se limita a destruir la caja? Si quiere esconderla en un lugar inaccesible incluso para usted, ¿por qué se complica tanto? Quémela y que sea lo que Sherpú quiera....
- ¡No! – se escandalizó Monto, dando un saltito en su silla. Drill rio, con su sonrisa extraña, sin poder evitarlo. – ¡No puedo hacer eso! Lo que hay en esa caja es un objeto de gran valor sentimental, para mí y para mi mujer. Pero podría significar mi ruina....
Drill se pasó la mano por la canosa barba de quince días que le cubría el mentón y las mejillas, pasmado ante tal cantidad de majaderías. Aquella misión parecía de broma, pero su sueldo era muy serio.
- ¡Está bien! Déjeme ver la caja, sus dimensiones y su peso y pensaré dónde podemos esconderla....
- No será necesario – negó Monto, con cara de suficiencia. – Ya he pensado el sitio adecuado donde reposará para siempre.
- Supongo que cumplirá todas sus condiciones....
- Por supuesto.
- ¿Y se puede saber cuál es? – preguntó Drill.
Karl Monto miró alrededor, con cautela, inclinándose más hacia Drill, que no se movió de su silla, apoyado contra el respaldo.
- La esconderá en la tumba de Rinúir-Deth.
- ¿Qué?
- La tumba de Rinúir-Deth. El héroe de la Guerra de los Nueve Reinos.
- Ya sé quién es Rinúir-Deth. ¿Cómo puede ocurrírsele que podrá esconder la caja allí? ¡Su tumba es inexpugnable!
- Por eso mismo.... – respondió Monto, con cara traviesa.
La Guerra de los Nueve Reinos fue una guerra civil que sacudió todo Ilhabwer. Duró nueve largos años, y terminó hacía cincuenta, cuando Drill no era más que un niño. Sin embargo conocía de sobra a Rinúir-Deth: todos en el continente le conocían. Su figura se había convertido en leyenda.
Rinúir-Deth era un soldado de cuarenta años natural de Gaerluin. Tras luchar en el ejército de su rey durante seis años, desertó, harto de las matanzas y de que no se pudiese lograr nada (aunque un reino venciese al reino vecino, todavía quedaban otros siete que someter, que a su vez estaban luchando entre ellos). Las alianzas entre reinos eran frágiles y no aseguraban nada: proliferaban la traición y el engaño. Con un ejército independiente consiguió vencer la resistencia del resto de ejércitos reales. Su ejército (formado al principio por soldados renegados del ejército del reino de Gaerluin) fue creciendo a medida que sometía al resto de ejércitos del continente, cuando soldados vencidos se unían a él. Consiguió vencer a todos los reyes del continente, obligándolos a llegar a un acuerdo de paz entre todos ellos. Se convirtió en el héroe de aquella guerra.
Gracias a su acuerdo de paz entre los nueve reinos la guerra sería más “civilizada” de allí en adelante. Cualquier reino no podía declarar la guerra a más de dos reinos diferentes; las alianzas entre reinos no quedaban exentas de cumplir la anterior norma; el trato a los prisioneros de guerra debía ser compasivo y humanitario; las fronteras entre países quedaron mejor señaladas y no podían violarse así como así....
Rinúir-Deth acabó muriendo una vez la guerra había concluido, a causa de numerosas heridas y dolencias adquiridas durante la contienda. Su cuerpo fue enterrado en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin y su espada se mostraba como una reliquia, símbolo del valor, la destreza y la magnanimidad de su dueño en el Museo de la Guerra de Rocconalia. Tanto un lugar como otro eran destinos de peregrinaje para multitud de ciudadanos de los nueve reinos.
- Nadie puede entrar en la tumba de Rinúir-Deth – dijo Drill, intentando hacer entrar en razón a Monto.
- Por eso es el mejor escondite, ¿no lo ve? – respondió el hombrecillo, entusiasmado, con su voz debilucha y asustadiza.
- Pero es que nadie puede entrar en la tumba de Rinúir-Deth – recalcó Drill, machacón. – Nadie ¡Ni siquiera nosotros para esconder la caja!
- ¡Ah no! Usted sí que podrá entrar para esconderla – dijo el hombrecillo, incansable ante la adversidad. – He estudiado a fondo la leyenda de Rinúir-Deth y todos los datos disponibles sobre su funeral y posterior enterramiento. El Mausoleo de los Reyes es una fortaleza, pero se puede entrar en ella si se sabe cómo y qué hay que utilizar – explicó Monto, optimista hasta la médula.
Drill meneó la cabeza, entristecido y deshecho. Había tenido los mil sermones  tan cerca....
- Para poder entrar en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin es necesario un hechizo, un conjuro que servirá para abrir las puertas. Se dice que sólo los reyes de Gaerluin lo conocen, pero seguro que hay otras fuentes.... – dijo Monto, sacudiendo una mano, desdeñoso. – Después se entra en una amplia cámara, desde la que salen las diferentes tumbas, a modo de habitaciones o salones individuales. La de Rinúir-Deth tiene una puerta de piedra, una losa de granito que sólo se puede abrir con una llave complicadísima, imposible de copiar. Los rumores comentan que alguien importante de la corte de las Islas Tharmeìon la custodia. Y por último – siguió el hombrecillo, entusiasmado – se encontrará con el sepulcro del guerrero. Quiero que introduzca la caja dentro: para ello tendrá que usar la célebre espada de Rinúir-Deth, Lomheridan. La tapa de mármol del sepulcro tiene una cerradura, una oquedad con la forma de la espada: solamente si se introduce la espada Lomheridan en esa moldura la tapa del sepulcro podrá abrirse.
Karl Monto guardó silencio, con su sonrisa de conejillo adornándole la cara. Drill lo miró de hito en hito, sin creérselo.
- ¿De verdad cree que voy a ser capaz de salvar todos esos obstáculos para esconder su ridícula caja?
- Me han dicho que es usted el mejor – aseguró Monto, convencido. – Si usted no puede hacerlo, nadie lo hará.
Drill volvió a pasarse la mano por la cara barbada, fastidiado. Él solito se había metido en aquel lío, así que él solito tendría que sacarse....
- Mire, señor Monto.... Yo.... Me honra pensando en mí para este trabajo, pero.... La suma de dinero es respetable, pero la misión....
- Nadie salvo usted puede ayudarme – dijo Karl Monto, juntando sus manos ante él, en actitud orante, con la cara descompuesta por la desesperación y el miedo.
- Quiero decir.... necesito algo de tiempo para pensar en la misión.... para prepararme.... ver si es posible su realización.... – salió Drill, desarmado ante la necesidad y la desesperanza del hombrecillo. No sabía cómo quitárselo de encima sin herir sus sentimientos, así que optó por ceñirse al código de los mercenarios (como hacía casi siempre que no sabía por dónde tirar): se acogió al tiempo de espera, el periodo de tiempo que todo mercenario puede solicitar para meditar sobre el trabajo que le han ofrecido. Si no le ve futuro, si le parece irrealizable, puede negarse a aceptarlo. Perdería un trabajo, pero mantendría su honor intacto.
- Está bien, pero piense que me urge mucho.... – rogó Monto.
- Vuelva mañana mismo, aquí a la misma hora – dijo Drill, señalando la taberna a su alrededor. – Ya tendré una respuesta.
Monto le agradeció excesivamente sus palabras, algo desesperado y rastrero. Drill se sintió un poco hipócrita: en realidad ya tenía su respuesta preparada.
¿Cómo iba a aceptar aquel trabajo?
El sueldo le había parecido un regalo, al principio. Pero al conocer la misión.... ¡aquello era un suicidio!
Drill despidió al cliente y le emplazó para el día siguiente, sabiendo que le estaba dando largas. Suspiró resignado, pensando que dejaba escapar una oportunidad, pero que hacía lo correcto.
Su caldero de oro tendría que llegar por otros medios.