lunes, 30 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XIX (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- XIX -
OTRO ENCUENTRO INESPERADO (Y TAMBIÉN FELIZ)

En Yutem Drill tuvo que hacer noche, pues llegó a última hora de la tarde en la diligencia de Epuqeraton y la siguiente que salía hacia el reino de Aluin lo hacía a la mañana siguiente.
A Drill no le importó demasiado, aunque eso supusiera más gasto de dinero: al final, con lo que había sacado de vender el burro al joven necesitado de Epuqeraton había podido pagar los dos billetes. Pagar una posada cutre (y sobre todo barata) y una cena caliente no le harían pobre.
Aunque estaba casi rozando aquella situación.
Buscó la posada, reservó una habitación, se aseguró de que la plaza de donde salía la diligencia al día siguiente no estaba lejos y sabía llegar y después volvió a la posada. Ya era noche cerrada así que Drill fue soñando todo el camino con un pedazo de cordero con patatas y con dormir muchas horas.
Durante todos aquellos viajes había conseguido que lo buscaran por espionaje en Escaste, lo reclamaran por traidor en Barenibomur y lo persiguieran en Rocconalia por ladrón de antigüedades. Pero aquella última cosa se le había pasado por alto mientras paseaba de noche por Yutem.
Ni yo sé qué había hecho durante aquellos años ni Drill ha podido imaginarlo, pero lo que sí es cierto es que aquella noche, Tash Norrington encontró a Drill de nuevo. No sabemos si fue por casualidad, porque el joven mercenario había seguido buscándole y había encontrado una pista, porque tenía informadores en todo el reino de Rocconalia y en el de Darisedenalia que le avisaron de que Drill había vuelto a aparecer o porque Drill tuvo un acceso de mala suerte, pero lo cierto fue que el enorme mercenario de la capa de piel de oso cerró el paso de mi antiguo yumón en plena calle.
Drill se sobresaltó al reconocerle, pues después de tantas adversidades como había superado (la guerra, el bosque de Haan, el secuestro, los viajes por mar) había olvidado por completo a Norrington.
- ¡¡Drill!! ¡¡No sabes lo que me alegro de verte!! – dijo, sonriendo un poco macabro. De entrada, antes de que Drill pudiese defenderse o desenvainar el sable tharmeìno, Norrington le lanzó un puñetazo al estómago, que hizo doblarse al viejo mercenario y dejarle sin respiración. Después le agarró por el cuello y le estrelló contra la pared de una casa, sin soltarle. – Al fin te pillo, maldito ladrón desgraciado.
Ryngo gruñó y se lanzó a por el enorme mercenario, que le golpeó en el aire. El zorrillo cayó al suelo hecho un ovillo de pelo naranja y blanco, pero se rehízo en seguida y volvió a saltar a por Norrington. Esta vez le atrapó el antebrazo derecho, hincándole los colmillos. Norrington chilló y después agitó el brazo, para librarse del zorrillo, sin soltar a Drill del cuello con la otra mano. Al final golpeó a Ryngo contra la pared y éste cayó al suelo, gimoteando.
Drill casi no podía respirar, tratando de abrir la manaza de Norrington en torno a su cuello, golpeando después el antebrazo del joven mercenario, para tratar de soltarse, pero no pudo. Norrington era mucho más fuerte que él y además estaba furioso: seguro que todavía recordaba la caída por la cascada y la encerrona en el roquedal Sedenhy. Drill no le había hecho ningún daño permanente, pero la humillación podía doler más que cualquier herida.
- Todavía dudo si matarte y entregar solamente tu cadáver – dijo, entre dientes, mientras apretaba un poco más el cuello de Drill. Éste se puso morado. – Pero como tengo que entregar la espada también, tendré que dejarte vivir para que me digas dónde la has escondido....
Tash Norrington soltó a Drill, que se dobló y cayó al suelo a cuatro patas, agarrándose el cuello con una mano. Respiraba con dificultad y el aire al entrar en sus pulmones le quemaba como el fuego, pero al menos respiraba. Estaba aturdido, pero aun así pensaba cómo librarse de aquella encerrona.
Entonces apareció su hada de la guarda.


Yo estaba en aquellos momentos en Yutem, volviendo de una misión muy satisfactoria en una pequeña ciudad al este del Bosque Espeso. Había cobrado mi sueldo tras la misión de espionaje y volvía a Dsuepu, haciendo parada en Yutem: había obtenido una serie de documentos y piezas antiguas secundarios a mi misión y quería tasarlos y venderlos. En Yutem conozco un anticuario muy bueno, que tasó mis hallazgos y me dio un buen dinero. Un apaga extra por mi misión.
Estaba contenta, porque la misión había salido bien (eso siempre era buena reputación para futuros clientes), había cobrado buen dinero y había conseguido un poco más gracias a mi contacto el anticuario. Paseaba por Yutem con ligereza, valorando si pasaba la noche en una posada tranquila o me buscaba la compañía de un concubino en algún burdel de mancebos.
Valoraba las dos opciones cuando me di de bruces con la escena. No conocía a aquel matón de aspecto imponente, anchísimas espaldas cubiertas por una piel de oso, brazos musculosos y enormes y puños como medias sandías. Pero desde luego conocía al viejo mercenario que jadeaba en el suelo.
- ¡¡Drill!! – le llamé sorprendida (y un poco alarmada, lo reconozco). Mi pobre yumón no pudo volverse a mirarme, pero Tash Norrington (descubriría su nombre un instante después) sí que me miró. Sus ojos, su rostro iracundo, la posición del cuerpo y de las manos me dejaron claro que era él el que había dejado a mi antiguo yumón por los suelos. Y no podía consentir eso. – Apártate de él, mastuerzo.
- ¿Y si no me aparto? – el gigantón se giró del todo a mirarme, sonriendo con superioridad.
No me entretuve en peleas dialécticas. Aquel tipo enorme no parecía alguien capaz de seguirme en un intercambio de insultos brillantes (presunción por mi parte: Drill me confesó después que era un hombre muy inteligente) así que pasé a la acción. En realidad era lo que me apetecía.
Salté hacia adelante y le calcé un puñetazo en la cara, sin previo aviso. La cara de aquel tipo era como una pared de granito, pero mis brazos no eran de mantequilla, precisamente. Norrington se giró, pero sin acusar el golpe. Le aticé en el vientre y el recibió el golpe con un resoplido, girándose para atizarme: por suerte me aparté, pero cuando vi el puño enorme pasar por delante de mi cara me convencí de que no debía dejarme alcanzar por aquel tipo.
Peleamos en corto, parando nuestros puñetazos con los brazos o esquivándolos hurtando el cuerpo. Puedo decir con orgullo que le alcancé dos veces más, en plena cara, dejándole buenas marcas y aturdiéndole y enfadándole bastante. Pero él también me alcanzó, al fin, en pleno pecho y en la barbilla. Caí al suelo y él se me echó encima cuando todavía estaba rodando. Me aparté, le di una patada en la cara, me levanté, aproveché que estaba inclinado y me subí en sus hombros, atenazándole el cuello con mis muslos y apretándole también con los brazos.
Norrington trató de zafarse, moviéndose por la calle, golpeándome contra las paredes, pero yo le tenía bien agarrado. Se dejó caer de espaldas, golpeando la mía también contra el suelo, pero me agarré fuerte y apreté aún más las piernas, sin soltarle. Una vez en el suelo no le dejé levantarse y al cabo de un tiempo perdió el conocimiento. No quería matarle, desde luego, pero sabía que con aquella llave podía dejarle sin respiración y sin sentido. Me aseguré de que el gigantón todavía respiraba y después me volví a Drill.
- Ofrezco gratitud, Jennipher – Drill se agarraba del cuello y trataba de respirar normalmente, pero me sonreía. – Nunca me había alegrado tanto de verte.


Entre los dos, cuando Drill recuperó la respiración y la postura, atamos fuertemente a Tash Norrington y lo metimos por la puerta de atrás de una taberna, colándonos en el sótano y escondiendo al corpulento mercenario entre las barricas de vino y los barriles de cerveza. Esperábamos que no lo encontraran hasta dentro de un par de días.
Tiempo más que suficiente para que nos hubiésemos ido.
A la mañana siguiente dejamos Yutem, de camino al reino de Aluin. Tuve suerte y pude comprar un pasaje: la diligencia sólo iba ocupada por Drill y por una mujer madura elegante y silenciosa. Los dos en el mismo banco tapizado de verde oscuro respiramos tranquilos cuando dejamos Yutem atrás.
Allí mismo, de camino a Totsetum, a pesar de la presencia de la otra viajera (no pareció hacernos mucho caso, la verdad), Drill empezó a contarme todo lo que le había ocurrido durante aquel tiempo que habíamos estado separados.

sábado, 28 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XVIII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- XVIII -
UN ENCUENTRO INESPERADO (Y FELIZ)

Drill marchó al día siguiente, siendo despedido en el muelle por Oras Klinton, Gert Ilhmoras, Telly la posadera y muchos miembros más del palacio real, con los que había hecho buenas migas. El rey lo despidió en palacio, así como la reina y sus dos hijos, que lamentaron mucho verle partir tan pronto. Drill prometió volver a verles.
El capitán Unghu y su tripulación habían esperado en el puerto, pues sabían que el mercenario se iría pronto de allí. Como ellos y Drill tenían como destino Lendaxster, los marineros esperaron a mi antiguo yumón y le llevaron donde quería ir, a donde ellos iban a rematar sus negocios. El viaje por el estrecho de Mahmugh fue tranquilo, a pesar de que el tiempo empezaba a volverse desapacible y el mar empezaba a encresparse. Siempre ocurría igual cuando se acercaba la Muerte del Año.
A falta de cuatro días para que noviembre terminara atracaron en el puerto de Lendaxster. Drill les agradeció el viaje, se despidió de sus compañeros de travesía (con los que había tenido muy buena relación, durante todo el viaje de vuelta a las islas) y quiso pagar ese último traslado, pero el capitán y sus hombres se negaron, mofándose de Drill. Éste sonrió con su sonrisa infantil y se despidió de ellos, agitando la mano, mientras descendía por la rampa al muelle.
Drill volvía a vestir sus ropas cómodas de mercenario, muy útiles para viajar. Volvía a llevar sus pantalones de pana (con la caja en el bolsillo amplio el muslo) y una camisa fuerte de lana. El gorro gris y el abrigo le protegían del frío que empezaba a arreciar a finales del año. El sable regalo del rey Vërhn colgaba de su cintura (había perdido su espada decorada con oro en Raj’Naroq) y a la espalda llevaba su mochila, la que había sido de su amigo Quentin Rich.
Drill estaba muy tranquilo, en aquellos momentos. Tenía la llave, la espada Lomheridan estaba a buen recaudo en su caja de seguridad y sabía que palabras debía decir para abrir la puerta de la gran pirámide. Tenía todo aquello que hacía ya casi cuatro años le había parecido imposible conseguir para guardar una estúpida caja sin importancia. Colarse en el Mausoleo de los Reyes no sería cosa fácil, no se engañaba, pero al menos se sentía tranquilo y relajado. Su destino estaba claro y ya no tenía prisa por llegar hasta él, así que aquella parte de la misión, sabiendo que probablemente fuese la más complicada, no le preocupaba lo más mínimo.
Se dirigió en Lendaxster a los establos de Humaf, donde había dejado a su burro, hacía cuatro meses, esperando poder recuperarlo. Tendría que pagar el alojamiento de su montura por todo aquel tiempo, pero no le importaba: aquel burro le gustaba y podría viajar muy a gusto sobre él.
El viejo Humaf se alegró de ver a Drill, pues el burro llevaba allí mucho tiempo y el caballerizo no sabía nada de su dueño. Había atendido muy bien al burro, así que arreglaron las cuentas (Drill pagó otras cuatro homilías por los dos meses de más que había estado el burro allí) y después se despidieron, con gusto. Drill salió montado de los establos a lomos del burro, con la mochila colgada de la silla, agarrando las riendas con los guantes de piel de conejo. El frío era cada vez más intenso.
Al salir de nuevo a la calle y detener al burro un momento, para tomar la decisión de en qué dirección marchar, escuchó un ladrido allí cerca. Se giró, desapasionado, recordando a su peludo compañero de viajes, pero imaginando que sería un perro callejero: hacía mucho tiempo que se había hecho a la idea de que lo había dejado atrás.
Sin embargo, lleno de alegría, tuvo que corregirse: a la vuelta de la esquina del establo, asomado sólo a medias, estaba Ryngo, observándole con curiosidad.
- ¡¡Ryngo!! – Drill se bajó del borrico de un salto y se agachó en el suelo. El zorrillo echó a correr hacia él, lanzándose a sus brazos. Mi antiguo yumón lo abrazó con ganas, notando que había crecido bastante, aunque siguiese siendo un zorro joven. Cuando pienso en esta escena siempre sonrío con ternura.
El reencuentro fue muy emotivo y los dos compañeros de viaje siguieron como si nada hubiera pasado y como si no hubiesen estado separados todo el Verano. Drill volvió a montar en el burro, con Ryngo en el regazo. Lo arropó con los faldones del abrigo y después azuzó al burro, para que volviera a andar.
Al paso, sin prisas, feliz por la marcha de su misión y por volver a estar con su amigo peludo, Drill salió de Lendaxster, en dirección oeste.


Atravesaron el río Bongo y pasaron al sur de la arboleda Davy, siempre en dirección oeste. La marcha fue tranquila y despreocupada.
Drill temía que sus reservas de dinero (ya muy menguadas), aquellos quinientos sermones que Karl Monto le había entregado al principio de su misión para gastos, se agotaran pronto si no tenía cuidado, así que como le quedaba un viaje muy largo hasta Gaerluin (pasando antes por Fixe y su caja de seguridad) trató de ahorrar todo lo posible. Buscaba pueblos o granjas en el campo antes de cada anochecer y, siempre gracias a su simpatía y a la virtud que tenía de caer bien, conseguía alojamiento o al menos permiso para pasar la noche en un pajar, un establo o un silo. De aquella manera, las noches frías (las articulaciones cada vez le dolían mucho más) no lo eran tanto estando a cubierto.
Sólo hizo una excepción. El mismo diez de diciembre, día de la Muerte del Año, se detuvo en una ciudad pequeña de Darisedenalia, para pasar una noche adecuada, con una cena digna de tal festividad. Buscó habitación en una posada decente y barata y disfrutó de una buena cena, de una hoguera donde quemar los malos recuerdos de aquel último año y de un techo sobre una cama mullida.
El uno de enero continuó su marcha, siempre hacia el oeste. Pensaba llegar a Epuqeraton pronto, donde podría comprar un pasaje para una diligencia. Sería más caro que viajar de la manera en la que lo estaba haciendo hasta ese momento, pero confiaba en poder vender el burro por buen precio y utilizar el dinero de la venta para su pasaje en diligencia. Lamentaba perder de vista aquella buena montura, pero sus necesidades eran otras. Buscaría un buen dueño para el borrico y así tendría una buena vida.
Así lo hizo al llegar a Epuqeraton y tuvo suerte: un hombre con un pequeño servicio de transporte de enseres necesitaba buenas monturas y pagaba bien por ellas. Drill le vendió a su burro, pidiéndole que le cuidara bien, y el hombre joven le aseguró que así lo haría y le pagó un buen dinero por el animal. Tan bueno que el billete de la diligencia fue más barato y le sobró dinero. Drill esperaba que el sobrante sirviera para comprar un nuevo billete de diligencia en Yutem, ya en el reino de Rocconalia.
Hacia Yutem viajó aquella diligencia. Drill pasó la mitad del viaje solo, acompañado sólo por Ryngo. Los dos aprovecharon el viaje (con el suave movimiento de la diligencia) para descansar y dormitar.

jueves, 26 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XVII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- XVII -
EL ÚLTIMO CABO SUELTO

- No puedo expresar mi alegría con palabras, tal es el gozo que siento en mi corazón, por volver a tener a Oras Klinton, mi pintor real, de vuelta entre nosotros. Y con él a nuestro invitado, el señor Bittor Drill, mercenario de profesión, que sufrió también el secuestro que iba dirigido a nuestro amigo Klinton, y que se ha comportado como un héroe, rescatándole y trayéndole de nuevo con nosotros. Me alegro enormemente de verlos a los dos de nuevo en Nori.
La intervención del rey Vërhn fue acogida con aplausos de la pequeña multitud que llenaba la sala del trono. Oras Klinton, al frente de aquella multitud y delante del monarca, también aplaudió, dedicando reverencias al rey y a la reina (sentados uno al lado de la otra, cada uno en su trono) y al público allí congregado. Puedo imaginarme a Drill a su lado, poniéndose colorado y ligeramente encogido de hombros, muy contento, pero también avergonzado por toda aquella ceremonia.
Habían regresado a Nori el día anterior y nada más bajar de “La Dama Clarish” habían empezado los honores y los recibimientos. Los ciudadanos que había por el puerto reconocieron a Oras Klinton y enseguida los rodearon a los dos, dándoles la bienvenida, gritando la buena noticia, alegres de volver a verles vivos (sobre todo al pintor; a Drill no le conocían y mi antiguo yumón no se engañaba con eso: el famoso que volvía al hogar en aquel caso era Klinton).
Fueron inmediatamente al palacio real, acompañados y rodeados de una multitud que iba creciendo a medida que caminaban por la ciudad. La noticia de que el pintor de la corte y el viejo mercenario que le acompañaba habían regresado sorpresivamente a las Tharmeìon fue más rápido que ellos y cuando llegaron al palacio todos allí habían escuchado el rumor y ya los esperaban.
El rey Vërhn los recibió inmediatamente en una sala de audiencias, más pequeña que la sala del trono pero igualmente ostentosa. Allí se congratuló mucho de verlos sanos y salvos e incluso los abrazó, sin dejar de sonreír. Les pidió que le contaran todas sus desventuras y las escuchó con atención, sorprendiéndose, alarmándose y enfadándose en los lugares precisos. Después, el propio monarca les puso al día de lo que había ocurrido en su reino durante aquellos casi cuatro meses.
Kharla fue la que encontró los cadáveres de los soldados que habían luchado bravamente por protegerlos. La criada esperó impaciente a que regresaran y cuando cayó la noche y no tenía noticias de ninguno de los dos ni de los tres soldados, salió a la pradera. La oscuridad de la noche le impidió recorrer mucho territorio, así que Kharla volvió a salir la mañana siguiente, a la luz del Sol. Llegó hasta los acantilados y allí fue donde encontró el brutal espectáculo. No había ni rastro de Drill ni de Oras Klinton, pero sí encontró un brazalete con plumas de halcón en la mano de la soldado Bêrtha.
Kharla volvió corriendo a la casa solariega y envió un mensaje urgente al marqués, mediante gaviota mensajera (son bastante mejores que las palomas, pero sólo pueden usarse en lugares costeros o en islas, claro está). Al cabo de un día estaban allí nuevos soldados, con un consejero de confianza del marqués. Investigaron la zona de lucha, sacaron conclusiones, recogieron los cadáveres de los valerosos soldados y volvieron a Suri, transportando los cuerpos y los equipajes de los dos desaparecidos. Junto con Kharla, toda la comitiva volvió a la capital de la isla sur.
Con tan desagradables nuevas, el marqués de Mahmugh viajó a la isla norte, a informar al rey. Éste, al enterarse de toda la historia, se enfadó muchísimo e inmediatamente envió a uno de sus diplomáticos a Raj’Naroq, a pedir explicaciones y a aclarar toda la situación. La pulsera encontrada en el lugar del asesinato y rapto era indudablemente naroquiense.
A pesar de la época del año y de las corrientes contrarias, el diplomático viajó por mar, rodeando Ilhabwer por el norte, y llegó a Duk’ja un poco antes que Drill y Klinton, como prisioneros. Mientras los dos sufrían encierro en la casa de las afueras de la capital, el embajador realizaba labores diplomáticas con el caudillo naroquiense, que se mostró amable y conciliador, pero que no aceptó conocer (ni haber organizado) un secuestro en las islas Tharmeìon.
Casi al mismo tiempo que Drill y Klinton escapaban de su encierro, el diplomático tharmeìno volvía a las islas, con las malas noticias. No había logrado nada, ya que el caudillo de aquel país negaba toda relación con aquel secuestro.
Mientras Drill y Klinton volvían a las islas Tharmeìon a bordo del barco del capitán Unghu, en Nori el rey organizaba una misión diplomática más extensa y contundente, implicando al ministro de relaciones internacionales, a su jefe de embajadores y a una compañía del pequeño ejército tharmeìno. Quería aclarar de una vez por todas aquella afrenta y no iba a tolerar más mentiras y retrasos.
Hacía tan sólo unos días que un barco de la armada real había partido con aquella misión diplomática cuando Drill y Klinton regresaron por sorpresa a Nori, así que el rey se había apresurado a ordenar (después de conocer toda la historia de palabra de los dos secuestrados) que se mandara un mensaje al navío con las magníficas nuevas y dándole nuevas órdenes: su misión ahora era informar del hecho que había ocurrido al caudillo naroquiense, para que supiese que había una pequeña facción de guerreros en su reino que escapaban a su control.
- Nada me hace más feliz ahora mismo que volver a ver a nuestro augusto pintor – siguió el monarca, en la recepción que se había organizado el día después de la llegada de Drill y Klinton. – Y nada me enorgullece más que distinguir a Bittor Drill, mercenario, con la medalla de bronce al mérito civil. Gracias a él, esta afrenta del reino de Raj’Naroq ha terminado bien.
Drill se pondría mucho más colorado mientras se acercó al trono y recibió del rey la medalla de bronce del reino de las islas Tharmeìon, que quedó prendida en su túnica de gala, prestada por la corona. Había recibido mucha ropa nueva y un sable de gala, con la forma típica de las espadas de las islas, con cubremano redondeado y una hoja larga y estrecha, un poco curvada.
- Ofrezco gratitud, majestad – dijo Drill, con voz nerviosa.
- La nuestra estará con vos ahora y siempre, señor Drill – contestó el monarca, henchido de dignidad y orgullo. – Siempre seréis bienvenido en mi reino y nunca más seréis un extranjero en las islas Tharmeìon. Cualquier súbdito mío tendrá el deber de prestaros ayuda, os encontréis donde os encontréis y sea lo que sea lo que necesitéis.
Estoy segura de que Drill estaba abrumado, pero yo me alegro de que le pasara todo aquello. Ya era hora de que empezara a recibir honores fuera de Ülsher.


La recepción continuó con un montón de nobles saludando a los recién llegados y mostrando sus respetos a Drill. Posteriormente el público plebeyo abandonó el palacio y los nobles y cortesanos pasaron a otra sala, en la que no fueron acompañados por los reyes, pero pudieron entablar conversación con los dos protagonistas del día.
Imagino que aquello duró demasiado, para el gusto de Drill. Por eso, en cuanto pudo, y sin parecer irrespetuoso, se escabulló de la sala y de la recepción.
- ¡Eh! ¡Bittor! – le llamó Oras Klinton, saliendo de la sala tras él. Drill se detuvo en el pasillo de mármol y esperó a su amigo, que se reunió con él. – ¿Te escabulles?
- Eso no es para mí – Drill se encogió de hombros, señalando hacia la sala. – No me malinterpretes, no te menosprecio por querer estar ahí dentro, pero para mí es.... es....
- Demasiado público – terminó Oras Klinton.
- Y muy institucional – agregó Drill. – Mira, yo no soy nadie importante y no me importa nada saber los negocios y las posesiones de los grandes de las islas Tharmeìon. ¡Han querido comprometerme con tres muchachas ricas distintas! ¡Y a todas las triplicaba la edad!
Oras Klinton rio.
- Ya te entiendo.
- Por eso digo, no quiero que te sientas insultado, comprendo que tú disfrutes ahí dentro. Es tu vida. Pero no la mía.
- Ya veo – asintió Oras Klinton. – ¿Cuándo te vas?
Habían pasado muchas cosas juntos y se conocían bien, a pesar del poco tiempo.
- Mañana mismo, si el capitán Unghu está todavía disponible. Tengo que seguir con lo mío.
- Eso me recuerda que todavía tenemos un asunto pendiente – dijo Oras Klinton apuntándole con el dedo. Después se llevó las manos al cuello del jubón de seda y sacó una cadenita que llevaba colgada al cuello, oculta por la prenda. Tiró de ella y dejó al descubierto la llave que protegía. No había duda de que era ella: el intrincado diseño de los dientes y aquella parte curvada en forma de S.
- ¿La has llevado siempre encima?
- Sí, y te la prometí a ti antes de que toda esta locura empezase – dijo Oras Klinton, tendiéndosela. – Tómala. Úsala bien y ya me la devolverás.
Drill se dejó de fórmulas educadas y de gestos elegantes: tomó la llave y se lanzó a abrazar a su amigo, con fuerza. Con la llave ya estaba todo hecho. Le parecía increíble, pero veía su misión a punto de concluir.
Aunque le quedaba lo más difícil.