PALABRAS MÁGICAS
- XVII -
UN ENCUENTRO INESPERADO
El
cinco de enero, más o menos, mi antiguo yumón
dejó la posada y siguió su camino hacia el bosque de Haan. Empezaba un nuevo
año y Drill no veía más cerca el final de su misión. Esperaba que su paso por
el bosque fuese exitoso: si no, no tenía ni idea de dónde conseguir la fórmula
mágica que abría el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin.
Su
plan era entrar al bosque y tratar de encontrar a las múltiples hechiceras y
magos que se decía que allí habitaban. No quería ni pensar cuál podría ser el
pago por los servicios que necesitaba de ellos (se decía que los magos y las
brujas pedían partes del cuerpo o secretos inconfesables o recuerdos de la
infancia como pago cuando se requerían sus servicios) pero era la fuente más
fiable que se le ocurría a la que recurrir, una vez que la Biblioteca de
Vuidake había sido insuficiente.
Caminó
con tranquilidad, debatiéndose entre las ganas de acabar la misión (de seguir
avanzando en sus pesquisas) y el miedo y el temor que le provocaba el bosque de
Haan y las historias que se contaban sobre él.
A
finales de mes se detuvo en un pueblo, de tamaño mediano. No tenía referencias
sobre él, pero necesitaba detenerse: llevaba durmiendo a la intemperie durante
dos noches, el tiempo era frío, desapacible, y sus doloridos huesos y
articulaciones le pedían un descanso cálido. Todavía tenía gran parte de los
quinientos sermones
que Karl
Monto le había dado en concepto de dinero para gastos, así que decidió
utilizarlos. Era por su bien.
Entró en la taberna, que
tenía un edificio al lado, de dos plantas, con una veintena de pequeñas
habitaciones. Recibió una bocanada de aire caliente y aromatizado (a carne
asada, patatas fritas, vinos especiados y sudor de muchos sobacos) y se sintió
mejor que en el aire frío de la noche. Tenía intención de acercarse a la barra,
para hablar con el tabernero y preguntarle por las habitaciones libres que
esperaba que tuviese, pero no llegó a hacer el movimiento de acercamiento a la
barra. Una persona en una mesa, acompañada de otros dos, reía y bebía
animadamente.
- Qué Sherpú me lleve.... –
musitó, con la mueca que él llamaba sonrisa, acercándose a la mesa.
El hombre rubio y delgado
estaba contando una historia, moviendo las manos por encima de la mesa, con
cara sonriente. Sus dos compañeros no paraban de reír, escuchándole
atentamente. Justo cuando Drill llegó hasta ellos la historia llegó a su clímax
(mi yumón no escuchó lo que decían) y
los tres rieron a grandes carcajadas, divertidos.
- Que Sherpú te dé buenas
noches, Riddle – dijo Drill, posando una mano en su hombro. – Y a tus
acompañantes....
- ¡¡Bittor Drill!! ¡¡Qué
sorpresa!! – dijo el otro mercenario, asombrado de veras. Se puso en pie y le
estrechó la muñeca, efusivamente. – Siéntate, siéntate, te lo ruego. ¿Qué haces
por aquí?
- Estoy de viaje,
cumpliendo una misión – dijo Drill, sentándose en la silla libre, la que
estaba enfrente de Riddle Cort. Los otros dos acompañantes de Riddle, con
aspecto de granjeros, miraron al recién llegado con interés: el colgante de la
Hermandad de los Mercenarios era bien visible.
- ¿En qué
andas ahora? – preguntó Riddle, llamando la atención de un camarero joven que
deambulaba por el local. Los tres que estaban ya en la mesa pidieron otra ronda
y mi antiguo yumón pidió una cerveza
tibia y un muslo de capón con nueces, por recomendación de Cort.
- En lo
mismo que estaba la última vez que nos vimos en Dsuepu, en “La taberna
de los mercenarios” – contestó Drill, una vez el camarero se hubo marchado.
– La misma misión que conseguí aquella noche.
Riddle Cort
le miró con cara extrañada.
- Pero de
eso hace....
- Casi dos
años, digo wen.
- ¡¡Dos
años!! Sigues siendo el mejor Bittor.... Sólo alguien como tú puede realizar
una misión durante tanto tiempo....
- Bueno, he
tenido complicaciones – contestó Drill, algo avergonzado por el halago. – No he
estado todo el tiempo con la misión....
- Cuando un
mercenario acepta un encargo, todo el tiempo que pasa hasta que lo cumple está
pensando en él y complicado con él – dijo Riddle Cort y Drill soltó una leve
carcajada, reconociéndose que el escuchimizado mercenario tenía razón. – Y tú
sabes que es verdad, ¿sea?
- Sea –
asintió.
- ¿Puedes
contarme algo de la misión? ¿Saber un poco de qué trata, por dónde va la cosa?
– inquirió Cort, a pesar de que sabía que Bittor Drill jamás hablaba de una
misión mientras no la tuviese completada. Al menos había sido así hasta
entonces.
-
Nosotros nos retiramos, en ese caso – dijo uno de los granjeros, interviniendo
por primera vez en la conversación.
-
¿Y eso?
-
Discúlpennos, no queremos parecer irrespetuosos – dijo el otro. – Pero si van a
hablar de cosas de su oficio no queremos molestar. No pertenecemos a la
Hermandad y no queremos molestar.
-
No es necesario.... – dijo Drill.
-
No pasa nada, de verdad. Acabaremos las cervezas en la barra, con Frann, y les
dejamos que hablen en confianza entre ustedes.
-
Ya ha sido suficiente honor compartir unas cervezas con un mercenario y haber
conocido a otro – acabó el otro granjero.
Los
dos se despidieron agradablemente y los dos mercenarios les desearon gratitud y
prosperidad. Cuando los dos granjeros se alejaron y los dos mercenarios se quedaron
solos, Riddle se volvió a Drill.
-
¿Y bien? ¿Algo que contar? Sólo un poco, ya sé que no te gusta hablar de tus
misiones en curso....
Drill
no pudo evitar reír, en realidad de sí mismo.
-
Antes lo hacía – reconoció, a un Riddle Cort sorprendido por aquella risa. –
Pero es que antes no había tenido una misión tan delirante como ésta....
Y a
continuación le contó qué era lo que estaba haciendo. Le contó el encargo de
Karl Monto, las características del escondite que había elegido, las peripecias
que había pasado hasta llegar hasta allí (omitiendo la parte en la que robaba
la espada) y sus próximos movimientos. Sé que no le contó todo con tanto con
detalle como me lo contó después a mí (y ahora os cuento yo a vosotros) pero sí
fue lo suficientemente preciso como para dejar a Cort sin palabras y con la
boca abierta.
-
Sherpú bendito, menuda aventura – logró decir al cabo de un rato y después de
pegar un trago de su cerveza.
- Y
lo que me queda todavía – se lamentó Drill. – Lo que me recuerda que este
encuentro puede ser mucho más ventajoso que darnos compañía durante la cena.
-
¿Qué necesitas? – se ofreció Riddle, sin más ceremonias: siempre fue un buen
chico. – Estoy en Escaste por mis propios asuntos, no estoy en misión de la
Hermandad ni de ningún cliente privado. Puedo ayudarte en lo que sea.
-
Ofrezco gratitud – adelantó Drill. – Pero espera a oírlo antes de aceptar:
quizá no quieras hacerlo.
-
Adelante, dime.
-
Necesito la fórmula mágica que abre el mausoleo, y en ningún sitio puedo
encontrarla salvo en la corte de Gaerluin. Imagino que el monarca no la
compartirá con cualquier forastero, así que he venido hasta el único reino en
que se dice que permanece la magia, la que trajeron los antiguos Kulthus, como
los llaman por aquí. Mi destino es el bosque de Haan, a ver si puedo encontrar
a algún hechicero que sepa la fórmula o sea capaz de averiguarla.
Cort
se quedó callado después de las palabras de Drill. Esta vez no estaba
asombrado, como antes, sino pensativo. Valoraba lo que Drill pretendía hacer,
eso fue lo que mi antiguo yumón
entendió de aquella mirada concentrada y de ojos semicerrados. Bebió un sorbo
de cerveza antes de contestar, en voz baja y confidente.
-
No es mala idea, Bittor, no es mala – concedió de entrada. – Pero es muy
peligrosa. Al margen de que suponer que los hechiceros sepan una fórmula guardada
con celo en el reino de Gaerluin, a miles de kilómetros de aquí, es demasiada
suposición. Pero es que, además, los hechiceros se recluyeron en el bosque de
Haan porque querían vivir al margen de los demás, aparte de la vida en los
Nueve Reinos. Ir a verlos puede resultar muy peligroso, porque ellos no quieren
que los visiten. De esto sé un rato, atiéndeme.
-
Por eso mismo me alegro de haberte encontrado – asintió Drill. – Pero si tan
peligroso es, ¿por qué entraste tú hace años? ¿Por qué buscaste la solución a
tu misión allí dentro, si tanto riesgo corrías?
Cort
arrugó la cara y no dijo nada. Nunca había contado con detalle por qué entró en
el bosque de Haan a buscar pistas sobre el paradero de la niña perdida, ni
mucho menos lo que le había ocurrido allí dentro.
-
He oído que conociste a una hechicera, una tal Solna – siguió Drill. – ¿No
podríamos ir a verla? ¿Usar tu contacto con ella para que me ayude? Eso sería
menos peligroso, ya que ya la conoces, ¿no?
Riddle
Cort hizo amago de contestar, pero se contuvo. Miró a Drill con una mirada
preocupada y apenada (que mi antiguo yumón
no supo interpretar), pero después suspiró y asintió.
-
Sea – aceptó, aparentemente haciendo un esfuerzo. – He prometido que te
ayudaría y así lo haré. Iré contigo al bosque de Haan y buscaremos juntos a
Solna, la hechicera. Digo wen.