- VI -
Mike retrocedió
asustado, hasta chocar con la pared de piedra de la cárcel. Intentaba
comprender lo que estaba pasando delante de él, pero era imposible comprender
nada.
Solamente sabía que
aquel tipo era un monstruo.
Y que venía a por
él.
Instintivamente
echó mano a la cadera, pero su revólver no estaba allí. El sheriff le había quitado la pistola y se la había guardado hasta
que le sacaran de la celda. Tampoco tenía su cuchillo.
El monstruo se
sacudió y se enroscó, gimiendo y aullando con furia y con hambre. Los barrotes
de la celda empezaron a temblar. Mike abrió los ojos como platos, ante la
fuerza de aquel ser. Las barras de hierro empezaban a doblarse, dominadas por
la fuerza sobrehumana de aquel monstruo con forma de hombre. Las poderosas
manos del ser estaban cerradas sobre dos barrotes, separándolos. La puerta de
la celda se agitaba en sus goznes.
Mike tragó saliva,
aterrado, y contempló con horror cómo la puerta se retorcía y se salía de su
vano, gracias a la fuerza del monstruo.
La puerta retorcida
cayó al suelo, ocupando todavía parte de la entrada a la celda. Mike no quitaba
ojo del monstruo que, agazapado, rugió desde fuera del calabozo.
El monstruo observó
al humano dentro de la celda, abriendo la boca desmesuradamente, dejando ver
sus colmillos afilados. Mike no supo qué podía hacer para salvarse.
- ¡¿Qué pasa aquí?!
– se escuchó de repente una voz, juvenil e ingenua.
Mike sacudió la
cabeza hacia la izquierda y vio al jovencísimo ayudante del sheriff, el pobre chico al que le había
tocado quedarse de noche cuidando la cárcel, asomado a la puerta que daba al
despacho. El monstruo miró también hacia él, girando todo su cuerpo,
manteniendo la postura agazapada. El joven Wayne vio la escena sin poder
explicarse qué había ocurrido allí.
Todo sucedió en un
soplo de tiempo. En un parpadeo, el monstruo estaba sobre el chico, había
recorrido todo el pasillo que pasaba delante de las cuatro celdas del calabozo
y lo había lanzado al suelo. El chico gritó, asustado, sin poder coordinarse
para sacar su revólver de la funda. El monstruo volvió a enseñar sus colmillos
y se cernió sobre el pobre Wayne, mordiéndole en el cuello. El muchacho gritaba
desesperado mientras el monstruo se bebía su sangre.
Mike no lo pensó
dos veces y corrió hacia la puerta de su celda. Saltó por encima del metal
retorcido en que se había convertido la puerta y salió al pasillo que pasaba
delante de todas las celdas, corriendo hacia la puerta que daba al despacho y a
la salida. Intentó no mirar demasiado al monstruo y al pobre chico que se moría
en sus brazos.
Mike estaba
sacudido interiormente, no razonaba muy bien. Pero tenía dos cosas claras:
tenía que salir de allí cuanto antes y, aunque sentía lo del joven Wayne, mejor
el muchacho que él mismo.
Cuando llegó a la
puerta intentó no mirar demasiado al monstruo que seguía inclinado sobre el
cuerpo del ayudante del sheriff,
conteniendo las arcadas. Pero entonces el monstruo se giró y le agarró por la
camisa, a la altura del pecho. Tirando de él le izó en el aire. Mike gritó de
terror y la criatura rugió.
La piel del
monstruo estaba muy blanca, sobre todo en comparación con la sangre que le
cubría la boca y el mentón. Los ojos completamente negros miraban hacia Mike,
con furia y deleite. El bandido pataleó todo lo que pudo, golpeándole en el
estómago.
La criatura aulló
furiosa y lanzó a Mike por los aires, hacia la oficina del sheriff. El bandido voló unos metros, cayendo de espaldas,
aterrizando sobre la mesa de madera. La volcó y él acabó en el suelo, rodando
hacia la pared. Se levantó, dolorido y mareado, pero sabiendo que tenía que
moverse con prisa. Saltó hacia unas perchas que había en la pared, una serie de
ganchos: en uno estaba colgado su cinturón con su revólver y el Colt Dragón del
viejo conductor de la diligencia. Lo tomó todo con rapidez, mientras lanzaba un
vistazo a la puerta que llevaba a las celdas: la criatura seguía inclinada
sobre el pobre Wayne, bebiéndose lo que quedaba de su sangre.
Mike salió a la
calle, colocándose el cinturón mientras andaba. Miraba en todas direcciones,
nervioso y asustado. Pero la normalidad parecía predominar. Nadie se había dado
cuenta de la presencia de un monstruo en el pueblo, ni de la espeluznante
muerte del joven ayudante del sheriff.
Todo seguía como antes: todo estaba en calma, salvo por el jolgorio que venía
desde el burdel de O’Hanlan, al lado de la iglesia. Mike echó a andar hacia
allí, deseando encontrarse con alguien, sentirse rodeado de gente.
Un rugido animal
sonó detrás de él. Se giró asustado, viendo a la criatura en el vano de la
puerta de la oficina del sheriff,
mirándole con sus ojos negros y ciegos. Saltó a la calle y corrió hacia él, con
una velocidad asombrosa.
Mike no pensó nada,
sólo actuó. Sacó su revólver con la mano derecha, con un movimiento fluido.
Apuntó al monstruo con naturalidad, sin mirar la pistola. Lanzó la mano
izquierda hacia el percutor. Y apretó el gatillo.
Tres disparos
limpios y seguidos acertaron en el pecho de la criatura, abriéndole tres
agujeros sobre el esternón. El monstruo cayó hacia atrás, empujado por los
proyectiles.
Mike respiró hondo,
devolviendo la pistola a su lugar. Miró el cuerpo muerto del ser sobrehumano
caído en el suelo, mientras escuchaba las voces de los hombres que estaban
bebiendo a la puerta del burdel, atraída su atención por el sonido de los
disparos. Mike se permitió una sonrisa.
Pero entonces el
cuerpo empezó a moverse. El monstruo se apoyó con las manos en el suelo y
empezó a levantarse, con el largo pelo negro cayéndole sobre la cara. Se irguió
por completo, de cara a Mike. Una mano huesuda, una garra provista de uñas
amarillas y duras, apartó el pelo de la cara. Los ojos negros estaban fijos en
Mike.
El bandido echó a
correr, buscando dónde esconderse, dónde protegerse de aquel ser. Había visto
furia y venganza en su mirada sin pupilas.
Sintió al animal
correr detrás de él, a toda velocidad. Notó cómo le agarraban por los hombros,
con dos tenazas de piedra dura y fría. Se vio volteado con una fuerza
sobrehumana. Quedó de cara a la criatura, que rugió a la vez que le lanzaba un
zarpazo al pecho. Los cuatro dedos se quedaron marcados en su piel. Cayó al
suelo, empujado por el ataque de la criatura, arrastrándose sobre la espalda
casi diez metros.
Mike se levantó
como pudo, mareado y dolorido. Se giró, para seguir huyendo, para llegar a la
iglesia, dejando atrás al monstruo, pero cuando se levantó del todo y corrió ya
lo tenía delante, frente a él. Mike frenó resbalando en la arena.
El monstruo estaba
delante de él. Tenía las manos colgantes a ambos lados del cuerpo. Jadeaba
hambriento y furioso. Mike tragó saliva, incapaz de hacer nada para salvarse.
El monstruo rugió y
Mike se lanzó sobre él. Las balas parecían no hacerle daño y tenía una fuerza
muy superior a la de cualquier hombre, pero Mike no lo pensó demasiado: sólo
quería librarse de él. Cargó contra el monstruo, agachado, golpeándole con el
hombro en el vientre, duro como una roca. Corrió mientras lo empujaba,
consiguiendo al fin chocar contra la valla de maderos tallados y pintados de
blanco que rodeaba la iglesia. El monstruo cayó sobre la valla y después al
suelo. Mike aterrizó sobre él y rodó inmediatamente, para separarse. Se puso en
pie y buscó una vía de escape, para rodear la iglesia o esconderse dentro.
Cuando echó un vistazo al monstruo para ver lo que hacía, descubrió que era
inútil escapar. La criatura no le perseguiría más.
Estaba boca arriba,
con los brazos en cruz, descansando sobre un lecho de maderos rotos y caídos.
Salvo uno, que se le había clavado de punta en el pecho, desde la espalda,
sobresaliendo por la parte delantera. La madera pintada de blanco estaba
manchada de sangre roja y brillante. Los ojos del monstruo estaban otra vez
como los de un hombre cualquiera, blancos y con la pupila marrón oscuro.
Miraban al cielo sin ver.
La criatura había
muerto.
Mike jadeó, alegre
y confuso. Tres balas no habían acabado con aquello pero un palo de madera sí
lo había hecho. ¿Quién demonios era aquel tipo?
Escuchó voces
asustadas y gritonas allí cerca. Mike salió de su estupor y miró hacia el burdel,
a tiro de piedra de donde él se encontraba.
- ¿Qué ha pasado
allí?
- ¿Qué es eso?
- ¿Hay un muerto?
Las voces parecían
demasiado serenas para pertenecer a gente bebida. Probablemente, el espectáculo
que les había ofrecido Mike les había despejado.
- ¡Eh, tú! ¡No te
muevas de ahí!
- ¡Es el tipo que
el sheriff encerró esta mañana!
Mike decidió que ya
era hora de largarse.
Corrió como alma
que lleva el diablo, alejándose de la iglesia y del burdel, pasando cerca de la
oficina del sheriff y la cárcel, sin
pensar hacia dónde huía. Sólo sabía que tenía que irse de allí.
Escuchó cascos de
caballo detrás de él y al momento un lazo le atrapó por la cintura, tirando de
él. Se dobló, quedándose sin respiración, y cayó al suelo.
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