- VII -
- Esperaba no tener
que arrepentirme de tenerte en el pueblo.... – dijo el sheriff, con verdadero pesar, sacudiendo la cabeza.
Mike volvía a estar
en una celda, esta vez la que quedaba enfrente de la puerta de madera que
comunicaba el pasillo de los calabozos con el despacho del sheriff. Estaba sentado en el catre, derrumbado. Ahora sí que
estaba en problemas.
- No he hecho nada,
sheriff. Yo también era una víctima.
- Ya veo – dijo el sheriff, acercándose más a los barrotes.
Su cara afilada estaba llena de rabia. – Han sido esas pobres personas las que
te querían atacar a ti, ¿no es así?
- No he matado a
nadie.... – se defendió Mike.
- ¡Ni siquiera al
chico, a Wayne! – saltó enfurecido el sheriff.
– Eres un mentiroso y un bastardo, Nelson. Desangrar de esa manera a un pobre
muchacho....
- ¡¡Yo no lo hice!!
- ¿Y tampoco lo
hicieron tus compañeros? ¿Eh? – inquirió el sheriff.
– ¿Tampoco fueron ellos los que te sacaron de la cárcel? ¿Los que desangraron a
esas personas por el pueblo? ¿Fueron ellos los que mataron a McCallister?
- ¿McCallister ha
muerto? – preguntó Mike, preocupado. No le importaba que el pendejo de Steve
McCallister estuviese muerto, pobre diablo. Le preocupaba que el sheriff creyera que había sido cosa
suya.
- No disimules,
Nelson. Tus amigos te sacaron de la cárcel para que pudieras escapar y te
pudieras vengar de él – dijo el sheriff,
creyendo lo que decía. – Lo que no comprendo es por qué mataron al resto de
gente. Ni por qué luego te los cargaste tú a ellos, apuñalándolos a todos en el
corazón. Una bala en el pecho habría sido más caritativa....
- ¡¡Yo no he sido, sheriff!! – dijo Mike, poniéndose en
pie, desesperado. ¿Cómo iba a explicarle a aquel hombre que un monstruo con
colmillos y forma de hombre había matado al joven John Wayne y casi había hecho
lo mismo con él?
- No hay nada con
lo que te puedas defender, Nelson – dijo el sheriff.
– Te espera la soga al amanecer.
Mike se quedó sin
habla, sin fuerzas.
Volvió a sentarse
en el catre, lentamente, destrozado. Iban a colgarle. La única vez que no había
hecho nada malo e iban a colgarle. No era nada justo....
- Sheriff Mortimer – llamó Frank Wallach
desde la oficina. El sheriff se dio
la vuelta, mirando lentamente a Mike Nelson, con cara dolorida y triste. Cerró
la puerta al entrar en la oficina.
Mike se quedó solo
en la celda, inmóvil, con la mirada perdida, confuso, derrotado.
No fue consciente
de cuánto tiempo pasó, pues estaba totalmente desorientado, pero al cabo de
unos minutos la puerta se volvió a abrir. Frank Wallach dejaba pasar a una
mujer joven.
- Tienes visita....
Mike no alcanzó a
mirar a la mujer que acababa de entrar, perdido aún en un mar de oscuros
pensamientos. Era una chica joven, poco más que Mike. Tenía el pelo negro y
largo, recogido en una trenza gruesa. Vestía pantalones de montar, botas de
cuero con espuelas, una camisa gruesa de color azul y un chaleco de color crema
sobre ella. No se quitó el sombrero marrón. Llevaba un cinturón con dos fundas,
una en cada cadera, con dos revólveres.
Era una mujer de
piel morena y ojos oscuros. No era bella, pero sus rasgos eran suaves. Era
delgada, con las piernas largas como palillos y estrecha de caderas. Sus manos
eran huesudas y su cuerpo era enjuto y descarnado. Tenía el rostro serio y
ceñudo.
- Hola – dijo, con
voz musical, una voz bellísima que no encajaba del todo con su apariencia
insignificante. Mike la miró por fin, saliendo de sus sombríos pensamientos.
Pero no la contestó.
La mujer se acercó
aún más a los barrotes, sin llegar a apoyarse en ellos. Mantuvo las manos
colgadas del cinturón, en una postura de indiferencia. Pero sus ojos estaban
atentos.
- Perdóname – dijo,
suavemente, y ahora Mike sí que parpadeó y le prestó atención. No era lo que
uno se esperaba oír de una desconocida, aunque uno estuviese en la cárcel....
- ¿Perdona?
- No nos conocemos
– dijo la chica, con su voz dulce y bella, – pero vengo a pedirte disculpas.
- ¿Por qué habría
de disculparte?
- Bueno.... Estás
en la cárcel por mi culpa....
- ¿Por tu culpa? No
es cierto. Es por ese maldito sheriff
Mortimer que no me quita el ojo de encima y me acusa de lo que ha ocurrido en
el pueblo....
- Bueno.... pero es
porque yo le he convencido de ello....
- ¡¡¿Qué?!! – aulló
Mike, poniéndose en pie y llegando hasta los barrotes, golpeándolos y agarrándose
a ellos. Estaba repentinamente furioso. La chica no se movió del sitio,
inmóvil.
- Tenía que hacerlo
– fueron las palabras de la chica. – Suena duro, pero mi vida es más importante
que la de un simple bandido. Si te cuelgan a ti no llegarán a la conclusión de
que tengo algo que ver con lo que ha pasado en Desesperanza esta noche....
- ¿Y quién eres tú
para decidir si yo muero o vivo? – preguntó Mike, rabioso, sacudiendo las
sólidas barras de la celda.
- Soy Sue Roberts –
dijo ella, con tranquilidad. – Llevo toda mi vida cazando a esas criaturas. Y
voy a seguir haciéndolo, cueste lo que cueste.
La mujer había
sonado tranquila y decidida. Mike la miró a los ojos oscuros, enfadado. Pero
llegó a la conclusión de que no podía hacer nada: la mujer sentía lo que había
hecho, pero estaba convencida de hacerlo. No dudaba en que era lo mejor para
ella.
- ¿Tú has matado a
toda esa gente?
- No. Yo maté a las
criaturas que mataron a esa gente.... – explicó, sin incomodarse. – Eran sólo
cinco, pero se divirtieron bastante esta noche. Han matado a diecisiete
personas, entre forasteros y habitantes de Desesperanza.
- ¿Por qué? –
preguntó Mike, recordando al monstruo que había matado a John Wayne.
- Para alimentarse.
Para divertirse.... – dijo la chica, y esta vez su voz sí que vaciló un poco.
Pero se repuso inmediatamente.
- ¿Alimentarse?
- Es mejor que no
sepas nada....
- Me van a colgar
por la mañana. ¿Qué más me da? No voy a poder contárselo a nadie....
- Aún así es
mejor.... – dijo la chica, con tono de haber acabado la conversación, pero sin
irse. Siguió mirando atentamente a Mike durante un largo rato. Mike aguantó el
examen, aunque acabó sintiéndose incómodo. Había mucho pesar en la mirada de la
chica.
- ¿Qué?
- Lo siento....
aunque deba hacerlo.... – dijo ella, y entonces se despidió tocándose el ala
del sombrero y dándose la vuelta para irse.
- ¿No esperarás que
te perdone? – dijo Mike, sintiendo que no podía dejar irse a la chica sin que
se sintiera un poco más culpable. Sin embargo, no podía guardarla mucho rencor.
No sabía por qué, pero no podía hacerlo. La chica parecía estar sufriendo de
verdad.
- Eres un bandido,
Nelson – respondió ella sin volverse. Aunque sus palabras eran duras, su voz no
perdió su tono bello y suave. – Tarde o temprano habrías acabado ahorcado. Era
tu final lógico....
Mike la vio irse,
tranquila, serena, sin vacilar.
Negó con la cabeza,
sintiéndose desdichado.
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