- IX -
Algunos de los
supervivientes se congregaron en el saloon.
Retiraron a los muertos a la trastienda que había detrás de la barra y
colocaron un poco las mesas y sillas que quedaban enteras. Pero nadie se sentó.
Todos estaban demasiado alterados y nerviosos como para quedarse suficiente
tiempo quietos.
Eran unos
veinticinco los que se juntaron en el saloon.
La mayoría estaban sucios y polvorientos, y algunos estaban manchados de
sangre. Se reunían en grupos pequeños, hablando en susurros, preguntándose por
tal o cual amigo o vecino. Las respuestas no solían ser alegres.
Mike se encontró
allí con Sam, que estaba herido en el antebrazo, pero sano. Había conseguido
sobrevivir al ataque del monstruo y le había ahuyentado. Los dos hombres se
saludaron con verdadera alegría, y Mike se volvió a preguntar el porqué de
aquel sentimiento de camaradería que sentía hacia aquel desconocido. Después de
asegurarse el uno al otro que los dos estaban bien, Mike se dirigió a la barra,
buscando una botella de whisky. Cogió una, le quitó el tapón y bebió un largo
trago.
Desde la barra Mike
vio que Emilio Villar estaba en el local. El telegrafista estaba en pijama,
despeinado y sudoroso, ayudando a la gente del pueblo. Mientras vendaba la
cabeza de un anciano herido vio que Mike le miraba. El bandido le dedicó un
saludo, tocándose el ala del sombrero, sonriendo con picardía. El telegrafista
forzó una sonrisa, avergonzado por su aspecto ridículo.
En la galería del
piso superior, cerca de donde Mike había aterrizado hacía poco menos de una hora,
el bandido encontró a la extraña muchacha que le había visitado en la cárcel.
Sue Roberts, la asesina de los primeros monstruos que habían visitado
Desesperanza al principio de la noche. Estaba tranquila e inmóvil. La chica
parecía no haber visto a Mike, o por lo menos no le dirigió la mirada. Quizá
seguía avergonzada....
El sheriff y sus dos ayudantes también
estaban allí. Intentaban calmar a la población y curaban las heridas que
algunos de los supervivientes habían sufrido. Mike recordó al joven John Wayne:
parecía que al sheriff no se le
acababan los ayudantes. Además del ya conocido Frank Wallach también andaba por
allí otro que Mike no conocía, al que la gente se dirigía como Joseph Westwood.
En ese momento
entró el hombre vestido de negro, caminando despacio y con tranquilidad. La
gente estaba tan alterada que sólo un puñado de personas se dio cuenta de su
presencia.
El hombre iba
acompañado de otros dos. Eran blancos, bastante más altos que él. Uno vestía un
guardapolvo muy largo de color gris oscuro, tocado por un sombrero alto de
color marrón. Lucía un frondoso bigote de color rubio y sus ojos eran azules.
El otro acompañante
del hombre vestido de negro llevaba un guardapolvo que en algún momento fue
blanco. Su sombrero era de un marrón desvaído, lleno de trenzas de cuero. Era
joven y apuesto, con ojos de color avellana y pelo rubio y lacio. No sonreía
pero no parecía serio, como sus otros dos compañeros.
- ¿Qué ha pasado? –
preguntó uno de los hombres del saloon.
- ¿Qué eran esas
cosas? – preguntó una mujer madura, asustada, sosteniendo un rosario entre las
manos.
- Eran demonios, monstruos
del infierno – dijo el anciano del vendaje en la cabeza, con voz cascada.
- Cuando les
disparabas no caían muertos – dijo un chico joven, cubierto de sangre, con voz
aterrorizada. Mike reconoció con sorpresa al mozo de las caballerizas.
La gente se quedó
en silencio después del comentario del muchacho. Todos habían intentado abatir
a los asaltantes a tiros y no lo habían conseguido.
- Pues aquel tipo
de allí disparó sobre uno de esos “bichos”
y le hizo daño – dijo Mike, entre trago y trago de whisky, señalando con la
botella al hombre vestido de negro. – Yo lo he visto....
- ¡No puede ser!
- ¡Imposible!
- ¿Quién es usted,
señor? – preguntó el sheriff Mortimer,
mirando con suspicacia a los forasteros.
- Me llamo Ezequiel
Cortez – se presentó el que vestía de negro y tenía pinta de mejicano, aunque
su voz no tenía acento. – Estos hombres que me acompañan son Pete White “el
Blanco” – el chico joven se tocó el ala del sombrero y sonrió de forma
atractiva – y Lucius “Chucho” McGraw – el hombre feo del abrigo gris y el
mostacho asintió, en silencio y serio.
- ¿Y cómo es
posible que sus tiros hayan herido a una criatura de ésas? – preguntó Frank Wallach.
- Porque nos
dedicamos a eso. A cazar esas criaturas – fue la desconcertante respuesta.
- ¿Es cazador de
monstruos? – preguntó Mike, sarcástico.
- No, amigo – dijo
Cortez, con tono duro. – Somos cazavampiros....
La gente del saloon se les quedó mirando, en
silencio.
- ¿Cazavampiros? ¿Y
qué es un vampiro?
- Una criatura del
infierno – explicó Cortez, mirando en derredor. La gente se encogió ante sus
palabras y su mirada. – Una bestia insaciable de sangre humana. Un no-muerto
que camina de noche y se esconde durante el día. Una sanguijuela.
Mike soltó una
carcajada, que escondió con la mano.
- Amigo, tú mismo
has visto lo que ha pasado aquí esta noche – dijo Cortez, acercándose a él,
cruzando toda la estancia. La gente le miraba en silencio. Incluso Mike se
sintió intimidado. Cortez llegó hasta la barra y le quitó la botella a Mike,
tomando un trago, para devolvérsela luego. – Esas criaturas no eran humanas. Lo
fueron, pero ya no.
- ¿Pero cómo es
posible? ¿De dónde han salido? – preguntó un hombre.
Cortez se giró
hacia la gente de la sala, dejando a Mike detrás de él, un tanto cohibido.
- Hay cosas más
importantes que las explicaciones ahora mismo. Hay que recoger todos los
cadáveres del pueblo, cortarles la cabeza y quemarlos.
- ¿Qué?
- ¿Está usted loco?
- ¿Pero cómo se
atreve?
La gente se
enfureció con aquel forastero que pretendía ultrajar a los muertos del pueblo,
de aquella manera tan espantosa.
- Amigo, no sé en
qué pueblo se habrá criado usted – intervino el sheriff Mortimer, plantándose delante de los tres forasteros. Mike
tuvo que reconocerle el valor – pero en mi pueblo se respeta a los muertos....
- Cortez, deberías
ser un poco menos brusco – intervino Pete White “el Blanco”, conciliador. La
gente se calmó ante la cortesía del muchacho. – Esta gente no sabe nada de
vampiros ni del peligro que suponen. Explícaselo.
Cortez miró a su
compañero con la cara seria. Después se volvió hacia la concurrencia.
- ¿Alguno ha sido
mordido por uno de ellos? ¿Por un vampiro?
- ¿Por qué? –
preguntó Sam.
- La mordedura de
vampiro es mortal. Transforma al mordido en vampiro – explicó Cortez. La gente
a su alrededor negó con la cabeza. – ¿Y tú, muchacho? ¿No estás herido?
- No señor –
contestó el mozo de caballerizas, que era a quien Cortez se había dirigido. –
Esta sangre no es mía, sino de mi abuela. Esos “bichos” la mordieron.
- Entonces es
importante que la traigamos aquí y la decapitemos – dijo Cortez, arrancando
suspiros de terror y quejas de
indignación de la gente. – ¡Déjenme que les cuente una historia! Les sonará a
leyenda, a cuento de viejas, pero es la pura verdad.
“Esas criaturas que
han atacado su pueblo son vampiros. No-muertos. Demonios. Gente muerta que ha
sido reanimada al ser poseída por un demonio.
“Cuando un vampiro
muerde a su víctima puede hacer dos cosas con ella: alimentarse de ella y desangrarla,
matándola; o beber su sangre y transformarla. Cuando esto segundo ocurre el
vampiro bebe la sangre de la víctima, pero no la desangra. Lo que hace es dejar
la herida abierta, haciendo que parte del demonio que le domina a él pase a la
víctima, poseyéndola. El veneno que le corrompe pasa a la víctima, transformándola
en vampiro.
“Por eso tenemos
que actuar rápido y tratar a los cadáveres del pueblo. No podemos estar seguros
de que hayan muerto: quizá ya tengan el veneno de vampiro en su interior,
trabajando para transformarlos.
- ¿Y es necesario
destrozar su cuerpo? – preguntó una mujer, llorosa.
- Muy necesario –
explicó Cortez. Su voz seguía siendo dura, pero tenía un tono amable al
explicar su terrible relato. – Los vampiros son demonios, hay muy pocas formas
de acabar con ellos.
“Los vampiros
pueden parecer seres humanos, pero ya no lo son. Tienen una fuerza descomunal,
como un oso de las montañas, y son duros como una piedra. Tienen un oído
finísimo y una vista prodigiosa, como las águilas. Su olfato es el de un coyote
y son capaces de correr más rápido que un caballo, de saltar más alto que el
vuelo de un buitre y de ser más sigilosos que una serpiente cascabel. No
necesitan respirar, no necesitan dormir, no necesitan comer.... tan sólo
dependen de la sangre humana. Pero se les puede dañar.
“Son criaturas
nocturnas, así que nuestro mayor aliado es el Sol, la luz del día. El fuego es
un gran purificador, así que también les afecta y acaba con ellos. Y cortarles
la cabeza es la forma más efectiva para que nunca más vuelvan a levantarse.
“Las armas de fuego
no sirven, pero la madera les daña. Y puede matarles. Una estaca de madera en
el corazón acaba con ellos. Pero siempre es mejor cortarles la cabeza después y
quemarles.
Mike recordó entonces cómo había acabado atravesado por la valla de la
iglesia el vampiro que le había visitado en la cárcel al principio de la noche.
Tembló sólo de pensar lo cerca que había estado de morir y cómo una casualidad
le había salvado la vida.
- ¿Y por qué sus
balas hirieron a aquel monstruo? – preguntó desde detrás de la barra. Cortez se
volvió hacia él, sacando una bala de su cinturón, tirándosela. Mike la atrapó
al vuelo.
- Porque están
hechas de madera – dijo Cortez, sorprendiendo a todos. Mike lo comprobó en la
que tenía en las manos. El cartucho era metálico, como las balas normales, pero
la pieza que contenía, en lugar de ser de plomo como era lo usual, era un trozo
de madera tallada, con la forma de una bala.
- ¿Tienen pólvora
también? – preguntó.
- Por supuesto –
contestó Cortez. – Es necesaria para que sean disparadas. El problema es que a
veces el estallido de la pólvora inflama el proyectil. Pero es algo poco
común....
- ¿Cómo sabe todo
esto? – preguntó el sheriff Mortimer.
- Llevo
persiguiendo a estas criaturas toda mi vida, desde que era un niño. Mi viejo me enseñó todo lo que sé y empecé
a cazar vampiros con él. Al parecer mataron a mi madre cuando yo era un crío y
mi padre tenía una sed de venganza insaciable.
- ¿Cuánto tiempo
tienen estas criaturas? – preguntó Westwood, asombrado, preguntando lo que
todos estaban pensando: la gente de Desesperanza había creído que era un
problema puntual y actual, que les afectaba sólo a ellos.
- El cabecilla del
grupo que nos ha atacado es un vampiro de unos doscientos años – explicó
Cortez. – Pero los vampiros existen desde hace casi novecientos. Al menos los
escritos que hemos consultado no contenían crónicas anteriores....
- ¿Novecientos
años? – preguntó el mozo de las caballerizas.
- Las crónicas de
un monje franciscano llamado Jeremías que hemos consultado datan del año novecientos
noventa y nueve – contó Cortez. – En ellas el monje cuenta la historia de un
noble español, que tenía sus tierras en los Pirineos. Su amada, prometida con
el noble, murió en el monte, atacada por los lobos. El noble enloqueció de
dolor, maldiciendo a Dios y negándole. Cortó toda relación con el mundo y
vendió su alma a Satanás, que le concedió la vida eterna a cambio de su alma y
de que tuviese que beber sangre humana. Es la primera referencia a vampiros que
hemos encontrado, la más antigua.
- ¿Y cómo han
acabado aquí, en el desierto de Mojave? – preguntó Westwood.
- Los vampiros han
tenido tiempo de sobra para extenderse por el mundo – dijo Cortez. – Viven en
clandestinidad, normalmente matando a los humanos necesarios para subsistir,
sin llamar la atención. Se multiplican, pero normalmente de una forma ordenada.
- ¿Y lo que ha
ocurrido esta noche aquí? – preguntó el sheriff
Mortimer.
- ¿Tiene algo que
ver con ese cabecilla que has nombrado antes? ¿Con ése de negro al que
disparaste? – preguntó Mike, dejando la botella en la barra, comprendiendo poco
a poco lo que pasaba allí.
Cortez le miró y
sonrió.
- Los vampiros con
los que nos hemos enfrentado esta noche llevan asentados en Mojave un tiempo.
Unos tres meses – explicó Cortez, volviéndose hacia la gente de la sala. – Son
los que han atacado el resto de pueblos del desierto, matando a la población.
La gente que ha llegado hasta Desesperanza emigrando de los otros pueblos huía
de ellos, sin saberlo.
- ¿Y por qué lo
hacen? Nos has dicho que esos monstruos tratan de pasar inadvertidos.... –
preguntó Frank Wallach.
- El cabecilla de
esos monstruos se llama Alastair. Era un joven inglés, de familia adinerada.
Era un hombre culto, estudioso. Cuando fue transformado en vampiro no perdió
esa costumbre: se dedicó a investigar todo lo que se había escrito sobre los vampiros,
tanto lo escrito por humanos como lo escrito por vampiros. Quería saber todo lo
posible sobre su nueva raza, su historia, sus leyendas. De esa forma se enteró
de la existencia de un mito vampírico: el mito del Ungido.
“El mito habla del
apocalipsis vampírico, de la posibilidad de que los vampiros den la vuelta al
mundo tal y como lo conocemos, saliendo a la luz pública, convirtiéndose en los
amos del mundo. Nosotros, los humanos, pasaríamos a ser sus esclavos, simples
reses que serviríamos de alimento. Lleva mucho tiempo poder poner en marcha un
plan para desatar tal apocalipsis.
La gente del saloon guardó silencio. Lo que les había
expuesto Ezequiel Cortez era suficientemente terrorífico como para dejar sin
palabras a cualquiera.
- ¿Cómo va a
hacerlo? ¿Es posible?
- Nadie sabe si es
posible o no. Es sólo un mito. Pero lo que debería importarnos es que Alastair
cree que es posible. Por eso ha decidido empezar a atacar este país, empezando
por esta zona tan apartada y despoblada. Quiere formar un importante ejército
de vampiros. Por eso ha atacado los pueblos, alimentándose de la gente y transformando
a los que mejor le van a venir. Quiere prepararse para el apocalipsis
vampírico.
- ¿En qué consiste
eso del apocalipsis vampírico? – preguntó el sheriff Mortimer.
- El número nueve
es muy importante para los vampiros. Lo consideran el número mágico. Por eso
Alastair quiere prepararse para desatar el apocalipsis el año que viene, mil
ochocientos ochenta y uno – dijo Cortez, dejando que la gente llegase a la
misma conclusión a la que había llegado el vampiro hacía unos meses. – Ha
encontrado a un vampiro especial, el llamado Ungido, que ocultará el Sol para
que los vampiros puedan dominar el mundo – Cortez volvió a guardar silencio,
durante un momento. – O al menos eso es lo que Alastair cree.
Los humanos del saloon se quedaron en silencio, preocupados,
conmocionados y asustados. No todos los días se enfrenta uno a criaturas del
infierno y se entera de que están planeando conquistar el mundo y esclavizar a
la humanidad....
- Muy bien. ¿Y qué
es lo que podemos hacer nosotros? – preguntó el sheriff Mortimer.
Cortez sonrió.
- Por ahora lo que
podemos hacer es encargarnos de los muertos. Asegurarnos de que no van a
transformarse. Y darles una despedida digna – dijo, para apaciguar a la gente.
– La mejor opción es que huyamos hacia Culver City y salgamos del desierto de
Mojave.
- Culver City está
lejos.... – opinó Westwood.
- Por eso hoy ya es
tarde para partir. Tendremos que llegar antes de que anochezca. La oscuridad es
el hogar de esos monstruos – replicó Cortez. – Tendremos que prepararnos hoy
para el viaje y partir mañana con las primeras luces del alba.
- ¿Y esta noche? –
preguntó Sam. Todos los presentes habían pensado lo mismo.
- Tendremos que
prepararnos para resistir.... – fueron las palabras de Cortez. Aunque el
cazavampiros había sonreído, Mike no pudo evitar notar el tono fúnebre de su
voz.
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