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Lo primero que
hicieron fue encargarse de los muertos. Los supervivientes, con mayor o menor
dedicación, y con menor o mayor cargo de conciencia, recogieron uno a uno a los
muertos que estaban sembrados por todo el pueblo, para decapitarlos y llevarlos
hasta el cementerio, donde eran quemados dentro de sus tumbas. El carnicero,
Joseph Westwood y otros dos habitantes de Desesperanza que tenían el estómago
adecuado se encargaron de guillotinar con hachas a los cadáveres. Como el
enterrador había muerto víctima de los vampiros, fueron Sam, Emilio Villar,
Mike y otros cuatro hombres del pueblo quienes incineraron y enterraron los
cuerpos.
En el pueblo sólo
habían sobrevivido algo más de cien personas. Todas fueron informadas de lo que
pasaba, de la existencia de vampiros y de los planes que tenían para
sobrevivir. Cortez, Pete White y “Chucho” McGraw fueron presentados a todos,
como los hombres que sabían de qué iba aquel problema. El sheriff Mortimer estaba cada vez más enfadado, al ver cómo el poder
y la autoridad bien merecidas que tenía estaban siendo robadas por forasteros.
Sam y Mike
aprovecharon para hablar, para conocerse un poco mejor, entre incineración y
enterramiento. Mike le contó sus fechorías a todo lo largo y ancho del país, y
Sam le enumeró todos los trabajos que había realizado por todos los territorios
del mismo país.
- ¿Quién eres
realmente, Sam? – preguntó Mike, en una ocasión en que se habían quedado solos,
enterrando a uno de los muertos. El resto de la cuadrilla de enterradores
estaba alejada. – ¿Por qué me ayudaste en la prisión?
- Ya te lo dije. Un
amigo.
- Ya.... Pero
sabes, no me lo trago – dijo Mike, intentando no sonar demasiado cortante. –
Soy Mike Nelson, todo el mundo sabe quién soy. Soy un ladrón y un asesino.
Nadie me ayudaría.... a no ser que quiera sacar algo a cambio....
Mike y Sam se
miraron. El bandido pensaba en su reciente botín e intentaba imaginar cómo Sam
había descubierto que lo tenía.
- No quiero nada a
cambio por mi ayuda – respondió Sam al cabo, con voz tranquila. Llegó un nuevo
cargamento de muertos y los dos se pusieron a quemarles y enterrarles.
- ¿No quieres nada?
– dijo Mike, cuando terminaron.
- No – dijo el
negro, y pareció que iba a añadir algo más. Mike esperó, mientras su nuevo amigo
miraba fijamente al suelo, donde tenía apoyada la pala. – Es una promesa que
hice....
- ¿Prometiste a
alguien que me ayudarías? – se sorprendió Mike.
- Prometí a alguien
que te encontraría y cuidaría de ti.
Mike se pasó la
mano llena de polvo por la cara, manchándose los carrillos y las comisuras de
la boca.
- No lo entiendo –
dijo, sin que se le ocurriera nadie al que pudiese importarle lo suficiente
como para que le mandara a otro hombre que cuidara de él. – ¿Acaso es un
secreto? ¿No puedes decirme quién te mandó semejante desfachatez?
Sam se lo pensó
todavía un poco más, antes de responder.
- Tu hermano, Mike.
Tu hermano Nicholas me lo pidió – dijo al fin. – Yo tenía una gran deuda con
él. Estaba viajando junto a él cuando sufrió un accidente. Antes de morir me
pidió que te encontrara y que me asegurara que no te metías en líos y estabas a
salvo. Estábamos en Tres robles, y ahora sé que fueron los vampiros los que le
mataron. Como las últimas noticias sobre Mike Nelson eran que había sido visto
en Culver City, me dirigí hacia allí. Estaba en Desesperanza de paso cuando
apareciste. Pero antes de que pudiera abordarte y presentarme ya te habían
metido en la cárcel. Así que pensé en cómo sacarte de allí....
- Nick.... –
murmuró Mike, dolorido. La pala se le escurrió de entre los dedos. Nick, su
hermano mayor Nick, el hombre honrado, el representante de alambre de espino
por todo el país, había muerto. Y los vampiros estaban detrás de ello. Deseó
que la noche llegara para tener delante otra vez a ese asqueroso de Alastair,
para clavarle en el corazón una estaca de madera....
- Lo siento de
veras – dijo Sam. Sus ojos estaban también brillantes, llorosos, como los de
Mike.
- Gracias. Gracias,
de verdad – dijo éste.
No pudieron seguir
hablando mucho más. Los cadáveres no dejaban de llegar.
* * * * * *
Al mediodía todos
los muertos habían sido tratados y enterrados. Los seres humanos se reunieron
en la iglesia, pues era el lugar más amplio del pueblo, donde todos podían
estar juntos a la vez. Algunos durmieron unas pocas horas, sentados en el suelo
o en los bancos de madera. Pero la mayoría no pudo pegar ojo.
Mike se quedó
sentado en el suelo apoyado contra la pared del templo, con las rodillas
encogidas. Empezó fumando un cigarro en silencio, pero el cansancio acumulado
la noche pasada y la conmoción por lo de su hermano le hicieron caer en un
sueño ligero.
Siempre se habían
llevado bien, Nick y él. Habían tenido sus diferencias en el pasado, cuando
Mike decidió separarse de la ley para subsistir, pero Mike seguía escribiendo
cada vez que podía a la casa de Nick, contándole sus aventuras. Y Nick seguía
deseando, en privado, que su hermano no cayese víctima de la soga.
Por eso, aunque
hacía un par de años que no se veían, la noticia de la trágica e inesperada
muerte de su hermano mayor había atontado a Mike.
Despertó
sobresaltado, sacudido por sueños inquietantes, en los que contemplaba el
cadáver decapitado de su hermano en el fondo de una fosa, sintiéndose culpable
cuando la cabeza de su hermano abría los ojos de improviso.
A su lado estaba
sentada la mujer menuda, Sue. Estaba abrazada a sus rodillas, respirando
tranquilamente, con la mirada perdida y fija en un punto del suelo, frente a
ella.
Mike se frotó la
cara y los ojos con las manos, intentando quitarse de encima los restos de
sueño. La mujer a su lado no se movió, esperando.
- Quería pedirte
perdón, otra vez – dijo Sue, sin mirar a Mike.
- No tienes que
volver a hacerlo – respondió éste.
Los dos se quedaron
un rato en silencio.
- Sabías lo que
eran esas cosas cuando las mataste antes, ¿no? – preguntó al final Mike.
Sue asintió con la
cabeza.
- Cuando yo era muy
pequeña vivía en las Rocosas – empezó a relatar Sue, y Mike volvió a
sorprenderse de lo bella que era la voz de la chica. – Vivía con mis padres y
mis tres hermanos y hermanas. Teníamos una cabaña de maderos en la falda de la
montaña. El bosque y el campo nos daban todo lo necesario para subsistir. Una
noche unos forasteros llegaron a la cabaña, pidiendo ayuda o agua o no sé qué
exactamente. Yo estaba en ese momento en el bosque, recogiendo leña. Cuando
volví a casa cargada con ramas secas noté el ambiente muy raro, así que me
asomé a la ventana antes de entrar. Y vi el terrible espectáculo – la mujer
cortó sus palabras de golpe, incapaz de seguir. No era necesario: Mike había
comprendido perfectamente qué eran los forasteros y qué habían hecho a la
familia de Sue. – Eché a correr, asustadísima, queriendo salvar mi vida. Los
vampiros me siguieron por entre los árboles, y estuvieron a punto de pillarme.
Pero salté al río, que era un torrente cuando pasaba cerca de nuestra casa, y
me arrastró lejos de allí, salvándome – volvió a guardar silencio, afectada. –
Nunca he sabido exactamente qué eran esas criaturas, pero llevo persiguiéndolas
y matándolas toda mi vida.
Mike tragó saliva,
incómodo.
- Lo lamento – dijo
al final.
- ¿Entiendes ahora
lo que quise decirte en la celda? ¿Lo de que yo era más importante? – explicó
la mujer, con ojos llorosos y un tono de urgencia en la voz. – No era una
fanfarronada. Simplemente quería seguir con mi cruzada contra los vampiros....
- Lo entiendo –
dijo Mike, con la voz lo más amable que pudo conseguir. Sue suspiró y pareció
que se quitaba por fin un gran peso de encima. Los dos se quedaron un rato más
juntos, en silencio.
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