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- ¡Por favor! ¡Por
favor, atiéndanme! – dijo Cortez, al lado del altar. La gente de la iglesia se
empezó a agrupar en el pasillo central y entre los bancos, para ver mejor al
cazavampiros. Mike se levantó y anduvo hacia el pasillo, entre la gente,
mirando a Cortez. Pete White y Lucius McGraw estaban con él. – ¡Presten
atención! Tenemos que prepararnos para esta noche. Aún es pronto pero es mejor
tenerlo todo listo antes del atardecer.
- ¿Qué hay que
preparar? – preguntó el sheriff
Mortimer, con mal tono, desde abajo del altar. Sus ayudantes estaban a cada uno
de sus lados, flanqueándole: ambos grupos de hombres parecían uno el reflejo
del otro, enfrentados.
- Cada habitante
del pueblo debería tener armas adecuadas para luchar contra los vampiros –
explicó “el Blanco”, conciliador. – Estacas de madera, antorchas.... Lo que sea
más efectivo.
- Además hay una
cosa que todavía no saben de los vampiros – dijo Cortez, elevando su voz dura
para que todos los supervivientes en la iglesia le escucharan bien. – Los
vampiros no pueden entrar en las casas de la gente, a menos que se les invite a
hacerlo. Pueden entrar libremente a edificios públicos o que no tienen dueño,
como la prisión o esta iglesia, o el saloon.
Pero las casas en las que todavía viva gente están vetadas para ellos. Debemos
atrincherarnos en ellas, ya que es imposible que entren, ni siquiera por la
fuerza.
La gente se
removió, un poco más tranquila. Parecía que había alguna posibilidad de
esconderse de esas criaturas.
- Así que ahora
deberíamos salir al pueblo y empezar a preparar las casas de gente que aún este
viva – dijo Cortez. – Las casas de la gente muerta no nos sirven, ya que no
pertenecen a nadie y los vampiros tienen el paso franco en ellas. Y busquen madera
para construirse estacas: todos debemos estar armados.
- Bueno, la madera
no será un problema – dijo Mike al vecino que tenía a su lado, bromeando.
Estaban en un pueblo del oeste: todo estaba construido en madera. Cuando miró a
su acompañante no pudo evitar una mueca: era Emilio Villar. – ¡Vaya! ¡Mi
casero!
- ¿Cómo está usted?
– preguntó el telegrafista, incómodo.
- No me puedo
quejar.... Me han atacado dos veces los vampiros y he sobrevivido.... – dijo
Mike, con tono de broma. Villar estaba serio, con cara entre furiosa y triste,
así que no le contestó ni le miró. El hombre, agobiado, se dio la vuelta para
salir de la iglesia. – ¡Hoy no me ha servido el desayuno, y pagué por él!
Villar ignoró el
comentario jocoso de Mike mientras salía, ayudando a una pareja de ancianos del
pueblo.
Mike sonrió,
divertido. Le alegraba picar y molestar al telegrafista, igual que Villar lo
hacía con él siempre que podía. Pero el hombre ahora estaba bastante apurado y
nervioso.... No estaba para juegos.
El sheriff Mortimer llegó hasta él,
murmurando con voz peligrosa. Se detuvo al lado de Mike, mirando también hacia
la puerta de la iglesia, por donde iban saliendo los supervivientes.
- Nelson, en vista
de que los asesinatos parecen no haber sido obra tuya, creo que dejaré que
sigas fuera de la cárcel – dijo Mortimer, manipulando uno de sus revólveres,
con la mirada fija en el arma.
Mike le miró,
asombrado. No se habría esperado ese gesto amable por parte del sheriff ni en novecientos años.
- Gracias, sheriff.
Douglas Mortimer levantó
la mirada y dirigió su cara afilada y morena hacia el bandido. Le miró con los
ojos entrecerrados, irónicos y peligrosos.
- Espero que no me
arrepienta de tenerte aquí....
Después echó a
andar y salió de la iglesia. Mike fue detrás de él, sonriendo abiertamente,
contagiado por el tono sarcástico que el sheriff
había utilizado. Se apoyó en el marco de la puerta de la iglesia para ver
marcharse a la gente.
- Disculpe – sonó
una voz ruda a sus espaldas.
- ¡Ay! Perdón.... –
dijo el bandido, apartándose. Lucius “Chucho” McGraw se lo agradeció con un
asentimiento y Pete White le sonrió al pasar. Los dos cazavampiros salieron de
la iglesia con paso resuelto.
- Cuando se quiere
matar a un vampiro hay que darle en el corazón y la estaca es el arma más
adecuada – dijo la voz dura de Cortez
detrás de él. Mike se giró para verle, viendo que sonreía, sosteniendo una
entre las manos. – Así que Mike Nelson.... He oído muchas cosas sobre ti....
- Espero que nada
bueno – bromeó el bandido.
Cortez rió
quedamente.
- Por lo que he
oído disparas bien....
- Sí.
- ¿Te interesaría
un par de tambores de balas de madera? – ofreció el cazavampiros, enseñándole
un puñado de balas que sacó del bolsillo. – No puedo ofrecerte más, pero algo
es algo.
- No me quejaría si
me las diera – dijo Mike, tomándolas de manos de Cortez.
- Úsalas bien,
muchacho – dijo el cazavampiros, pasando al lado del bandido y palmeándole el
hombro antes de alejarse.
Mike caminó detrás
de él, yendo hacia el pueblo. Los supervivientes empezaban a dividirse por las
casas que aún estaban habitadas. No eran muchas, tan sólo unas quince o veinte,
pero de sobra para alojar al centenar largo de seres humanos que quedaban en
Desesperanza. La gente también cogía patas de las mesas, tablones de las vallas
y demás pedazos de madera alargados para hacerse estacas con ellos.
Tenían que
prepararse para la noche.
Mike alcanzó al fin
a Sam, que afilaba una pata de mesa con su cuchillo, sentado en los escalones
del porche del saloon. Mucha gente
entraba en el local para conseguir maderas sueltas allí.
Mike se sentó al
lado de su amigo y le miró mientras trabajaba. El hombre negro estaba sudoroso,
ligeramente pálido y con ojeras anchas y moradas. Manejaba el cuchillo con
debilidad y con poca coordinación.
- ¿Estás bien? –
preguntó.
Sam asintió,
concentrado en la labor de afilar su estaca.
- Sam.... – dijo el
bandido, con tono preocupado.
Su amigo le miró,
con la cara descompuesta. Suspiró al final, soltando el trozo de madera y el
cuchillo. Se empezó a quitar la venda del antebrazo y le enseñó la herida a
Mike, tragando saliva, preocupado y avergonzado.
Era una herida de
unos colmillos de vampiro.
- ¡Sam! ¿Te
mordieron?
- Ese maldito
mejicano.... Cuando peleamos en el saloon
me mordió. Hasta ahora me sentía bien, pero a medida que avanza el día.... – el
hombre negó con la cabeza.
- ¿Qué podemos
hacer? – preguntó Mike, nervioso.
- Nada – contestó
Sam, y su derrota fue lo que más asustó a Mike. – He hablado con Cortez, sin
decirle que me habían mordido, sólo como si le preguntase con curiosidad. Me ha
dicho que la transformación dura un par de días, quizá tres. Pero que el calor
del desierto acelera el proceso.... Esta noche me habré transformado en uno de
ellos por completo – Sam se volvió hacia Mike. – Ya estoy muerto.
Sam cogió de nuevo
la madera y el cuchillo, afilando de nuevo su estaca. Mike le miró
conmocionado. Tragó saliva dolorosamente.
Dos grandes
lágrimas cayeron desde los ojos de Sam.
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