- XI -
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La caverna era
oscura, sucia, húmeda y fría. Todo lo que un vampiro pudiese desear.
Alastair paseaba
por ella, de forma tranquila y reflexiva. Sus compañeros abarrotaban la cueva,
tendidos en el suelo. No dormían, ya que no necesitaban ni podían hacerlo, pero
algunos caían en la especie de trance en que los de su especie se sumían
durante el día.
Sus hermanos,
algunos sus hijos (pues habían sido creados por él mismo) le miraron al pasar,
saludándole con reverencia. Algunos ojos, abiertos e inmóviles, de los vampiros
en trance, no le vieron.
Llegó hasta la
galería principal, la que daba a la salida de la cueva. El Sol iluminaba la
falda de las montañas y sus rayos entraban unos metros dentro de la caverna. El
vampiro siseó, amenazador, ante su más peligroso enemigo.
Husmeó el aire,
intentando captar las notas del olor de la sangre de los humanos que quedaban
en el pueblo. Aquella noche, que estaba al llegar, no dejaría a ninguno con
vida.
En especial al
cazavampiros.
Alastair conocía de
sobra a Ezequiel Cortez. Se había cruzado con él multitud de veces, a lo largo
y ancho de aquel país salvaje. Después del Sol, aquel humano era su peor
enemigo.
Una niña, de unos
siete años, apareció detrás de él desde la cueva. Era pálida, con ojeras
moradas, rubia y muy bella. Sus ojos, dorados, curiosos y vivos, miraron hacia
fuera, buscando algo qué mirar.
- ¿Qué miras? –
preguntó.
Alastair se giró y
la miró, sonriendo de forma paternal.
- Nada, mi demonio
– dijo, amable. Retrocedió hacia la niña y le acarició la cabeza, con su mano
huesuda provista de uñas grandes y duras como garras. – Solamente pensaba en
los humanos y en lo que les espera esta noche.
- ¿Hoy me llevarás
contigo? – rogó la niña.
- Por supuesto –
aseguró el vampiro. – Lo de anoche fue sólo una misión de venganza. Aunque
Rubens y los otros cuatro fueron unos estúpidos y se comportaron como unos
novatos cuando atacaron por su cuenta, debíamos vengarles atacando a los
humanos.
- Pero esta noche
iré contigo.... – volvió a decir la niña, preocupada por lo que le interesaba,
asegurándose.
- Claro que sí,
bestia mía – dijo Alastair, volviendo a acariciar a la niña. Colocó la mano
tras su cabeza y empezó a guiarla, con delicadeza pero firmemente, hacia el
interior de la cueva. – Pero ahora no te preocupes por eso. Cuando llegue la
noche bajaremos a Desesperanza. Y será la última vez que ese pueblo aloje vida
humana. La última noche.
La niña rubia miró
al vampiro, con verdadera adoración, y rió de forma alegre y macabra.
Me gusta. Habrá que leer el resto...
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