- XI -
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Pasaron las horas. Los
supervivientes aguantaron en sus escondites, vigilando con precaución las evoluciones de los vampiros
por el pueblo. Algunos incluso durmieron, después de un día muy largo de
trabajo y lleno de tensión.
Mike despertó de
repente, asustado. Se había quedado dormido, sentado en un sillón del piso de
arriba de la casa de Chester. Deseó que hubiese pasado la noche, pero al
asomarse a la ventana descubrió que todavía estaba oscuro, aunque habían pasado
varias horas. Las estrellas se habían movido en el cielo.
Una luz llamó su
atención. En una casa de las de enfrente, al otro lado de la calle, unos
edificios hacia la izquierda, una luz temblorosa apareció en una ventana del
piso superior. Mike se fijó con atención: parecía un quinqué encendido en medio
de la habitación.
- Apaga eso, apaga
eso.... – murmuró, sin poderse imaginar cómo podían haberse despistado tanto en
aquella casa.
Los vampiros
también lo vieron, alterándose y poniéndose nerviosos. Tres de ellos corrieron
hacia la casa, a una velocidad asombrosa, golpeando la puerta para entrar, pero
los supervivientes habían tomado sus precauciones y aquella casa también tenía
un dueño que estaba vivo.
Alastair llegó
paseando por la calle, acompañado de otros tres vampiros grandes y fornidos y
por una niña pequeña, de rizos rubios. No dijo nada, solamente observó actuar a
sus soldados.
Varios vampiros
sacudieron la casa, agarrados a las paredes con sus garras. Otro se separó de
ellos, alejándose de la fachada de la casa. Era una mujer (o lo había sido
cuando estaba viva) y no dejaba de mirar hacia la ventana donde se podía ver la
luz. Cogió una piedra debajo del porche de la casa de enfrente y miró con
atención la luz.
Mike se preguntó
que tramaba justo cuando la vampiresa lanzó la piedra, con un movimiento ligero
de la muñeca, casi con desgana. Sin embargo, la piedra salió disparada con
fuerza, atravesando el cristal de la ventana y chocando contra el quinqué,
rompiéndolo y haciendo que el petróleo y el fuego se derramaran por la mesa y
la habitación.
La vampiresa empezó
a reír con una risa macabra cuando las llamas alcanzaron gran altura.
Gritos de pánico
empezaron a salir de la casa y los vampiros se separaron de ella, expectantes.
El primer superviviente no se hizo esperar, huyendo de las llamas que iban a
empezar a devorar el edificio. Los vampiros de la calle le dieron caza.
- ¡No! ¡No! ¡No
salgáis! – dijo Mike, para sí mismo, mirando por la ventana, ya sin precaución
ninguna.
Pero los
supervivientes de la casa en llamas no podían quedarse dentro y fueron saliendo
todos. Los vampiros se alejaban del fuego, al que temían casi tanto como al
Sol, pero no dejaban escapar a ningún humano que salía del incendio.
Pronto salieron
humanos de otras casas, corriendo para ayudar a los supervivientes que salían
de la casa que se quemaba. Mike los miró con cara de incredulidad. Corrían
hacia una muerte segura. Los vampiros se encargaron de ellos, cazándolos
también.
Pero la distracción
sirvió: algunos de los que huían del incendio pudieron escapar de los vampiros.
Éstos les siguieron a lo largo de la calle.
Mike reconoció
entonces a uno de los humanos que habían salido de otras casas para ayudar a
los supervivientes de la casa en llamas.
- ¡Sam! ¡Sam,
vuelve!
Su amigo había salido
a la calle y peleaba con un vampiro, clavándole la estaca en el corazón. Otro
lo atacó, pero Sam también pudo reducirle.
Más humanos habían
salido de la casa en la que se escondía Mike, así que un grupo de cuatro
vampiros fueron hacia la casa, intentando entrar en ella, pero también estaba
vetada para ellos. Su dueño estaba vivo.
Mike vio en ese
momento a Chester peleando en la calle contra los vampiros y se quedó sin
aliento. ¿Qué hacía ese gilipollas allí abajo?
Las peores
previsiones de Mike se cumplieron entonces: un vampiro agarró al carnicero y le
arrancó la cabeza de un tirón, lanzándose a por la herida del cuello, bebiendo
la sangre que salía.
Los cuatro vampiros
que intentaban entrar sintieron que la protección de la casa se desvanecía y
entraron aullando como locos. Gritos de terror llegaron desde abajo. Mike
sintió que se le ponían de punta los pelos de la nuca.
No se lo pensó dos
veces y abrió la ventana. Se subió al alféizar y se lanzó al suelo, aterrizando
con las piernas dobladas. Aun así rodó por el suelo, pero no se hirió. Se
levantó y salió corriendo, mientras en la casa del carnicero seguían muriendo
supervivientes.
Corrió por la calle
del pueblo, sintiendo que alguien le seguía, pero Mike no se giró. Corrió
todavía más rápido, intentando huir. Un rugido sonó detrás de él y algo le cayó
encima, tirándole al suelo. Quedó boca abajo, con el vampiro en cuclillas sobre
su espalda. Escuchó el siseo de victoria de la bestia.
Entonces notó que
el vampiro daba un espasmo, como un pequeño salto sobre su espalda y luego caía
de lado al suelo. Mike se incorporó enseguida, desenfundando y apuntando al
vampiro tendido en el suelo.
Pero estaba por dos
veces muerto. Una estaca le atravesaba el corazón desde la espalda.
Miró la figura que
estaba de pie al lado del vampiro muerto y reconoció a Sue. La chica le tendió la
mano y le ayudó a ponerse en pie, tirando de él.
- ¡Vamos!
Los dos corrieron
por la calle, muy lejos ya del incendio y de la carnicería en la casa de
Chester el carnicero. Entraron corriendo en una casa abandonada, cuyo dueño
había muerto la noche anterior. Sabían que allí no estaban realmente seguros,
pero si los vampiros no les habían visto entrar, todavía tenían una
oportunidad.
- Gracias – dijo
Mike, jadeando todavía. Sue contestó con un cabeceo.
Estuvieron los dos
un buen rato en silencio, recobrando la respiración normal y tranquilizando a
sus desbocados corazones. Entonces escucharon unas frías pisadas en el
exterior.
Contuvieron la
respiración, sin moverse. Estaban los dos en la sala del piso de abajo, tirados
en el suelo, apoyados contra la pared. Al abrir la puerta, quienquiera que
fuese que estaba fuera podría verles.
Sue y Mike se
pusieron en pie, lentamente, ayudándose a levantar. Los pasos fuera se
volvieron más cautelosos, más felinos. Más acechantes. Los dos humanos
empezaron a moverse hacia las escaleras, para subir al piso de arriba.
Entonces una madera
crujió.
La puerta se abrió
de golpe y pudieron ver a dos vampiros en el vano, sorprendidos de encontrar
allí a alguien. Se lanzaron dentro de la casa, con las fauces abiertas y las
garras por delante.
Mike sacó su
revólver y disparó, alcanzando al primer vampiro en el pecho. Las balas de
madera le detuvieron, frenándole, haciendo que se retorciera de dolor. El otro
vampiro se lanzó hacia Sue, que no se inmutó. Sacó una pequeña ballesta que
llevaba colgada del cinto, al lado de la funda de la pistola y disparó una
pequeña flecha de madera a su atacante. La flecha se clavó en el corazón de la
criatura y ésta cayó al suelo, muerta.
El vampiro al que
Mike había disparado se acercó de nuevo a él, dolorido y sangrando por las
heridas de bala. Mike no supo reaccionar.
Un humano le saltó
a la espalda al vampiro, forcejeando con él. Mike logró reconocer, a duras
penas, a Frank Wallach, el ayudante del sheriff.
Pero no pudo pensar demasiado en él, porque otros tres vampiros entraron por la
puerta.
Sue, que había
recargado su ballesta, disparó a uno, acertándole en el corazón y matándolo. A
diferencia de los demás, su cuerpo se deshizo en polvo antes de caer al suelo.
Los otros dos vampiros también cargaban contra ellos cuando otro humano entró
en la casa, estaca en mano, y los empujó por la espalda. Uno de ellos cayó al
suelo, donde Sue lo remató con su estaca. El otro chocó contra la pared,
revolviéndose hacia el recién llegado, gruñendo y siseando.
El sheriff Mortimer, pues no era otro el
que había entrado en la casa, se lanzó contra él y le clavó su estaca. Se
levantó rápidamente y se fue a ayudar a Frank Wallach, que estaba recibiendo una
buena paliza del vampiro tiroteado por Mike. El sheriff le apuñaló con la estaca de madera en el corazón, haciendo
que también se deshiciese en polvo.
Frank cayó al
suelo, agarrándose un mordisco en el cuello que sangraba mucho. El sheriff le miró sin ninguna expresión,
de pie, seco y duro.
- Gracias, sheriff – dijo Mike.
- Gracias – murmuró
Sue.
Douglas Mortimer no
los miró, sólo asintió ligeramente.
- Salid – musitó,
tajante.
Mike y Sue le
miraron, casi sin comprender lo que quería decir.
- Salid – volvió a
decir, un poco más alto y más seco, sin dejar de mirar a su ayudante, que se
desangraba, mordido por el vampiro. Con delicadeza, sacó un gran machete de una
funda que llevaba al cinto, en la espalda. Mike tragó saliva, imaginando lo que
el sheriff se veía obligado a hacer.
- Vamos – murmuró,
tomando de la mano a Sue y saliendo de la casa con ella, vigilando que no
hubiese vampiros en la calle.
- ¿Dónde podemos
refugiarnos? – murmuró Sue.
- Allí – dijo una
voz a sus espaldas. Los dos se giraron, asustados. Una sombra se acercaba a
ellos corriendo por la calle: cuando se paró delante de ellos Mike vio con
alivio que era Sam.
- ¡Estás vivo! –
dijo Mike, alegre. Se preguntó cómo había sobrevivido su amigo a la lucha con los vampiros.
Recordó entonces el funesto futuro que le esperaba a Sam e imaginó que algunas
características de ellos ya se estarían manifestando.
- ¿Dónde has dicho
que podemos escondernos? – preguntó Sue, con su bella voz cargada de prisa.
- Allí – señaló
Sam. – Es una casa segura.
Los tres se
dirigieron a ella. Llamaron a la puerta.
- ¡Eh! ¡Somos
supervivientes! ¡Supervivientes humanos! – dijo Mike, esperando que le oyesen
dentro, mirando hacia el lado del pueblo donde se había quemado la casa.
- No hay problema –
dijo Sam, al percibir la preocupación de su amigo. – Están entretenidos con los
cuerpos de allí.
La puerta se abrió
entonces. Mike pudo reconocer a Emilio Villar e hizo una mueca de disgusto. El
anfitrión de la casa no mostró ninguna emoción al verle, tan sólo prisa.
- ¡Vamos! ¡Entrad!
Daos prisa – dijo, dejando pasar a los tres y volviendo a cerrar la puerta.
Mike se sintió un poco más seguro y tranquilo por su amigo Sam, cuando vio que
pudo entrar sin problemas en la casa.
En la casa de
Emilio Villar sólo se escondían el dueño, Ron el mozo de cuadras (al que Mike
se alegró de ver que había sobrevivido al ataque de la casa del carnicero) y
una chica de la misma edad que él, terriblemente asustada.
- Gracias – dijo
Sue.
- ¿Qué ha pasado
más allá? – preguntó Emilio, dirigiéndose a la mujer, olvidando deliberadamente
a Mike.
- Los vampiros han
conseguido incendiar una casa y han aprovechado para cazar a los que huían del
fuego. Ha habido gente que ha salido de otras casas seguras para ayudar a los
que huían del incendio, y también han muerto.
- Los vampiros
ahora están bastante entretenidos con los muertos de allá – intervino Sam. – No
nos han visto entrar aquí.
- Estaremos seguros
un poco más de tiempo, entonces – dijo Emilio Villar. – Mientras tanto, mi casa
es vuestra.
Miró a Mike al
terminar la frase, y sonrió con ironía. Mike hizo otra mueca, yéndose a sentar
en el suelo, apoyado en la pared. Sam llegó hasta él y se sentó a su lado.
- ¿Cómo te
encuentras?
- Extraño – dijo
Sam, después de pensarlo un rato. – Sigo siendo yo, pero puedo escuchar
claramente el latir de vuestros corazones y oler vuestra sangre recorriendo
vuestro cuerpo. Me falta poco....
Mike le miró, sin
añadir nada más.
Sue se sentó
entonces a su otro lado. Mike agradeció poder concentrarse en otra persona.
- ¿Por qué algunos
vampiros se deshacen y otros no? – preguntó intrigado tras lo que habían visto
después de su pelea en la casa abandonada.
- Depende de su
edad. Los vampiros más antiguos tienen el cuerpo marchito, desgastado. Sólo se
mantienen gracias al demonio que los poseyó. Cuando acabamos con ese demonio el
cuerpo vuelve a ser lo que era: un cuerpo de decenas de años. Por eso se
convierten en polvo. Los vampiros convertidos recientemente simplemente dejan
atrás su cuerpo muerto, que no ha dado tiempo que se estropee.
Mike asintió, sorprendido
y comprendiendo a la vez.
Emilio Villar se
acercó a ellos.
- ¿Queda mucho para
el amanecer? – preguntó, ansioso.
- Unas pocas horas
– contestó Sue.
Villar sacudió la
cabeza.
- No sé si
lograremos sobrevivir....
- Claro que sí. No
pueden entrar en las casas....
- Pero pueden
hacernos salir – dijo Villar. – Ya tienen un incendio. Pueden extenderlo al
resto de las casas.
- Aun no lo han
hecho – dijo Mike, práctico. Después se deslizó el sombrero sobre los ojos y se
recostó contra la pared, intentando dormir.
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