- XI -
(4 de 5)
Mike se despertó
sobresaltado, sacudido por alguien.
- Ven a ver esto –
susurró con su bella voz Sue, delante de él, sacudiéndole por los hombros.
El bandido se
levantó, frotándose la cara con la mano. Sue se colocó en una ventana ocupada
por Sam, Ron y la otra muchacha. Suspirando se dirigió a la otra, en la que
estaba Villar. El telegrafista le miró, tenso, pero le dejó un hueco para mirar
por entre las cortinas.
Estaban asomados a
las ventanas del piso inferior de la casa, las de la fachada, escondidos entre
las cortinas. Veían la calle del pueblo. Mike levantó las cejas, sorprendido.
Varios vampiros a
pie conducían una manada de caballos herrados y con todos sus arreos por la
calle principal. Los llevaban tirando de las riendas, al paso, con
tranquilidad. Los animales parecían un poco agitados, nerviosos por la
proximidad de las criaturas. Pero los vampiros llevaban a los animales con
firmeza y los caballos los seguían con docilidad.
- Son los caballos
del establo – musitó Ron.
- Anoche habían
desaparecido – dijo Mike.
- Los caballos se
escaparían anoche – supuso Sue, – asustados por los vampiros. Habrán estado
vagando por el desierto todo el día.
- ¿Y por qué los
traen ahora? – preguntó Ron. Mike se estaba preguntando lo mismo.
- No tiene
sentido.... – opinó Emilio Villar. – Nos están trayendo nuestros medios de
transporte....
- Es una trampa –
murmuró Sam. Todos le miraron, pero el negro no añadió más.
La comitiva de
caballos hacía un rato que había pasado. No quedaba ni rastro de animales ni de
vampiros por la calle. Entonces, una sombra sigilosa cruzó corriendo la calle,
llegando hasta la casa de Emilio Villar y llamando a la puerta.
- ¿Quién es? –
preguntó el dueño. Mike se separó de la ventana y se acercó a la puerta, abriéndola
con cuidado de que no hiciera mucho ruido. No tenía miedo: si era un vampiro no
podría entrar.
Ezequiel Cortez
estaba en el vano. Se coló dentro en cuanto tuvo hueco suficiente.
- ¡Cierra! – dijo
mientras pasaba al lado de Mike.
- ¿Qué ocurre? – preguntó
Emilio Villar, nervioso al ver al cazavampiros.
- ¿Está el sheriff Mortimer aquí? – preguntó
Cortez, acelerado. Los demás negaron con la cabeza y Cortez lanzó un reniego.
- ¿Qué pasa? –
preguntó Mike, colocándose a su lado.
- ¿Habéis visto los
caballos? – y todos asintieron. – Les están reuniendo en los establos.
- ¿Para qué? –
preguntó Ron, incrédulo.
- Saben que los
necesitaremos para escapar – explicó Cortez. – Supongo que los están reuniendo
para matarlos. Es una trampa.
- ¿Y qué vamos a
hacer? – preguntó Emilio Villar, alterado.
- Ir a por ellos –
contestó Cortez, sencillo, sonriendo de forma confiada.
* * * * * *
Mike corrió por la
calle del pueblo detrás de Cortez, agazapado, con el miedo pegado a la suela de
las botas. Se sentía al descubierto, muy desprotegido.
Llegaron hasta la
gran casa y entraron, sabiendo que la puerta estaba abierta.
Gracias a Cortez,
“Chucho” McGraw y Pete White los supervivientes se habían ido reuniendo en una
mansión que había en el pueblo, propiedad de un rico ganadero afincado en
Desesperanza. Era amplia y grande, suficiente para que se reunieran allí la
mayoría de los supervivientes que quedaban en el pueblo: sólo la superaban en
tamaño el burdel y la iglesia.
William T. Lorenzo
Jr. era un hombre grande, con un metro entre hombro y hombro y una gran barriga
redonda. Tenía el cabello entrecano, pero su bigote seguía siendo pelirrojo,
tan grande y frondoso como el de “Chucho” McGraw. Estaba nervioso,
pero intentaba que todo
el
mundo estuviese cómodo en su casa.
- ¿Han encontrado
al sheriff Mortimer? – preguntó
William T. Lorenzo Jr. a Cortez y al bandido, cuando regresaron de su última
incursión a las casas del pueblo.
- No – dijo el
cazavampiros, serio. Ni el sheriff ni
su ayudante Joseph Westwood aparecían por ninguna parte y todos estaban
preocupados, incluso Cortez. Mike quiso que el sheriff hubiese visto la simpatía y preocupación que despertaba en
sus vecinos: eso le habría calmado de su inquietud por estar perdiendo su lugar
en el pueblo.
- ¿Y qué hacemos? –
dijo el dueño de la casa.
- ¿Están aquí todos
los supervivientes? – preguntó Mike.
- Todos los que
están escondidos en esta parte del pueblo – explicó Sue, acercándose al grupo
de tres hombres y hablando con su bonita voz en bajo. – Los vampiros se concentran
en el gran establo: no hemos podido avisar a los que se esconden en todas las
casas que quedan al otro lado del pueblo.
Cortez asintió,
serio.
- Vamos a informar
a la gente de lo que pasa – dijo, acercándose al centro de la gran sala de
estar de la mansión del ganadero.
Mike buscó con la
vista a Sam y se acercó a él, seguido de Sue. Su amigo estaba al lado de Emilio
Villar, con el que había hecho equipo para buscar a los supervivientes de las
casas de la zona. El bandido tuvo que tragarse su orgullo y aguantar al lado
del telegrafista.
Mike observó de
reojo a su amigo. Sam estaba muy sudoroso y sufría temblores, como si tuviese
mucho frío. Tenía grandes ojeras moradas y parecía demacrado.
- Muy bien – dijo
Cortez, llamando la atención de la gente sin subir mucho la voz. – Queda apenas
una hora para el amanecer. Podemos quedarnos aquí y sobreviviremos. Pero los
vampiros han recuperado todos los caballos que estaban ayer en el gran establo
y habían huido. Creemos que lo que quieren es matarlos, para dejarnos sin medio
de transporte. Eso hará que, cuando llegue el amanecer, tendremos que ir a pie
hasta Culver City. No llegaremos allí, aunque andemos todo el día por el
desierto. Cuando llegue la noche estaremos al descubierto y seremos presa fácil
para los vampiros.
La gente se quedó
sin palabras, aterrada. Estaban a salvo, sí, pero su final iba a ser mucho más
terrible que si hubiesen muerto aquella noche o la anterior en el pueblo.
- Sólo podemos
hacer una cosa – siguió Cortez, cuando la gente ya había reflexionado sobre su
situación y habían empezado los cuchicheos de pánico. – Tenemos que recuperar
los caballos.
- ¿Cómo? – preguntó
alguien.
- Tenemos que
decidir quién se sacrifica para salvar a los caballos. Para salvarnos a todos.
La gente volvió a
callarse, mirándose unos a otros.
- Yo voy a ir –
dijo Cortez, y la gente se relajó un poco. – “Chucho” y Pete vienen conmigo.
¿Hay alguien más que quiera ayudarnos a salvar a los caballos?
Mike sonrió de
medio lado, cínico. ¿Quién se iba a proponer voluntario?
En ese instante Sam
levantó el brazo y asintió hacia Cortez. Mike le miró asombrado, y casi le pasó
desapercibido que Emilio Villar y Sue también accedían a ir con los
cazavampiros.
- ¿Qué haces? – le
preguntó a su amigo, frenético, en un susurro. – ¿Estás loco?
- Estoy muerto – contestó
Sam, con serenidad.
– Quiero aprovechar esa certeza para no arriesgar la vida de otras personas del
pueblo.
Mike se quedó
helado, ante la aceptación de su amigo de la evidencia de su inminente muerte.
- Entonces yo iré
contigo – susurró, dándose la vuelta hacia Cortez. – Yo también iré.
El cazavampiros
asintió.
- ¿Qué haces? –
dijo Sam, tomándole del hombro y dándole la vuelta para que estuviese otra vez
de cara hacia él. – No puedes ir. Precisamente por eso voy yo, para proteger a
la gente de tener que arriesgarse....
- Prometiste a mi
hermano que me cuidarías.... Tengo que estar a tu lado para que puedas hacerlo
– dijo Mike, decidido. Sam sólo pudo apretar los labios, incómodo y nada de
acuerdo con la situación.
El grupo que iba a
ir a los establos estaba compuesto por nueve personas: además de Cortez, McGraw
y Pete White, los voluntarios habían sido Mike, Sam, Sue, Emilio Villar y otros
dos hombres del pueblo, uno joven y uno más viejo.
- Señor, quiero ir
con ustedes – dijo Ron a Cortez, cuando el grupo se estaba reuniendo en el
recibidor de la gran casa, para salir a la calle. – Conozco los establos, puedo
indicarles por dónde salir, cómo abrir la gran puerta trasera....
- No, hijo – dijo
Cortez, con firmeza pero con amabilidad. – Necesitamos a alguien fuerte que se
quede cuidando de esta gente.
- Pero puedo
ayudarles.... – rogó el chico.
- Lo sé. De verdad
que lo sé. Por eso quiero que nos ayudes quedándote aquí – dijo Cortez,
tendiéndole un puñado de balas de madera. – Búscate un revólver y protege a
esta gente.
Ron aceptó las
balas con sorpresa.
- Será un honor –
musitó el muchacho.
- Ron – dijo Mike,
acercándose al chico, tendiéndole el Colt Dragón que el bandido había cogido
para sí pero que todavía no había utilizado. – Ya no tienes que buscarte un
arma....
- Muchas gracias –
dijo el chico, cargando el revólver con pericia. – Buena suerte.
- También para
vosotros – dijo Cortez, dedicándole una cálida sonrisa al chico. “Chucho”
McGraw abrió la puerta y los nueve salieron de la mansión.
Caminaron por la
calle, agazapados, intentando no llamar la atención de los vampiros que estaban
lejos, más allá en la misma calle. Solamente se oían los jadeos del hombre
mayor, fumador empedernido de pipa, y las espuelas de Sue Roberts, que
tintineaban cuando la chica andaba.
- Vamos allí –
susurró Emilio Villar, señalando una casa sencilla. Todo el grupo fue hasta la
casa y entraron, por consejo del telegrafista. Aseguraron la puerta y se
reunieron en una amplia cocina que había en la parte trasera de la casa. – Esta
casa es de Jenny Holmes. Ella está viva en casa de Lorenzo, así que estaremos a
salvo de los vampiros, ¿no?
- Así es – dijo
Cortez sonriendo. Mike sonrió de medio lado también, inclinando la cabeza,
concediéndole un tanto a Villar.
Los nueve se
dispusieron por la cocina, en círculo, mirándose unos a otros.
- Tenemos que
darnos prisa, quizá lleguemos tarde y ya hayan sacrificado a los caballos –
empezó Cortez. – Sabemos todos dónde está el gran establo, ¿verdad? Tenemos que
llegar hasta allí sin que nos descubran. Y luego sorprenderles, aunque nos
estarán esperando. ¿Es cierto lo que dijo Ron, lo de la puerta trasera?
El chico joven
asintió.
- El establo tiene
una puerta por detrás casi tan grande como la delantera, la que da a la calle
del pueblo – explicó el chico, llamado Henry Stewart. – Se puede abrir, aunque
costará y hará bastante ruido.
- Bien. ¿Tú podrías
hacerlo, chico? – preguntó Cortez.
- Creo que sí –
contestó decidido. – He visto a Ron hacerlo varias veces.
- Bien. “Blanco”,
irás con este chico por la parte de atrás, con Nelson y Sam. Tenéis que entrar
y sacar a los caballos, sin preocuparos por los demás – dijo Cortez, mirando a
cada uno cuando los nombraba. – Yo iré por la parte delantera, llamando la
atención de los vampiros. “Chucho” estará conmigo.
- Yo también iré
con ustedes – dijo Sue, decidida.
- ¿Tienen buena
puntería? – preguntó Cortez a Villar y al otro hombre, James Fonda. El
telegrafista asintió sin dudar, pero el otro hombre no lo hizo muy convencido.
– Les daremos balas de madera para que nos cubran desde los tejados de las
casas de enfrente del establo.
- Yo disparo mejor
que James – dijo Henry. – Sería mejor que intercambiara mi sitio con él.
- ¿Sabe dónde está
la puerta trasera del establo?
- Sí – dijo el
viejo Fonda, convencido.
- Bien. Usted irá
con Pete y los otros. Y tú, hijo, nos cubrirás junto con el señor Villar –
decidió Cortez. – ¿Todos tienen estacas afiladas?
El grupo entero
asintió.
- Bien. Pete, Lucius,
recoged todas las balas que tengáis y dádselas a nuestros tiradores. Quedaos
sólo con las necesarias para llenar un tambor....
Los tres
cazavampiros reunieron todas las balas que tenían y se las entregaron a Villar
y a Henry Stewart. Los dos hombres empezaron a cambiar sus balas de plomo,
inútiles, por las de madera.
- Muy bien.
¿Estamos listos? ¿Saben todos lo que tienen que hacer? – los otros ocho
asintieron. – En marcha entonces.
El grupo salió de
la casa y se dividió: unos avanzaron pegados a la fila de casas en la que
estaba la de Jenny Holmes y los otros cruzaron la calle y recorrieron el pueblo
por detrás de las casas del otro lado, para llegar hasta el establo por detrás.
Caminaron todo lo cuidadosos que pudieron, en silencio, sin apresurarse,
asegurando la posición en la que estaban antes de avanzar.
El grupo de Mike
avanzó más ligero, ya que iba escondido detrás de las casas. Vieron algunos
vampiros en los tejados de algunas casas, pero todos estaban atentos al gran
establo, sin mirar alrededor. Pasaron bajo ellos, que estaban de espaldas,
mirando hacia el destino que llevaban los humanos.
Mike y Sam llegaron
tras el establo sin problemas, acompañados por Pete White y el viejo Fonda. Se
aseguraron de que no hubiese vampiros por allí, ni en los callejones que el
establo tenía a los lados, entre el gran edificio y las casas adyacentes, ni en
el tejado. El viejo les señaló dónde estaba la puerta trasera y la
inspeccionaron entre todos.
Era de unos dos
metros y medio de alto y unos tres de largo. Era una puerta corredera de
tablones. Tenía un tirador de hierro oxidado, una manija, pero no se movió
cuando tiraron de ella.
Mike arrugó la
cara. Era el chico joven, el tal Stewart, el que sabía cómo se abría esa
puerta. ¿Cómo iban a abrirla ellos?
Sam agarró el
tirador y tiró con fuerza, intentando mover la puerta.
Alguien tiró de
ella desde el interior, con gran fuerza. La puerta saltó sobre sus varios
pestillos, que los humanos no habían encontrado, y realizó todo su recorrido
hasta abrirse, arrastrando a Sam, agarrado todavía a la manija.
Alastair estaba
frente a ellos.
El vampiro, vestido
de negro, con su traje de chaqueta larga, alto, magnífico, los miró, divertido,
con una sonrisa peligrosa en los labios. Antes de que ninguno pudiese
reaccionar se volcó sobre Pete White y le mordió en el cuello, haciendo saltar
la sangre en varias direcciones. Pronto “el Blanco” se tiñó de rojo.
Mike, aterrado,
logró echar a correr, metiéndose dentro del establo, pensando sólo que allí
estaban los caballos y así podría huir de allí. El viejo Fonda le siguió, pero
dos vampiros cayeron sobre él, clavándole los colmillos en el cuello y en el
brazo. Mike tuvo el suficiente control para darse la vuelta y desenfundar,
disparando una vez sobre cada uno de ellos. Las dos bestias aullaron doloridas,
retorciéndose y estirándose, dejando al viejo. Mike logró apuntar bien otra vez
y les dio otro tiro a cada uno, en el corazón. Los dos vampiros cayeron muertos
al suelo.
Mike volvió a
correr hacia el establo, hacia el interior.
Alastair, después
de dejar seco a Pete White, siguió al bandido al interior del edificio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario