- XI -
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Mike salió de la
casa y cruzó la calle del pueblo, corriendo por la arena del desierto, mirando
hacia las lejanas montañas. Llegó hasta otra casa del pueblo y llamó a la
puerta, cerrada a cal y canto.
La puerta se abrió
una rendija y Mike pudo ver una fracción de cara. El poblado mostacho le indicó
que era “Chucho”.
- Hola. Necesito
hablar con Cortez.
“Chucho” abrió la
puerta del todo y dejó pasar al bandido. Mike anduvo hacia la sala de estar.
Allí estaba Cortez, sentado a una mesa, tomando algo de comer. Sue Roberts
estaba sentada en una silla, frente a él, a varios metros.
- Me alegro de
habernos conocido – decía Cortez, sonriendo ligeramente. – No sabía que
teníamos a una “hermana” de armas
aquí en Desesperanza, alguien que se encarga del mismo trabajo que nosotros.
Siempre es esperanzador ver que hay gente que seguirá con esta misión una vez
que uno lo deje....
Los dos se
volvieron hacia Mike, que se detuvo a la puerta de la sala.
- ¡Nelson! ¿Qué
haces por aquí? – dijo Cortez, amable.
- Necesito hablar
con usted – miró a Sue con cara de disculpa. – A solas.
- Muy bien – dijo
la mujer, levantándose y saliendo de la habitación, sonriendo a Mike al salir.
- ¿Qué pasa? –
preguntó Cortez, poniéndose serio.
- Es sobre Sam.... –
empezó Mike.
- ¿El negro?
Mike asintió.
- ¿Qué le pasa?
- Le han mordido.
Cortez se envaró.
Meneó la cabeza, con pena.
- Por eso me
preguntó bastante sobre eso....
- ¿Cuánto le queda?
- Poco. Puede que
se transforme esta misma noche....
- ¿Esta noche?
- La transformación
es muy rápida. En dos o tres días se ha completado. Pero aquí, en el desierto,
es más rápida aún. Suponemos que es por el calor, pero no estamos seguros....
- ¿Y qué podemos
hacer?
Cortez se mantuvo
en silencio un momento, mirando a Mike, con dureza y con lástima.
- Debe morir.
- ¿Morir? ¿A sangre
fría? – preguntó Mike, escandalizado.
- Es lo mejor. Para
él y para nosotros – explicó Cortez, con dureza. – Sufrirá bastante durante el
proceso y cuando cambie, cuando muera, ya no nos reconocerá a ninguno. No será
más Sam. No será tu amigo. Sólo un vampiro más.
Mike se pasó la
mano por la cara, notando la barba corta que rascaba las yemas de sus dedos.
Parecía la única opción. Pero aun así....
- Gracias – dijo,
poniéndose en pie.
- Lo lamento – aseguró
Cortez.
Mike asintió, en
gesto de agradecimiento, y salió.
Cruzaba la calle
mirándose los pies, pensando en qué hacer. ¿Se lo diría a Sam? ¿Haría como si
nada pasaba? ¿O entraría en la casa y le pegaría un tiro a su amigo?
- ¿Pasa algo,
Nelson?
Mike parpadeó,
volviendo a la realidad. Delante de él estaba el sheriff Mortimer, delgado, de negro y seco como siempre.
- ¿Eh? Nada,
nada....
- Has ido a hablar
con ese cazador de vampiros – dijo Douglas Mortimer, duro y decepcionado a la
vez. – No me digas que no pasa nada.... Ese hombre se está haciendo con el
control de este pueblo....
- ¡Venga ya! Sólo
sabe qué hacer en estas situaciones.... – Mike echó a andar hacia la casa en la
que se escondía, pasando al lado del sheriff,
que no se movió del sitio, mirando fijamente la casa en la que estaba oculto
Cortez con sus compañeros. – Es un buen tipo, ¿sabe?
Mortimer soltó una
carcajada seca.
- Mira de dónde me
vienen las referencias....
- Mi fama me
precede, ¿no es así? – dijo Mike, con el mismo tono de broma que el sheriff. Pero no se sentía de broma, en
realidad. Le apenó, por primera vez, la fama que tenía en el oeste americano.
Un fragor lejano
surgió de repente. Los dos hombres miraron alrededor, buscando de dónde
procedía.
- Allí – dijo Mike,
señalando.
Una gran bandada de
murciélagos surgió de las cuevas de las montañas. El murmullo atronador de las
alas al batir venía acompañado de una serie de chillidos agudos.
- Ahí vienen – dijo
Mortimer, en voz baja. El sheriff y
él se fueron separando poco a poco, sin dejar de mirar ninguno de los dos la
marea de vampiros que se acercaba al pueblo. Al cabo de unos pasos, Mike echó a
correr hacia la casa en la que se ocultaba. Mortimer hizo lo mismo, caminando
con calma, sin perder de vista la bandada de murciélagos.
Mike entró
corriendo en la casa del carnicero, donde estaba escondido con el dueño, Sam y
otros cuantos supervivientes más. Cerró la puerta antes de que los vampiros
viesen que en aquella casa había seres humanos.
La casa estaba a
oscuras, porque todas las ventanas estaban cerradas, con los postigos por fuera
y grandes cortinas por dentro. Los supervivientes sabían que los vampiros no
podían entrar en las casas de alguien sin recibir invitación, que era imposible
para ellos, pero no querían que los monstruos supiesen en qué casas había gente
y en cuáles no.
Mike compartía
escondite con Sam, Chester Brown, que era el carnicero de Desesperanza, el mozo
de las caballerizas (cuyo nombre era Ron) y otras tres personas más, dos chicas
y un chico jóvenes, que habían perdido a sus padres la noche anterior.
Desde una ventana
del piso de arriba, espiando por una rendija abierta entre las cortinas, con
mucho cuidado, Mike pudo ver cómo los vampiros llegaban al pueblo y aterrizaban
en el suelo, cambiando de su forma animal a su forma humana. Eran unos treinta,
y todos estaban en su forma de ataque: los ojos de todos eran negros
completamente y los colmillos asomaban por fuera de la boca.
Los vampiros se
dividieron en grupos, caminando con tranquilidad y superioridad por la calle
del pueblo. Husmeaban, intentando encontrar el olor de los supervivientes, pero
era difícil, porque estaba por todo el pueblo. Por eso Cortez les había hecho
moverse a lo largo de toda la calle, para confundir a los vampiros.
Todas las casas del
pueblo estaban cerradas y atrancadas, con las cortinas echadas. Desde la calle
no se podía saber en cuáles había gente y en cuáles no. Los vampiros
deambularon por el pueblo, sin decidirse a hacer nada. No encontraban el rastro
claro de ninguna presa y las casas estaban vetadas para ellos.
Intentaron entrar
en alguna, pero en aquellas que pudieron entrar no encontraron a nadie. Dos
vampiros echaron abajo la puerta de una casa, a la que luego no pudieron
entrar: un muro invisible en el vano de la puerta les impedía el paso. Aquella
casa tenía un dueño vivo.
Los dos vampiros
sisearon y gruñeron golpeando la pared al lado de la puerta prohibida para
ellos. La madera se rompió y astilló.
- Calma, mis
hermanos – dijo Alastair, apareciendo tras ellos. Los dos acólitos se separaron
de la puerta. – El dueño de esta casa está vivo, pero no sabemos si está
dentro. Destrozar la casa no nos servirá de nada: desperdiciaremos horas
reduciendo esto a escombros y quizá no encontremos nada....
Los dos vampiros
hicieron una reverencia hacia su amo y luego sisearon hacia la oscuridad que
había más allá de la puerta abierta, pero se alejaron de allí.
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