- XI -
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Cortez avanzó con
su grupo por la calle del pueblo, por entre los porches de las casas. Iban con
cuidado, asegurándose de que no había vampiros por allí que los veían.
Descubrieron a los
vampiros que vigilaban desde los tejados, orientados todos hacia el gran
establo. Ninguno se inmutó cuando pasaron a su altura. Cortez estaba convencido
de que los habían visto, pero los vampiros no dieron la voz de alarma. El
cazavampiros estaba seguro de que aquello era una trampa, pero no dijo nada
más. Siguió avanzando y sus compañeros con él.
Cuando ya vieron el
establo, a unas cinco casas de distancia, Emilio Villar y Henry Stewart se
separaron del grupo y buscaron una casa en la que entrar para poder buscar una
buena posición para cubrir a los demás.
- Tenéis un par de
minutos – les dijo Cortez, en susurros. – Es lo que vamos a esperar para salir
al descubierto.
Los dos hombres se
fueron y los demás esperaron.
- ¿Tenemos alguna posibilidad? – preguntó Sue al lado de Cortez, escondidos a unos metros de los vampiros
que había delante del establo.
- ¿De conseguir los
caballos? Alguna hay.... – dijo Cortez, con tono alegre. – De sobrevivir....
El cazavampiros no
terminó la frase, dejándola ominosamente en el aire. Sue le miró de reojo y
sintió miedo por primera vez en todo el tiempo que llevaba en Desesperanza.
Observaron la
escena. Había unos ocho vampiros delante del gran establo, mirando hacia él. La
puerta estaba abierta y se oía piafar y relinchar nerviosamente a algún
caballo. No se veía ni rastro de animales o de vampiros dentro.
- Encarguémonos de
los de aquí fuera – murmuró Cortez. – Lo de dentro es cosa de White y los
otros.
Y salió a la calle
del pueblo.
Los vampiros se
dieron la vuelta a la vez, en ese momento. Estaba claro que los estaban
esperando.
Cortez y Lucius
McGraw abrieron fuego, mientras corrían. Sue sacó su pequeña ballesta y también
disparó, caminando, para poder recargarla cada vez que disparaba.
Los vampiros
recibieron los certeros disparos, casi con confianza. Pero cuando la madera
entró en sus cuerpos muertos, sintieron un terrible dolor que no se esperaban.
Fue una sorpresa para ellos descubrir que aquellos asaltantes humanos tenían
armas que podían dañarles.
Los tres humanos
llegaron más cerca de ellos, pudiendo afinar aún más la puntería. Tres vampiros
murieron, dos de ellos quedando reducidos a polvo.
Los vampiros de los
tejados saltaron con agilidad al suelo y corrieron a una velocidad asombrosa
hacia el establo, para ayudar a sus compañeros y hermanos. Entonces, un tiroteo
de balas de madera también les regó desde los dos edificios que había frente al
gran establo. Los proyectiles de madera les hicieron daño, deteniéndoles y
aturdiéndoles.
Mientras Sue y
Lucius peleaban con los vampiros de fuera y los que llegaban desde los tejados,
Cortez corrió hacia dentro del establo, con el largo guardapolvo negro ondeando
tras él, protegido por la rociada que descargaban Villar y Stewart. El
cazavampiros corrió por el establo, deseando llegar a tiempo para salvar suficientes
caballos para los supervivientes de Desesperanza. Llegó hasta la mitad del
establo, comprobando que había varios caballos vivos, en los corrales
individuales. Le sorprendió no encontrar a ninguno muerto.
Entonces comprendió
la trampa al completo. Los vampiros no habían pretendido matar a ningún
caballo. Ni siquiera querían hacer salir a los supervivientes de sus escondites.
Alastair quería
cazarlo a él.
Se detuvo en el
sitio, al comprender que se había metido en la boca del lobo. Sorprendido vio
llegar corriendo a Mike Nelson, perseguido por Alastair. El cazavampiros
levantó su pistola y disparó, pero estaba descargada. La tiró al suelo y echó
mano a la otra, la que llevaba metida en el cinto, en el vientre. Pero no llegó
a cogerla.
Ocurrió todo a la vez.
Alastair alcanzó a Mike Nelson y le golpeó, mandándolo por los aires otra vez
hacia la parte trasera del establo. El bandido rompió una de las separaciones
de madera de los corrales individuales y aterrizó en un montón de paja. En ese
mismo instante, cuando Alastair golpeaba a Mike y se quedaba delante de Cortez,
éste recibía el ataque de dos vampiros desde la espalda. Le golpearon en la
nuca y alejaron sus manos del revólver que llevaba en el vientre, tirándole al
suelo.
Alastair se cernió
sobre él, sonriendo, mirándole con sus ojos completamente negros.
- Me alegro de
encontrarnos en esta situación, cazavampiros – dijo, con voz seductora y
hambrienta. Abrió la boca al completo, con los afilados colmillos dispuestos.
Un disparo sonó a
su espalda y la bala le atravesó la cabeza, desde la nuca a la frente. Por
suerte para el vampiro fue una bala de plomo.
Pero aquello le
enfureció, irguiéndose y girándose. Siseó a su nuevo enemigo.
Tenía la misma
estatura que el cazavampiros que llevaba persiguiéndole tanto tiempo. Era
moreno también y vestía también de negro. Pero su cara era muy afilada y sus
ojos estaban siempre entrecerrados. Una estrella plateada brillaba en el pecho
de su camisa negra.
El sheriff Mortimer volvió a disparar sobre
el vampiro, dándole en la garganta. Sabía que no podría matarle, pero quería
llamar su atención: mientras Alastair aullaba hacia el sheriff, Cortez se alejó rodando de él, se levantó y clavó una
estaca en el corazón de uno de los vampiros que lo habían tirado al suelo.
Alastair saltó por los aires, hacia adelante, buscando al sheriff. Pero a su lado estaba Joseph Westwood que le vació un
cargador entero en el pecho al vampiro mientras estaba por el aire. Alastair
aterrizó sobre el ayudante del sheriff,
arrancándole la cabeza con sus manos.
El otro vampiro que
había reducido antes a Cortez saltó hacia Mortimer, volando por los aires. Era
un vampiro con aspecto de mejicano, el que había acompañado a Alastair la noche
anterior en la destrucción del saloon.
El sheriff lo esperó y lo recibió
sujetándole las garras, alejándose de sus colmillos. Rodaron los dos por el
suelo cubierto de paja, alejándose de Alastair y del cuerpo destrozado de
Westwood. Acabaron uno encima del otro, el vampiro sobre el humano, buscando su
garganta con los dientes. El sheriff
le alejó lo suficiente hacia arriba para sacar una estaca que llevaba en el
cinto y clavársela en el corazón. El cuerpo sin vida del vampiro cayó sobre él,
cubriéndole.
Alastair miró
alrededor, buscando al sheriff o a
Cortez. No vio al primero por ninguna parte, pero el segundo estaba tras él. Se
giró para mirarlo. Y sonrió.
Cortez se había
encontrado con el Ungido.
El cazavampiros
supo enseguida quién era la niña que tenía ante él. Era un vampiro, por
supuesto, pero con el aspecto de una niña de unos siete años, muy guapa, de
tirabuzones rubios. Era la clave para que Alastair desatara el apocalipsis
vampírico que se proponía.
Blandió la estaca y
la dirigió hacia el corazón de la niña, sin que su adorable aspecto le hiciese
dudar. Pero no llegó a clavarla. La niña la detuvo con las dos manos a escasos
centímetros de su pecho, colocándolas juntas, como si rezara, atrapando la
estaca entre ellas. Después las giró e hizo que la estaca se le escapara de la
mano a Cortez, cayendo al suelo.
Alastair sonrió,
expectante: el final del cazavampiros estaba cerca.
Entonces escuchó ruidos a su espalda, y se giró prevenido, ante un ataque sobre su persona. El otro
humano, aquel que había disparado sobre él la noche anterior en el corral de
los terneros, se estaba levantando. Alastair se plantó delante de él en una
carrera.
- Me alegro de
verte de nuevo – dijo, sarcástico, golpeándole con el dorso de la mano. Mike
voló por los aires, golpeando la pared del establo, cayendo desmadejado al
suelo.
La niña rubia
agarró la mano de Cortez, la que había empuñado la estaca, y la retorció. Los
huesos sonaron como ramas secas, partiéndose. Cortez aulló de dolor.
La niña no le
soltó, levantándole por encima de su cabeza, lanzándole contra el corral
individual más cercano. Cortez aterrizó sobre el costado de un caballo y cayó
al suelo. El animal se agitó, asustado, huyendo de allí.
Alastair llegó
hasta Mike y lo cogió del cuello, levantándolo del suelo. El bandido estaba
aturdido, dolorido y descoordinado. No fue capaz de coger la estaca que llevaba
al cinto.
Alastair abrió la
boca para morder a su víctima cuando otro vampiro llegó hasta él, agarrándole
del brazo con el que cogía a Mike. El nuevo vampiro le retorció el brazo y
Alastair tuvo que soltar a Mike, que cayó encogido al suelo.
Mike levantó la
mirada, mientras el nuevo vampiro arrastraba a Alastair hacia la otra pared del
establo, retorciéndole el brazo aún. El vampiro vestía un peto de color marrón
y una camisa blanca que resaltaba mucho contra su piel oscura.
El vampiro que le
había salvado la vida era su amigo Sam.
La niña rubia se
acercó con paso orgulloso a Cortez, que se sentó en el suelo y se apoyó en la
pared del corral individual, ahora vacío. El Ungido entró en el corral,
sonriendo, pícara. Sus ojos cambiaron: se volvieron opacos, como los del resto
de vampiros, pero rojos en lugar de negros. Cortez notó esos ojos clavados en
él y rompió a reír, con una risa cansada al principio, una risa derrotada, para
acabar soltando carcajadas, llenas de diversión.
- ¿De qué te ríes,
viejo? – preguntó el Ungido, y su voz sonó infantil y angelical, aunque su
aspecto era el de un verdadero demonio.
- De que gracias a
mi trabajo he aprendido a disparar con la mano izquierda – dijo Cortez, sin
dejar de reír. Entonces, rápido como un rayo, lanzó su mano izquierda hacia el
cinturón, donde llevaba la pistola en el vientre, orientada hacia la mano
derecha. La sacó de allí con un movimiento ágil, apuntó y disparó.
Sam no soltaba a
Alastair, retorciéndole el brazo sin parar. Mientras tanto, el vampiro veterano
lanzaba zarpazos con la mano izquierda, destrozándole a Sam el lado derecho de
la cara. Sin embargo, Sam seguía sin soltarle: los vampiros recién
transformados tenían una fuerza muy superior a la de un vampiro curtido.
El brazo derecho de
Alastair acabó por separarse de su cuerpo. Sam se separó de él, mirándole con
sus nuevos ojos negros, sin pupila ni iris. Lamió el muñón del brazo, con
aspecto distraído. Alastair cayó de rodillas, aullando de dolor, agarrándose el
muñón del hombro con la otra mano, mirando lleno de furia al vampiro novato.
El Ungido se lanzó
hacia adelante, mientras la bala salía por el cañón. Lo que pasó fue que, el
roce del proyectil con el hierro del cañón hizo que la madera se inflamara,
viajando la bala en llamas hacia la pequeña vampiresa rubia. La bala le impactó
en el pecho, abrasándola por dentro.
La niña se detuvo,
gritando a pleno pulmón, agarrándose el pecho con las garras, escarbando en él
para sacarse el incendio que la quemaba por dentro, devastándose de dolor. Se
tambaleó y corrió hacia atrás, manoteando. Pronto todo su torso estaba en
llamas y después sus ojos se derritieron y llamas pequeñas salieron por las
cuencas. Al final cayó al suelo de espaldas, quemándose poco a poco desde dentro,
como una hoguera.
Alastair giró la
cabeza y aulló, rabioso y lleno de pena.
- ¡¡¡Pequeña mía!!! ¡¡¡Mi demonio!!! – gritó, roto de dolor por
dentro.
Se levantó y se
olvidó de su contrincante, corriendo fuera del establo, saliendo por la puerta
de atrás, alejándose del pueblo corriendo por el desierto, a una velocidad
sobrehumana, volando sobre la arena. Un aullido animal, desgarrado, se escuchó
mientras huía.
El resto de
vampiros que quedaban en la parte delantera del gran establo escucharon aquel
aullido y se taparon los oídos, quebrados por el dolor de su amo. Huyeron de
allí como gamos, siguiendo a Alastair hacia su refugio en las cuevas. Sue y
Lucius McGraw, que todavía estaban en pie, los vieron irse, aliviados y
sorprendidos.
Mike se puso en
pie, todavía un poco desorientado. Al mismo tiempo Cortez se levantó y salió
del corral individual, con el revólver en la mano izquierda. El sheriff Mortimer se acercó al
cazavampiros pasando al lado del pequeño incendio que era el Ungido y le
acompañó, ayudándole a caminar, recorriendo el establo, acercándose
los dos a Mike. El bandido no los miraba a ellos.
Mike tenía la vista
fija en Sam, que seguía de espaldas, mirando hacia la puerta trasera del
establo, por donde Alastair había huido. El vampiro poco a poco se dio la
vuelta, encarándose con Mike. Éste lo miró, con tristeza y con miedo. Sacó la
pistola, pero la mantuvo baja, apuntando hacia el suelo.
Sam le miró con los
ojos negros, inclinando la cabeza hacia un lado. Soltó el brazo de Alastair,
que al caer al suelo acabó deshaciéndose en polvo oscuro y áspero. Abrió la
boca, dejando ver sus colmillos, emitiendo un leve gruñido hambriento.
- Mátame.... –
logró articular, sin quitar la mirada de encima de su amigo. Parecía luchar
contra su instinto de vampiro con la poca conciencia de humano que le quedaba,
que seguro que se estaba escapando.
Mike levantó el
revólver y Sam siseó, amenazador, lanzando un zarpazo al aire, pero se
controló. Su conciencia humana desaparecería en un instante.
Mike tragó saliva,
sabiendo lo que debía hacer, pero sin poder hacerlo. Sam había sido amigo de
Nick, era amigo suyo.... y le había salvado la vida.
- Adiós, amigo –
murmuró Mike, y le pareció que su amigo vampiro sonreía, por un momento.
Después disparó.
Mike tenía buena
puntería, incluso en los momentos más peliagudos o más tensos. O en los más
emotivos. La bala le dio a Sam en el corazón, matándolo en el acto. Cayó hacia
atrás, desmadejado, como una marioneta a la que le cortan los hilos.
Mike se acercó a
él, roto por dentro, pero intentando mantener la compostura. Metió la mano en
el bolsillo y sacó una cerilla, que encendió con el pulgar. Después la dejó
caer sobre el cuerpo de su amigo muerto.
Se dio la vuelta
mientras el cadáver de Sam se quemaba y salió del establo acompañado de Cortez
y del sheriff Mortimer.
Fuera estaba
amaneciendo.
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