Cuando me dieron las palabras Sevilla, Inglaterra, hombre-lobo, la rana Gustavo, torre, percebera, urogallo y tijeras para que escribiera un relato en una hora, el Trasgo de mi cabeza me susurró esto....
Hay una leyenda en Sevilla que dice que,
en las noches de invierno, puede oírse llorar a la princesa Aisha a lo largo
del río Guadalquivir, con fuertes y tristes lamentos. Su espíritu sigue preso
encerrado en lo alto de una torre que se alza en medio del río, a la altura de
la ciudad, y llora cada noche para recordar a los mortales su mal
comportamiento del pasado.
Hace muchos años, en la bella ciudad de
Sevilla, cuando los árabes todavía ocupaban parte de la península, vivía la
princesa Aisha. Era bella como las flores, muy linda y gentil. Paseaba en
carroza por todas sus tierras y era muy admirada y querida.
Un día, quiso la casualidad que paseara
por la costa, pasando cerca de una playa donde una percebera estaba faenando.
La joven percebera, llamada Florinda, una linda chiquilla, cantaba una bella
canción con una bella voz mientras trabajaba. La princesa Aisha sintió envidia
inmediatamente, deseando tener la voz de la joven percebera y poder cantar
igual de bien que ella. Pero por mucho que estudió y practicó no pudo superar a
la joven Florinda.
La princesa, que comprendió que nunca
podría cantar tan
bien como la muchacha, mandó raptarla, para que nunca nadie pudiese escucharla
cantar nunca más. Ordenó construir una torre en una pequeña isla en medio del
Guadalquivir y encerró a la percebera en lo alto. Para asegurarse de que no
escapaba conjuró con malas artes y magia negra a un Hombre Lobo, que apostó en
la base de la torre, para que vigilara a la joven Florinda.
La percebera cantaba llena de pena desde
la ventana de la torre, atrayendo a los gorriones, a las palomas y a las
golondrinas. Además, un bello urogallo salvaje que se llamaba Alcayata volaba
todos los días hasta la ventana, atraído por los cantos de la joven percebera.
Llegaron a hacerse grandes amigos y Alcayata sólo pensaba en cómo liberar a la
muchacha.
- No te preocupes, Florinda. Viajaré
hasta Inglaterra, donde vive el mayor experto en Hombres Lobo del mundo. Él nos
ayudará a deshacernos de tu guardián.
Alcayata voló hasta Inglaterra y pasó
varios días buscando a la rana Gustavo, el mayor experto mundial en Hombres
Lobo. Una vez que la encontró bajó a tierra y se posó frente a ella.
- Necesito su ayuda, don Gustavo. Una
bella muchacha, llamada Florinda, percebera de oficio, que canta como los
ángeles, está prisionera en una torre en medio del Guadalquivir. La torre la
guarda un Hombre Lobo, así que sólo usted puede ayudarla.
- Muy bien. Lo primero, antes de irnos,
es protegernos contra la maldición del Hombre Lobo. Para ello, lo mejor es comernos
un plátano - explicó la rana Gustavo, con su cómica voz pero con tono serio e
importante. Alcayata le hizo caso y se comió un plátano, como
hacía el mayor experto mundial en Hombres Lobo.
Alcayata volvió volando a Sevilla,
llevando en la espalda a la rana Gustavo, que le indicó que le llevase a un matadero
que había en la ciudad. Allí, el experto mundial en Hombres Lobo se hizo con
unas buenas tijeras de esquilar, para luego ordenar al urogallo que lo llevase
directamente a la torre, delante del Hombre Lobo.
Una vez ante el monstruo, sin demostrar
ni una pizca de miedo, la rana Gustavo se puso a cortarle el pelo al Hombre
Lobo, haciendo que perdiera su ferocidad al instante. El Hombre Lobo resultó
haberse enamorado de Florinda, la joven percebera, al haberla escuchado cantar
todos los días. Por ello, cuando se volvió manso tras el corte de pelo, abrió
la puerta de la torre y dejó salir a Florinda, que se lo agradeció encantada,
abrazándole con cariño.
Después, el Hombre Lobo y Alcayata
fueron a buscar a la princesa y la llevaron a la torre, encerrándola allí como
castigo por lo que le había hecho a Florinda. La princesa Aisha, que no pudo
soportar el encierro, se arrojó por la ventana de la torre, matándose en el
acto.
Desde
entonces, todas las noches de invierno, su espíritu intenta cantar, para poder
enamorar a algún hombre que vaya a rescatarla, pero los mortales de ambas
orillas del Guadalquivir sólo oyen sus gritos de terror y sus lamentos
moribundos.
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