martes, 22 de octubre de 2013

La leyenda de la princesa caprichosa

Cuando me dieron las palabras Sevilla, Inglaterra, hombre-lobo, la rana Gustavo, torre, percebera, urogallo y tijeras para que escribiera un relato en una hora, el Trasgo de mi cabeza me susurró esto....

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Hay una leyenda en Sevilla que dice que, en las noches de invierno, puede oírse llorar a la princesa Aisha a lo largo del río Guadalquivir, con fuertes y tristes lamentos. Su espíritu sigue preso encerrado en lo alto de una torre que se alza en medio del río, a la altura de la ciudad, y llora cada noche para recordar a los mortales su mal comportamiento del pasado.

Hace muchos años, en la bella ciudad de Sevilla, cuando los árabes todavía ocupaban parte de la península, vivía la princesa Aisha. Era bella como las flores, muy linda y gentil. Paseaba en carroza por todas sus tierras y era muy admirada y querida.
Un día, quiso la casualidad que paseara por la costa, pasando cerca de una playa donde una percebera estaba faenando. La joven percebera, llamada Florinda, una linda chiquilla, cantaba una bella canción con una bella voz mientras trabajaba. La princesa Aisha sintió envidia inmediatamente, deseando tener la voz de la joven percebera y poder cantar igual de bien que ella. Pero por mucho que estudió y practicó no pudo superar a la joven Florinda.
La princesa, que comprendió que nunca podría cantar tan bien como la muchacha, mandó raptarla, para que nunca nadie pudiese escucharla cantar nunca más. Ordenó construir una torre en una pequeña isla en medio del Guadalquivir y encerró a la percebera en lo alto. Para asegurarse de que no escapaba conjuró con malas artes y magia negra a un Hombre Lobo, que apostó en la base de la torre, para que vigilara a la joven Florinda.
La percebera cantaba llena de pena desde la ventana de la torre, atrayendo a los gorriones, a las palomas y a las golondrinas. Además, un bello urogallo salvaje que se llamaba Alcayata volaba todos los días hasta la ventana, atraído por los cantos de la joven percebera. Llegaron a hacerse grandes amigos y Alcayata sólo pensaba en cómo liberar a la muchacha.
- No te preocupes, Florinda. Viajaré hasta Inglaterra, donde vive el mayor experto en Hombres Lobo del mundo. Él nos ayudará a deshacernos de tu guardián.
Alcayata voló hasta Inglaterra y pasó varios días buscando a la rana Gustavo, el mayor experto mundial en Hombres Lobo. Una vez que la encontró bajó a tierra y se posó frente a ella.
- Necesito su ayuda, don Gustavo. Una bella muchacha, llamada Florinda, percebera de oficio, que canta como los ángeles, está prisionera en una torre en medio del Guadalquivir. La torre la guarda un Hombre Lobo, así que sólo usted puede ayudarla.
- Muy bien. Lo primero, antes de irnos, es protegernos contra la maldición del Hombre Lobo. Para ello, lo mejor es comernos un plátano - explicó la rana Gustavo, con su cómica voz pero con tono serio e importante. Alcayata le hizo caso y se comió un plátano, como hacía el mayor experto mundial en Hombres Lobo.
Alcayata volvió volando a Sevilla, llevando en la espalda a la rana Gustavo, que le indicó que le llevase a un matadero que había en la ciudad. Allí, el experto mundial en Hombres Lobo se hizo con unas buenas tijeras de esquilar, para luego ordenar al urogallo que lo llevase directamente a la torre, delante del Hombre Lobo.
Una vez ante el monstruo, sin demostrar ni una pizca de miedo, la rana Gustavo se puso a cortarle el pelo al Hombre Lobo, haciendo que perdiera su ferocidad al instante. El Hombre Lobo resultó haberse enamorado de Florinda, la joven percebera, al haberla escuchado cantar todos los días. Por ello, cuando se volvió manso tras el corte de pelo, abrió la puerta de la torre y dejó salir a Florinda, que se lo agradeció encantada, abrazándole con cariño.
Después, el Hombre Lobo y Alcayata fueron a buscar a la princesa y la llevaron a la torre, encerrándola allí como castigo por lo que le había hecho a Florinda. La princesa Aisha, que no pudo soportar el encierro, se arrojó por la ventana de la torre, matándose en el acto.
Desde entonces, todas las noches de invierno, su espíritu intenta cantar, para poder enamorar a algún hombre que vaya a rescatarla, pero los mortales de ambas orillas del Guadalquivir sólo oyen sus gritos de terror y sus lamentos moribundos.

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