El miedo es de las cosas más democráticas que hay.
Cada uno tenemos el miedo que más nos conviene o nos interesa, además elegido
por nosotros mismos. Cualquier persona tiene su miedo, más extraño o más
gracioso que el anterior. Una actividad entretenida es intentar descubrir (poco
a poco y solapadamente) los miedos y temores de las personas que le rodean a
uno. Pero sin hacer juicios de valor: el miedo es una cosa muy seria, sobre
todo para el que lo padece, así que reírse o mofarse de los miedos de otra
persona es algo estúpido y temerario, además de peligroso.
A lo largo de mi vida he podido descubrir muchos y
variados miedos, en la gente de mi entorno: miedo a las alturas, a los perros,
a los pinchos cerca de los ojos, miedo a engordar, a los pájaros, a la
suciedad, miedo a hacerse daño, a hablar en público, miedo a los niños
pequeños, miedo al “qué dirán”, miedo
a valer menos que los demás, miedo a estar solo, miedo a no parecer demasiado
guapo.... Sus dueños han aprendido a vivir con ellos y los que les conocemos
también.
Yo no me libro, por supuesto. También tengo
miedos, claro está. Soy un miedoso. Pero he aprendido a vivir con ellos, como
casi todo el mundo, e intento que no influyan demasiado en mi vida, y en la de
los demás.
Y mi mayor miedo, el que más me atormenta, es no
tener tiempo para escribir. No poder escribir.
No me preocupa escribir mal, o que mis relatos
sean aburridos, o que sean demasiado fantásticos o extraños.... No me preocupa
que mis relatos se queden toda la vida en mi estantería, con su simple
encuadernación en espiral. Ni siquiera me preocupa (si la expresión “no tener tiempo para escribir” os ha
confundido) morirme antes de haber escrito todos los libros y relatos que
quiero escribir: sé que voy a morirme y, aunque prefiera que sea más tarde que
pronto, cuando llegue será el momento en que me ha tocado.
Tengo miedo a no poder escribir.
Simplemente.
Me molesta, casi físicamente, cuando me tiro muchos días sin escribir. A veces
una simple línea, un pequeño párrafo o unas anotaciones en sucio en mis
cuadernos de apuntes para mis historias me bastan, me valen para calmar mi
ansiedad por escribir. Mis amigos y compañeros de clase saben que a menudo
escribo en hojas en sucio, atento a medias a lo que el profesor de turno me
está contando. Si tuviera tiempo libre (al margen de las variadas clases, de
los compromisos ineludibles con la vida que todos tenemos, de la vida social y
de los embolados en que me meto)
aprovecharía para escribir más, y sería más eficiente (aunque dudo que pueda
ser efectivo).
Y el problema es que mi miedo sigue creciendo,
porque el Trasgo de mi cabeza no para de parir ideas, que me susurra
sádicamente al oído. A veces espera a escuchar una canción, ver una película,
leer una noticia, oír una conversación, recordar un sueño.... para soplarme la idea para otro libro, otra
novela, otro relato corto.
Si se porta bien, la idea se escribe en unas cien
líneas y al poco tiempo saco un rato para escribirla. No hay mayor problema. La
idea convive conmigo un tiempo (pueden ser un par de días, otras veces sólo son
unos minutos) y al poco la puedo escribir.
Pero otras veces, el Trasgo es un poco más cruel
(¿acaso pueden ser de otra forma?) y me susurra al oído la idea para una
historia larga, incluso para un libro. Lo peor que me puede pasar es no tener
tiempo para escribirla en el momento: la idea empieza a crecer, se empieza a
complicar, empiezo a añadir detalles y giros.... y ya no hay quien la pare. Es
entonces cuando surge mi miedo, cuando no puedo escribirla, cuando no tengo
tiempo ni para pensar en cómo organizar la trama. Me empiezo a sentir incómodo,
empiezo a pensar sólo en la historia, incluso cuando estoy haciendo otras cosas
más importantes. Voy en bici y varios
diálogos diferentes me llenan la cabeza; canciones de bandas sonoras resuenan
en mi mente y yo las completo con escenas de mi nueva idea.
Las ideas empiezan siendo como bolas de algodón,
cuerpos extraños dentro de mi cerebro que son acogidos con amabilidad, ya que
no molestan. Pero cuando pasa el tiempo y las ideas se quedan allí, sin pasar
al papel, se convierten en espinas.
Espinas puntiagudas, afiladas y duras.
Por eso siempre intento sacar todo lo que llevo
dentro, sin importarme si es bueno o malo, si está bien escrito o no, si
entretiene o es aburrido. Lo único que necesito (y mi miedo me empuja a
hacerlo) es soltarlo.
Y lo suelto a golpe de tecla.
Comprendo que haya gente que no lo comprenda, que
no entienda cómo el acto tan estúpido de no poder escribir fantasías y tontunas todos los días pueda desquiciar
a alguien. Pero también hay gente que se pone nerviosa o lo encuentra extraño y
se siente mal si no puede ver el Barça-Madrid, si no sale un sábado a
emborracharse, si no corre con el coche cuando conduce, si no mira la previsión
del tiempo antes de salir de viaje y si no esquiva los charcos de la acera los
días que ha llovido.
Cada uno tenemos nuestro miedo.
Este blog nace con el objetivo de servir como terapia, para intentar disolver mi miedo (y para aplacar al Trasgo de mi cabeza). Mientras él me siga soplando ideas, yo las publicaré aquí en la medida de lo posible.
El Hombre de los Zapatos Rotos comienza su viaje....
Que bien que exista gente así en el mundo. Los creadores de historias, generadores de mundos. Sin vosotros, que seria de nosotros. Tu necesidad vital de escribir y la mía por leer, crea un vínculo simbiótico necesario para los dos.
ResponderEliminarSigue alimentándonos con tus historias, grande entre los grandes, y mucha suerte con este proyecto.
P.D: mañana empiezo con el menú literario que me enviaste, ya te contaré que tal me sienta.
Y los que tenemos la suerte de compartir tu camino, aunque sea a ratos,estaremos encantados de tenerte...y leerte... como compañeros de viaje
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