La veo
todos los días, cuando sale de casa, pero ella no tiene ojos para mí.
Por la
mañana, cuando el sol lleva un rato en el cielo, pegado todavía al horizonte,
ella sale de casa. Siempre está bellísima, aún cuando ha pasado mala noche y
las ojeras adornan su rostro. Aún cuando se ha levantado de mal humor y su ceño
está fruncido sobre sus ojos color esmeralda. Aún cuando se ha quedado más
tiempo del necesario en la cama y la almohada ha dibujado marcas y líneas en su
rostro. Ella siempre está bellísima.
Su pelo
pelirrojo a veces está suelto. Otras veces recogido en una coleta, que nace en
lo alto de la cabeza, como las colas de los caballos que viven y duermen en el
establo cercano a la casa de madera. Otras veces su precioso pelo está agrupado
formando una gran trenza que le cae por la espalda, o peinado en dos, cada una
a un lado de la cabeza. Esos días sonrío como un tonto, porque es cuando más me
gusta: parece una niña, con las dos trenzas y las pecas en la cara, con sus
ojos grandes y brillantes, recogiendo el mundo que la rodea con alegría y
curiosidad.
A veces
viste una camiseta blanca que resalta su busto. Otras veces lleva blusas
amplias de colores claros (amarillo, rosa, gris o marrón) y algunos días lleva
camisas elegantes, azules, blancas, a cuadros, de rayas.... y una vez la vi con
una negra, cuando salió llorando de casa para ir al entierro de su abuelo, el
que la enseñó a montar, a pescar y a nadar en el río, a columpiarse en el
neumático del viejo roble y a escupir lejos. Siempre lleva pantalones vaqueros,
y siempre está bellísima.
Yo
nunca me escondo para mirarla. Siempre estoy a pie firme, frente a la casa,
esperándola. Me da igual si hace frío o calor, si llueve o no. Cuando sale de
casa y la veo irse a la ciudad es el mejor momento de mi día. Yo siempre le
dedicó una mirada, llena de adoración y deseo. Ella casi nunca me mira.
Pero yo
sé que es por descuido. Nunca es por falta de cariño.
Porque
sé que ella me quiere. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, desde que yo acababa
de llegar a la granja y ella era todavía una niña. Jugábamos juntos, me contaba
sus secretos, me hablaba de sus problemas, de sus amigas de clase, de los
chicos que se metían con ella en el cole
y de los que le gustaban. Quizá por eso ahora casi no me mira: nos hicimos
amigos. Y ahora no soy para ella más que alguien más, algo que siempre está
ahí, algo inmutable.
A veces
me mira, claro que sí. Ya digo que me quiere. Intercambiamos la mirada y mi
cuerpo casi puede moverse. A veces esa mirada que me dedica es un barrido, un
vistazo que echa alrededor y que casualmente pasa sobre mí. Pero entonces su
cara suele iluminarse, sus labios se despegan y me sonríe. Si está de verdadero
buen humor me guiña un ojo, traviesa, antes de subir al coche y marcharse a la
ciudad a trabajar. Hay ocasiones en que me ve pero no reconoce lo que registra,
es verdad, pero yo sé que está pensando en otras cosas y mira sin ver. Es la
mayoría de las veces.
Pero la
verdad es que no me importa. A lo mejor estoy de psiquiatra: si pudiese iría a
que me viese un especialista, pero no puedo. A lo mejor debería importarme que
ella me vea sólo como algo rutinario, cuando para mí ella es lo más importante.
A lo mejor debo pasar página y dedicarme a otra cosa. Centrarme en mi trabajo,
por ejemplo. Atender mi huerta. Sería lo mejor (¿lo mejor?). No lo sé. Lo que sé es que no puedo dejar de mirarla
cada mañana. Aunque ella no me mire me llena de felicidad verla, me alegra el
día. Y el día que me mira.... ¡Bueno! Ese día es como estar en el paraíso.
Casi
todas las noches sueño con ella. Los sueños son distintos cada vez, aunque
siempre hay algo que se repite, siempre hay detalles comunes: el coche de
caballos, las rosas, el trompetista, el perro labrador que corre junto a
nosotros.... Esos sueños me atormentan, lo sé. No me hacen mucho bien, la
verdad. Pero no podría vivir sin ellos. De esa forma también la tengo a ella
por las noches.
Recuerdo
que el otro día soñé una cosa bellísima: el cielo está morado, más oscuro cerca
del horizonte, lleno de estrellas blancas. Las nubes son manchas oscuras que
viajan por él. Ella se me acerca corriendo, me coge de las blandas manos y
bailamos haciendo círculos. Un perro labrador, sonriente, corre a nuestro
alrededor, ladrando alborozado. Giramos y giramos, dando vueltas, al son de la
trompeta del músico que está apoyado en el roble del columpio, con el sombrero
sobre los ojos, en una postura despreocupada. Ella me agarra de la mano y tira
de mí, llevándome corriendo por el gran campo de rosas, riendo. La sigo en
volandas, enredándome con su risa, alegre. Me siento hueco, contento, completo.
Hay fuegos artificiales en el cielo y aunque ya no la veo la siento cerca.
Estoy a gusto, estoy bien, estoy completo y feliz. Sopla el viento, con fuerza.
Me zarandea y me acaba tirando al suelo. Caigo entre espigas de trigo cortadas.
Noto el trotar de los caballos en el lecho mullido sobre el que estoy. Entonces
ella apoya su cabeza en mi hombro, acomodándose. La sonrisa perenne de mi cara
se ensancha (en los sueños todo es posible....).
Su brazo pasa por encima de mi ajada camisa y me abraza. Sonríe y abre su boca,
para decir las dos palabras más bonitas del mundo: “Te quiero”.
....
Te
quiero.
....
Me
encantaría poder decirle eso todas las mañanas, cuando solamente puedo aspirar a
intercambiar miradas con ella, cuando tengo suerte. Me encantaría poder bailar
de verdad con ella, correr por un campo de rosas (real) con ella de la mano, abrazarla, sentir su corazón en mi pecho
y que ella sintiera el mío en el suyo, tenerla delante y poder contestar a sus
palabras.... decirle “te quiero”.
Pero sé
que todo eso es imposible.
Es
imposible y sin embargo sigo soñando con poder hacerlo, haciendo más profundo
mi dolor, más caliente el fuego que me abrasa por dentro (y que todos los de mi clase tememos tanto), más grande el agujero
de mi pecho hueco.... Debería intentar olvidarme de ella, intentar dejar de
imaginar una vida junto a ella que nunca será real. Pero sé que nunca podré
hacerlo.
Porque
estoy enamorado.
Estoy
enamorado y seguiré estándolo mientras siga aquí. Viéndola cada día. Lanzándole
miradas cargadas de esperanza y deseo. Cargadas de amor. Un amor que es
imposible, porque no puedo darle todo lo que ella necesita y se merece. No
puedo estar con ella y tener una vida normal.
Los
espantapájaros tenemos nuestras limitaciones, como todo el mundo.
Genial :D
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