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Las ambulancias habían ido llegando, y
todavía venían más. Al parecer había muchos vecinos del pueblo que habían
sobrevivido, atrincherados en sus casas, defendiendo su vida a bastonazos y
cuchilladas. Un gran grupo había logrado resistir al refugiarse en el bar, bajo
el mando del tío Germán.
Había habido muchos muertos, pero eran
más los que quedaban vivos, aunque estuviesen heridos. Sergio tenía vendada la
mano en la que había perdido el dedo y le habían dado puntos en un par de
cortes que tenía en un brazo y en la cabeza. Victoria tenía quemaduras de
segundo y tercer grado en el brazo derecho y en la cara y el cuello, pero no se
temía por su vida. De todas formas se la iban a llevar a Treviños, al hospital,
para ingresarla y monitorizarla. Quizá necesitase injertos de piel.
El padre Beltrán había desaparecido
cuando llegaron las ambulancias, los bomberos y los todoterrenos de la guardia
civil. Los chicos no habían visto qué había sido de él.
No habían tenido que responder a muchas
preguntas: en el pueblo nadie sabía nada, salvo que unos monstruos extraños
habían tomado el pueblo aquella noche y se habían dedicado a hacer una
carnicería con los vecinos. Tampoco tuvieron que explicar la desaparición de
Mowgli, porque no eran pocos los vecinos que habían desaparecido o de los que
no se tenían noticias. Al parecer, Sergio y Victoria eran los únicos que sabían
que ellos eran los únicos que sabían lo que había ocurrido en el pueblo.
El pueblo seguiría adelante. Muchos
vecinos habían muerto, muchos amigos y conocidos. Los dos chicos todavía no
sabían si sus propios padres y hermanos estaban vivos o muertos, pero sabían
que el pueblo acabaría saliendo adelante.
- ¿Estás bien? – preguntó Sergio a su
amiga, sentada en la camilla, al lado de la ambulancia que la iba a llevar al
hospital.
- Ahora sí. Mañana, cuando recapacite
sobre todo esto y piense todo lo que ha pasado, ya veremos – contestó con voz
débil.
El ruido de una moto atronadora se
escuchó a sus espaldas. Los dos se dieron la vuelta y vieron al padre Beltrán
acercarse con la moto de Roque. Parecía entero, con su abrigo largo de paño
negro, sus botas de cuero, su sombrero de ala plana, su pelo plateado largo y
sus gafas redondas y oscuras. Nadie diría que llevaba dos tiros en su cuerpo y
numerosos golpes y contusiones.
- Pensábamos que se había largado – dijo
Sergio.
- Es lo que voy a hacer – contestó, con
su voz de cuervo. Pero sonó amable. – Ya nada me queda por hacer aquí.
- Gracias por todo – dijo Victoria.
- Gracias a vosotros. No hubiese podido
hacer nada sin vuestra ayuda....
- ¿Estará bien? – preguntó Sergio, de
repente, con temor.
- ¿Eso es lo que te preocupa? – dijo el
padre Beltrán, sabiendo, sin preguntarlo, que se refería a Mowgli. – Estará
bien. La conducía el amor. Estará en su dimensión celestial.
- ¿Y Roque y Lucía?
El padre Beltrán arrugó un poco el
rostro ante la mención de los otros dos chicos.
- Eran buenos. Mowgli no habrá dejado
que vayan a una dimensión mala. Estarán bien, probablemente con ella.
- Me gustaría acabar con ellos cuando
muera – dijo Victoria, con lágrimas en los ojos.
- Eso nunca se sabe – dijo el padre
Beltrán, con tono amistoso y alegre. – El más allá está lleno de misterios.
Sergio y Victoria sonrieron: sabían que
aquello era lo más parecido a una sonrisa que le verían a su extraño y nuevo
amigo.
- Cuídese.
- Vosotros también.
Y a continuación aceleró la moto,
haciendo un ruido grave y ensordecedor, saliendo del pueblo por la carretera
hacia Treviños.
El trece estaba acabado. El portal de Castrejón
de los Tarancos se había cerrado.
Pero sabía que aún había muchos seres
paranormales contra los que luchar. Y quedaban los soldados del Zwartdraak que habían escapado.
Había sobrevivido a su enfrentamiento
contra su enemigo mortal, el que llevaba esperando toda su vida. ¿Quién decía
que debía retirarse? Aún había mucho que hacer, muchas batallas que librar,
muchos inocentes que proteger.
A su alma maldita le quedaba mucha vida
por delante.
* * * * * *
La moto pasó por la carretera atronando
la noche, hendiendo la oscuridad con su potente foco. Marchaba con decisión,
hacia adelante, sin obstáculos, sin miedo.
Cuando pasó y su petardeo se convirtió
en un eco en la distancia, la manada de ujkus
salió de entre los matorrales de ambos lados de la carretera.
El jefe se destacó en la oscuridad,
saliendo al medio de la carretera. Miró fijamente el piloto rojo trasero de la
máquina ruidosa que acababa de pasar. Pero la criatura pensaba en el jinete
humano que transportaba.
Gruñó, rabioso y vengativo. Sus
compañeros gruñeron detrás de él acompañándole. Después arrancaron a correr
como un solo individuo, trotando sobre el asfalto.
No iban a dejar que escapara.
Iban a darle caza.
Ahora sabían cuál era el olor y el sabor
de la sangre humana.
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