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Los dioses
se miraron entre sí.
- Muy bien.
El grupo ha sido formado. ¿Qué queréis hacer ahora? – dijo Volbadär, sonriente,
mirando sus fichas y sus notas.
Bestia se
encogió de hombros. La Madre abrió la boca para hablar, pero Fásthlàs se le
adelantó.
-
¡¡Organicemos una fiesta!! – dijo, entusiasmado, dando botes en su butaca.
- No,
Fásthlàs, eso no – dijo la Madre, mirándole con mirada autoritaria. Azar sonrió
desde su sitio, divertido. – ¿De qué nos serviría una fiesta?
- Quizá así
nos divertiríamos.... – dijo el pequeño hombrecillo pelirrojo, cruzándose de
brazos y sacando la lengua a la honorable matrona.
-
Podríamos.... a lo mejor.... podíamos pedir algo de cenar.... – propuso Bestia,
no muy seguro. Lo suyo eran las historias de acción, o ponérselo difícil a los
otros personajes usando a sus criaturas, para ganar unas cuantas almas. Estaba
un poco perdido con aquellas escenas tan pasivas.
- Esa sí me
parece una buena idea – dijo la Madre, convencida. – ¿Qué opinas, Doncella?
La bella
deidad, con el largo pelo rubio recogido por una tiara de rubíes, se encogió de
hombros, con una sonrisa humilde.
- Me parece
bien....
- ¿Todos de
acuerdo? – preguntó Volbadär, mirando a todos los jugadores. La Madre y Doncella
asintieron, convencidas. Bestia lo hizo sin mucha confianza y Fásthlàs el
Bullicioso lo hizo con cara enfurruñada. Jroq no se pronunció: seguía con los
ojos cerrados y las cuatro manos apoyadas en el regazo, atento a todo lo que se
decía pero ausente y al margen. Ni siquiera había colocado su canica negra en
el tablero.
- Un momento
– intervino Azar, antes de que Volbadär pudiese seguir con la historia. – He
decidido tirar los dados. Puedo, ¿verdad?
- Por
supuesto – dijo el anfitrión. – ¿Qué es lo que quieres hacer?
- Mantengo
mi nivel “Bronce”, ¿no es así? Entonces tiraré el dado de ocho caras. Que
decida la suerte....
Todos
sonrieron, divertidos. Todos sabían que la Suerte era él mismo....
Volbadär
asintió, animando al jugador a tirar, y Azar cogió el dado verde. Lo agitó en
su anciana mano y lo lanzó al tablero de juego. El dado rebotó un instante
entre las Montañas de la Luna y se detuvo, mostrando un siete pintado en rojo.
- Un
siete.... buena tirada.... – dijo Volbadär, consultando sus notas. – ¡Vaya!
Parece que la cena tendrá que esperar. Los cinco salís de la taberna y os
adentráis en el bosque Oriental....
• • • • • •
Tras
las presentaciones poca conversación hubo más. Ahdam recogió el mapa y lo
guardó en su mochila, los gemelos acabaron sus bebidas y fueron al otro lado de
la cortina negra, a pagar las consumiciones en la barra. Hiromar apuró su vino
especiado y se levantó, saliendo de la sala y de la taberna.
-
¿Tenemos prisa? – preguntó Mórtimer.
-
No – sonrió el caballero. – En realidad un poco sí: el tabernero no nos quiere
aquí mucho rato, en su reservado hablando de tesoros. Podríamos despertar las
ansias de codicia de mucha gente de la aldea y no se llama Quietud por
casualidad. Simplemente creo que no quiere que alborotemos la aldea con historias
de tesoros.
-
¿Es muy valioso? – preguntó el ladrón.
-
Piensa en todo lo que has robado – contestó Ahdam – tanto lo de gran valor como
lo más ordinario. Imagina ahora el tesoro legendario más valioso que se te
ocurra y súmalo a todo lo que has robado en tu carrera como ladrón. ¿Tienes la
cuenta? – preguntó, sonriendo divertido. – Pues eso ni se acerca al tesoro que
estamos buscando....
Mórtimer
no pudo evitar levantar las cejas, asombrado. Imaginaba que el caballero
estaba exagerando un poco, quizá bastante, pero lo cierto era que si se
acercaba un poco a la verdad, aquel tesoro del dios Volbadär era de una gran
riqueza....
Salieron
de la taberna y Mórtimer pudo ver mucho mejor a sus nuevos compañeros. Ahdam
vestía a lo caballero, aunque no llevaba la armadura completa. Simplemente
llevaba puesta la coraza (en la que ahora pudo identificar el Grifo como
emblema de la ciudad de Gurfrait) y las protecciones en pantorrillas y
antebrazos. Portaba una mochila de la que colgaba un escudo hexagonal. Una espada
larga colgaba de su cinto.
Hiromar
el Minotauro vestía unos pantalones de cuero negro y un chaleco de cuero
granate, con tachuelas de latón. Llevaba dos brazaletes de cuero también con
tachuelas, que le cubrían los dos antebrazos. Llevaba también una mochila,
abultada. No se veían armas por ninguna parte (Ahdam había dicho que era
soldado) salvo una especie de puñal retorcido de madera de vid en el cinto. Era
muy extraño, con la empuñadura horizontal y la hoja retorcida y acabada en
punta.
Los
dos gemelos Bárbaros eran fácilmente reconocibles, ahora que los veía con más
luz. Borta llevaba el pelo más largo que su hermano, por debajo de los hombros,
y se lo recogía en ese momento en una coleta deshilachada. Wup tenía el pelo
enmarañado y largo, pero por la mitad del cuello, además de tener la nariz
rota, quién sabe por qué antigua pelea. Los dos vestían con pieles de osos, a
las que habían cosido placas de metal, a modo de protección. Borta iba armado
con un hacha ancha de doble filo y Wup con un mazo largo, de cabeza imponente.
Mórtimer
se sentía un poco fuera de juego. Era el más joven, con diferencia (Ahdam
aparentaba tener unos cuarenta años, los Bárbaros probablemente pasaran de los
treinta ya y Hiromar, al ser un Minotauro, podía tener unos setenta años y
seguir mostrándose tan enérgico y musculoso). Tenía sólo veinte años, era
extranjero en la tierra de Xêng y no era un gran luchador ni estaba tan
preparado para la guerra como sus compañeros.
Si
su cometido era tan sólo robar el tesoro, no tendría problemas. Lo malo sería
que el grupo tuviera que depender de él para otros menesteres.
-
Muy bien, pongámonos en marcha, ahora que todavía hay luz.... – dijo Ahdam. Se
agarró a las correas de su mochila y echó a andar, saliendo de Quietud hacia el
bosque. Hiromar fue detrás, luego Mórtimer y los Bárbaros cerrando la marcha.
Entraron
de nuevo en el bosque Oriental, mientras la noche caía sobre ellos.
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