-5-
Caminaron
durante el resto de la noche y parte del día siguiente. Cuando el Sol alcanzó
el mediodía y empezó a bajar hacia el ocaso hicieron un alto, para descansar y
dormir unas pocas horas. Después, por la tarde, volvieron a ponerse en marcha.
-
No sabía que eras mago – dijo Mórtimer, intentando entablar una conversación
con Hiromar. Éste iba delante de él, con Borta a su lado. Ahdam y la Ninfa iban
en cabeza. Mórtimer iba cubierto con la capucha y la capa rojas, el último del
grupo.
-
No te lo había dicho – contestó Hiromar, con la voz seria como siempre, pero no
de forma cortante, sin agresividad.
-
Imagino que no será fácil....
-
¿Qué quieres decir? – preguntó Hiromar, levantando una ceja, girándose
ligeramente para ver al ladrón.
-
Bueno.... es la primera vez que conozco a un Minotauro que es mago.... Supongo que
no es algo muy común....
Hiromar
siguió andando, en silencio, durante un trecho. Borta siguió a su lado,
alternando miradas al suelo (para no tropezar con las raíces) y a su hermano,
inconsciente por la magia.
-
No ha sido un camino de rosas, forastero, tienes razón.... – dijo el Minotauro
al cabo de un rato. – Los Minotauros no tenemos tradición de magos, somos
soldados, guerreros. Pero cuando la magia te llama, sólo puedes responder o
marchitarte....
Mórtimer
sopesó las palabras de su compañero.
-
¿Tuviste muchos problemas? – acabó preguntando.
-
Muchos. Al principio. – contestó Hiromar. Borta, que aunque no había
participado en la conversación no había perdido detalle, se giró entonces hacia
el ladrón, negó con la cabeza perentoriamente y se puso un dedo vertical sobre
los labios, recomendando al ladrón que no siguiera preguntando. Mórtimer así lo
hizo.
Marcharon
otros dos días, para salir del bosque Oriental por el norte. Llegaron a los
pies de las Montañas de la Luna, cerca de la ciudad de Tremor. Allí Eeda les guió por un paso de montaña, ancho y despejado, que recorrieron durante cinco
días, siempre hacia el norte, para poder cruzar la cordillera.
En
un valle de las últimas montañas, justo antes de llegar de nuevo al llano,
donde estaban las tierras del ducado de Sal y el Desierto Solitario, una tarde
que ya languidecía, por fin vieron la cabaña del brujo.
-
Allí es – dijo Eeda, deteniéndose en el paso de montaña, desde donde se podía
ver desde lo alto todo el valle, y en lo profundo una amplia cabaña de troncos
oscuros, con tejado inclinado de pizarra y una chimenea de piedras que
expulsaba un humo gris y denso. – Por fin hemos llegado.
Dejaron
el paso de montaña y descendieron hasta el fondo del valle, por unos senderos
de tierra estrechos y húmedos, que estaban colocados en la ladera de las
montañas. Llovía ligeramente, una lluvia fina que no paraba. No fueron pocos
los resbalones y caídas al suelo. Borta cayó de culo un par de veces, y a pesar
de la preocupación que tenía por su hermano se levantó riendo a carcajadas,
palmeándole la espalda a Mórtimer, que rió con él. El ladrón y el caballero
también trastabillaron en alguna ocasión, por el barro del sendero o la hierba
resbaladiza. Incluso Eeda resbaló alguna vez.
El
único que se mantuvo con paso firme fue Hiromar: el Minotauro descendió
despacio, apoyando sus cascos con cuidado, para evitar que Wup se le cayera al
suelo.
Llegaron
al fondo del valle cuando el Sol rozaba el horizonte y el valle estaba oscuro
ya. Los cinco se detuvieron al lado de la cabaña, cubiertos ligeramente por el
alero del tejado inclinado. Borta se sacudió el agua de las pieles que lo
tapaban y el barro de los bajos. Mórtimer se sacudió bajo la capa roja,
completamente empapado y helado de frío.
-
¿Le conoces personalmente? – preguntó Ahdam, dirigiéndose a Eeda. El caballero
tenía el pelo empapado, pegado a la cabeza y a la frente. Las gotas de lluvia
habían tintineado todo el camino sobre su coraza y las demás protecciones de
hierro.
-
No, no he estado nunca aquí – contestó la Ninfa. – Sé de su fama por algunas de
mis hermanas guardianas del bosque, pero él no me conoce, ni yo a él.
-
Entonces déjame que entre yo primero y que hable con él – dijo el caballero, y
la Ninfa asintió, de acuerdo. – Si ves que es necesario intervenir, hazlo.
Háblale de tus hermanas.
-
Bien.
Ahdam
llamó a la puerta de madera con los nudillos. Detrás de él estaban Hiromar
(cargado con Wup) y Eeda, hombro con hombro. Por
detrás, bajo la lluvia, esperaban Mórtimer y Borta, uno al lado del otro.
Mórtimer notaba nervioso a su compañero el Bárbaro, algo inquieto debajo de las
pieles. La cara de Ahdam no era tranquilizadora tampoco e incluso Eeda parecía
más pálida de lo habitual.
No
era para menos. Una cosa era la magia, los magos (como Hiromar) y otra muy distinta
los brujos y hechiceros. Los magos como el Minotauro estudiaban la magia
durante años, practicándola, en una escuela organizada o bajo la tutela de un
maestro independiente. Aprendían tanto a hacer magia como a controlarla. Y, lo
más importante, a diferenciar la magia blanca y la magia negra.
Los
brujos (como el que esperaban que les abriese la puerta y les ayudase con su
compañero moribundo) utilizaban la magia a su aire, aprendían a manipular la
magia de la naturaleza por su cuenta. Nacían con la capacidad de canalizar la
magia de la naturaleza y aprendían cómo hacerlo para su propio beneficio. Eran
gente más sombría, más peligrosa, más traicionera. Puede que conocieran la
diferencia entre magia blanca y magia negra, pero para ellos tanto daba una como
otra.
La
puerta se abrió, a la vez que Mórtimer sufría un escalofrío. En el vano
apareció una figura alta, cubierta por una túnica ligera de color negro. El
brujo iba tapado con una capucha, que apenas dejaba ver la cara alargada y
estrecha.
-
¿Quiénes sois y qué queréis? – preguntó, con voz anciana y poderosa.
-
Verá, señor, somos un grupo de aventureros que hemos sufrido un accidente –
explicó Ahdam. – Uno de nuestros compañeros ha sido envenenado y hechizado por
la picadura de un læti en el bosque
Oriental. Esperábamos que usted pudiese ayudarle....
El
brujo no se movió de la puerta. Ojeó a los aventureros que tenía delante y
aunque Mórtimer no podía verle los ojos dentro de la capucha, sí que pudo
sentir su mirada recorriéndole el cuerpo y el alma.
-
¿El bosque Oriental, dices? ¿Por qué habéis venido hasta aquí en busca de
ayuda? – preguntó al fin.
-
Mis hermanas del bosque me hablaron de usted – intervino Eeda. – Sabíamos que
era un brujo poderoso que quizá podría salvar al Bárbaro herido.
El
brujo se quedó mirando a la Ninfa un rato, intensamente. Después miró al
Bárbaro herido en el hombro del Minotauro.
-
Metedlo dentro – acabó diciendo, dándose la vuelta y entrando en la cabaña,
dejando la puerta abierta. Ahdam y Eeda se apresuraron a entrar detrás de él.
Hiromar los siguió con decisión.
Cuando
Mórtimer entró en la cabaña detrás de Borta, cerrando la puerta, se hizo idea
de lo grande que era la cabaña en realidad. Estaban en una estancia muy
espaciosa, rectangular. La chimenea estaba al fondo, en la pared frente a la
puerta. Había estanterías y baldas clavadas en las paredes de troncos, por
todas partes, salvo en un lugar a la derecha, en el que había una pesada
cortina de color rojo, sólo que los años y el polvo hacían que pareciese
granate oscuro. Mórtimer no quería saber qué había allí detrás, sobre todo
después de escuchar ruido de cadenas y en respuesta una respiración profunda y
unos gruñidos.
-
Tendedlo en la mesa – dijo el brujo, señalando una amplia mesa de madera. Había
cuatro botellas de cristal, con líquidos espesos de diferentes colores en su
interior, que el brujo apartó para que Hiromar colocase a Wup el Bárbaro sobre
la madera.
-
Está en animación suspendida – explicó el Minotauro. – Puedo deshacer el
hechizo cuando....
-
Ya está deshecho – contestó el brujo, al volver de dejar las botellas en una
alacena. Entonces se inclinó sobre el Bárbaro, para verle mejor. Con la luz de
la chimenea y de un par de quinqués que había en una estantería al lado de la
mesa Mórtimer pudo ver la cara del brujo: era una simple calavera cubierta de
piel, con los ojos hundidos de color negro. La nariz era larga y puntiaguda y
las cejas eran gruesas e hirsutas, blancas como la nieve.
-
¿Podrá hacer algo por él? – preguntó Ahdam, que sujetaba con una mano en el pecho
a Borta, que quería acercarse a su hermano mientras el brujo le inspeccionaba.
El
brujo tardó un rato en dejar de mirar a Wup de cerca, darse la vuelta para
mirar al caballero y contestarle.
-
Hará falta un conjuro muy poderoso, pero podré hacerlo – dijo, con cara
inexpresiva. – Pero tendremos que acordar un precio.
-
Lo que sea.
-
Será un alto precio.
-
Ya nos habían avisado de eso – contestó Ahdam, mirando a la Ninfa. – Pagaremos
lo que sea.
El
brujo asintió y se volvió a mirar a Mórtimer: apenas le dedicó un vistazo. Lo
mismo hizo con Eeda y, aunque le miró durante un rato, también descartó a
Hiromar. Después contempló a Borta un instante más largo, pero por último miró
de nuevo a Ahdam. Se fijó en que el caballero llevaba la espada colgada de la cadera
izquierda y asintió.
-
Tu mano derecha, caballero – dijo el brujo. – Ése será el pago.
-
¿Cómo dices? – preguntó Ahdam, incrédulo.
-
Tu mano derecha – repitió el brujo. – Si quieres que ayude a tu amigo y le
salve la vida tendrás que darme tu mano derecha a cambio.
Todos
se quedaron en silencio.
Volvió
a escucharse un tintineo de cadenas al otro lado de la cortina roja y después
un bufido.
-
¡Eso es horrible! – dijo Eeda.
-
Ahdam, no puedes aceptar.... – dijo Hiromar, agarrando del hombro al caballero.
-
¿Y dejamos que Wup se muera? No podemos.... – contestó Ahdam. Borta negó a su
lado.
-
Mi mano – dijo el Bárbaro, tendiéndosela al brujo. – Coger mi mano....
-
No podría hacer nada con esa cosa – dijo el brujo, despectivo. – Ha de ser la
mano del caballero.
-
¡Está bien! – dijo Ahdam. – Es mi mano y también mi decisión. Quédesela, pero
salve a nuestro amigo.
Entonces
Mórtimer escuchó claramente el golpeteo que había descrito Ahdam en el bosque
Oriental, hacía días, antes de que los atacaran los læti. Adham había hablado del “repiqueteo de una cascada de
huesos”, pero a él en aquel momento le pareció más bien como trozos de madera
chocando y rebotando contra el suelo, que incluso le pareció que temblaba
ligeramente.
-
Chicos, ¿habéis....? – fue a preguntar, pero Eeda le calló chistándole entre
dientes.
El
brujo pasó sus manos sobre Wup, entonando unas palabras incomprensibles (quizá
incluso para Hiromar). Cuando acabó, entre espasmos y sudores, el cuerpo del
Bárbaro tendido en la mesa brilló con un aura de color rojo durante un par de
segundos y después se apagó. El brujo entonces se volvió hacia Ahdam, con las
descarnadas manos hacia él. Wup tomó aire, exageradamente, hinchando el pecho
bajo las pieles de animales. Borta no se pudo contener más y se acercó a su
hermano, que abría los ojos y miraba alrededor, respirando agitadamente pero de
forma normal.
Mórtimer
apartó la mirada, mientras el brujo recitaba el nuevo conjuro para quedarse con
la mano de Ahdam. Mirando hacia la pared, notó una idea en su cabeza, que le
resultó imposible de ignorar. Vio una cajita pequeña en la estantería de la
pared, una cajita rectangular, de cobre, con una tapa con bisagra y un símbolo
mágico (una espiral gruesa) grabado en la tapa. Sabía lo que era aquel
receptor, porque había utilizado otros como ése en otras ocasiones, así que lo
cogió con dedos hábiles, obedeciendo a la idea (quizá orden) que tenía en el
cerebro. Mientras el brujo pronunciaba el conjuro desmembrador, Mórtimer abrió
la cajita y la escondió entre sus manos, que mantuvo casi entrelazadas delante
de su cintura.
La
mano derecha de Adham desapareció, deshaciéndose, como se deshace un castillo
de arena cuando le alcanzan las olas del mar Frío. Al mismo tiempo que se
deshacía, se iba formando otra vez, pero en poder del brujo, que parecía
satisfecho. La mano de Ahdam acabó sostenida entre las del brujo y allí donde
debía estar la mano del caballero apareció una cubierta de metal brillante, que
tapaba el muñón y se abrazaba a la muñeca.
Ahdam
cayó de rodillas, agarrándose el muñón cubierto de metal, sin poder evitar que
las lágrimas cayesen por su rostro. Sus compañeros le miraron, asombrados y
horrorizados.
Wup
(el reanimado Wup) fue el primero en reaccionar. Se bajó de la mesa de un salto
y se lanzó de rodillas al suelo, agarrando al caballero por los hombros con un
solo brazo, pasándoselo por la espalda.
-
Gracias, pero ¿por qué? ¿Por qué? – le decía, con su fuerte acento.
Mórtimer
cerró la cajita y se la metió en la faltriquera con disimulo. Dio dos pasos,
pasó al lado de Eeda y se agachó detrás de Ahdam y de Wup. Agarró por los
hombros al caballero y le guió para levantarse.
-
Vámonos de aquí.... – dijo el ladrón, sin más. Borta agarró a su hermano y le
ayudó a salir. Hiromar hizo lo mismo con Ahdam, no sin antes lanzar una mirada
iracunda al brujo, que la aceptó con impavidez.
-
Muchas gracias por vuestra visita.... – dijo el brujo y Mórtimer y Eeda se
volvieron a mirarle. El ladrón había notado cierta alegría en su voz, lo que
concordaba con su sonrisa descarnada.
-
Ojalá se pudra en los fuegos del Gran Dragón – dijo Mórtimer, con rabia.
Después salió de la cabaña, acompañado por Eeda.
Los
seis salieron bajo la lluvia, separándose de la maldita cabaña. Ahdam lloraba
en silencio, sujeto por los hombros por Hiromar. Los dos Bárbaros estaban
hombro con hombro, como casi siempre: se notaba que les confortaba estar de
nuevo juntos, aunque estaban tristes por el caballero.
-
Lo siento, Ahdam – dijo Eeda, y la Ninfa lloraba lágrimas doradas por su piel
blanca. Mórtimer pensó que estaba preciosa. – Yo....
-
Tú nos avisaste, Eeda – dijo Ahdam, con una voz débil que no parecía la suya. –
Y aun así quisimos venir aquí. No es culpa tuya....
-
Tenemos que irnos – intervino Mórtimer, con decisión. La idea que se le había
ocurrido en la cabaña (aunque a veces le parecía que había sido una orden, lo
que le parecía muy raro) todavía tenía que ponerse en marcha. Apoyó una mano en
el hombro de Hiromar, que lo miró con una mezcla de enfado y extrañeza. –
Tenemos que alejarnos de aquí rápido, para que no nos encuentre....
-
¿Qué estás tramando, forastero? – preguntó el Minotauro, curioso.
-
Vámonos.... – le dijo Mórtimer, con intención, a la vez que alzaba las cejas.
Hiromar le miró de otra forma, como no le había mirado en la semana larga que
llevaban juntos. Después asintió.
Cogió
en brazos a Ahdam y salió andando detrás de los Bárbaros, que ascendieron las
laderas de las montañas sin parar de resbalar. Eeda se quedó la última, mirando
con interés al ladrón.
-
¿Qué pretendes? – le preguntó.
-
Una locura – dijo Mórtimer, envalentonado, secándole las doradas lágrimas de la
cara. Después la cogió por la muñeca y salió detrás del resto.
Anduvieron
unas tres horas y cuando estuvieron en otro valle vecino Hiromar se detuvo.
-
Muy bien, forastero. ¿Qué tramas? – volvió a preguntar.
-
Ese brujo.... ¿era poderoso? – preguntó Mórtimer, a modo de respuesta.
Hiromar
asintió con ganas.
-
Lo es. Muy poderoso – dijo.
-
¿Mucho más que tú? – preguntó el ladrón.
-
Pasarán muchos años antes de que yo pueda llegar a tener
su poder – respondió Hiromar, alzando una ceja, curioso. – ¿Por qué?
-
Porque necesitamos tu magia para ayudar a Ahdam – respondió Mórtimer. – Si yo
te diera el conjuro, ¿podrías revertirlo?
-
¿Qué quieres decir? – preguntó Hiromar, alzando las cejas, asombrado.
Mórtimer
sacó la cajita de cobre de la faltriquera y se la dio al Minotauro: entre las
manazas de éste la caja pareció diminuta.
-
¿Qué ser? – preguntó Borta.
-
Es un receptáculo de magia – dijo Hiromar, mirando con sorpresa el objeto. –
Un receptor en el que se puede almacenar magia.
-
El conjuro desmembrador está dentro – dijo Mórtimer, sin chulería.
Todos
se volvieron a mirarle, incluso Ahdam. Todos estaban atónitos. El caballero,
además, estaba esperanzado.
-
¿Dices que has metido el conjuro en esa cajita? – preguntó Eeda.
-
Lo he robado – contestó Mórtimer, encogiéndose de hombros bajo la capa roja. –
Soy un ladrón, ¿no? Me contratasteis para eso....
-
¿Tú robar magia? – preguntó Wup.
-
Sólo es otra cosa que se puede robar – Mórtimer volvió a encogerse de hombros.
– Sólo hay que tener el material adecuado para robarlo y el brujo tenía media
docena de esos receptores en una estantería.
-
Entonces.... ¿podemos devolverle la mano a Ahdam? – dijo Eeda, sonriente.
-
Eso es mucho suponer.... – dijo Hiromar, cabizbajo. – Es
un conjuro muy difícil y yo no sé si tengo el suficiente poder como para....
-
Quizá no puedas traer de vuelta la mano de Ahdam – intervino Mórtimer. – Pero
quizá puedas quitarle la otra mano y pasársela al brazo derecho.
-
Mi lado bueno es el derecho.... – dijo Ahdam. – No me importa si tengo que
perder la mano izquierda, mientras me quede la derecha.
-
No sé....
-
Hiromar, ánimo.... – dijo Wup.
El
Minotauro miró a la Ninfa, a los Bárbaros y al ladrón. Todos le miraban con
ánimo y fe. Pero el que más lo hacía era el caballero.
Hiromar
resopló, tratando de liberarse de la presión, y sacó la varita de vid de su
cinturón. Después tendió el receptáculo de magia a Mórtimer.
-
Ábrelo cuando te diga.... – dijo y el ladrón asintió.
Bajo
la lluvia que seguía calándolos, el Minotauro se concentró, resoplando unas
cuantas veces.
-
Ahora – dijo.
Mórtimer
abrió la cajita de cobre y una especie de brisa roja salió de ella. Hiromar
sacudió la varita, murmurando unas palabras mágicas, tratando de manipular el
conjuro para que hiciese lo que ellos querían.
Se
volvió a escuchar la cascada de huesos cayendo al suelo desde gran altura, el
repiqueteo sordo acompañado del ligero temblor del suelo.
El
conjuro vaciló pero después la brisa roja sopló hacia la mano que le quedaba a
Ahdam, borrándosela y apareciendo como una mano derecha normal y corriente en
la muñeca correcta. La cubierta de metal brillante había pasado al muñón de la
muñeca izquierda.
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