jueves, 29 de enero de 2015

Peón Rojo (5 de 17)


-5-
Caminaron durante el resto de la noche y parte del día siguiente. Cuando el Sol alcanzó el mediodía y empezó a bajar hacia el ocaso hicieron un alto, para descansar y dormir unas pocas horas. Después, por la tarde, volvieron a ponerse en marcha.
- No sabía que eras mago – dijo Mórtimer, intentando entablar una conversación con Hiromar. Éste iba delante de él, con Borta a su lado. Ahdam y la Ninfa iban en cabeza. Mórtimer iba cubierto con la capucha y la capa rojas, el último del grupo.
- No te lo había dicho – contestó Hiromar, con la voz seria como siempre, pero no de forma cortante, sin agresividad.
- Imagino que no será fácil....
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Hiromar, levantando una ceja, girándose ligeramente para ver al ladrón.
- Bueno.... es la primera vez que conozco a un Minotauro que es mago.... Supongo que no es algo muy común....
Hiromar siguió andando, en silencio, durante un trecho. Borta siguió a su lado, alternando miradas al suelo (para no tropezar con las raíces) y a su hermano, inconsciente por la magia.
- No ha sido un camino de rosas, forastero, tienes razón.... – dijo el Minotauro al cabo de un rato. – Los Minotauros no tenemos tradición de magos, somos soldados, guerreros. Pero cuando la magia te llama, sólo puedes responder o marchitarte....
Mórtimer sopesó las palabras de su compañero.
- ¿Tuviste muchos problemas? – acabó preguntando.
- Muchos. Al principio. – contestó Hiromar. Borta, que aunque no había participado en la conversación no había perdido detalle, se giró entonces hacia el ladrón, negó con la cabeza perentoriamente y se puso un dedo vertical sobre los labios, recomendando al ladrón que no siguiera preguntando. Mórtimer así lo hizo.
Marcharon otros dos días, para salir del bosque Oriental por el norte. Llegaron a los pies de las Montañas de la Luna, cerca de la ciudad de Tremor. Allí Eeda les guió por un paso de montaña, ancho y despejado, que recorrieron durante cinco días, siempre hacia el norte, para poder cruzar la cordillera.
En un valle de las últimas montañas, justo antes de llegar de nuevo al llano, donde estaban las tierras del ducado de Sal y el Desierto Solitario, una tarde que ya languidecía, por fin vieron la cabaña del brujo.
- Allí es – dijo Eeda, deteniéndose en el paso de montaña, desde donde se podía ver desde lo alto todo el valle, y en lo profundo una amplia cabaña de troncos oscuros, con tejado inclinado de pizarra y una chimenea de piedras que expulsaba un humo gris y denso. – Por fin hemos llegado.
Dejaron el paso de montaña y descendieron hasta el fondo del valle, por unos senderos de tierra estrechos y húmedos, que estaban colocados en la ladera de las montañas. Llovía ligeramente, una lluvia fina que no paraba. No fueron pocos los resbalones y caídas al suelo. Borta cayó de culo un par de veces, y a pesar de la preocupación que tenía por su hermano se levantó riendo a carcajadas, palmeándole la espalda a Mórtimer, que rió con él. El ladrón y el caballero también trastabillaron en alguna ocasión, por el barro del sendero o la hierba resbaladiza. Incluso Eeda resbaló alguna vez.
El único que se mantuvo con paso firme fue Hiromar: el Minotauro descendió despacio, apoyando sus cascos con cuidado, para evitar que Wup se le cayera al suelo.
Llegaron al fondo del valle cuando el Sol rozaba el horizonte y el valle estaba oscuro ya. Los cinco se detuvieron al lado de la cabaña, cubiertos ligeramente por el alero del tejado inclinado. Borta se sacudió el agua de las pieles que lo tapaban y el barro de los bajos. Mórtimer se sacudió bajo la capa roja, completamente empapado y helado de frío.
- ¿Le conoces personalmente? – preguntó Ahdam, dirigiéndose a Eeda. El caballero tenía el pelo empapado, pegado a la cabeza y a la frente. Las gotas de lluvia habían tintineado todo el camino sobre su coraza y las demás protecciones de hierro.
- No, no he estado nunca aquí – contestó la Ninfa. – Sé de su fama por algunas de mis hermanas guardianas del bosque, pero él no me conoce, ni yo a él.
- Entonces déjame que entre yo primero y que hable con él – dijo el caballero, y la Ninfa asintió, de acuerdo. – Si ves que es necesario intervenir, hazlo. Háblale de tus hermanas.
- Bien.
Ahdam llamó a la puerta de madera con los nudillos. Detrás de él estaban Hiromar (cargado con Wup) y Eeda, hombro con hombro. Por detrás, bajo la lluvia, esperaban Mórtimer y Borta, uno al lado del otro. Mórtimer notaba nervioso a su compañero el Bárbaro, algo inquieto debajo de las pieles. La cara de Ahdam no era tranquilizadora tampoco e incluso Eeda parecía más pálida de lo habitual.
No era para menos. Una cosa era la magia, los magos (como Hiromar) y otra muy distinta los brujos y hechiceros. Los magos como el Minotauro estudiaban la magia durante años, practicándola, en una escuela organizada o bajo la tutela de un maestro independiente. Aprendían tanto a hacer magia como a controlarla. Y, lo más importante, a diferenciar la magia blanca y la magia negra.
Los brujos (como el que esperaban que les abriese la puerta y les ayudase con su compañero moribundo) utilizaban la magia a su aire, aprendían a manipular la magia de la naturaleza por su cuenta. Nacían con la capacidad de canalizar la magia de la naturaleza y aprendían cómo hacerlo para su propio beneficio. Eran gente más sombría, más peligrosa, más traicionera. Puede que conocieran la diferencia entre magia blanca y magia negra, pero para ellos tanto daba una como otra.
La puerta se abrió, a la vez que Mórtimer sufría un escalofrío. En el vano apareció una figura alta, cubierta por una túnica ligera de color negro. El brujo iba tapado con una capucha, que apenas dejaba ver la cara alargada y estrecha.
- ¿Quiénes sois y qué queréis? – preguntó, con voz anciana y poderosa.
- Verá, señor, somos un grupo de aventureros que hemos sufrido un accidente – explicó Ahdam. – Uno de nuestros compañeros ha sido envenenado y hechizado por la picadura de un læti en el bosque Oriental. Esperábamos que usted pudiese ayudarle....
El brujo no se movió de la puerta. Ojeó a los aventureros que tenía delante y aunque Mórtimer no podía verle los ojos dentro de la capucha, sí que pudo sentir su mirada recorriéndole el cuerpo y el alma.
- ¿El bosque Oriental, dices? ¿Por qué habéis venido hasta aquí en busca de ayuda? – preguntó al fin.
- Mis hermanas del bosque me hablaron de usted – intervino Eeda. – Sabíamos que era un brujo poderoso que quizá podría salvar al Bárbaro herido.
El brujo se quedó mirando a la Ninfa un rato, intensamente. Después miró al Bárbaro herido en el hombro del Minotauro.
- Metedlo dentro – acabó diciendo, dándose la vuelta y entrando en la cabaña, dejando la puerta abierta. Ahdam y Eeda se apresuraron a entrar detrás de él. Hiromar los siguió con decisión.
Cuando Mórtimer entró en la cabaña detrás de Borta, cerrando la puerta, se hizo idea de lo grande que era la cabaña en realidad. Estaban en una estancia muy espaciosa, rectangular. La chimenea estaba al fondo, en la pared frente a la puerta. Había estanterías y baldas clavadas en las paredes de troncos, por todas partes, salvo en un lugar a la derecha, en el que había una pesada cortina de color rojo, sólo que los años y el polvo hacían que pareciese granate oscuro. Mórtimer no quería saber qué había allí detrás, sobre todo después de escuchar ruido de cadenas y en respuesta una respiración profunda y unos gruñidos.
- Tendedlo en la mesa – dijo el brujo, señalando una amplia mesa de madera. Había cuatro botellas de cristal, con líquidos espesos de diferentes colores en su interior, que el brujo apartó para que Hiromar colocase a Wup el Bárbaro sobre la madera.
- Está en animación suspendida – explicó el Minotauro. – Puedo deshacer el hechizo cuando....
- Ya está deshecho – contestó el brujo, al volver de dejar las botellas en una alacena. Entonces se inclinó sobre el Bárbaro, para verle mejor. Con la luz de la chimenea y de un par de quinqués que había en una estantería al lado de la mesa Mórtimer pudo ver la cara del brujo: era una simple calavera cubierta de piel, con los ojos hundidos de color negro. La nariz era larga y puntiaguda y las cejas eran gruesas e hirsutas, blancas como la nieve.
- ¿Podrá hacer algo por él? – preguntó Ahdam, que sujetaba con una mano en el pecho a Borta, que quería acercarse a su hermano mientras el brujo le inspeccionaba.
El brujo tardó un rato en dejar de mirar a Wup de cerca, darse la vuelta para mirar al caballero y contestarle.
- Hará falta un conjuro muy poderoso, pero podré hacerlo – dijo, con cara inexpresiva. – Pero tendremos que acordar un precio.
- Lo que sea.
- Será un alto precio.
- Ya nos habían avisado de eso – contestó Ahdam, mirando a la Ninfa. – Pagaremos lo que sea.
El brujo asintió y se volvió a mirar a Mórtimer: apenas le dedicó un vistazo. Lo mismo hizo con Eeda y, aunque le miró durante un rato, también descartó a Hiromar. Después contempló a Borta un instante más largo, pero por último miró de nuevo a Ahdam. Se fijó en que el caballero llevaba la espada colgada de la cadera izquierda y asintió.
- Tu mano derecha, caballero – dijo el brujo. – Ése será el pago.
- ¿Cómo dices? – preguntó Ahdam, incrédulo.
- Tu mano derecha – repitió el brujo. – Si quieres que ayude a tu amigo y le salve la vida tendrás que darme tu mano derecha a cambio.
Todos se quedaron en silencio.
Volvió a escucharse un tintineo de cadenas al otro lado de la cortina roja y después un bufido.
- ¡Eso es horrible! – dijo Eeda.
- Ahdam, no puedes aceptar.... – dijo Hiromar, agarrando del hombro al caballero.
- ¿Y dejamos que Wup se muera? No podemos.... – contestó Ahdam. Borta negó a su lado.
- Mi mano – dijo el Bárbaro, tendiéndosela al brujo. – Coger mi mano....
- No podría hacer nada con esa cosa – dijo el brujo, despectivo. – Ha de ser la mano del caballero.
- ¡Está bien! – dijo Ahdam. – Es mi mano y también mi decisión. Quédesela, pero salve a nuestro amigo.
Entonces Mórtimer escuchó claramente el golpeteo que había descrito Ahdam en el bosque Oriental, hacía días, antes de que los atacaran los læti. Adham había hablado del “repiqueteo de una cascada de huesos”, pero a él en aquel momento le pareció más bien como trozos de madera chocando y rebotando contra el suelo, que incluso le pareció que temblaba ligeramente.
- Chicos, ¿habéis....? – fue a preguntar, pero Eeda le calló chistándole entre dientes.
El brujo pasó sus manos sobre Wup, entonando unas palabras incomprensibles (quizá incluso para Hiromar). Cuando acabó, entre espasmos y sudores, el cuerpo del Bárbaro tendido en la mesa brilló con un aura de color rojo durante un par de segundos y después se apagó. El brujo entonces se volvió hacia Ahdam, con las descarnadas manos hacia él. Wup tomó aire, exageradamente, hinchando el pecho bajo las pieles de animales. Borta no se pudo contener más y se acercó a su hermano, que abría los ojos y miraba alrededor, respirando agitadamente pero de forma normal.
Mórtimer apartó la mirada, mientras el brujo recitaba el nuevo conjuro para quedarse con la mano de Ahdam. Mirando hacia la pared, notó una idea en su cabeza, que le resultó imposible de ignorar. Vio una cajita pequeña en la estantería de la pared, una cajita rectangular, de cobre, con una tapa con bisagra y un símbolo mágico (una espiral gruesa) grabado en la tapa. Sabía lo que era aquel receptor, porque había utilizado otros como ése en otras ocasiones, así que lo cogió con dedos hábiles, obedeciendo a la idea (quizá orden) que tenía en el cerebro. Mientras el brujo pronunciaba el conjuro desmembrador, Mórtimer abrió la cajita y la escondió entre sus manos, que mantuvo casi entrelazadas delante de su cintura.
La mano derecha de Adham desapareció, deshaciéndose, como se deshace un castillo de arena cuando le alcanzan las olas del mar Frío. Al mismo tiempo que se deshacía, se iba formando otra vez, pero en poder del brujo, que parecía satisfecho. La mano de Ahdam acabó sostenida entre las del brujo y allí donde debía estar la mano del caballero apareció una cubierta de metal brillante, que tapaba el muñón y se abrazaba a la muñeca.
Ahdam cayó de rodillas, agarrándose el muñón cubierto de metal, sin poder evitar que las lágrimas cayesen por su rostro. Sus compañeros le miraron, asombrados y horrorizados.
Wup (el reanimado Wup) fue el primero en reaccionar. Se bajó de la mesa de un salto y se lanzó de rodillas al suelo, agarrando al caballero por los hombros con un solo brazo, pasándoselo por la espalda.
- Gracias, pero ¿por qué? ¿Por qué? – le decía, con su fuerte acento.
Mórtimer cerró la cajita y se la metió en la faltriquera con disimulo. Dio dos pasos, pasó al lado de Eeda y se agachó detrás de Ahdam y de Wup. Agarró por los hombros al caballero y le guió para levantarse.
- Vámonos de aquí.... – dijo el ladrón, sin más. Borta agarró a su hermano y le ayudó a salir. Hiromar hizo lo mismo con Ahdam, no sin antes lanzar una mirada iracunda al brujo, que la aceptó con impavidez.
- Muchas gracias por vuestra visita.... – dijo el brujo y Mórtimer y Eeda se volvieron a mirarle. El ladrón había notado cierta alegría en su voz, lo que concordaba con su sonrisa descarnada.
- Ojalá se pudra en los fuegos del Gran Dragón – dijo Mórtimer, con rabia. Después salió de la cabaña, acompañado por Eeda.
Los seis salieron bajo la lluvia, separándose de la maldita cabaña. Ahdam lloraba en silencio, sujeto por los hombros por Hiromar. Los dos Bárbaros estaban hombro con hombro, como casi siempre: se notaba que les confortaba estar de nuevo juntos, aunque estaban tristes por el caballero.
- Lo siento, Ahdam – dijo Eeda, y la Ninfa lloraba lágrimas doradas por su piel blanca. Mórtimer pensó que estaba preciosa. – Yo....
- Tú nos avisaste, Eeda – dijo Ahdam, con una voz débil que no parecía la suya. – Y aun así quisimos venir aquí. No es culpa tuya....
- Tenemos que irnos – intervino Mórtimer, con decisión. La idea que se le había ocurrido en la cabaña (aunque a veces le parecía que había sido una orden, lo que le parecía muy raro) todavía tenía que ponerse en marcha. Apoyó una mano en el hombro de Hiromar, que lo miró con una mezcla de enfado y extrañeza. – Tenemos que alejarnos de aquí rápido, para que no nos encuentre....
- ¿Qué estás tramando, forastero? – preguntó el Minotauro, curioso.
- Vámonos.... – le dijo Mórtimer, con intención, a la vez que alzaba las cejas. Hiromar le miró de otra forma, como no le había mirado en la semana larga que llevaban juntos. Después asintió.
Cogió en brazos a Ahdam y salió andando detrás de los Bárbaros, que ascendieron las laderas de las montañas sin parar de resbalar. Eeda se quedó la última, mirando con interés al ladrón.
- ¿Qué pretendes? – le preguntó.
- Una locura – dijo Mórtimer, envalentonado, secándole las doradas lágrimas de la cara. Después la cogió por la muñeca y salió detrás del resto.
Anduvieron unas tres horas y cuando estuvieron en otro valle vecino Hiromar se detuvo.
- Muy bien, forastero. ¿Qué tramas? – volvió a preguntar.
- Ese brujo.... ¿era poderoso? – preguntó Mórtimer, a modo de respuesta.
Hiromar asintió con ganas.
- Lo es. Muy poderoso – dijo.
- ¿Mucho más que tú? – preguntó el ladrón.
- Pasarán muchos años antes de que yo pueda llegar a tener su poder – respondió Hiromar, alzando una ceja, curioso. – ¿Por qué?
- Porque necesitamos tu magia para ayudar a Ahdam – respondió Mórtimer. – Si yo te diera el conjuro, ¿podrías revertirlo?
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Hiromar, alzando las cejas, asombrado.
Mórtimer sacó la cajita de cobre de la faltriquera y se la dio al Minotauro: entre las manazas de éste la caja pareció diminuta.
- ¿Qué ser? – preguntó Borta.
- Es un receptáculo de magia – dijo Hiromar, mirando con sorpresa el objeto. – Un receptor en el que se puede almacenar magia.
- El conjuro desmembrador está dentro – dijo Mórtimer, sin chulería.
Todos se volvieron a mirarle, incluso Ahdam. Todos estaban atónitos. El caballero, además, estaba esperanzado.
- ¿Dices que has metido el conjuro en esa cajita? – preguntó Eeda.
- Lo he robado – contestó Mórtimer, encogiéndose de hombros bajo la capa roja. – Soy un ladrón, ¿no? Me contratasteis para eso....
- ¿Tú robar magia? – preguntó Wup.
- Sólo es otra cosa que se puede robar – Mórtimer volvió a encogerse de hombros. – Sólo hay que tener el material adecuado para robarlo y el brujo tenía media docena de esos receptores en una estantería.
- Entonces.... ¿podemos devolverle la mano a Ahdam? – dijo Eeda, sonriente.
- Eso es mucho suponer.... – dijo Hiromar, cabizbajo. – Es un conjuro muy difícil y yo no sé si tengo el suficiente poder como para....
- Quizá no puedas traer de vuelta la mano de Ahdam – intervino Mórtimer. – Pero quizá puedas quitarle la otra mano y pasársela al brazo derecho.
- Mi lado bueno es el derecho.... – dijo Ahdam. – No me importa si tengo que perder la mano izquierda, mientras me quede la derecha.
- No sé....
- Hiromar, ánimo.... – dijo Wup.
El Minotauro miró a la Ninfa, a los Bárbaros y al ladrón. Todos le miraban con ánimo y fe. Pero el que más lo hacía era el caballero.
Hiromar resopló, tratando de liberarse de la presión, y sacó la varita de vid de su cinturón. Después tendió el receptáculo de magia a Mórtimer.
- Ábrelo cuando te diga.... – dijo y el ladrón asintió.
Bajo la lluvia que seguía calándolos, el Minotauro se concentró, resoplando unas cuantas veces.
- Ahora – dijo.
Mórtimer abrió la cajita de cobre y una especie de brisa roja salió de ella. Hiromar sacudió la varita, murmurando unas palabras mágicas, tratando de manipular el conjuro para que hiciese lo que ellos querían.
Se volvió a escuchar la cascada de huesos cayendo al suelo desde gran altura, el repiqueteo sordo acompañado del ligero temblor del suelo.
El conjuro vaciló pero después la brisa roja sopló hacia la mano que le quedaba a Ahdam, borrándosela y apareciendo como una mano derecha normal y corriente en la muñeca correcta. La cubierta de metal brillante había pasado al muñón de la muñeca izquierda.



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