Llueve.
Pero tiene que salir a la calle.
Hay que ir a trabajar.
El depósito del coche está seco y ni loco iría andando hasta el otro lado
de la ciudad con la que está cayendo.
Así que baja a la parada del bus que está delante del supermercado, a dos
calles de su portal. Camina cubierto por los soportales y los balcones y llega
a la parada casi sin mojarse.
El autobús llega a los pocos minutos. Sube, pasa la tarjeta por el lector
y camina hasta la mitad del vehículo. Se para en la parte amplia, delante de
las puertas para bajar, antes de las cuatro filas de asientos que hay al final.
Saca un libro de la mochila, se apoya en la barra que hay a la altura de su
culo, en el ventanal, y se pone a leer.
Ya ni lo piensa. Tiene cogida la postura. Sin agarrarse a nada (sólo al
libro) se mantiene en pie en medio del autobús en marcha, sacudiéndose a un
lado y a otro con los acelerones y los frenazos del vehículo, pero sin perder
pie.
A su alrededor hay mucha gente, muchísima. Pero él no se fija en los
otros viajeros: está absorto con lo que lee, atrapado dentro del libro, esclavo
de la lectura.
El autobús se para y sube más gente. Él lo nota porque hay más gente a
su alrededor y más cerca, pero no les dedica ni una fugaz mirada.
Después de arrancar y de circular unos segundos, el autobús da un brusco
frenazo. Todos los viajeros sufren una sacudida: hay algunos gritos de
sorpresa, muchas manos que se agarran de repente a las barras, pisotones, empujones
y traspiés.
Levanta la mirada. Por inercia. Y entonces la ve.
Es una chica joven, como él, quizá un poco más joven. Está a tres pasos y
cinco cabezas de distancia. Es más baja que él, a lo mejor una cabeza, pero
desde donde él la mira hay un espacio entre dos hombros anónimos y la puede ver
con facilidad.
No puede volver al libro. Porque es una chica preciosa.
Bueno, al menos lo es para él. Tiene la piel pálida, una cara delgada y
huesuda, ojos grandes oscuros, leves ojeras y una nariz algo grande. A él todo
eso (y el conjunto) le gusta. Por eso opina que es guapa.
Lleva el pelo cobrizo recogido en una coleta, en la coronilla. Mira
pensativa por el ventanal empañado del autobús y él la contempla durante un
rato.
El autobús vuelve a parar y la chica dirige su mirada hacia el interior.
El chico vuelve a mirar su libro, apurado, deseando que no le haya visto
mirarla. Espera no haberse puesto colorado....
No logra concentrarse en el libro, y eso que le está gustando. Lee tres
veces seguidas el mismo párrafo, sin enterarse de lo que lee. En realidad quiere
mirar a la chica otra vez, pero se contiene.
Al cabo de un rato de trayecto (con el cuello tenso y los ojos fijos en
el papel, para no mirarla) vuelve a levantar la mirada, fugazmente.
La chica mira otra vez por la ventana.
Pero, ¿acaso no le estaba mirando fijamente hasta que él la ha vuelto a
mirar? No está seguro, pero eso le ha parecido, que ella ha desviado la mirada
rápidamente cuando él ha vuelto a mirarla.
No puede asegurarlo, pero él la mira con disimulo y con admiración. Es
muy guapa, desde luego él la encuentra así.
El autobús para y hay movimiento de gente que se baja. Entre las cabezas
que pasan él la sigue mirando. Entonces ella gira la cabeza y le mira. Se
sostienen la mirada durante un segundo (si llega) y él vuelve a mirar al libro
abierto en sus manos, escondiéndose en él, escudado tras sus páginas. Ahora
nota con toda seguridad que se está poniendo rojo.
Marrones oscuros. Los ojos de la chica son marrones oscuros, como el Nestea.
Sigue mirando al libro durante el resto del trayecto, pensando en la
chica de la coleta y las ojeras, pero sin atreverse a mirarla, hasta que llega
a su destino, delante de la facultad de Biología, cerca de donde trabaja, a
unos cinco minutos andando. Con lo que llueve, hoy tendrán que ser menos.
Cierra el libro (con la precaución de poner la señal donde ha parado de
leer), lo guarda en la mochila, se cuelga ésta al hombro y sale del autobús,
acompañado de un montón de gente, mirando fijamente al frente, para no ver cómo
lo mira (está seguro) la chica de la coleta, avergonzado.
En la calle encoge los hombros y camina rápido, para no mojarse mucho. El
montón de gente que ha salido con él del autobús se diluye con la lluvia, cada
peatón yendo en su dirección, andando con prisa. Un tipo corpulento le adelanta
por la izquierda, caminando rápido a zancadas, y el chico se echa un poco hacia
la derecha, para dejarle pasar.
Entonces nota que alguien camina a su derecha, a la par que él, al mismo
ritmo. Sin dejar de andar con prisa mira de refilón, por encima del hombro.
Allí está la chica de la coleta, mirándole en ese mismo momento desde
dentro de la amplia capucha.
Los dos se paran, asombrados y un poco contentos, con un bote en el
estómago. Están bajo un árbol, así que todavía no se mojan demasiado.
- Me gusta tu libro – dice ella, secándose un lado de la cara, señalando
luego con la misma mano la mochila de él. Sonríe, y esa sonrisa le dice a él
que hay algo más que le gusta.
- A mí me gustas tú.... – dice él, sorprendiéndose, envalentonado por la
cercanía de ella y por su sonrisa cálida.
Los dos se miran de cerca y se sonríen, un poco tímidos pero esperanzados
y contentos.
Llueve a cántaros, pero ya no les importa.
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