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Sonó el teléfono, sacando de su sueño a
Julián. Era un sueño sencillo, con una hamaca al lado de una piscina llena de
chicas guapas, un camarero a su disposición, un Sol enorme y brillante en un
cielo azul y un cuadernillo de crucigramas en su regazo.
Pero a pesar de eso le molestó mucho que
le sacaran a la fuerza de aquel sueño.
Cogió el teléfono de la mesilla y
contestó, sin molestarse en mirar quién era: todavía tenía ojos de dormido y
no hubiese podido descifrar las palabras de la pantalla.
- ¿Quién es? – se las arregló para sonar
lo más entendible posible.
- Hola, Julián, perdona por molestarte –
le respondió la voz de Ramiro Buenaventura Morales, un agente de apoyo de la
agencia. Era un buen tipo y a Julián se le pasó el cabreo porque le hubieran
despertado. Casi todo.
- Hola, Ramiro. ¿Qué pasa? – preguntó
Julián. De repente se dio cuenta de que era jueves y de por qué seguía en la
cama. – Se supone que estoy de permiso....
- Ya lo sé, ya lo sé.... He leído
vuestro informe de Valladolid y el general me informó de que estabais de
permiso hasta el lunes, pero esta noche ha ocurrido algo muy extraño y
necesito que le eches un vistazo....
Julián rezongó por lo bajo, con la boca
contra las
sábanas
y el colchón, pero después se dirigió a su amigo con amabilidad.
- Está bien, mándamelo por e-mail, total
no pensaba hacer nada estos días, ni salir por ahí. Puedo dedicarle un rato de
la mañana a ver qué ha pasado....
- No, es que no puedo mandarte nada –
respondió Ramiro Buenaventura Morales, con voz cautelosa. – Tienes que venir a
la “Sala de Luces” tú mismo. Tienes que verlo aquí. Es confidencial.
Julián se incorporó en la cama, entre
las sábanas revueltas. Aquello que Ramiro le contaba no parecía un trámite.
Parecía algo gordo.
- Dame un momento para ducharme e ir
para allá – accedió. – No avises a Sofía: ya me encargo yo. No la molestemos.
Llegaré en cuarenta minutos.
* * * * * *
Cuarenta y tres minutos después Julián
Alonso Montoya entraba por las puertas de cristal de la ACPEX, la Agencia para el
Control Paranormal de Entes Extraños. Cruzó el ancho recibidor y se dirigió a
uno de los ascensores gemelos que había frente a las puertas de entrada, al de
la derecha.
Subió hasta el piso treinta y dos y allí
salió del ascensor, recorriendo los pasillos de aquella planta, llena de
cubículos con equipos informáticos y de fotografía, para tratar y archivar
todos los documentos gráficos y audiovisuales que la agencia acumulaba a lo
largo de sus misiones e investigaciones. Allí buscó una sala de juntas, pequeña
y escondida en un rincón de la planta. Fue hasta un panel de madera que forraba
una pared y apretó un botón disimulado en una moldura. La plancha de madera se
movió hacia un lado y dejó unas puertas metálicas al descubierto. Julián sacó
una tarjeta de la cartera y la pasó por un lector óptico. Escuchó el ruido del
ascensor al otro lado de las puertas metálicas y sonó un pitido cuando llegó
hasta aquella planta. Entonces se abrieron las puertas y Julián entró en el
ascensor.
Sólo tenía tres botones: un triángulo,
un círculo y un cuadrado, los tres de color rojo. Julián pulsó el botón del
triángulo, el único para el que tenía autorización. El ascensor empezó a
subir. Sabía que los otros dos botones, el cuadrado y el círculo, te mandaban
hacia abajo, pero no sabía qué había en las plantas a las que te llevaban.
Y cuando lo pensaba detenidamente, no
quería saberlo.
Llegó hasta la planta de la Sala de
Luces, con un pitido del ascensor. Salió a la planta y esperó en la puerta
transparente con marco metálico: podía utilizar el ascensor secreto, su nivel
como investigador de campo se lo permitía, pero no tenía acceso a la Sala de
Luces. Así que esperó a Ramiro, que le había dicho que estaría allí para
dejarle entrar.
Y así fue: menos de un minuto después Ramiro
Buenaventura Morales apareció del otro lado de la puerta transparente. Abrió la
puerta con su código personal de cuatro dígitos y dejó pasar a Julián.
- Hola y perdona otra vez por hacerte
venir.... – le saludó, dándole un rápido abrazo.
- No te preocupes – contestó Julián,
tratando de no guardarle mucho rencor a su amigo.
Ramiro Buenaventura Morales era su
agente de apoyo desde hacía un par de años. Todos los investigadores de campo
tenían uno o varios agentes de apoyo que trabajaban con ellos desde la agencia,
consiguiéndoles información o permisos o transmitiendo sus pesquisas al
general, que al final era por quien pasaban todas las investigaciones. Ramiro
era el agente de apoyo de tres equipos de investigación y con Julián y Sofía
era con los que mejor se llevaba.
- Anoche, cuando estuve con el general,
me contó que Sofía y tú estabais de permiso, pero que quería vuestra opinión
sobre un evento que había ocurrido – Ramiro Buenaventura y Julián empezaron a
recorrer la Sala de Luces, caminando por el pasillo central. – No tiene a nadie
más disponible para que se encargue de esto....
- Y se ha acordado de nosotros, ¿no? –
dijo Julián, con un poco de retintín. – ¿Por qué no avisa a Marta? Ella es su
favorita, la que se encarga de todos sus casos “excepcionales”.
- Nadie sabe dónde está – dijo Ramiro
Buenaventura. Medía casi dos metros, así que miraba hacia abajo cuando hablaba
con Julián. – Debe ser una misión muy importante y muy confidencial: sólo el
general sabe a qué se está dedicando.
Julián asintió, pensando en su antigua
compañera. Desde que había perdido a su último compañero el verano pasado, en
medio de una misión, no había sido la misma.
- Bueno.... ¿y qué ha pasado? –
preguntó.
- Ven: te lo enseñaré....
Habían llegado a la pantalla de plasma que
cubría una pared entera de la sala. Representaba un mapa del territorio
nacional, cubierto de leds de diferentes colores, que se iluminaban allí donde
se producía una manifestación paranormal. Los había verdes, amarillos y rojos,
y también había varias franjas de color azul, de diferentes calibres y
anchuras. Las luces rojas mostraban los “puntos
calientes”, zonas en las que se había registrado la presencia de actividad
paranormal; las luces amarillas representaban las zonas de investigación,
aquellos puntos en los que los equipos de campo estaban investigando; las luces
verdes mostraban lugares ya investigados que estaban fuera de peligro, ya fuera
porque el aviso de entes paranormales había sido falso o porque se había
neutralizado la amenaza. Las franjas azules, que en la agencia llamaban nubes,
mostraban amplias zonas donde la actividad paranormal era habitual: en estas
zonas era donde solían aparecer los puntos rojos.
En una nube azul pequeña, al norte de la
provincia de Burgos, había una luz roja. Ramiro Buenaventura la señaló con un
puntero láser, para que Julián la ubicara con certeza.
- Allí ha sido el evento. Es un pequeño
pueblo llamado Villarcayo, en la comarca de las Merindades – explicó el enorme
agente de apoyo. – Ha habido tres muertos. Creemos que ha sido un encarnado.
- ¿Un encarnado? – preguntó Julián, asombrado. Los encarnados no eran
nada habituales. Y la presencia de tres muertos tampoco era lo usual.
- Son suposiciones. Hasta que no vayáis
allí a investigarlo no sabremos nada seguro – informó Ramiro Buenaventura.
- Iré yo solo: Sofía tenía planes con su
marido y el fin de semana se iban a ir fuera – dijo Julián, con un gesto de la
mano. – No le estropeemos sus días de permiso.
- Como quieras – aceptó Ramiro. – Pero
si vas a ir tú
solo
te asignaremos un equipo de campo. Es lo que mandan las directrices....
Julián se encogió de hombros. No le
parecía mal llevarse a algunos agentes de campo: así tendría las espaldas
cubiertas.
Mientras uno de los soldados no fuese
Arturo....
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