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Caminar por aquel mundo era complicado,
teniendo que mantener su apariencia de humano. Las personas eran muy
asustadizas y enseguida montaban alboroto si veían un ente. Mezthu echaba de
menos Satánix o Guinede o Kandar, lugares
en los que podía caminar mostrando su verdadero aspecto, porque aunque todos
supiesen que era un extranjero, nadie se molestaba ni se asustaba.
Jodidos humanos....
Pero ahora, acompañado por el Primer
Jinete, todavía era mucho más difícil pasar desapercibido en la Tierra. El
demonio era enorme, parecido a un centauro, de color blanco, con una cara
horrible, lleno de eccemas, pústulas y úlceras. Era prácticamente imposible
hacerle pasar desapercibido.
Además, el Primer Jinete estaba
inquieto. Sabía que había sido invocado para llevar a cabo una venganza, pero
no podía actuar hasta que sus otros tres hermanos no estuvieran con él. Y eso
le alteraba y le ponía frenético.
A Mezthu le resultaba muy complicado
contenerle.
Por eso, cerca ya de su destino, por el
campo, le dejó salir a cazar. El Primer Jinete se lo había pedido, casi rogado,
sin que por ello su aspecto peligroso se viese disminuido, y Mezthu se lo
permitió. No preguntó qué quería cazar: el Qeneke
prefería no saberlo.
* * * * * *
Estaban en la montaña palentina, entre
rocas, arbustos, bosques de robles y pueblos pequeños en las laderas de las
montañas. La zona estaba bastante poblada, pero un Jinete de Dhalea sabía cómo esconderse en el monte, cómo
ocultarse a los ojos de los estúpidos humanos.
Se acercó a un caserón de piedra y tejas
rojas, en medio de un monte, observándolo desde un bosquecillo. Había vacas en
un terreno verde al lado de la casa, cercado con vallas de madera. Las siete u
ocho vacas pastaban tranquilamente, ajenas a la cercanía del demonio.
El Primer Jinete no sabía qué animales
eran aquellos, pero quedaba claro que eran estúpidos, más estúpidos que los
humanos, lo cual ya era mucho. Además, tenían aspecto de deliciosos, y sus
cuernos podían ser muy útiles para diferentes hechizos.
Se relamió.
Había también un perro, aunque el
demonio no sabía que se llamaba así. Era una criatura mediana, cubierta de un
pelo lanudo de color amarillo oscuro, con un morro largo lleno de dientes.
Emitía un ladrido parecido al de los cerberos de Dhalea
aunque menos intimidante.
De todos los seres que había visto en aquel mundo, aquel animal amarillo que
ladraba le parecía el más decente, aunque fuese débil y de mente limitada y
pobre.
Un humano salió de dentro de la casa.
Parecía un macho, aunque el Primer Jinete todavía no diferenciaba bien a
hombres y mujeres. Era grande y algo redondeado, aunque no demasiado. De todas
formas, las pocas redondeces
que tenía le aseguraban bocados blandos y suculentos.
Aprestó el arco con una saeta y la
apuntó hacia el humano (ya fuese hombre o mujer). Pero el animal amarillo
seguía ladrando, en dirección a donde estaba escondido. El Primer Jinete estaba
convencido de que aquel animal le había descubierto, no sabía cómo pero lo
había hecho.
- ¡Vrinden! – musitó. En su idioma también había
palabrotas, pero ninguna como aquélla en lyrdeno.
Entonces esperó a que el humano volviese
a entrar en la casa y cambió su objetivo. El animal amarillo siguió ladrando
hasta que la flecha se le clavó en el cráneo.
El Primer Jinete salió de su escondite,
trotando a una velocidad bastante rápida. Recogió a su presa, que seguía
humeando mientras la herida se quemaba sin llama, y se alejó de allí, a toda
velocidad, pasando del trote al galope.
Las vacas del cercado se agitaron un
poco, mugiendo con pereza. Algo había pasado, pero eran tan lerdas que no se
dieron cuenta de qué exactamente. Al cabo de unos instantes volvieron a pastar,
como si nada.
* * * * * *
Mezthu se sobresaltó cuando el Primer
Jinete volvió a su refugio en la montaña. Era una cueva en la roca, una grieta
retorcida, más bien, pero suficientemente ancha para refugiarse hasta la noche.
El Qeneke estaba revisando el
pergamino que Zardino le había dado, repasando todos los pasos del ritual.
Aquella noche se acercarían al pueblo en el que tendría que hacer la invocación
del Segundo Jinete.
El demonio venía cargado con un animal
parcialmente devorado, cubierto de pelo del color del trigo maduro. A Mezthu
le pareció un perro y salivó un poco. Esperaba que el Primer Jinete le dejara
un bocado o dos: estaba muy hambriento.
Pero no se atrevía a pedírselo, a pesar
de que sabía que el demonio obedecería todas sus órdenes. Era una sensación
muy desagradable, saberse al mando pero no atreverse a utilizarlo. Porque su
subalterno era mucho más peligroso que él mismo.
Mientras el demonio seguía devorando al
perro, Mezthu tragó saliva, reuniendo el valor para dirigirse a su siervo.
- No te habrán visto, ¿verdad? – tenía
miedo de que alguien les viese antes de poder haber convocado a los Cuatro
Jinetes y que le impidieran cumplir su venganza. Pero tenía más miedo de hablar
con el demonio.
Éste se volvió y le miró fijamente a los
ojos. Mezthu no pudo sostenerle la mirada y fijó sus ojos en la marca que
llevaba en la frente:
- ››No‹‹. ››Nadie me ha visto‹‹. –
“dijo” el demonio. Mezthu sintió nuevas arcadas, como siempre que el Primer
Jinete le “hablaba”: no utilizaba su boca torcida, llena de colmillos blancos
torcidos y afilados. Le hablaba directamente a su mente, en el idioma materno
del Qeneke, para que le comprendiera
a la perfección. Mezthu siempre tenía escalofríos y arcadas cada vez que el
Jinete le “hablaba”, pero no sabía si era por el esfuerzo de su cerebro de
recibir la voz del demonio o por la mirada de este, clavada directamente en
sus ojos. – ››Los humanos no sabrían qué han visto si me vieran‹‹.
A veces Mezthu se sorprendía
arrepintiéndose de haber empezado toda aquella locura, la invocación de los
Cuatro Jinetes de Dhalea, pero luego pensaba en el malnacido que iba a sufrir la
ira de los demonios y se convencía.
Después se preocupaba por lo que
ocurriría con los Jinetes una vez cumplida la venganza y se ponía a temblar
otra vez.
Pero dejaba de pensarlo al instante,
para no sufrir.
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