- 4 -
Mezthu estaba muy asustado.
Pero no podía echarse atrás. Se había
entrevistado con el Dharjûn que en aquel mundo y con aquella apariencia se
hacía llamar Darío M. Zardino y él lo había puesto todo en marcha. Se había
hecho a la idea de que conseguiría vengarse gracias a los Cuatro y ahora no
imaginaba otra vida que no fuese en la que se había vengado.
Estaba muy asustado, pero seguiría
adelante.
Si el Dharjûn no le había mentido (cosa
probable) los cuatro de Dhalea no le atacarían a él, que iba a convertirse
en su invocador. Al parecer, según el ritual, él estaría a salvo. Y si los
Cuatro extendían el caos por aquella dimensión y aquel mundo.... ¿a él qué más
le daba? Serían los humanos de la Tierra los que sufrirían, y él no tenía
amigos ni conocidos en la Tierra.
No tenía nada que perder ni que temer.
Pero aun así estaba asustado.
Aterrorizado.
Respirando bocanadas de un aire que no
le hacía falta (los Qenekes no
necesitaban respirar oxígeno) tomó fuerzas para ponerse en marcha.
Salió de una esquina y caminó por el
pueblo, cruzándolo. Llegó a una plaza grande, al lado de una iglesia. Desde
aquella plaza salían calzadas y calles en varias direcciones, pero Mezthu sabía
por cuál tenía que seguir. Zardino había sido muy puntilloso con sus indicaciones.
Pasó por delante de la iglesia, sin
dedicarle ni una mirada y siguió por una calle estrecha, de doble sentido en la
que apenas cabían dos coches a la vez. Desde allí dobló a la izquierda, en
dirección al río.
Zardino también le había dado un viejo
pergamino arrugado, en el que había escritas unas instrucciones, frases sacadas
de otros escritos, fragmentos de leyendas y enunciados de hechizos. Al final
del pergamino había una tabla.
Al lado de “Primer
Jinete” ponía Villarcayo.
Y allí estaba Mezthu.
Al lado del río que pasaba por el pueblo
había una playa artificial, en una zona en la que se habían construido una
especie de piscinas naturales. Las orillas del río eran de hormigón, con
escaleras metálicas para bajar al agua y salir de ella. En aquella época del
año la gente del pueblo todavía no las utilizaba, pero la arena de la playa a
menudo se llenaba con la gente joven del pueblo, los fines de semana, donde se
celebraban fiestas y botellones.
Mezthu fue hasta la playa y se puso de
rodillas, dibujando en la arena con un palo. La zona de playa era bastante
larga y sólo cuando terminó de dibujar se dio cuenta de que había unos chicos
en el otro extremo, un poco más allá de la caseta de maderos que servía de bar
durante el verano.
Mezthu dudó, pero sólo un segundo. Los
chicos bebían unas litronas y reían con sus cosas, sin darse cuenta de la
presencia del ente. Si se daba prisa en hacer la invocación
los chicos no se entrometerían.
Revisó el dibujo y lo comparó con el del
pergamino, fijándose en los detalles, esperando que todo estuviera bien. Si
algo no estaba como debía, la invocación fallaría y no podría traer al Primer
Jinete. Seguro de que el dibujo estaba como debía, se descolgó la mochila de la
espalda.
Con los pinchos de su espalda le era muy
incómoda la mochila, pero se la había dado Zardino y no quería llevarle la
contraria. No se atrevía. Así que había sufrido durante todo el rato, para no
hacer enfadar al Dharjûn. No quería sufrir sus castigos. No era alguien malvado
de por sí, era alguien peor: alguien a quien le importaba muy poco lo que le
ocurriera a la gente, mientras reinara el caos.
Por eso era más razonable temerle.
Con manos temblorosas, Mezthu sacó de la
mochila una rata muerta y a medio pudrir. La colocó en el dibujo, al lado de la
esquina superior derecha y suspiró, asqueado y asustado. Tomó el pergamino y se
puso a leer, con dificultad, dada la oscuridad.
- Camper vegan
lindu voorm. Enquentelak miracun soort. Viguelion, viguelion, viguelion doorv. Exager mee,
Prima Xinetet.[1]
La rata se sacudió un poco y el dibujo
del círculo cruzado brilló con una luz roja, por un instante, como si la arena
fuese lava. Mezthu sonrió: aquello funcionaba.
Siguió leyendo.
- Vegan. Voorm.
Soort. Viguelion doorv –
dijo, cada vez más convencido. No conocía el idioma, pues era una salmodia tan
oscura que no podía pronunciarse en lyrdeno, pero Zardino le había enseñado a
pronunciarla correctamente. – Ahegadar tuum qetra onn.[2]
- ¡Eh! ¡Mirad, tíos! ¿Qué hace ese
fulano? – dijo uno de los tres chicos, señalando a Mezthu. Éste lo escuchó,
pero ya estaba tan avanzada la invocación que no se detuvo.
- ¡¡Exager
mee, Prima Xinetet!![3]
El dibujo del suelo brilló con una luz
intensa, de color rojo, como si hubiese surgido de allí una hoguera de San
Juan. El aire resonó con un estallido, al moverse con rapidez, dejando espacio
para un cuerpo que antes no ocupaba un sitio en esta dimensión pero que había
aparecido súbitamente. La arena de la playa se agitó, borrando el dibujo y
Mezthu cayó hacia atrás, de espaldas en la arena.
Un demonio enorme apareció en la playa.
Parecía un centauro, como los de los mitos griegos. Era de color blanco. Tenía
cuatro patas grandes y musculosas, con las pezuñas hendidas. El rabo no era de
pelo, como los de los caballos, sino una especie de látigo cubierto de escamas,
con una punta de flecha al final. En el otro extremo del cuerpo se alzaba un
torso parecido al de los humanos, pero mucho más musculado que el de cualquier
humano, lleno de pústulas, bubones y úlceras supurantes. Los brazos del Jinete
eran musculosos, largos y acabados en manos con garras afiladas. En una de las
manos llevaba un arco, agarrado con fuerza, y a su espalda portaba un carcaj
lleno de flechas.
Mezthu entendió al instante por qué se
los llamaba “jinetes”.
- ¡¡Hostia!! ¡¿Qué cojones es eso?! –
dijo uno de los chicos. Otro se levantó a su lado y miró con ojos llenos de
sorpresa y pánico al recién aparecido. El tercero, mucho más borracho (o más
lúcido, según se mire) echó a correr, alejándose de la playa, en dirección al pueblo.
El Primer Jinete se giró para mirar a
Mezthu, que seguía tendido en la arena de la playa. El Qeneke contempló por primera vez el rostro del demonio, aplastado,
con la nariz parecida a la de los murciélagos y los colmillos irregulares
asomando por entre los labios cerrados. Era un rostro lleno de furia y de
maldad. Tenía ganas de matar.
- No.... No podemos dejar testigos.... –
musitó Mezthu, cuando se dio cuenta de que el demonio esperaba su permiso. Éste
sonrió, macabro y terrorífico, antes de mirar de nuevo hacia adelante y
lanzarse a por los chicos que tenía delante.
Sacó con rapidez una flecha de su
espalda y galopó hacia los chicos que hacían botellón. No estaban lejos y de cuatro largas zancadas llegó hasta
ellos. Atravesó el pecho de uno de ellos con la flecha, como si fuese un puñal.
El chico abrió la boca, asombrado y horrorizado, para chillar de dolor, pero
ningún sonido salió de su garganta. El demonio sacó la flecha, la volteó y
apuñaló con ella al otro muchacho, esta vez en el cuello. El segundo chico no
pudo chillar, pues tenía la saeta atravesada en la garganta, pero sí emitió un
sonido: gorgoteos de muerte. Mezthu los escuchó desde la distancia y le
asquearon y alegraron al mismo tiempo.
El demonio sacó la flecha del cuello del
segundo chico y la cargó en el arco. Mientras apuntaba al tercer muchacho que
se alejaba corriendo por la orilla del río, en dirección al pueblo, las heridas
de los otros dos empezaron a quemarse, sin llama, desde el agujero hacia fuera,
abrasando los cuerpos de los chicos. La quemadura sólo se extendió unos
centímetros (un palmo en la herida del pecho, mucho menos en la herida del
cuello) y después se consumió, dejando en el ambiente un olor a barbacoa,
dulzón, que se mezclaba con el olor a azufre del demonio.
El Primer Jinete apuntó y disparó,
lanzando su flecha a la espalda del chico, entre los dos omóplatos. El chico
que huía cayó hacia adelante, de bruces, con la flecha erguida desde la
espalda, sobresaliendo entre las hierbas altas del campo. Un zarcillo de humo
gris se elevó en el aire, debido a la quemadura.
Mezthu vio actuar al demonio,
aterrorizado. No pudo controlar la vejiga de su “disfraz” de humano y se mojó
los pantalones con orina. Aquel demonio era una máquina de matar, una bestia
con un solo objetivo. No quería ni imaginar lo que podrían hacer los Cuatro
Jinetes juntos.
Pero se lo imaginó. Y sonrió, malicioso.
Porque había descubierto que al
invocarles también podía controlarles.
Y eso le gustaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario