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Esperó a que fuese noche cerrada y a que
las campanas de la cercana iglesia de la Virgen de la Misericordia diesen las
nueve para salir de las sombras. Caminó ligeramente encogido, con las manos en
los bolsos del amplio abrigo, con los hombros encorvados. Su camuflaje
funcionaba bien, pero no podía esconder los pinchos que le recorrían la espina
dorsal, así que esperaba que con el abrigo ancho no se le notase demasiado.
Quería llamar poco la atención para que nadie le mirase.
Fue al punto de encuentro. Llegó un par
de minutos pasadas las nueve, como habían quedado. Aquel tipo era muy extraño,
pensó: nunca quedaba a horas en punto. Era otra de sus manías. Decía que así
las cosas no eran tan cuadriculadas. Eran más desordenadas.
A Mezthu le daba igual. Si era capaz de
ayudarle podría soportar sus estúpidas manías traídas de a saber qué dimensión
perdida en el sobaco del multiverso.
Llamó a la puerta de chapa, en el
costado del edificio. Era un almacén de harinas y piensos, en medio de la
localidad. No sabía cómo aquel tipo podía tener acceso allí, pero también le
daba igual. Haciendo negocios con ese tipo se tenían claras dos cosas: la
confidencialidad y la maldad latente del trato.
La puerta se abrió medio palmo, dejando
ver oscuridad
en el pequeño vano que quedó abierto. Oscuridad y un ojo a una altura de un
metro noventa.
- Hola, buenas noches, soy Manuel
Turianes – se presentó, algo nervioso. – He quedado aquí con....
El guarda de la puerta se apartó y abrió
el vano del todo, esperando a un lado a que Mezthu cruzara. Éste lo hizo. Al
pasar al lado del tipo enorme que custodiaba la puerta lo miró de reojo, con
cierta precaución. Sólo lo vio un instante y en penumbra, pero estaba
convencido de que era humano, de aquella misma dimensión. Eso le hizo respirar
un poco más tranquilo: era un tipo enorme, pero si la negociación se torcía,
podría con él sin dificultad. Incluso sin utilizar magia ni mostrar su
apariencia real.
Siguió por el pasillo, que parecía dar
al vasto almacén, que también estaba a oscuras, pobremente iluminado por las
luces de las farolas de la calle, que se colaba por los ventanales a gran
altura, translúcidos por el polvo y la suciedad.
Entonces surgió al final del pasillo que
recorría otro armario empotrado, otro tipo mal encarado, sombrío y silencioso.
Bloqueaba la salida del pasillo. Pero antes de que Mezthu se pusiera nervioso
le indicó una pequeña puerta a la izquierda del pasillo. Mezthu confirmó esa
dirección con un movimiento de cabeza y el tipo enorme volvió a señalar la
puerta. Otro humano inofensivo y un poco estúpido, que sólo seguía órdenes.
Cruzó la nueva puerta y se encontró
delante de unas escaleras de hormigón, llenas de tierrilla blanquecina. La
arenilla crujió bajo sus zapatos mientras bajaba las escaleras, hasta el sótano
iluminado por una vieja bombilla amarillenta. La luz era muy avara, pero el
sótano estaba mucho mejor iluminado que el almacén, arriba.
Sentado en una vieja silla de oficina,
con ruedas de plástico, le esperaba su contacto.
- Buenas noches – saludó el anfitrión. –
Ha sido muy puntual. No es una buena cualidad, pero lo dejaré pasar por esta
vez....
Mezthu miró su reloj de pulsera
(indispensable si se “disfrazaba” de humano) y vio que eran las nueve y cinco:
otra de las excentricidades de aquel ser.
- ¿Es usted....?
- Soy Darío M. Zardino – se presentó el
tipo sentado en la silla de oficina. Era un tipo alto, pero que siempre estaba
encorvado. Sus brazos eran largos pero los disimulaba con la chaqueta del
traje caro. Su cara era alargada, delgada, con los pómulos marcados, la nariz
aguileña y ganchuda y los ojos oscuros hundidos en las cuencas. Era una cara
como las de las brujas de los cuentos infantiles. Llevaba el pelo negro y
brillante recogido en una coleta, que le caía por la espalda. – Kandara me dijo
que quería hablar conmigo....
- Sí. Verá.... Yo.... – empezó Mezthu. –
Necesito su ayuda para traer unas criaturas a este mundo.
Zardino cruzó los largos y retorcidos
dedos de una mano con los de la otra y los colocó frente a su boca, bajo el
gancho que era su nariz. Parecía pensativo, pero sus oscuros ojos sonreían con
malicia.
- Unas criaturas.... ¿Qué criaturas?
- Los.... Los cuatro de Dhalea – contestó Mezthu, dubitativo. Los ojos
de Zardino chispearon.
- Peligrosos. Muy peligrosos – la voz de
Darío M. Zardino era sedosa y malévola. Parecía una voz humana, pero Mezthu
sabía que era la voz de una bestia. – ¿Y para qué quiere traer a los Cuatro Jinetes?
Ya sabe que su invocación es sólo temporal....
- Ya. Pero se les invoca para llevar a
cabo sangrientas venganzas – replicó Mezthu, un poco más seguro de sí mismo.
Los ojos de Zardino daban miedo, pero en su petición se sentía seguro. – Ellos
serán capaces de rastrear al monstruo que quiero encontrar y podrán darle caza.
Zardino se recostó en la silla y colocó
sus manos en los reposabrazos. Su sonrisa traviesa quedó al descubierto.
- Puedo ayudarle a convocarlos –
accedió. – Pero esto es un trato, ya sabe que las dos partes tienen que aportar
algo.
- ¿Qué es lo que quiere? – preguntó
Mezthu, tragando saliva, nervioso. Una gota de sudor le rodó por la espalda
escamosa llena de pinchos.
Darío M. Zardino (o cómo carajo se
llamase en realidad) se inclinó hacia adelante.
- ¿Puede asegurarme que los Cuatro
Jinetes provocarán el caos durante su estancia aquí?
- Supongo que sí.... – Mezthu se encogió
de hombros.
Zardino se recostó de nuevo en la silla,
ampliando su sonrisa, llena de dientes torcidos y amarillentos.
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