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La agencia sólo le asignó una “escolta”
de dos agentes de campo. La misión podía ser peligrosa, pero todavía no había
suficientes indicios de que necesitase un pequeño ejército para protegerle y
controlar la situación en Villarcayo. La mayoría de los eventos no tenían nada
de paranormal, pero los agentes de la ACPEX a menudo tenían que acudir a
investigar algunos casos que lo parecían, simplemente para dilucidar si había
entes paranormales implicados o no.
Julián no tuvo suerte. Uno de los agentes
de campo era Marcial Sánchez Berges, un hombre de unos sesenta años, una de las
leyendas de la agencia, un soldado amable y simpático, pero duro y eficaz en su
trabajo. Seguía siendo muy profesional, aunque pensaba más en su cercana
jubilación que en seguir sumando éxitos a su ya excelente expediente.
El otro agente de campo era Arturo.
Los tres hombres viajaron en un Renault
Koleos de la agencia, de color negro, como todos los del parque móvil. Llegaron
a Villarcayo a las tres y media de la tarde, más o menos, y se fueron
directamente al cuartel de la Guardia Civil, un edificio muy grande y muy
elegante. Allí se presentaron a los números con sus identificaciones falsas.
- Soy el agente Alonso, de la Jefatura
Central de Homicidios
– se presentó Julián. Los dos números de la Guardia Civil que estaban en el
cuartel en ese momento miraron la identificación con mucha curiosidad. – Estos
son los agentes de campo Sánchez e Inguilán. Hemos venido por lo de los chicos
asesinados en el río....
Los guardias civiles les llevaron hasta
la playa fluvial, que estaba acordonada y vigilada por otros dos números de la
Guardia Civil, que controlaban que los curiosos del pueblo no contaminasen el
escenario.
Julián volvió a mostrar su
identificación y le dejaron pasar la cinta policial. Macías Sánchez Berges y
Arturo Inguilán Sobrino se quedaron detrás, dentro de la cinta pero sin
acercarse al cuerpo y a las pruebas.
Habían llegado a tiempo, porque el juez
ya había estado allí y se estaban llevando los cadáveres a Burgos. Sólo
quedaba un cuerpo, tendido cerca de una cabaña de maderos, cubierto con una
sábana blanca. La arena estaba llena de pisadas, así que si había habido
huellas importantes eran imposibles de descubrir.
Antes de acercarse al cuerpo, Julián se
agachó al lado de una rata muerta, chamuscada. Estaba medio podrida, así que el
agente supuso que no había muerto quemada. Alguien la había chamuscado después
de muerta. Cerca de la rata había lajas de cristal, muy finas, como si alguien
hubiese hecho un fuego para fabricar cristal con la arena de la playa. Julián
cogió una de las placas de cristal y se le partió entre los dedos. Era como
coger el primer hielo del invierno.
Julián estaba pensando, a cien
kilómetros de allí. Se puso la mano en la barbilla, acariciándose una mejilla
compulsivamente con el dedo índice, como hacía siempre que se encerraba en sí
mismo y le daba vueltas al caso o a las pruebas. Entrecerraba los ojos y
arrugaba el ceño, poniendo una cara más rara de lo que era la suya de normal. A
Sofía aquel gesto le hacía reír y ya conocía de sobra a Julián para saber cómo
manejarle cuando entraba en aquellos trances.
Pero Arturo Inguilán Sobrino no.
- ¡Eh! ¡Agente! ¿Ha descubierto algo? –
con su tono soberbio se las arregló para que la palabra “agente” sonara
peyorativa.
Julián no contestó, claro. Estaba en su
mundo.
Se levantó y caminó despacio hacia el
cadáver del chico. Volvió a acuclillarse y levantó la sábana, con cuidado. El
espectáculo era horrible, pero Julián se había acostumbrado: Sofía era la
menos escrupulosa de los dos y le había enseñado cómo hacerlo.
Lo primero que Julián notó fue la
horrible herida que el chico tenía en el pecho. Lo segundo, el olor a azufre
que todavía podía notarse, aunque muy leve.
- Joder.... – musitó Julián, molesto. El
azufre sólo se asociaba a un tipo de entes: demonios. Aunque aquel olor en el
cadáver podía tener una explicación terrenal, no había que pensar en lo peor.
Quizá era un rastro que dejaba el asesino.
- ¿Ocurre algo grave, agente Alonso? –
preguntó Marcial Sánchez Berges, que había oído el exabrupto, acercándose
solícito a Julián y al cadáver. Julián no le contestó (seguía concentrado en su
mundo de conjeturas) pero el veterano agente de campo olió el azufre y llegó a
la misma conclusión que Julián. Se volvió a su compañero Arturo Inguilán y
meneó la cabeza, molesto. – Demonios....
Julián escuchó el veredicto y no le
contradijo. Todavía no tenía pruebas que negasen aquella posibilidad, además de
que él mismo lo había pensado igualmente. Se fijó entonces en la herida,
horrorosa: era un agujero en el pecho, con quemaduras terribles alrededor. Era
como si el chico se hubiera asado desde la herida hacia fuera, afectando tanto
a la piel como a los tejidos interiores. A través del agujero pudo ver una
costilla ennegrecida, como si fuese el resto de un palo en una hoguera apagada.
Se levantó, suspirando, mientras
retiraba la mano de la cara. Se había dejado la barbilla enrojecida y un cerco
en la mejilla del mismo tono, por el roce interminable de los dedos.
- Creo que aquí ha habido un ritual o un
conjuro para traer un ente paranormal – dijo a sus compañeros, aunque evitó
mirar a Arturo Inguilán Sobrino. – Tendremos que revisar los otros cadáveres
para confirmarlo, pero me temo que es eso....
- Demonios, ¿no? – preguntó Marcial
Sánchez. Julián asintió, mirando al suelo, alrededor, con cautela. Era lo que
creía, pero esperaba estar equivocado.
- Los otros cadáveres ya están en
Burgos, en el anatómico forense – apuntó Arturo Inguilán, con voz chulesca,
como siempre. – También se han llevado la mayoría de las pruebas.
Julián asintió, pero no le miró. Volvió
caminando hasta donde estaban los trocitos de cristal y la rata putrefacta y
desde allí miró el cuerpo tapado con la sábana.
- Tendremos que ir a Burgos.... – murmuró
Julián. Después se giró hacia uno de los guardias civiles que estaban al otro
lado de la cinta. – Disculpe, ¿los otros dos cuerpos dónde estaban?
- Uno al lado de ése – contestó el
número, un chico joven que estaba visiblemente afectado, señalando el cadáver
cubierto por la sábana – y otro allí, a unos cuantos metros. Ése estaba caído
boca abajo, al contrario que los otros.
- Gracias – contestó Julián, mientras
intentaba hacerse idea de lo que había ocurrido. A sus pies había sido el
hechizo (eso pensaba), los otros dos chicos habían muerto a unos pocos pasos de
allí y el tercero bastante lejos, cayendo de bruces mientras huía,
presumiblemente. Quizá el ente le había atacado por la espalda, después de
perseguirle y darle alcance.
- El tercer chico tenía algo clavado en
la espalda – siguió el número de la guardia civil. Julián se volvió a mirarle.
– Era una flecha muy rara, como de hueso.
Julián alzó las cejas, sorprendido.
Después se volvió a sus compañeros, mirando sólo a Marcial Sánchez Berges.
- Definitivamente tenemos que ir a
Burgos a ver esos cuerpos....
* * * * * *
El inquilino que ahora manejaba el
cuerpo de Eugenio Martín Arribas llegó más tarde a Villarcayo, cuando ya se
habían retirado todos los cuerpos, todas las posibles pruebas y los agentes de
la ACPEX y los de la Guardia Civil se habían ido. Sólo quedaba como prueba de
la tragedia la cinta policial, que seguía delimitando el lugar del crimen,
aunque ya no tenía que impedir que nadie cruzara. No había ya curiosos del
pueblo.
Eugenio Martín Arribas (el auténtico
Eugenio Martín Arribas,
el espectador que seguía en aquella sala blanca acolchada, mirando a la
pantalla de cine) vio cómo el ente que manejaba su cuerpo caminó por la arena,
deteniéndose en un punto y poniéndose de cuclillas. Era muy extraño ver cómo su
cuerpo se movía sin que él le hubiera dado las órdenes para hacerlo.
El ente movió su mano y recogió un
pedazo de cristal muy pequeño, como una moneda de euro. Al tomarlo entre sus
dedos (al menos habían sido sus dedos hasta el día anterior) el pedacito de
cristal fino se partió.
El ente observó los cristalitos y los
dejó caer al suelo, después de haber jugado con ellos entre los dedos del
humano (que seguía atento a todos sus movimientos, podía sentirle alerta en la
parte de detrás de su mente). Usó las fosas
nasales del humano para respirar y oler el ambiente.
Azufre. Era un resto muy mínimo, pero
era evidente.
- El primero ya ha sido convocado – dijo, usando las cuerdas vocales del
humano que había poseído, pero la voz que surgió no era como la del humano: era
la propia del demonio. – He llegado tarde.
Miró al cielo que se oscurecía. Si la
noche anterior había sido convocado el Primer Jinete estaba claro que aquella
noche sería convocado el segundo. Y no sabía dónde iba a ser.
- Vrinden.... – musitó. Después echó a andar,
saliendo de la playa y del pueblo.
Eugenio Martín Arribas había escuchado
hablar a la criatura (imaginaba que era un demonio, ya que lo había poseído,
pero no sabía qué nombre tenía) comprendiendo las palabras, aunque no su
significado.
La última palabra había sido un enigma
para él, no sabía qué significaba, pero por el aumento de la temperatura en la
sala blanca en la que se encontraba y porque la visión en la pantalla se había
desenfocado unos instantes, imaginó que no era una bonita palabra.
El ente estaba cabreado.
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