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Viajaron los cuatro en el Renault Koleos
de la agencia. El viaje duró poco, pero se hizo largo: Marcial conducía e iba
callado y Julián y Sofía hablaron un poco al principio, pero el primero no se
sentía cómodo hablando con su compañera, en confianza, estando Arturo Inguilán
delante.
Llegaron a Cervera de Pisuerga a las
doce del mediodía, y fueron directamente al camping
del pueblo. Sabían que era allí donde se había producido la matanza.
Los cuatro se presentaron con sus
acreditaciones de la Jefatura Central de Homicidios y los guardias civiles les
dejaron entrar al recinto. Había ambulancias, coches del servicio forense y
guardias civiles por todas partes.
También había cadáveres y restos de
ellos.
- Buenos días, sargento – se presentó
Sofía al oficial, mostrándole también la acreditación. – Somos de la Jefatura
Central de Homicidios, hemos venido a hacer un informe de lo sucedido.
- Sí.... Eh.... – el guardia civil
dudaba: Sofía suponía que era la primera vez que oía hablar de la Jefatura.
Lógico, teniendo en cuenta que no existía y solamente era una tapadera. –
Miren todo lo que quieran. Y pregúntenme si necesitan algo.
- Gracias, sargento – Sofía siguió
andando, pasando por
delante del guardia civil. Julián hizo lo mismo, sonriendo al joven guardia al
pasar por delante, haciendo que su cara rara se embelleciese un poco.
- Si le dices que está arrestado se
viene con nosotros sin rechistar – bromeó Julián.
- Pobrecito, a lo peor es la primera vez
que ve un muerto....
- Pues aquí tiene para elegir.
Alrededor de ellos, entre tiendas de camping rasgadas y roulottes golpeadas y volcadas, había varios cadáveres. Estaban
tapados con sábanas y algunas tapaban cuerpos muy pequeños: imaginaron que eran
niños. Pero había algunos bultos que eran tan pequeños que despertaron la
curiosidad, nada morbosa, sólo profesional, de Sofía.
- No mires.... – le rogó Julián,
pensando que debajo de aquella sábana habría un niño.
Era una pierna.
Una pierna humana, de una chica, a
juzgar por la forma del muslo, la sandalia y las uñas pintadas de rosa. Había
sido cortada a la altura del muslo y el corte no había sangrado: estaba
cauterizado.
- Quemado con el mismo corte – musitó
Julián, acuclillándose al lado de Sofía, que seguía agachada, sosteniendo la
sábana. La quemadura también afectaba a la piel pálida de la pierna, unos
centímetros más allá del corte, y Julián
suponía que también por dentro. – Esto me suena....
Sofía bajó la sábana y los dos empezaron
a mirar debajo de todas las que tenían por allí. Encontraron cuerpos
apuñalados y también restos de ellos: piernas, brazos, torsos e incluso cabezas
sueltas. Todos presentaban las quemaduras profundas, cerca de las heridas.
- ¡Sofía! ¡Ven! – llamó Julián, mientras
sostenía una sábana, mirando el cadáver que había debajo. Su compañera fue
hasta él y se acuclilló a su lado. – Mira esto.
Era el cuerpo de una mujer madura. Tenía
una flecha blanca, de una pieza, clavada en el costado izquierdo. Julián rasgó
el jersey que llevaba y pudieron ver que, alrededor del agujero por donde
entraba la saeta, la piel estaba quemada.
- Huele – pidió Julián. Sofía se acercó
un poco más y olisqueó.
- Parece azufre.
- Es muy leve, pero todavía se nota –
Julián meneó la cabeza. Después miró alrededor, hasta que localizó a los dos
soldados, haciéndoles una seña para que se acercaran. Se habían quedado en el
perímetro policial, dejando a los investigadores de campo hacer su trabajo. Sofía vio que los llamaba.
- ¿Cómo lo llevas? – preguntó. – Lo de
trabajar con Inguilán, me refiero....
Julián se encogió de hombros.
- Trato de no darle mucha cancha. E
intento que no me importe – los dos soldados ya estaban cerca, así que bajó la
voz. – Sigue siendo un gilipollas, pero no le hago mucho caso: por suerte el
otro es Marcial, que es un gran tipo.
Sofía asintió, poniéndose de pie y
dejando sitio para los recién llegados.
- Déjame ver la foto de la flecha de
Villarcayo – pidió Julián, sin mirar a Arturo Inguilán, solamente tendiéndole
la mano. El agente de campo sacó el iPhone, buscó la foto y le puso el aparato
en la mano, con cara acartonada. Julián comparó la foto y la flecha clavada en
el costado de la mujer. Eran iguales: igual forma, igual color, igual penacho
rígido del mismo material que la flecha. – No hay duda, estamos ante el mismo
demonio.
- Pero en Villarcayo sólo mató a
flechazos y aquí ha cortado a la gente, como si fuese a machetazos – apuntó
Marcial Sánchez Berges. – Hay gente cortada por todas partes....
- Sí....
- A lo mejor tiene más armas y aquí las
ha utilizado – sugirió Sofía.
- ¿Y qué armas son ésas, que queman
hasta el hueso? – preguntó Arturo, tratando de sonar chulesco, pero Julián se
regocijó un poco al notar un deje alterado en sus palabras. Le gustaba notar
nervioso al soldado, aunque en realidad había razones para estarlo.
- Armas de su mundo. Armas
demoníacas.... – comentó.
El sargento de la Guardia Civil se
acercó a ellos, a grandes zancadas.
- Agentes, disculpen, pero creo que
deberían ver algo – les dijo, nervioso.
- ¿Qué es?
- Algo que mis compañeros han encontrado
en el pueblo – explicó. – Puede que tenga que ver con la matanza....
- Muy bien. Muéstrenos – pidió Sofía.
Las piscinas y el camping estaban separados del pueblo así que montaron en los coches
y fueron hasta las primeras casas, por la calzada que discurría al lado de un
parque, en la ribera del río. Pararon al lado del Nissan de la Guardia Civil.
- Es allí, en aquella pared.... – señaló
el sargento.
Había una pared de adobe, con una grieta
enorme, cercada por la cinta policial. Los cuatro pasaron por debajo y se
acercaron a la pared.
En el adobe ennegrecido, como si se
hubiese quemado, había un cuchillo militar clavado. La hoja estaba
ensangrentada. Al lado del cuchillo había algo dibujado, en color rojo.
- ¿Qué es eso? – preguntó Sofía,
acercándose al dibujo. Parecía parte de un dibujo completo que se había
borrado un poco. Eran unos símbolos raros y una especie de estrella de los
vientos, medio borrada.
Marcial Sánchez se agachó y recogió un
trozo de tiza roja. Había más trozos en el suelo.
- Lo dibujaron con esto – dijo,
enseñando la tiza.
- Creo que éste es otro lugar de
invocación – sugirió Julián. – Como el de la playa, con la rata y los
cristales. Sólo que allí no encontramos nada más y aquí tenemos parte de un
dibujo. Hazle otra foto.
Arturo obedeció a regañadientes y le
hizo una foto al dibujo de tiza, incluyendo también el cuchillo chamuscado.
- Mándasela a Ramiro, a ver si
identifican los dibujos o los símbolos....
- Pueden ser ideogramas o quizá una
escritura – comentó Sofía. – Lo más probable es que en la agencia tengamos
informes de algún dibujo parecido de algún otro evento, pero no sabremos qué
dice.
Julián se pasó la mano por la barbilla,
acariciándose la mejilla con el dedo índice, al borde de meterse en su mundo.
A punto estuvo, pero volvió de inmediato, mirando a su compañera.
- Necesitaremos un experto en
idiomas....
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