PALABRAS MÁGICAS
- XX -
MONEDAS
Pasaron
cuatro días en la jaula. Cuatro días en los que comieron lo que Solna les hacía
llegar con una cuerda que ataba a un cesto, en el que les enviaba gachas de
avena, nueces y bellotas y algunas hortalizas frescas. Drill imaginaba que la
hechicera tenía un huerto, por allí cerca.
Cuatro
días en los que tuvieron que hacer sus necesidades en un cubo, que hacían
descender con la misma cuerda cuando ya estaba lleno y que Drill creía que
Solna utilizaba como abono para su huerto.
A
pesar de aquella situación tan denigrante y de lo desalmada que parecía Solna
(que no les dirigía la palabra en ninguna ocasión, ni cuando les mandaba el
cesto con comida, ni cuando recogía el cubo de desperdicios, ni cuando Drill
trataba de entablar conversación con ella), les hizo llegar la primera noche
las dos mantas gruesas en los que les había encontrado arropados la noche que
los atacó. De esa manera, al menos, pasaban calientes las noches, aunque no
durmiesen mucho ninguno de los dos.
Ryngo estaba encerrado en
otra jaula, más pequeña, colocada en el suelo, al pie de un árbol. La hechicera
cuidaba al zorrillo con mucho cuidado, como pudo ver Drill. Le alimentaba y le
limpiaba, aunque alguna vez le cortaba algún mechón de pelo rojizo, que
observaba con detenimiento y se llevaba con ella, guardándolo dentro de la
cabaña.
Cuatro
días así, prisioneros de una hechicera que no tenía ningún interés en ellos.
Pero
al quinto día, hubo algo que cambió la rutina.
A
media mañana, mientras Solna pelaba un conejo que había cazado con arco (los
dos mercenarios la habían visto practicar con él y su destreza era
impresionante), guardando el hígado y los riñones para sólo ella sabía qué
magias oscuras, escucharon pisadas que hacían crujir la tamuja y las hojas
secas del suelo del bosque. Drill y Cort lo escucharon cuando estaban cerca,
dada su eficacia como mercenarios, pero Solna lo escuchó un poco después,
cuando estaban más cerca, aunque todavía no se podía ver a quien se acercaba.
-
¿Quién anda ahí? – dijo Solna, dejando el conejo pero sin soltar el cuchillo.
-
¡Solna! ¡Soy Gurcko! – escucharon una voz de hombre. – ¡Supongo que no has
olvidado nuestro acuerdo!
-
¡No lo he olvidado, pero has llegado antes de tiempo! – dijo Solna, hablando
hacia el bosque. – ¡Ven donde pueda verte!
Se
escucharon nuevos pasos sobre el suelo crujiente del bosque y al poco un
individuo apareció entre los árboles, llegando a la zona en la que Solna había
establecido su refugio, mucho más despejada que los alrededores. Era un hombre
de la edad de Riddle Cort, corpulento pero proporcionado, de buena planta,
bucles castaños en la cabeza y armadura ligera de cuero cubriéndole el cuerpo.
Podía parecer un soldado, pero Drill le caló al instante: era un bravucón, un
ladrón, un delincuente con buena apariencia. A los dos dentro de la jaula no
les gustaron los tratos que aquel tipejo podía tener con Solna.
- Llegas
pronto – replicó la hechicera, con voz dura.
-
Calculé el camino para llegar en la fecha prevista, pero he tardado menos de lo
que esperaba – dijo el tal Gurcko, con una sonrisa seductora y superior,
deteniéndose a unos pasos de la hechicera. Llevaba unos guantes de cuero, que
se quitó despacio y dejó sobre la mesa de trabajo. – El tiempo ha sido muy
benévolo y he podido venir directo, sin hacer paradas.
Solna
tenía una mueca arrugada en los labios, y aquello a Drill le gustó: quizá la
hechicera tuviera tratos con aquel delincuente, pero no se fiaba del todo de
él. Mi antiguo yumón pensó rápido,
con agilidad, como era su costumbre cuando estaba atento: quizá pudiesen sacar
algo de provecho de aquella desconfianza.
-
¿Has traído lo que te pedí? – preguntó Solna, sin dejarse engatusar por las
palabras, los gestos y la mirada del guapo fanfarrón.
-
Sí, siempre y cuando tú tengas preparado el filtro que te encargué – dijo el
bandido, sin dejar de sonreír, pero su voz no sonreía: era peligrosa.
Solna
asintió, sin dejarse amedrentar. Drill estaba seguro de que ella también era
peligrosa.
-
Espera un momento.... – la mujer se dirigió a la cabaña, entrando en ella a por
el encargo de Gurcko. Drill y Cort se dieron cuenta de que se había llevado el
cuchillo con ella, precavida. El bandido miró alrededor, esfumándose su sonrisa
de la cara, peligroso. Cuando vio la jaula en lo alto volvió a sonreír,
haciendo un gesto burlón.
-
Señores prisioneros.... – saludó, con una reverencia cargada de guasa.
-
Pendejo.... – musitó Cort.
-
¿Le conoces? – preguntó Drill. Cort negó con la cabeza.
-
He oído hablar de un tal Gurcko, que trapichea en los alrededores de Tumux, pero no le conozco
personalmente – explicó. – Éste cretino encaja bastante bien con la descripción
que me han hecho de él.
-
¿Es peligroso? – preguntó Drill, todavía dándole vueltas a la posibilidad de
aprovechar la situación, aunque no sabía cómo.
-
Bastante. Todo lo que tiene de soberbio, lo tiene de chulo, de peligroso y de
estúpido. Pero no es tonto....
Drill
asintió.
El
bravucón se había dado la vuelta, dándoles la espalda, sin interesarse por ellos.
Solna salió en ese momento de la casa, con un paquetito como un puño de grande,
de tela, atado con un cordel.
-
Aquí tienes.
-
¿Éste es el filtro? – Gurcko sonaba desconfiado y confundido.
-
Es el soluto para un filtro – explicó la hechicera. – Dilúyelo en agua o en el
líquido que prefieras y luego bébetelo.
-
Está bien – el bandido se guardó el paquetito en el interior de la armadura, en
el pecho.
-
¿Y mi oro? – pidió la hechicera, un poco tensa.
Gurcko
sonrió con superioridad, disfrutando del momento de indefensión y nervios de
Solna. Después se descolgó una bolsa del cinturón, de la espalda, y sacó de
allí cinco monedas de salmodia,
doradas y brillantes. Las puso en la mesa, cerró la bolsa (que todavía
tintineaba) y se la colgó de la cintura. Solna agarró las monedas al instante y
las sopesó en las manos. Parecía conforme.
-
¿Todo bien? – preguntó Gurcko.
-
¿Es oro puro? Ya sabes que te pedí oro puro: es lo que necesito....
-
Lo es, por mi honor que lo es – juró el bandido, levantando la mano derecha.
-
Ese tipejo no tiene ningún honor.... – masculló Cort, insinuando que el
bravucón podía estar engañando a la hechicera.
Y
entonces Drill tuvo la intuición. Podía estar equivocado, pero si miraba las
monedas, se fiaba de su propio instinto sobre Gurcko, del instinto y las
sospechas de Cort y del aspecto y las muecas de inconformidad de la hechicera,
se convencía de que estaba en lo cierto.
-
¡¡Ese hombre la engaña, hechicera!! – dijo, sin pensárselo más: si lo daba más
vueltas dudaría, y entonces quizá su oportunidad se les escapase. – ¡No es oro!
-
¡Cállate! – le dijo Cort, en susurros, agarrándole del brazo. – ¿Quieres que
nos maten, Bittor?
-
Espera, tengo una idea. Puede que salga bien – contestó Drill, sabiendo que se
la estaba jugando, por una simple corazonada. Aquellas salmodias le recordaban mucho a una que llevaba en su mochila.
-
¡¡¿Qué dices, piojoso?!! – Gurcko se violentó muchísimo, alzando su puño hacia
la jaula. Casi parecía realmente insultado y Drill dudó por un momento de que
se hubiese equivocado y el hombre no tuviese intenciones ocultas, pero después
decidió hacer caso a su instinto y a su corazonada. – ¿Cómo te atreves a
insultar a un hombre de negocios como yo desde una prisión tan lamentable como
en la que estás?
-
¿Piojoso? – rio Cort, al lado de Drill, contagiándole la sonrisa, haciendo que
Gurcko se enfureciera aún más.
-
Tranquilízate, Gurcko, sólo son dos prisioneros demasiado tontos para tratar de
entrar en mi refugio sin mi consentimiento – dijo Solna, mirando con una mirada
inteligente a los dos mercenarios. – Además, tus negocios son cuestionables y
yo no utilizaría esos negocios para hacerme pasar por alguien honorable....
El
delincuente desvió su mirada furibunda de los prisioneros a su anfitriona, calmándose
poco a poco, reconociendo la ironía en sus palabras.
-
Tienes razón, Solna, pero comprenderás que me haya exaltado ante tamaña
mentira....
-
¡No es mentira! – siguió Drill. – Esas salmodias
son nuevas, no son de oro. Son de acero con un baño de cobre y.... zinc, ése
era. Después se calientan en seco y el cobre y el zinc se amalgaman dando
latón, de color dorado. Lo que ahí ve, hechicera, es latón, no oro.
-
¡¡¿Cómo te atreves?!!
-
Espera un momento, Gurcko – Solna escuchaba y miraba con mucha intención a
Drill. – ¿Cómo sabes tú eso? ¿Puedes probarlo, acaso?
-
Sí, señora. ¡Perdón!, hechicera. En mi mochila encontrará una moneda igual, en
uno de los bolsillos laterales, entre los calcetines de lana. Es una salmodia como las que tenéis ahí encima
de la mesa.
Solna
lo miró un instante más, pensativa, pero luego fue hasta la mochila y sacó la
moneda. Era igual.
-
¿No estarás inventándote una sarta de mentiras sólo para tratar de librarte de mi prisión? –
le dijo a Drill mientras volvía a la mesa.
-
¡¡Pues claro que es eso!! – chilló Gurcko, cada vez más molesto y enfadado. –
¡¡Estas monedas son legales!! ¡¡Son de oro!!
-
No os miento, hechicera, digo wen –
aseguró Drill, muy serio. – Podéis rascar mi moneda o rayarla para que veáis el
interior: será de acero y lo dorado de fuera es latón. No hace falta que
estropeéis las vuestras....
Solna
aun dudó un poco, mirando alternativamente a Drill y a Gurcko. El bravucón ya
no parecía seguro de sí mismo e intentaba convencer a la mujer con palabras
dubitativas y frases poco convincentes. Solna cogió su cuchillo de nuevo, rascó
la moneda de Drill y levantó la pátina dorada de fuera. Cogió las pequeñas
virutas y las puso en la mesa, mojándolas con una gota de jugo de remolacha.
Desde la jaula ni Drill ni Cort pudieron ver qué pasaba con el latón, pero
imaginaron que la hechicera estaba haciendo una prueba alquímica para comprobar
que era el metal que Drill había dicho. Debió de convencerse, porque después
rascó una de las monedas que Gurcko le había dado como pago y repitió el
proceso con el jugo de remolacha.
- Así
que eran de oro, ¿no? – se volvió a Gurcko, empuñando el cuchillo. El maleante
ya no parecía ni soberbio ni elegante ni seguro de sí mismo. Retrocedía con las
palmas por delante. – Has querido engañarme, pagándome con algo que es inútil
para mí. Te doy una oportunidad para que me devuelvas el paquete que te he dado
y abandones el bosque de Haan a toda prisa, o si no serás presa de mis conjuros
y te convertiré en una alimaña babosa y lamentable que viva bajo tierra el
resto de su corta y miserable vida.
Solna
parecía más grande y más oscura durante su amenaza y Gurcko no se molestó en
decir nada ni lo dudó un instante: se sacó el paquetito de dentro del pectoral
de cuero, se dio la vuelta y se fue de allí a paso vivo, casi trotando, olvidando
en la mesa las monedas de curso legal, pero que no tenían valor para Solna.
-
¡Bien hecho, Bittor! – le felicitó Cort, agarrándole por los hombros y
sacudiéndole amigablemente.
Solna
miró hacia lo alto, sorprendida y aliviada.
-
Ofrezco gratitud y deseo prosperidad, señor mercenario – dijo, con respeto.
Drill asintió, sin asomo de soberbia. Cort apareció a su lado, agarrándose a
los barrotes, haciendo que la jaula se inclinara otro poco más hacia ese lado,
con un gruñido de la soga que la mantenía colgada.
-
Poca prosperidad nos espera aquí dentro – dijo, con su habitual guasa. – ¿No
podrías hacer algo al respecto?
Solna
lo miró seria, para acabar sonriendo al final. Era la primera sonrisa sincera
que mi antiguo yumón la vería
esbozar.
No
sería la última, tampoco.
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