-
9 + 8 -
- Y ahora,
¿qué?
Todos se
miraron. Más o menos todos estaban pensando algo parecido. Sin mediar acuerdo,
todos acabaron mirando al padre Beltrán. Incluso Justo, que se sentía
impotente y se reconocía interiormente que aquel hombre podía tener las
respuestas.
- Hemos
fallado con el último poseído – dijo el padre Beltrán, al comprobar que todos
lo miraban. – Sólo tenemos una última oportunidad y es encontrar a los
custodios antes de que abran el portal. Una vez abierto, acabar con los nueve
será prácticamente imposible....
- El portal se
abre en algún lugar de Concejos de Siena, ¿verdad? – dijo Justo y el cura le
asintió. – Vayamos allí, entonces. Quizá descubramos a los dos últimos
poseídos, esos que usted llama.... custodios.... cuando lleguen allí y todo
esto habrá acabado.
- Quizá
deberíamos informar antes al general.... – propuso Marta.
- Podría
enviar a más agentes para formar un nuevo equipo de campo – dijo Sole.
- No hay
tiempo – cortó el padre Beltrán. – El portal se abrirá esta noche, estoy
convencido. Puedo verlo – Marta sintió un escalofrío al recordar los ojos del
sacerdote de negro. – El nuevo equipo no llegaría a tiempo.
- ¿Y tus
compañeros? – preguntó Sole, dirigiéndose al guardia civil. – ¿Cuándo estarían
listos?
- Ya –
contestó Andrés. – Están preparados y esperando mi llamada.
- Llámelos....
– dijo el padre Beltrán. – Necesitamos toda la ayuda posible.
Andrés sacó el
móvil y buscó un número en la agenda, al que llamó. Los demás se reunieron,
organizándose para viajar. Sólo el padre Beltrán se quedó aparte.
- ¿Se
encuentra bien? – le preguntó Marta. Se había acercado a él con disimulo. El
sacerdote la miró y asintió.
- ¿Por qué?
- Por nada....
es sólo que me parecía más serio de lo normal, aunque parezca raro.... – sonrió
Marta, intentando quitarle importancia. El cura, como era su costumbre, no
sonrió. – Quería saber que se encontraba bien. Le necesitamos....
El padre Beltrán
volvió a asentir.
- Sólo me
lamentaba por tener que enfrentarnos de nuevo a todo esto.... a otra
profecía.... a otro apocalipsis.... Creí que todo eso había acabado el verano
anterior.... Pero todo ha vuelto – dijo, con pesar. – Y no sólo eso: lo que hice
el verano pasado ha provocado todo esto....
- ¡Vamos! No
diga eso....
- Es cierto –
refutó el padre Beltrán. – Callarlo no lo hace menos cierto. Acabar con Zwartdraak provocó un vacío de mal que
los anäziakanos han aprovechado. Parte de esto es culpa mía.
- ¿Es culpa
suya que haya mal en el mundo? ¿O en los mundos? – replicó Marta. – No me
esperaba que usted se entregara a la autocompasión tan fácilmente....
El padre
Beltrán la miró fijamente, desde detrás de sus pequeñas y redondas gafas de
sol. Al final acabó asintiendo.
- De acuerdo.
La batalla no está perdida hasta que se acaba.... – y después echó a andar con
paso decidido hacia el grupo. Marta lo siguió, satisfecha.
- ¿Y bien? –
le preguntó Justo en un aparte.
- Todo
bien.... – le dijo Marta, sonriente. Justo asintió, complacido, con cara seria.
- ¿Qué han
decidido? – preguntó el padre Beltrán.
- Hemos estado
viendo la mejor ruta para ir hasta la comarca de Concejos – contestó Sole,
enseñándole el mapa que Justo había sacado de su R-11. – Saliendo desde Burgos
lo mejor será que tomemos la A-231 hasta el sur de León. Allí enlazaremos con
la nacional 120 cogiendo un tramo la A-66. Después en Astorga cogemos la A-6
hasta Ponferrada y una vez allí atravesaremos el Bierzo hasta Concejos de
Siena, por la LE-711 o la LE-715....
- Bien....
- Será un
viaje muy largo para ir en moto.... – comentó Daniel, con intención, mirando al
sacerdote de negro.
- Les he hecho
más largos y peligrosos, no se preocupe, agente – contestó el padre Beltrán,
sin soberbia. Daniel sonrió, quizá porque le habían llamado agente.
- ¿Y tu gente?
– preguntó Sole a Andrés, que se acababa de incorporar al grupo, después de
colgar el teléfono.
- Están
listos. Vendrán en diez minutos – contestó el guardia civil.
- Saldremos en
quince – dijo el padre Beltrán.
Catorce
minutos después, cuando los compañeros de Andrés se habían unido a ellos y se
habían hecho las presentaciones de rigor, el todoterreno de Sole inició la
marcha seguida por tres Nissan de la
Guardia Civil y el R-11 de Justo. Como siempre, la moto del padre Beltrán
cerraba la marcha.
* * * * * *
- Muy bien.
Hay nueve pueblos que pertenecen a la comarca de Concejos de Siena – explicó
Sole, sobre el mapa colocado en el capó de su todoterreno. A su alrededor
estaban el padre Beltrán, Justo, Marta y Andrés. Daniel y Mónica escuchaban
detrás de todos ellos: el chico miraba por encima del hombro de Justo y la
mujer no podía ver nada, por su corta estatura. – Son Veguillas de Siena,
Villatercia de Siena, Carbones de Siena, Rubiales, Torillos de Siena, Los
Cármenes, Siena del Sil, Páramos de Siena y Vegarrosales. Están colocados más o
menos en círculo, alrededor de Siena del Sil, que es cabeza de partido. No
están muy lejos unos de otros: la distancia más larga entre dos pueblos es de
veintitrés kilómetros, y el pueblo más alejado de Siena del Sil es Rubiales, a
unos quince. Lo que pasa es que estamos entre León, Galicia y Asturias, así que
el terreno es como hemos visto, montañoso y lleno de quebradas y estrechos
valles. No podemos patrullar por toda la zona a la espera de encontrar a los
dos poseídos.
- Los
custodios – apuntó el padre Beltrán.
- ¿Cuántos
somos? – preguntó Justo.
- Dieciocho –
contestó Andrés, al instante.
- Podemos
dividirnos en equipos....
- ¿Para
vigilar cada pueblo? – preguntó Sole, y el sacerdote de negro asintió. – Puede
funcionar, aunque no me gusta la idea de separarnos....
- Y eso sólo
funcionará si los custodios abren el portal en un pueblo – apuntó Justo. – No
sabemos si lo harán en plena montaña, a campo abierto.
- Es cierto,
pero de alguna manera debemos organizarnos – dijo el padre Beltrán, pensativo.
- ¿Y si usamos
los equipos para rastrearlos? – propuso Marta.
- No funcionan
– contestó Daniel, detrás de ellos. Los que estaban sobre el capó se giraron
ligeramente para mirarle. – Mónica y yo los hemos probado de camino, y no
registran nada. Incluso nuestro grupo recoge más rastros ectoplásmicos que
cualquier cosa de los alrededores.... – dijo el técnico, cuidándose de no decir
que esos rastros ectoplásmicos provenían todos del padre Beltrán.
- Se están
ocultando.... ¿Pueden hacer eso? – preguntó Justo.
- Es probable
que puedan hacerlo, sí.... – respondió el padre Beltrán, que había seguido
mirando a Daniel, fijamente, hasta que el veterano agente de la ACPEX le había
preguntado. – No sabemos qué clase de magia o poderes tienen.
- Puede que no
hayan llegado todavía.... – opinó Andrés.
- No. Ya están
aquí. Han llegado antes que nosotros – aseguró el padre Beltrán.
- ¿Está
seguro?
- Los presentí
cuando todavía estábamos en Burgos – explicó el padre Beltrán, con naturalidad.
- ¿Y por qué
no dijo nada entonces? – preguntó Justo, en una mezcla entre sorprendido y
enfadado.
- Estábamos
más ocupados en otras cosas – explicó el sacerdote de negro, encogiéndose de
hombros. Nadie le replicó nada más: todos habían estado presentes cuando la
masa de hipnotizados había cargado contra ellos.
- Muy bien....
Así que sabemos que los custodios ya están aquí, en la comarca, aunque no
sabemos exactamente en qué lugar – resumió Justo. – Tenemos que encontrarles
antes de que pongan en marcha el ritual por el que abrirán la puerta que dejará
entrar a los nueve. Y no tenemos medios para averiguar su escondite.
- Imagino que
ahora mismo estarán en trance, esperando el momento de ponerse en marcha –
dijo el padre Beltrán. – De esa manera los custodios mantienen el control sobre
los cuerpos poseídos, pero no pueden ser rastreados de ninguna manera, ni por
la tecnología ni por la magia. Cuando llegue el momento del ritual volverán a
despertarse: entonces podremos encontrarlos.
- Yo creo que
deberíamos separarnos – opinó Andrés. – Somos muchos guardias civiles que
podemos repartirnos en los equipos. Además, somos los que mejor armados
estamos.
- Esas armas
no servirán de nada – dijo el padre Beltrán, mientras Justo y Sole asentían. –
Son simples balas de plomo. La plata es la única que podrá eliminarlos.
- ¿Plata? ¿Y
de dónde sacamos plata? – preguntó Andrés, medio divertido, medio ofendido.
El padre
Beltrán se volvió a mirar a Justo, que se separó del grupo, hacia su coche.
Abrió el maletero y sacó una bolsa de deporte. Parecía pesada, porque el
veterano agente la cargó con ambas manos, llevándola al grupo. Con un fuerte
golpe la depositó en el capó del todoterreno, encima del mapa. Descorrió la cremallera
y dejó a la vista lo que había en el interior.
- ¡Joder! –
dijo Daniel, asombrado.
Dentro de la
bolsa había machetes, palanquetas, cuchillos y navajas. Todos de plata. También
había unos cuantos cargadores de pistola de calibre 9 mm. y una caja de cartón
cuadrada bastante grande.
- ¿De dónde
han sacado esto? – preguntó Andrés, sacando un gran machete de la bolsa. La
hoja de plata refulgía con un brillo poderoso con las luces de la tarde.
- Tengo mis
contactos – contestó el padre Beltrán, sin asomo de soberbia. – Llevo en esta
lucha muchos años, hijo: a mi lado el agente Díaz es un novato. Sé dónde
conseguir el material que necesito. Todos ustedes, incluidos los compañeros de
Andrés, deberían coger un arma corta. Los cargadores para las pistolas están
cargados con balas de plata: hay de sobra, repártanlos. En la caja hay
rodamientos de plata con varios alicates: con ellos podrán desmontar las balas
que los guardias civiles han traído para rellenarlas con la nueva munición.
Dense prisa, no tenemos mucho tiempo.
Los miembros
del grupo se sobrepusieron de la sorpresa y se armaron con machetes y
cuchillos. Andrés cogió la bolsa después y se acercó a sus compañeros, para
repartir los cargadores y para ponerlos a trabajar, cambiando las puntas de
sus balas por las bolas de plata.
- ¿Cómo
consiguió todo eso? – preguntó Justo al padre Beltrán, acercándose a él por
detrás, apartados del grupo. El agente de la ACPEX recordaba el sótano al que
habían ido después de su entrevista con Jonás, la conversación en un extraño
idioma que el sacerdote de negro había tenido con unos tipos siniestros,
enormes, calvos y musculados. Sabía que habían salido de allí sin un rasguño y
con la bolsa de deporte llena de armas de plata, pero no sabía a qué acuerdo
había llegado con aquellos tipos.
- Les convencí
de que ellos también tenían mucho que perder si los nueve y su ejército de
demonios anäziakanos acababan conquistándonos – explicó el padre Beltrán. –
Además, no es la primera vez que vendo parte de mi alma....
- ¡Eh! ¡Justo!
¡Padre! Vamos a organizarnos en equipos.... – los llamó Marta, dejando la
conversación a medias y a Justo completamente estupefacto y asustado.
* * * * * *
La pareja de
custodios estaban acostados en sendas camas, en la misma habitación. Vegetaban,
más que dormir. Su conciencia estaba dormida, pero sus instintos animales y sus
reflejos estaban alerta. Ocultaban a ojos desaprensivos su presencia en el
pueblo.
Habían llegado
allí tan sólo una hora antes, y sólo cuarenta minutos antes que el grupo de
humanos que quería acabar con ellos. Habían dejado el coche aparcado delante de
una casa y habían entrado por la puerta, que estaba abierta. Nadie cerraba la
puerta en los pueblos de Concejos.
Se habían
encargado rápido y limpiamente de los habitantes de la casa. Ahora eran ellos
los únicos que la ocupaban.
¿En qué casa
de tantas como había en la comarca? ¿En qué pueblo? Ni siquiera ellos lo
sabían.
Habían ido
allí donde su instinto demoníaco les había dirigido. Habían hecho lo que debían
hacer, lo que sus genes infernales les habían indicado.
Debían
protegerse. Debían descansar antes de abrir el portal para el Príncipe y sus
Ocho Generales. Era un honor servir a su Príncipe....
La noche
ocupaba su lugar en el mundo. Las sombras se alargaban hasta cubrirlo todo de oscuridad.
Había llegado el momento.
Los dos
custodios abrieron los ojos al unísono.
No hay comentarios:
Publicar un comentario