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Los grupos
quedaron establecidos en poco tiempo. Se habían organizado en cinco equipos,
para poder aprovechar los coches que tenían: la moto del padre Beltrán se
quedaría en Siena del Sil.
Marta quería
haber estado con el padre Beltrán en el equipo, pero éste estaba con otros tres
guardias civiles. De todas formas Marta estaba satisfecha y contenta: estaba en
el mismo equipo que Justo, con otro guardia civil llamado Miguel Aldea López.
Daniel y
Mónica estaban en otro grupo, con otros dos guardias civiles, Sole estaba sola
con otros dos números de la Guardia Civil y Andrés formaba equipo con otros
tres compañeros suyos.
Todos los
guardias civiles sabían que estaban allí para detener a los presuntos causantes
de una ola de asesinatos por la mitad de España, pero no sabían la naturaleza
demoníaca de los sospechosos. Andrés les había convencido de que tenían que cambiar
las balas y fabricar unas nuevas con los rodamientos que el viejo cura había
traído para ellos, pero no les había explicado por qué. Muchos guardias estaban
con la mosca detrás de la oreja, pero no dijeron nada: estaban allí de forma
voluntaria, sabiendo (Andrés se lo había advertido desde el principio) que no
tendrían información completa de lo que estaba pasando. Aquel caso era Top Secret, y a todos les encantaba
pensar que estaban participando en un caso así, aunque lo hicieran a ciegas.
- Muy bien –
habló Justo, y todos los miembros de tan extraño grupo se giraron para mirarle.
Todo el mundo había cogido un cuchillo o una palanqueta de plata, y los que
llevaban armas de fuego tenían al menos un par de cargadores de balas de plata,
además de las balas “retocadas”. – Ya casi es de noche y el padre Beltrán cree
que el acontecimiento está cerca. Los dos custodios aparecerán en alguna parte
de la comarca, para realizar un ritual. Nuestro deber es detenerlos antes de
que lo hagan. Que cada equipo coja un coche y buena suerte a todos.
El grupo se
fue desperdigando. Marta se acercó a Sole y le dedicó un gesto cariñoso de
buena suerte. Después fue hasta Daniel y Mónica y les dio un abrazo, contenta
por tenerlos allí.
Poco podía
imaginar que no volverían a estar los tres enteros y vivos nunca más.
* * * * * *
Los custodios
caminaron por el pueblo agarrados de la mano. Eran dos, pero su misión era la
misma. Debían mantenerse siempre unidos.
Se dejaron
guiar por su instinto, para que los llevara al lugar donde el ritual cobraría
más fuerza y lograría abrir el portal con éxito.
Su instinto
demoníaco los condujo hasta la plaza central del pueblo. Era muy amplia,
rectangular, rodeada de calzadas de asfalto. En la parte frontal estaba el
largo y bajo edificio del ayuntamiento, con su característica portada con
arcos. En el medio de la plaza había una fuente redonda de agua, con caños que
salían hacia arriba. Estaba seca.
Tan sólo había
dos o tres farolas que funcionaban, pero con tan poca luz fueron capaces de ver
los coches que había aparcados al lado del bajo bordillo de la plaza, rodeándola.
También vieron el gran grupo de gente.
Esperaron,
escondidos detrás de una esquina. Aquellos seres humanos no eran rival para
ellos (excepto uno, del cual emanaba una fuerza poderosa) pero estaban cerca
del final y arriesgarse era arriesgar la misión. La fuerza vital de sus
hermanos esperaba que ellos cumplieran y no fracasaran. El ritual era
complicado y necesitaban tranquilidad y seguridad.
No tuvieron
que esperar mucho: los humanos estaban organizándose para irse de allí.
Montaron en los coches y se alejaron en cinco direcciones distintas. Los
custodios se fundieron con las sombras cuando un gran todoterreno pasó por su
lado.
Se asomaron al
cabo de un minuto. Los motores de los coches eran un rugido estridente que se
alejaba en la distancia. La noche había ocupado su lugar en aquel mundo y la
oscuridad lo cubría todo.
Tenían la
plaza para ellos solos.
* * * * * *
- Buena suerte
a todos – dijo Sole, usando la radio de su todoterreno. Los Nissan de los guardias civiles tenían
radio incorporada y Justo había cogido una radio portátil con batería para
llevar en su coche. De esa forma los cinco equipos estarían conectados durante
toda la misión.
Un pitido
estridente se escuchó en el interior del todoterreno, mientras recibía las
contestaciones de los demás. Sole miró alrededor, extrañada.
- ¿Falla la
radio? – preguntó el guardia civil que iba en el asiento del copiloto, llamado
Francisco Torres Alonso.
- No, no es la
radio.... Funciona perfectamente.... No sé lo que es.... – dijo la soldado,
asombrada.
- Suena aquí
atrás.... – comentó la guardia civil que iba en los asientos traseros, una
mujer joven llamada Ángela Aguilar Sastre.
- Abre una
maleta metálica que hay en el asiento, Ángela, por favor.... – dijo Sole,
mirando por el espejo retrovisor, con un nudo en la garganta. La guardia civil
la obedeció y dejó al descubierto el medidor de ondas ectoplásmicas: el pitido
venía de allí. El piloto amarillo parpadeaba furiosamente.
- ¿Esto qué
es? – preguntó Ángela Aguilar Sastre, atónita.
-
Problemas.... – dijo Sole, frenando en seco y haciendo derrapar el todoterreno
en la cuneta de la carretera comarcal por la que iban. Después cogió el mando
de la radio, para dar el aviso.
La mano le
temblaba muchísimo.
* * * * * *
El padre
Beltrán iba muy silencioso en el asiento trasero de uno de los Nissan de la Guardia Civil, acompañado
por tres agentes.
- ¿Está bien,
abuelo? – le preguntó el que iba sentado con él atrás, un chico joven llamado
Iker Gamarra Gil.
- Estoy bien –
contestó el padre Beltrán, con voz lúgubre. – Solamente iba escuchando.... y
nunca he sido abuelo.
El chico borró
su sonrisa amable de la cara al recibir la mirada incendiaria del sacerdote de
negro, desde detrás de las gafas oscuras. Tragó saliva y miró hacia adelante, donde
sus dos compañeros se rieron de él con grandes carcajadas.
Entonces, el
padre Beltrán se envaró en el asiento, terriblemente tieso. Se giró hacia
atrás, mirando por el cristal trasero, quitándose las gafas de un zarpazo.
Había algo que
habían dejado atrás que podía ver.
Lo podía ver
muy bien.
- ¡¡Pare!! –
ordenó, con su voz como un trueno.
- ¿Cómo? –
preguntó el conductor, molesto. No frenó, pero dejó de acelerar.
El padre
Beltrán no contestó al instante, concentrado en lo que sus ojos velados de
blanco podían ver en la oscuridad.
- ¡¡Dé la
vuelta!! ¡¡Rápido!! – gritó, mirando de nuevo hacia adelante, mientras se
volvía a poner las gafas.
El conductor
giró el Nissan, a regañadientes, pero
enfiló la carretera de vuelta a Siena del Sil. En ese momento chasqueó la
radio.
- Atención, atención. Habla Sole ¿Me recibís?
Hemos detectado con uno de los sensores que llevamos en el coche que los custodios
están en el pueblo que acabamos de dejar. Hay que volver, repito, hay que
volver a Siena del Sil.
El conductor,
un guardia civil llamado Pablo Sánchez López, cogió el mando de la radio y
contestó:
- Recibido,
Sole, vamos para allá. Nuestro.... sensor también ha recibido algo.... – dijo,
mirando por el espejo retrovisor el ansioso rostro del extraño cura.
Aquella misión
era rara de cojones....
* * * * * *
Daniel cogió
el mando del escáner láser y observó la pantalla. Estaba emitiendo lecturas.
- El escáner
de calor está registrando lecturas – comentó en voz alta. Mónica le miró
interesada y se inclinó hacia él. El guardia civil que iba en el asiento del
copiloto, llamado Gabriel Román Trimiño, se giró para mirarle, levemente
interesado. El conductor, un hombre llamado Eduardo Herrera García, ni se
molestó en mirarle. – ¿Dónde hemos colocado el cubo?
Mónica negó
con la cabeza.
- En ningún
sitio. No hemos instalado los equipos....
- Entonces....
¿seguirá en el maletero del todoterreno de Sole? – preguntó Daniel. Mónica
asintió.
Los dos
técnicos miraron la pantalla del mando externo del escáner láser de calor
residual, atónitos. Estaban dejando atrás una lectura doble de ciento veinte
grados.
- ¿Ocurre
algo? – preguntó Gabriel Román Trimiño, al verles tan concentrados en el
“juguetito”, aunque lo hizo más por cortesía que por interés.
- Tenemos que
dar la vuelta – dijo Daniel, con un hilo de voz. El guardia civil se asustó un
poco al verle la cara.
En ese momento
la radio habló.
- Atención, atención. Habla Sole ¿Me recibís?
Hemos detectado con uno de los sensores que llevamos en el coche que los
custodios están en el pueblo que acabamos de dejar. Hay que volver, repito, hay
que volver a Siena del Sil
– dijo la voz de Sole a través de la radio. Los dos guardias civiles se
quedaron mirándola un instante antes de reaccionar. El conductor dio un
volantazo y volvió por donde habían venido. El copiloto tomó el mando de la
radio para contestar.
Daniel y
Mónica no perdieron de vista las lecturas de calor. Los dos custodios estaban
allí reflejados.
* * * * * *
Marta llevaba
la radio, en su regazo, sentada en el asiento trasero. Justo conducía su coche
con prisa pero con cautela y el guardia civil que los acompañaba (un tal Miguel
Aldea López) iba en el asiento del acompañante, con cara seria.
Cuando Sole
les mandó el mensaje, Marta dio un respingo, asustada:
- Atención, atención. Habla Sole ¿Me recibís?
Hemos detectado con uno de los sensores que llevamos en el coche que los
custodios están en el pueblo que acabamos de dejar. Hay que volver, repito, hay
que volver a Siena del Sil.
Justo no
esperó más. Confiaba en Sole (después de todo lo pasado juntos) así que dio un
volantazo, hizo derrapar al R-11 (que se quejó con unos cuantos chirridos de
los neumáticos y la carrocería) y volvió hacia Siena del Sil.
- Somos
idiotas.... – murmuró Justo, apretando el volante con las manos y el acelerador
con el pie derecho. – Nos hemos ido todos dejando el pueblo central sin
vigilar. ¿Cómo no se me ha ocurrido?
- Estamos todos
muy tensos – comentó Marta, sosteniendo el mando de la radio cerca de su boca,
sin presionar la manija. – Es normal que cometamos errores....
- Pues ya no
podemos permitirnos más – contestó el veterano agente, acelerando aún más.
Marta dejó de mirar a la carretera y se concentró en responder al aviso de
Sole.
Acababan de
salir de Siena del Sil, así que ninguno estaba muy lejos del pueblo todavía.
Todos los coches llegaron en seguida al pueblo, y Sole les dijo que las
lecturas del medidor de ondas indicaban que la presencia de los custodios se
ubicaba en la plaza central del pueblo.
El coche de
Justo fue el primero en llegar. Detuvo el R-11 en la esquina de la casa de una
de las calles que salían desde la amplia plaza. Estaban en un rincón de la
plaza y avanzaron hasta la calzada ancha que rodeaba todo el lugar.
Desde allí
podían ver perfectamente a los custodios. Eran dos niños, un niño y una niña,
de unos doce o trece años. Estaban sentados con las piernas cruzadas, a lo
indio, uno frente al otro. Tenían las manos a la altura de los hombros, palma
con palma. Era difícil decirlo de lejos, pero parecía que tenían los ojos
cerrados. Lo que sí era seguro era que estaban recitando un salmo, o algo
parecido.
Los otros
coches llegaron en ese momento, casi a la vez, con unos pocos segundos de
diferencia, cada uno por una esquina o lado de la plaza diferente.
- ¡¿Dónde
están?! – gritó Andrés, saliendo de su Nissan,
con una escopeta en las manos. – ¡No los veo!
- ¡Al otro
lado de la fuente! – respondió Sole, en otro lado de la plaza. – ¡Pero yo no
tengo tiro!
La soldado se
movió lateralmente, para encontrar una línea de disparo despejada.
Los custodios
separaron sus manos y cogieron sendas piedras afiladas que cada uno tenía a su
lado. Las agarraron con firmeza y las colocaron hacia su izquierda, a la altura
del cuello de su compañero.
El padre
Beltrán se apeó en ese momento de su coche, con desesperación. Parecía un dios
terrible.
- ¡¡Están a
punto de abrir el portal!! – bramó, con su voz cascada como el sonido de un
trueno.
- ¡Yo tengo
tiro! – se escuchó decir Marta, sacando la pesada pistola de la espalda. La
cogió con las dos manos, la derecha sujetando la empuñadura (con el dedo índice
en el gatillo) y la mano izquierda abrazando la otra mano. Respiró hondo,
intentando apuntar.
Era su primer
disparo.
Vio cómo los
dos custodios terminaban su letanía, cómo se quedaban quietos un instante y
cómo apretaban con fuerza los cuchillos improvisados que los dos sostenían. Vio
al padre Beltrán erguido al fondo, con los puños apretados y la vieja y
arrugada cara en un gesto preocupado. Vio con el rabillo del ojo, lejos a su
izquierda, cómo Sole encontraba un lugar adecuado para disparar y acomodaba el
rifle en sus manos.
Marta apretó
el gatillo, lanzando la bala en dirección a la “niña” de la derecha. En ese
instante, los dos custodios se movieron, con un gesto diestro y veloz, cortando
la garganta de su compañero, los dos a la vez. Cuando las gargantas de los dos
estaban abiertas y la sangre ya se había derramado, la “niña” recibió el tiro
de Marta, en la sien izquierda, cayendo de lado. Menos de un segundo después,
el “niño” de la izquierda recibió la ráfaga de balas de Sole, tirándole al
suelo de costado.
Después, las
armas de los demás guardias civiles se pusieron a tronar, alcanzando a los dos
cadáveres, destrozándoles un poco más. La escopetada despertó a los vecinos
del pueblo y repiqueteó en la piedra del suelo de la plaza.
- ¿Lo hemos
conseguido? – preguntó Andrés, bajando la escopeta. Marta estaba (casi) segura
de que lo habían logrado.
Después, a lo
lejos, vio al padre Beltrán con la cabeza gacha, meneándola con desánimo.
* * * * * *
Desde el
suelo, entre los cuerpos de los dos custodios sacrificados, surgió un rayo de
energía, parecido a una descarga eléctrica. Era de un color rojo intenso y
subió hacia el cielo, retorciéndose y quebrándose, impactando contra un muro de
nubes grises que se estaban congregando allí, llegando en una gigantesca
espiral.
Una elipse de
color rojo se formó en el cielo, albergando una negrura en su interior más
oscura que la propia oscuridad.
De pronto,
desde el portal, surgieron ocho cometas, que dejaban tras de sí ocho estelas de
humo de color rojo y granate.
Cada uno de
los cometas partió en una dirección, dejando atrás el oscuro y eléctrico
portal.
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