ÉRASE
UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
-
I -
LA TABERNA DE
LOS MERCENARIOS
La
palabra “mercenario” es una palabra
bonita, ¿no es así? Es sonora, tiene un buen equilibrio entre vocales y consonantes,
una bella entonación.... Es agradable.
Sin
embargo, cuando nos metemos en el tema del significado.... ¡Ay, amigos! Ahí ya
tenemos unos pocos problemas. La mayoría de la gente nos ve a los mercenarios
como figuras oscuras, gente taimada y astuta, de la que no te puedes fiar.
¿Cómo se puede fiar uno de una persona que pone precio a su lealtad?
La
mayoría de la gente puede pensar así, pero no toda. Los mercenarios de Ülsher
no tenemos reparos en reconocer que somos mercenarios, en vivir rodeados de mercenarios
o en asociarnos con mercenarios. Al fin y al cabo, los encargos a sueldo son la
economía del país.
Ülsher
es un pequeño país del oeste del gran continente Ilhabwer. Ocupa toda la
extensión de un ancho cabo que se introduce en el Mar Frío. Es un pequeño país,
extraño entre los demás reinos de Ilhabwer: no tenemos un rey que nos gobierne,
sino que se elige democráticamente a un presidente cada cinco años. El cargo de
presidente en Ülsher es casi simbólico: las leyes están muy bien redactadas y
todos las acatamos. No es necesario modificarlas, pues la vida de los
mercenarios de Ülsher sigue siendo igual que hace siglos. El presidente electo
del país de los mercenarios es más un administrador que un gobernante. En
Ülsher cada cual va a lo suyo.
En
el pequeño país no hay ciudades, excepto una. Dsuepu es la capital y la
localidad más grande del territorio, con una población de treinta y cinco mil
habitantes. El resto de mercenarios del país se reparten por las aldeas, villas
y pueblos que completan el cabo.
En
cualquiera de los pequeños pueblos de Ülsher un ciudadano respetable puede
contratar los servicios de un mercenario decente, pero es cierto que los
mejores negocios se hacen en Dsuepu. Y el mejor lugar de la capital para
encontrar al mejor empleado es “La
taberna de los mercenarios”
“La taberna de los mercenarios” en
realidad se llama “El fraile gordo”,
pero poca gente de fuera de Dsuepu la llama así. En todo Ilhabwer se sabe que
en la capital de Ülsher está “La taberna
de los mercenarios”, donde se puede contratar a cualquier esbirro para que
se encargue del problema que uno no puede (o no quiere) solucionar.
Pero
no nos quedemos en la puerta: entremos, entremos para que la vean.
La
taberna es un lugar muy amplio, con suelo de tierra prensada, paredes de piedra
hasta media altura y planchas de madera hasta el techo, con columnas, vigas y
tejas del mismo material. Es un lugar fresco en Verano y cálido en la Tierra
Marchita y el Invierno, gracias a las estufas que Frank (el dueño) coloca en
los rincones del local y en otros sitios puntuales donde no molestan y hacen un
gran servicio. La larga barra de madera pulida y barnizada está a la derecha
del local, según se entra por la puerta. El resto del espacio está ocupado por
mesas redondas y sillas a su alrededor, para que los clientes puedan entrevistarse
con los mercenarios que piensan contratar y para que los amigos y conocidos
compartan charla y unos tragos.
Al
fondo de la estancia hay unas escaleras de madera adosadas a la pared, que
llevan hasta la parte de arriba de la taberna, otro espacio amplio con largas
mesas cuadradas y demás bancos y taburetes. A menudo se celebran allí arriba
cenas de amigos o encuentros de mucha gente, pero la mayor parte del tiempo se
usa para lo mismo que las pequeñas mesas de abajo: cerrar tratos. Las camareras
contratadas por Frank (todas bellas jovencitas, de cintura estrecha y caderas
anchas) se encargan de servir las mesas de arriba. La planta baja de la taberna
está atendida por dos jóvenes, Thalio y Thelio, hermanos gemelos y primos
lejanos de Frank. Son dos apuestos muchachos, de pelo rubio y lacio, simpáticos
y agradables. Son un regalo para la vista, cuando me paso las tardes muertas en
la taberna, los días que no tengo trabajo.
Porque
yo también soy una mercenaria, como habrán podido adivinar. Nací en un pequeño
pueblecito del norte de Ülsher, donde el mar rompe con fuerza contra los
acantilados de la costa. Como en el resto del país, los chicos y chicas del
pueblo no teníamos otro futuro que dedicarnos al campo (agricultores o
ganaderos) o marchar a Dsuepu, a la academia de mercenarios, para acabar siendo
un cazarrecompensas más.
Y
yo me decanté por lo segundo, para orgullo de mi padre y desesperación de mi
madre, que siempre quiso tener una princesita de ojos verdes y largo pelo
rubio, una doncella preciosa que se dedicara a cuidar una granja y encontrara
un marido granjero con quien compartir el trabajo y darle nietos. Y acertó en
todo menos en lo del marido y la granja.
Bueno,
y en lo de la princesita.
Aquella
tarde de marzo me encontraba en la taberna de Frank, tomando un vino especiado
y carne de pollo cortada en tiras y dorada al horno, acompañada de manzana
asada. La taberna estaba bastante llena, aunque no abarrotada: era una jornada
normal.
La
gente ocupaba algunas mesas; había campesinos y ganaderos tomando algo,
intentando quitarse a sorbos el polvo de la piel y el cansancio de los
músculos; mercenarios aquí y allá estaban sentados en varias mesas, todos solos
salvo dos, que negociaban con sus clientes en voz baja; Thalio y Thelio
deambulaban entre las mesas, sirviendo, cobrando y retirando vasos vacíos. Nada
parecía indicar que estábamos viviendo una tarde fuera de lo común.
No
sabía que estábamos a punto de empezar una gran aventura.
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