ÉRASE
UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- VI -
UN NUEVO TRABAJO
-
¿Pero cómo no vas a aceptar el trabajo? – pregunté, escandalizada. – ¡Es una
oportunidad única! ¡Son mil sermones!
¡Se solucionarán todos tus problemas!
La
noche en que murió Kéndar-Lashär ya no encontré a Drill en la taberna cuando
volví, después de que los alguaciles de Dsuepu nos tomaran declaración a todos
los que estábamos en la calle alrededor del cuerpo del héroe. Así que me marché
a casa, esperando encontrarle al día siguiente en el mismo sitio. Me pasé toda
la mañana cerrando un negocio con un ganadero que solicitaba protección para
llevar sus vacas hasta el mercado de Nafunovat, en Rocconalia. Llegué después
de comer a “La taberna de los mercenarios”,
contenta: tenía un nuevo trabajo cómodo y muy bien pagado. El año siguiente pagaría
el tributo sin problemas. Me senté en la misma mesa que el día anterior y
esperé que Drill se pasase por allí, para compartir mi alegría con él.
Pero
cuando el viejo mercenario llegó le vi desesperado, preocupado y hasta triste.
Creí que se encontraba así por la muerte de su antiguo shushán, pero no era tal su preocupación. Con voz estrangulada me
contó sus “problemas”, el nuevo trabajo que le habían propuesto.
Y
yo no pude por menos que sorprenderme.
-
No puedo creer que te preocupes por una cosa así. ¡Mil sermones! – me escandalicé, por la idea de Drill de rechazar aquel
trabajo. – Es como conseguir tu propio caldero
de oro con cuatro años de adelanto....
-
Sí.... – contestó él, con tono cansado. Ya llevaba un rato echando por tierra
todos mis argumentos. – Pero para cobrarlos tendré que cumplir con mi misión,
¡y es imposible de cumplir! ¡Es una locura propia de un tipo como ése!
Reí,
recordando la descripción que Drill me había hecho del tal Karl Monto. Parecía
que el cliente de mi antiguo yumón
era un poco “rarito”, un tanto histriónico y un blandengue.
-
El trabajo es largo y laborioso, no voy a decirte lo contrario – acepté yo, con
tono tranquilo, – pero estoy segura de que puede realizarse. ¡Sobre todo tú!
Eres un gran mercenario, Drill, de eso no hay duda. Sólo te encuentras en una
mala racha.... pero con este trabajo saldrás de ella.
Drill
se pasó la mano por la cara, después de beber un trago largo de cerveza.
-
Pero si es que, además, no es un trabajo para mí.... ¡Monto era el cliente al
que Kéndar-Lashär estaba esperando! – me miró con cara resolutiva, como si todo
estuviera explicado. Meneé la cabeza, sin entenderlo. – ¿No lo ves? ¡Me estoy
haciendo con la misión de otro mercenario!
-
¡Buah! – salté yo, quizá demasiado despectiva. – Ésa es tu manía de regirte por
un código del honor de los mercenarios que nadie sigue ya.... ¡Un trabajo es un
trabajo, Drill! Además, tú no se lo has robado a Kéndar-Lashär: el pobre no
estaba para aceptarlo. Simplemente cogiste lo que te encontraste....
-
Me siento fatal por haber engañado a ese hombre....
-
Mira, Drill, sin querer ofenderte, si ese tal Monto es tan idiota como para
confundiros a ti y a Kéndar-Lashär se merece que le engañen.
Drill
miró alrededor, inquieto. Suspiró fuertemente.
-
Al margen de eso.... No me veo capaz de realizar la misión.... Encontrar todos
esos objetos imposibles de conseguir.... entrar en una tumba inexpugnable....
Además para esconder una caja de madera, que contendrá el capricho de un ricachón....
Era
evidente la preocupación de mi antiguo yumón:
se había saltado sus propias reglas y me había contado las condiciones y los
términos de “su” nuevo trabajo.
-
Bueno, la mayor parte de esas cosas sabemos dónde están o quién las custodia –
dije yo. – Nadie dice que tengas que tomarlas por la fuerza. Quizá el Museo de
la Guerra pueda prestarte la espada, y si descubres quién guarda la llave en
las Islas Tharmeìon quizá te la confíe durante un tiempo – elucubré yo. Drill
no parecía convencido. – Tu fama no se iguala a la de Kéndar-Lashär, pero eres
un mercenario bien conocido. Y respetado. Puedes usar eso a tu favor....
-
No lo sé.... – dudaba Bittor Drill, pero yo veía que lo estaba convenciendo.
-
Piensa en el sueldo – contraataqué yo desde otro frente. – Conseguirías tu
propio caldero de oro con el que
poder seguir tirando hasta los sesenta: ésa puede ser la manera de conseguir tu
pensión. Y luego podrás retirarte cómodamente a tu granja del norte....
Drill
resopló.
-
Si te parece tan buen trabajo, ¿por qué no lo aceptas tú? – me retó.
-
Porque yo tengo uno que acabo de conseguir esta mañana – contesté, resuelta. –
Es muy cómodo y está bien pagado.
-
Está bien. Te lo cambio – me propuso Drill.
-
¡Ni hablar! Está bien pagado pero no resolvería tus problemas de dinero.... –
contesté, haciéndome la ofendida. – Tienes que aprovechar la oportunidad que
Monto te ha puesto delante.... bueno, y el sulqti-d’han
de Kéndar-Lashär.
Drill
se rascó la cabeza, alborotándose el abundante pelo gris.
-
No me gusta nada esto....
-
Rechaza el trabajo entonces – dije, cogiendo la copa de arcilla de la mesa y
tomando un trago de vino con especias, mirando alrededor, desentendiéndome de
Drill.
-
Es que no sé....
-
¡¿Pero no lo ves?! – salté, volviéndome a mirarle, inclinándome sobre la mesa,
con las manos apoyadas en la madera. – Estás deseando hacer este trabajo. Lo
que pasa es que te asusta volver a trabajar de verdad, en una misión
mínimamente decente y complicada. Yumón,
eres un buen mercenario, de los mejores que ha habido en la historia de la
academia. Sólo necesitas volver a ponerte en marcha....
-
Lo que pasa es que no sé si podré o sabré volver a hacerlo – dudó Drill.
-
El miedo es algo normal, Drill – dije, comprensiva. – Pero que te aferres tanto
a él y te comportes como un aprendiz de mercenario llorica no lo es tanto –
concluí, tajante. Drill me miró y sonrió, con su sonrisa cálida de niño. – Así
no conseguirás ligar nunca....
Drill
rio con leves carcajadas y yo sonreí, contenta. El mercenario miró alrededor,
fijando su vista en las ventanas: fuera no se veía más que oscuridad. Ya se
había hecho de noche.
La
puerta de la taberna se abrió entonces, dejando entrar algo del viento frío que
recorría las calles de Dsuepu. Los clientes de la taberna lanzaron quejas,
mandando al que entraba que se apresurara a cerrar la puerta.
Karl
Monto, que era la persona que estaba entrando, se aceleró, poniéndose nervioso.
Cerró la puerta rápido y con fuerza, pillándose una esquina de la capa. Tuvo
que volver a abrir la puerta para liberarla, despertando las nuevas quejas de
los parroquianos. Cerró de nuevo, ya libre, trastabillando hacia atrás,
ofuscado por la vergüenza de ser el centro de atención y por su torpeza. Acabó
golpeando una mesa, tirando parte de la cerveza que había en las jarras. Los
clientes sentados en ella lanzaron voces, quejándose. Monto se disculpó con su
voz lastimera, alejándose de allí.
-
Vaya idiota.... – comenté.
-
Es mi cliente.
-
¡No hablas en serio! – me giré hacia él, sorprendida.
-
Ojalá no lo hiciera.... – contestó Drill, levantando la mano y llamando la
atención del torpe hombrecillo.
Lo
miré de arriba abajo, valorándolo. Era paliducho y raquítico. Parecía un hombre
débil, vestido con buenas ropas, marcando su estrato social. Se notaba que
estaba fuera de lugar, que se sentía incómodo allí. Era alguien con una
posición social y económica elevada, alguien acomodado. Alguien que no era
capaz de resolver sus problemas, asustadizo y aprensivo. El típico cliente de
un mercenario.
-
¡Buenas noches! – dijo, sentándose al lado de Drill.
Aún quedaba una silla desocupada en la
mesa. – Me alegro de verle.
Se
volvió después con curiosidad hacia mí. Le sonreí y le mantuve la mirada: era
evidente que mi presencia lo desconcertaba y le ponía nervioso.
-
¡Oh! Sí.... ésta es Jennipher Whicox, una amiga y compañera de profesión – me
presentó Drill, salvando el momento un tanto tenso. – Él es Karl Monto, el
cliente que te he dicho que estaba esperando.
El
hombrecillo me tendió la mano y yo la estreché. Era un apéndice delgaducho y
frío, con dedos como ramitas. Su apretón fue debilucho, sin fuerzas, como si
hubiese dejado la mano muerta antes de tendérmela, blandita y floja. Hubiese
deseado que aquel hombre fuese un compañero de armas (otro mercenario, un
soldado o un alguacil) para poder estrecharle la muñeca y no tener que volver a
tocar su mano nunca más.
-
Encantado – dijo él, con una sonrisa de conejo.
-
Un placer – dije yo, evitando poner cara de asco ante su contacto. Tuve que
contener la risa ante su sonrisa.
-
Lo lamento, pero lo que tengo que tratar con el señor.... – se quedó un momento
en suspenso, pensando.
-
Drill – apuntó mi antiguo yumón.
-
Drill, eso es, eso es.... Lo que tengo que negociar con el señor Drill es
privado y secreto. Espero que lo comprenda.... – me dijo, con excesiva
seriedad.
-
Por supuesto – me levanté. – Nos vemos luego, Drill. Señor Monto.... – me
despedí, con un cabeceo. Después me dirigí a la barra, con un caminar lento y
seductor. Estoy segura de que varias cabezas se volvieron hacia mí, y que la
primera fue la del señor Karl Monto. Incluso apostaría a que se quedó con la
boca abierta.
-
Una mujer magnífica.... – dijo Monto (como más
adelante me contaría Drill). – ¿Es su mujer?
-
¿Qué? No, hombre, no.... – rio Drill.
-
Pero es su pareja.... – dijo Monto, incapaz de comprender nuestra relación de
amistad.
-
Es sólo una compañera y una amiga – explicó Drill, riendo. Le pareció increíble
la estrechez de miras de aquel hombre, que no podía comprender que un hombre y
una mujer hermosa fuesen sólo amigos. – Fue mi aprendiz hace unos ocho años.
-
¡Ah! Ya lo comprendo.... – dijo, intentando una sonrisa pícara. Drill no quiso
saber qué había entendido aquel personaje por “aprendiz” y qué se había
imaginado que implicaba la relación yumón/shushán para los mercenarios, y tampoco
quiso sacarle de su error. – Espero que no le haya contado nada de nuestro
negocio....
- Ni mucho menos – mintió el mercenario, sintiéndose
un poco mal. – Es confidencial....
-
Así me gustaría que lo tratara siempre – aceptó Monto. Después se inclinó sobre
la mesa, acercándose a Drill. – Porque imagino que ha aceptado el encargo, ¿no
es así?
Drill
miró hacia mí, aunque yo no me di cuenta. Estaba apoyada en la barra, tomando
mi vino con especias y hablando con Frank sobre la tragedia de la noche
anterior. Supongo que Drill buscaba algo de ayuda por mi parte pero,
inconscientemente, yo no se la brindé (me gustaría deciros que era la primera y
última vez que me pasaba eso, pero os mentiría).
-
Me temo que sí.... – murmuró Drill, mientras seguía mirando mi espalda. –
Quiero decir.... Sí, acepto.
-
¡Bien! ¡Me alegro verdaderamente! – dijo Monto, extremadamente contento. – Sé
que mi empresa está en buenas manos.
-
Eso espero.... – murmuró Drill hacia un lateral, tapándose la boca con el dorso
de la mano.
-
Bien, concretemos los detalles – dijo Karl Monto, acercando su silla aún más a
Drill, que se recostó en la suya, resignado. – Yo vivo en Dérdrè, una pequeña
aldea al borde del río Birmanion, a unos treinta kilómetros de Qalgut. Esperaré
allí su informe una vez que haya terminado. Allí podrá cobrar su sueldo.
Mientras tanto tenga los quinientos sermones
prometidos en concepto de dietas.
Karl
Monto abrió una pequeña bolsa de viaje de piel que llevaba con él. Sacó una
pesada bolsa de cuero, panzuda y redondeada. Piezas metálicas tintinearon en su
interior. Drill la cogió con los ojos como platos, tragando saliva.
La
tentación era demasiado grande. ¿Quién le impedía salir de allí con el dinero,
con la promesa de realizar el trabajo, pero desapareciendo de la vida pública?
Sería rico y tendría el retiro bastante resuelto.
Su
maldita conciencia: ella se lo impediría....
-
Muy bien – se limitó a decir, tomando la bolsa de cuero y poniéndola debajo de
la mesa, entre sus pies.
-
Recuerda las condiciones de nuestro negocio, ¿verdad? – continuó Monto. – La
caja debe quedar escondida en el sepulcro de Rinúir-Deth, en el Mausoleo de los
Reyes de Gaerluin. En ningún otro sitio de Ilhabwer estará segura. Consiga la
espada, la llave y el conjuro para poder entrar allí y esconderla y luego vaya
a Dérdrè a cobrar su sueldo. Es así de sencillo – Drill enarcó una ceja,
incrédulo. Estaba seguro de que aquel idiota de verdad se creía que aquella misión
era sencilla. – Nadie puede saber qué hay en la caja, ni siquiera usted. Nadie
puede cogerla ni abrirla. Sólo usted puede hacerse cargo de ella.
-
Muy bien.
Monto
metió de nuevo la mano en la bolsa, con más precauciones que antes. Con un
gesto teatral sacó una pequeña cajita de madera y la colocó en la mesa,
tapándola con su cuerpo y con sus pequeñas y delicadas manos.
-
Aquí está – dijo, con recogimiento, como si hablara de un gran tesoro o de una
reliquia del mismísimo Sherpú. – La caja que debe proteger.
Era
una caja pequeña, de madera de álamo. Medía unas tres pulgadas de ancho, por
cuatro de largo y una y media de alto. Era suave al tacto, de color marrón
intenso. La tapa estaba taraceada por arriba, formando un dibujo como de
escamas de pez, pero de color marfil, con un intenso color negro entre ellas.
Dos bisagras roñosas permitían que la tapa se levantara, asegurada por un
simple cerrojo compuesto por dos piezas de latón: una en la tapa, móvil, con un
agujero que encajaba en la otra pieza clavada en el costado de la caja,
uniéndose a presión. Drill la sopesó en la mano, notando que apenas pesaba: era
ligera, y nada se notaba en su interior, ni se agitaba al sacudir el
cofrecillo.
Era
una simple y triste caja de madera. El “importante” objeto que Drill tenía que
proteger y esconder.
-
No se la dé a nadie, ni la enseñe, ni la abra – sentenció Karl Monto, y fue la
vez que más serio le vio. Parecía alguien seguro de sí mismo, incluso.
-
La cuidaré con mi vida – dijo Drill, viéndose influenciado por la seriedad del
momento, dejando que sus costumbres de mercenario experimentado resurgieran.
-
Espero que no sea necesario llegar a tanto – dijo
Monto, con voz nerviosa, y ya volvía a
parecer el hombrecillo debilucho de siempre. – ¿Cuándo cree que partirá?
-
Puedo hacerlo mañana mismo – contestó Drill, después de pensarlo un poco. – Lo
que tarde en alquilar un caballo o conseguir pasaje en alguna diligencia.
-
Yo salgo mañana para Birma – dijo Monto. – Quiero decir que no estaré aquí para
verle partir ni para meterle prisa. Pero me gustaría que cumpliera
servicialmente mi encargo.
Drill
sacudió la cabeza mentalmente, sorprendido. Aquel hombrecillo le dejaba atónito
una vez sobre la anterior. Era increíble lo crédulo y confiado que era: acababa
de pagar quinientos sermones a un
desconocido con toda tranquilidad y había dejado el objeto de sus desvelos al
mismo desconocido sin objeciones ni reparos. Se lo había confiado para que
cumpliera la estúpida misión y no pensaba vigilarle ni pedirle informes
periódicos.
Pero
Monto sabía que Drill cumpliría con su deber, que cualquier mercenario lo
haría. Todos en Ilhabwer sabían que los mercenarios de Ülsher eran gentes de
honor. Cuando daban su palabra no podían desdecirse. Maldito fuera el juramento
de la academia que hacían al graduarse....
-
¿Cuáles serán sus primeros movimientos?
-
No sé.... supongo que viajaré a Gaerluin, a ver sobre el terreno el Mausoleo de
los Reyes.... Y quizá deba pasar a ver el Museo de la Guerra.... Investigaré
sobre la espada, sobre la llave, sobre Rinúir-Deth.... Tendré que aprender bien
todo lo que tenga que ver con él, con su leyenda y con su muerte y entierro....
-
Veo que no elegí mal – sonrió Monto, enseñando los dientes como un conejo. – Es
usted un mercenario metódico y muy profesional.
Drill
asintió, agradeciendo el cumplido, riendo por dentro: sus opciones no eran más
que dar vueltas y vueltas, retrasando cuanto más fuese posible el momento de
tomar una decisión en firme y pasar a la acción.
-
Supongo que planearé el viaje en un par de días y saldré a finales de semana.
El lunes que viene a más tardar.
-
Muy bien. Veo que mi problema está en buenas manos y que puedo dejarle trabajar
con libertad – dijo Monto, levantándose de la silla. Drill también lo hizo, por
educación. – Le deseo buena suerte y le espero en Dérdrè.
Drill
asintió, sin tenerlas todas consigo.
-
Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo Monto.
-
Le ofrezco y deseo igual, señor.
Karl
Monto le tendió la mano y Drill se la estrechó, encontrándola blandita y fría.
El hombrecillo salió de la taberna, no sin antes echarme otra mirada al pasar.
Antes de salir se enredó con la puerta, golpeando una mesa.
Yo
le vi irse desde la barra, acercándome luego a la mesa donde Drill había vuelto
a sentarse. Pidió otra ronda cuando yo me senté frente a él y Thalio nos la
trajo con agilidad.
-
¿Y bien?
-
Tengo un nuevo trabajo – me aseguró Drill, con el tono fúnebre de quien está
comunicando a un amigo su próxima y cercana muerte.
-
¡Bien! Me alegro. Verás como todo sale bien – aseguré, tonta de mí, demasiado
optimista, sin imaginar lo que mi pobre yumón
estaba a punto de pasar.
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