ÉRASE
UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- II -
UN VETERANO....
Caminó
con su paso tranquilo hasta la taberna, cojeando de la pierna derecha como
siempre. Sus botas de ante apenas hacían ruido contra los adoquines del suelo.
No tuvo que esquivar a mucha gente en la calle, pues la tarde estaba acabando y
la gente volvía a sus casas. Sólo las mancebías, los hostales y las tabernas
mantenían algo de bullicio.
Llegó
a “La taberna de los mercenarios”, el
local de Frank. No sabía por qué una y otra vez volvía a aquel local: estaba
acabado y allí sólo encontraba a compañeros de profesión, lo que le recordaba
de nuevo que estaba acabado. Estaba deprimido, cansado, derrotado.... pero
siempre volvía allí. Todas las noches, siempre que estaba en Dsuepu. Y, como
hacía tiempo que no conseguía un trabajo, llevaba ya un par de meses allí.
Se
paró frente a la puerta de madera grasienta y ennegrecida, debajo justo del
cartel colgante que rezaba “El Fraile Gordo”.
Escuchó los ruidos que llegaban a través de la puerta, suspirando.
Siempre
le pasaba lo mismo. Se preguntaba por qué iba allí cada noche y luego caía en
la cuenta de lo de siempre: recordaba los platos de Frank, su cerveza tibia, el
respeto que le seguían guardando la mayoría de los mercenarios que allí
estaban.... y la esperanza de conseguir un nuevo trabajo.
Volvió
a suspirar y empujó la puerta, decidido y resignado al mismo tiempo.
El
ruido del local tapó el chirrido de las bisagras de la puerta, así que nadie se
dio cuenta de su llegada. Caminó entre las mesas, dirigiéndose a la barra.
Thelio le saludó amablemente al pasar, con una amplia sonrisa y el hombre le
devolvió el saludo, imitando la sonrisa, consiguiendo sólo una mueca. El joven
crío no podía saber lo que había hecho, pero los camareros de “La taberna de los mercenarios” sabían que era un gran amigo de Frank
(y el viejo mercenario suponía que el tabernero les habría contado alguna de
sus antiguas batallitas, adornándola
quizá en demasía). La gente le miró cuando pasaba a su lado, y todos lo
hicieron con respeto. Cualquiera hubiera deseado aquello, hubiera envidiado al
hombre cojeante, pero él sólo deseó que la barra hubiese estado más cerca.
-
¡Hola Bittor! – saludó Frank, con su voz dura y ronca, alegre de verdad. – ¿Te
pongo lo de siempre?
El
mercenario asintió, sonriendo, con una mueca que sólo los que le conocíamos
podíamos llamar sonrisa.
Frank,
el tabernero, se movió con celeridad al otro lado de la barra, a pesar de su
voluminosa barriga. Frank siempre había sido gordo, desde niño. Ahora, como tabernero,
siempre vestía una camiseta blanca de tirantes, que acababa de color entre
marrón y gris cada noche. Pero siempre vestía una impoluta a la mañana
siguiente. Aquellas camisetas enmarcaban fielmente la panza del hombre. A pesar
de ello, Frank era un hombre fuerte, de brazos redondeados por los músculos.
Era pelirrojo, calvo por la parte alta de la cabeza y con un pelo ensortijado
rodeándole el resto, desde una sien hasta la otra. Tenía un diente de oro, los
ojos marrones y un corte en la mejilla izquierda.
Probablemente
era el mejor amigo del viejo mercenario.
Le
sirvió una jarra de cerveza y fue a sentarse a una de las mesas vacías. Se dejó
caer en una de las sillas, resoplando, sin mirar a su alrededor. No le apetecía
pensar en nada más que en beberse tranquilamente aquella jarra de cerveza
tibia.
En
una de mis ensoñaciones por la taberna, paseando la mirada por el local,
reconocí a Bittor Drill sentado solo en una mesa, con una jarra de cerveza
entre las manos. Estaba serio y cabizbajo.
No
le había visto entrar, despistada con mis cosas como estaba, pero decidí
acercarme a saludarle. Tomé mi plato de pollo a medio comer y mi vaso de barro
y me acerqué a la mesa del viejo mercenario.
-
¿Puedo sentarme? – pregunté, mirándole traviesa desde arriba.
El
viejo me miró con los ojos despistados y luego me reconoció en un parpadeo.
-
¡Jennipher! – dijo, sorprendido y (creo) contento. Se puso en pie y me estrechó
en un fuerte y cariñoso abrazo. Mi cabeza sobresalió por encima de la suya. –
Claro que sí.... Siéntate.
Mi
viejo yumón apartó una silla de la
mesa y me la tendió con un gesto, invitándome a sentarme. Le sonreí y agradecí
la cortesía con un asentimiento y me senté.
-
Bittor Drill.... No esperaba encontrarte aquí.... Pero me alegro de haberlo
hecho....
Él
sonrió, algo avergonzado quizá, con su sonrisa infantil, cálida. Esa sonrisa me
llevó a tiempos pasados, cuando él y yo éramos jóvenes.
-
Llevo atrapado en Dsuepu un par de meses.... El que no esperaba encontrarte
aquí era yo. ¿No estabas realizando un trabajo en Gaerluin?
-
Así era – contesté, orgullosa y honrada de que mi antiguo yumón estuviera al tanto de mis quehaceres. – Pero ya está
terminado. Era un robo sencillo.... – empecé a explicar, pero me corté a
tiempo. Mi yumón levantó la vista y
la clavó en mis ojos, censurándome previamente, antes de que cometiera la
falta. Aquella mirada censora también me remontó a días pasados.
-
Pensé que te había enseñado mejor....
-
Lo hiciste, yumón. Me he dado cuenta
a tiempo. No te diré nada más.... – repliqué, defendiéndome.
- “Un mercenario nunca habla de sus trabajos”
– recitó el viejo mercenario. – Podría meterse en líos, violar la confidencialidad
con su cliente y entrar en conflicto con el trabajo de otro mercenario....
-
Lo sé. Sólo quería comentarte mi última misión. Como ya estaba completada no
pensé en meterme en líos.... Además, ¿hay alguna posibilidad de que entrase en
conflicto con algún trabajo que tengas entre manos?
-
Me parece que no – contestó él, volviendo a parecer triste y derrotado. Me
arrepentí de mi broma. – Llevo dos meses sin trabajar.... y mis últimos
encargos fueron misiones sin importancia....
Mi
antiguo yumón empezó a relatarme su
mala suerte de hacía un par de años. Llevaba un tiempo largo sin conseguir
trabajos importantes, que le dieran buen dinero. Y se acercaba ya a los sesenta
años, lo que no facilitaba las cosas. Los últimos años para un mercenario eran
importantes para retirarse, y si no conseguía un buen dinero por sus misiones
el retiro sería incómodo y pobre. Incluso para Bittor Drill parecía difícil
encontrar buenos trabajos.
Bittor
Drill había sido uno de los mejores mercenarios en la historia de la orden.
Había sido mercenario desde muy joven: se licenció en la escuela con tan sólo
diecisiete años. Realizó grandes y famosas gestas, ganó dinero y fama gracias a
sus misiones. Cuando cumplió los treinta había logrado proezas que muchos
ancianos sólo habían soñado con alcanzar. El director de la academia, antiguo
amigo de Drill, le llamó para que impartiera clases en ella, durante un tiempo.
Quería que conociera a una promoción altamente prometedora. Así, Bittor Drill
fue maestro en la escuela de mercenarios durante casi una década, conociendo
allí al gran Kéndar-Lashär, el que luego fuera el héroe y el orgullo de Ülsher.
Bittor Drill dejó la escuela cuando Kéndar-Lashär se licenció a los veinte
años, para acompañarle en sus viajes y en sus trabajos. Más adelante, cuando el
héroe mercenario ya trabajaba solo, Drill me tomó como su shushán (su aprendiz) y él fue mi yumón (mi maestro) cuando yo me licencié. Trabajamos juntos durante
cinco años y aprendí todo lo que pude de él. Era un gran mercenario.
De
aquello hacía ocho años. Bittor Drill seguía siendo un gran mercenario,
mantenía sus métodos y su capacidad, seguía siendo respetado y conocido por
haber sido el yumón del gran Kéndar-Lashär,....
pero había envejecido y su suerte había cambiado mucho.
-
Tengo cincuenta y seis años, Jennipher – me decía en ese momento. – Sólo estoy
pensando en retirarme dentro de un par de años. Ojalá pudiese llegar a los
sesenta y recibir el caldero de oro
por los servicios prestados.... pero me conformo con retirarme con el dinero
suficiente para montar una granja.
-
¿Una granja? – pregunté, quizá demasiado sorprendida.
-
Sí. Una granja – respondió, con ojos ensoñadores y su sonrisa infantil en la
cara. – Un amigo mío se retiró el año pasado, con los sesenta cumplidos. Con el
dinero del caldero de oro que le dio
la academia compró un terreno cerca del mar, en la misma comarca que tu pueblo
– me dijo, señalándome, entusiasmado. – Me prometió un sitio allí para vivir.
Quiero ahorrar lo suficiente para poder comprar un rebaño de ovejas o una recua
de vacas y algo de material para poder encargarme de la granja con él. Pero
también tengo que pensar en el tributo....
Asentí,
solidaria. El tributo era un impuesto que todos los mercenarios debíamos pagar
a la academia de mercenarios cada año, entre el veinte y el treinta de febrero.
Ascendía a unos trescientos sermones,
unas ciento veinte herraduras de
Raj’Naroq. A todos nos hacía un poco la puñeta pagar a la academia cada año,
pero también era cierto que consiguiendo un par de trabajos decentes al año, o
media docena de los mediocres, se podía pagar el impuesto y vivir cómodamente.
Además, si un mercenario llegaba trabajando a los sesenta años, conseguía lo
que en el gremio llamábamos el caldero de
oro: una paga extraordinaria de mil sermones
como pensión por retirada. Todos en el gremio queríamos llegar a cobrarlos. Así
que pagábamos puntualmente el tributo cada año.
-
Con lo que tengo ahorrado hasta ahora podré pagar el tributo otros dos años
más, y sobrevivir.... – explicó Drill. – Si consigo algún trabajo decente podré
ahorrar para retirarme, aunque sea antes de tiempo....
-
¿De verdad no puedes aguantar un poco más? – pregunté, rogando. – No puedo
creerme que el famoso Bittor Drill se quede sin su caldero de oro....
Mi
antiguo yumón sonrió tristemente, con
su sonrisa torcida y dolorosa.
- Me
temo que los que llegan a cobrar la paga extraordinaria son sólo aquellos que
llevan una vida lo suficientemente cómoda como para poder llegar. Los que nos
hacemos famosos con gestas y hazañas nos quemamos
por el camino....
Lo
miré valorativamente, pensando que quizá tuviese razón. Mi antiguo yumón tenía ya una edad, pero había envejecido
mucho durante los últimos ocho años, en los que apenas nos habíamos visto:
Bittor Drill aparecía muy avejentado, con el pelo abundante pero de color gris
ceniza. Su ojo derecho verde aparecía apagado, como si se hubiese quedado sin energía.
Su corta estatura (pues apenas llegaba al metro sesenta) unida a la cicatriz de
su cara (desde la comisura derecha del labio hasta la oreja) hacían que
pareciese aún mayor. Sin olvidar el parche: Drill había perdido el ojo
izquierdo en una misión, junto con Kéndar-Lashär.
La
vida de exitoso mercenario le había destrozado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario