ÉRASE
UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- III -
....Y UN HÉROE
Llegó
caminando a buen paso por la calle, mientras la luz del Sol se iba volviendo
cada vez más suave. Faltaban pocos minutos para el ocaso, la hora de su cita.
Él nunca llegaba tarde.
Recorrió
la calle hasta “La taberna de los
mercenarios”. No tuvo que detenerse con admiradores ni seguidores, ya que
la calle ya estaba desierta. Los locales, los talleres y las tiendas habían
cerrado, y sólo se veían luces a través de las ventanas de las casas y detrás
de los cristales de la taberna.
Dos
niños, de no más de diez años, jugaban con un pequeño arco fuera de la taberna.
Habían colgado una tabla en la pared del edificio, al lado de una ventana, en
la que habían dibujado una diana. Los dos se turnaban para disparar, con
resultados intermitentes. El mercenario supuso que eran futuros alumnos de la
academia de mercenarios.
- ¡Atiende!
¡Es Kéndar-Lashär! – dijo uno de los chiquillos.
El
gran héroe se detuvo en su camino hacia la puerta, con la mano a pocas pulgadas
del pomo. Había esperado pasar desapercibido, pero al parecer iba a ser
imposible. Se giró, sonriendo, hacia los niños.
-
Así es....
- ¡Por
Sherpú! ¿De verdad es usted? – preguntó el otro niño, al que le faltaban varios
dientes.
-
Me temo que sí....
-
¡Terrible! ¡Nuestros amigos no nos van a creer! – saltó el otro, que tenía la
cara sucia de hollín. Los dos niños rieron a carcajadas, abrazándose,
eufóricos.
Kéndar-Lashär
sonrió un poco más, divertido. Estaba complacido por aquellas muestras de
admiración y de respeto que se habían vuelto tan habituales. No podía evitar
sentirse orgulloso, incluso soberbio en algunas ocasiones. Pero, la mayoría de
las veces, él no consideraba que fuese para tanto: era un mercenario
habilidoso, que había tenido los mejores maestros y que tenía un pelín de suerte la mayor parte de las
veces.
-
Veo que practicáis con el arco.... ¿Practicáis para convertiros en mercenarios
o en soldados? – preguntó.
-
¡Mercenarios! – contestó el desdentado, ofendido.
- ¡Atiende!
¡Vamos a ser mercenarios! – contestó el de la cara sucia, desdeñando la idea de
llegar a ser un soldado. Kéndar-Lashär sonrió, divertido: él tenía buenos
amigos que eran soldados, pero los chicos de Ülsher tenían claro su destino, lo
que era mejor para ellos (quizá presionados por la tradición y la sociedad).
Los muchachos y muchachas de Ülsher habían nacido para ser mercenarios.
-
Muy bien.... – bromeó Kéndar-Lashär. – Pero sabréis que es un trabajo muy duro,
¿verdad? Y que el entrenamiento es largo y severo.
-
Lo sabemos.
-
Por eso estamos entrenando – dijo el desdentado, orgulloso. – Aún nos quedan
dos años para poder entrar en la academia y queremos aprovecharlos para llegar
allí preparados. Nosotros dos – dijo, señalando a su amigo y a sí mismo, –
hemos nacido para ser mercenarios.
Los
niños de Ülsher estaban obligados a ir a la escuela básica (donde aprendían a
leer, a escribir, los rudimentos de las matemáticas y la geografía de Ilhabwer,
entre otros conocimientos de la Naturaleza) hasta los doce años. Entonces
podían entrar en la academia de mercenarios si querían y si disponían de la
dote que la institución requería para aceptar a un nuevo shushán. La instrucción de los aprendices duraba entre ocho y doce
años, dependiendo de las aptitudes de cada uno. Los que no se veían como
mercenarios o no tenían los sermones
necesarios para pagar su inscripción se dedicaban al campo o emigraban para
trabajar de lo que fuese en otros reinos.
-
Os deseo mucha suerte, entonces – concedió Kéndar-Lashär, sin dejar de sonreír
a los chiquillos, divertido. – No dejéis de practicar....
-
¡No lo haremos, mi señor!
-
¡Seremos tan buenos guerreros como usted!
El
héroe mercenario ensanchó su sonrisa y empujó la puerta de la taberna, entrando
en ella mientras los chicos volvían a disparar el arco, clavando una flecha en
la tabla.
La
taberna estaba medio llena, con bastante animación. Kéndar-Lashär paseó
despacio por el local, acercándose a la barra, pasando entre las mesas. Sabía
que no iba a pasar desapercibido, pero quería alargar el momento de su
anonimato todo lo posible.
Sin
embargo, una magia poderosa (el carisma del héroe) hizo que la cabeza de varios
parroquianos se volviera hacia él.
-
¡Es Kéndar-Lashär!
La
gente se levantó de sus mesas y se acercó a saludar al héroe de Ülsher,
palmeándole la espalda, estrechándole la muñeca y felicitándole por sus
recientes éxitos. Kéndar-Lashär sonreía a todo el mundo, intercambiaba saludos
y respondía a las preguntas de sus admiradores. El héroe disfrutaba con
aquello, con filosofía: había llegado a la conclusión hacía tiempo de que si
realizaba su trabajo con maestría y con mucho éxito (algo que no pensaba dejar
de hacer) tenía que soportar a los admiradores que inevitablemente surgirían.
Kéndar-Lashär no era arrogante, pero sabía que aquello pasaba y que era mejor
disfrutarlo.
- ¡Atiende!
– dije yo, desde la mesa que compartía con Drill. Los dos habíamos visto al
héroe mercenario cuando el cliente de la barra dio la voz de alarma: yo sonreí
y Drill se encogió, escondiendo la cabeza entre los hombros. – Qué casualidad,
hoy parece ser una noche de reencuentros....
Mi
antiguo yumón miró hacia otro lado,
algo incómodo. No sabía por qué podía ser, pues tenía entendido que yumón y shushán habían acabado en buenos términos. Quizá Drill estaba
preocupado por sus problemas y no quería que su antiguo shushán le viese en aquel estado....
Kéndar-Lashär
se despidió de sus admiradores (que le habían pedido y pagado una ración de
cordero picante y una jarra de cerveza tibia) y se sentó en una mesa, él solo,
siendo atendido por Thalio y Thelio, los dos a la vez.
-
¿No vas a ir a saludarle? – pregunté, inclinándome por encima de la mesa,
hablando con Drill en voz baja, sin
dejar de mirar al famoso mercenario.
Era
un hombre atractivo, que siempre había llamado mi atención. Mediría un metro
noventa, con los ojos grises y el pelo castaño largo hasta los hombros. Era
corpulento y muy fornido, fuerte y atlético. Vestía pantalones de loneta y una
camisa de tela fina a cuadros, bajo una coraza de hierro brillante. Había
colgado su largo abrigo de cuero en el respaldo de la silla y su temible casco
cubierto de púas descansaba en la mesa, junto al plato con las viandas.
No
era un hombre guapo, pero llamaba poderosamente la atención. Quizá si Drill
entablase una conversación con él yo podría presentarme.... y después.... quién
sabía....
-
No sé.... no quiero molestarle.... – contestó Drill, mirando hacia otro lado.
-
¿Molestarle? ¡Vamos hombre! – dije yo, sorprendida. Veía que mi plan para
conocer a Kéndar-Lashär aquella noche se esfumaba. – Todos estos desconocidos
han ido a saludarle. ¿Cómo iba a molestarle que su antiguo yumón, por quien todavía siente gran admiración, le salude y
comparta un rato su mesa,.... lo suficiente para que le presente a la mujer
joven con la que estaba sentado antes?
Drill
se volvió a mirar al héroe de Ülsher, con los ojos tristes y nerviosos. Más
tarde supe que el viejo mercenario tenía miedo. Y sentía vergüenza. Le daba
aprensión tener que tratar con su antiguo shushán:
mientras el joven mercenario estaba en lo más alto de su carrera, el viejo (que
había tenido un pasado prometedor) se encontraba en declive. No era algo por lo
que nadie quisiese pasar.
-
¡Vamos! ¡Anímate! – animé yo, al margen de los pensamientos de Drill, que aún
no conocía. – Lo justo para que intercambiéis unos saludos.... y para que pueda
ir a buscarte y dejarme ver – terminé, en un murmullo.
-
¡Buufffffff! – resopló Drill, poniéndose en pie. – Está bieeen....
El
viejo mercenario caminó vacilante hasta la mesa de Kéndar-Lashär y entonces vi
claramente su diferencia. El joven mercenario era alto y atractivo, vestía
buenas ropas y estaba en forma. Bittor Drill parecía un anciano consumido,
vestido con ropas ajadas y viejas. Aunque seguía estando en forma, su altura le
daba aspecto frágil y acabado. Me mordí el labio inferior, cayendo en la cuenta
de lo que avergonzaba a mi viejo yumón....
-
Hola, muchacho, me alegro de verte.... – saludó Drill, con poca convicción.
- ¡Yumón! ¡Por el Altísimo! – dijo el héroe
mercenario, poniéndose en pie y estrechando entre sus poderosos brazos al
pequeño hombre. – ¡Hacía siglos que no nos veíamos! ¿Cómo está usted?
Ésa
era la pregunta que Drill más temía. Había dibujado su sonrisa infantil en la
cara, alegre de veras de volver a estar frente a su antiguo shushán y ver que el cariño que le tenía
seguía vigente, pero ante la pregunta fatídica su rostro volvió a
ensombrecerse.
-
Bueno, voy tirando.... desde luego no tan bien como tú.... – contestó, evasivo.
-
Sí, es cierto, no puedo quejarme. Estoy en mi mejor momento – sonrió Kéndar-Lashär,
sin asomo de vanidad. – ¿Qué hacéis por aquí? ¿Negocios?
-
Lamentablemente no – contestó Drill, señalándome.
– Solamente estaba tomando algo con una
amiga, una antigua shushán como tú.
Era
mi momento. Me levanté de la mesa, cercana a la de Kéndar-Lashär y avancé hacia
los dos mercenarios que me miraban, lentamente y con seguridad. Sacudí mi larga
melena rubia (di gracias a Sherpú por habérmela lavado aquella mañana y por
llevarla suelta) mientras caminé hacia ellos, marcando el paso y las caderas,
cada vez a un lado. Sonreí internamente cuando el joven mercenario me miró con
cara pasmada, con la boca abierta.
-
Mucho gusto – dijo el mercenario, poniéndose en pie, torpemente.
-
Encantada – dije, tendiéndole la mano y estrechándole la muñeca, con fuerza,
dejándole aún más sorprendido.
-
Quizá podíamos tomar algo juntos – intervino Drill, y le estuve agradecida al
instante, ensanchando mi sonrisa. Mi antiguo yumón podía estar al final de su carrera, deprimido, pero seguía
siendo el hombre bueno e inteligente que yo recordaba.
-
Lo.... lo lamento.... – balbuceó Kéndar-Lashär, sin dejar de mirarme. – Nada me
gustaría más, pero me temo que hoy no podrá ser. Espero a un cliente. He
quedado aquí con él y estará a punto de llegar. Lo siento de veras.
Y
era sincero. Pude verlo en sus ojos grises. Lo que no pude averiguar fue qué
era lo que más sentía: perderse la oportunidad de conocerme y pasar una velada
conmigo o rememorar viejos tiempos y tener una charla amigable con su antiguo yumón.
-
Bueno, otra vez será.... – dijo Drill.
-
Eso espero – dije yo, juguetona. Kéndar-Lashär tragó saliva: su garganta sonó
con un ¡clic! evidente. Le tenía en el bote.
-
Podríamos vernos mañana aquí mismo – propuso
Kéndar-Lashär, dirigiéndose a su viejo yumón. Parecía dueño de sí mismo de
nuevo, habiéndose hecho con la situación. – Aunque acepte la misión puede que
tenga unos días libres mientras me preparo. Seguiré aquí en Dsuepu.
-
Será un placer – dijo Drill, con su sonrisa infantil en el rostro. Más tarde me
contó lo que le quemaron esas palabras en la garganta: el viejo mercenario
deseaba que fuesen verdad, tenía muchas ganas de pasar tiempo con su antiguo
alumno. Pero sabía que el encuentro no sería un placer, que estaría todo el
rato comparándose con el héroe de Ülsher, que sufriría mientras estuviese con
él. Pero el cariño que se tenían iba a ser más fuerte.
-
Por supuesto, usted también está invitada, señorita – dijo Kéndar-Lashär,
dirigiéndose a mí. Su sonrisa fue seductora y muy atractiva. Ahora me tocó a mí
tragar saliva. Podía no ser guapo, pero tenía un encanto salvaje muy
prometedor. Y era muy atractivo, de eso no había duda.
-
Le tomo la palabra, mercenario. Y llámeme Jennipher.
-
Sólo si usted me llama Kéndar – dijo él.
Asentí,
coqueta y conciliadora, mientras me alejaba hacia mi mesa, meneando las
caderas. Estaba segura de que el mercenario joven no había dejado de mirarme el
trasero.
-
Bueno, yumón, nos vemos mañana aquí
mismo. A la misma hora.
-
De acuerdo – contestó Drill, sonriendo, sincero. De verdad quería pasar un rato
con su antiguo shushán. – Buena
suerte con tu negocio – añadió, al alejarse.
-
Es más encantador de lo que imaginaba – dije, mirándole todavía, mientras Drill
se sentaba a mi lado.
-
Es un gran hombre.... – dijo él, abatido.
- ¡Pero
bueno! ¿Se puede saber qué te pasa? – salté yo, apartando la vista de aquel
hombre tan atractivo para fijarme en el lamentable despojo que parecía mi yumón. – Pensé que te alegraría mucho
más volver a encontrarte con el hombre que es lo que es gracias a ti.
Drill
levantó su mirada y me miró fijamente, sorprendido. Al parecer no había caído
en el hecho que yo acababa de comentarle.
Suspiró
y empezó a hablar. Me contó lo que le había pasado los últimos años, después de
que me licenciara como su shushán,
cuando me dejó trabajar por libre. Me contó una historia triste de misiones
sencillas y normales, muy alejadas de las grandes gestas que había realizado
durante su juventud, cuando se licenció de la academia de mercenarios como el
alumno más joven en hacerlo. Incluso nuestras misiones juntos, hacía más de
diez años, habían sido de cierto calibre, importancia y dificultad.
Pero
de un tiempo a esa parte Bittor Drill sólo conseguía encargos sencillos,
incluso denigrantes. Misiones que serían adecuadas para mercenarios mediocres
(que los había) pero no para un yumón
mercenario de su nivel. Y cuanto más viejo se hacía más triste se sentía, peor
era su rendimiento y peores las misiones que conseguía, por consiguiente.
A
eso había que añadirle la artritis que empezaba a desarrollarse en sus tobillos
y rodillas, además de en los dedos de las manos. Drill agradecía cada uno de
los momentos en su vida en que había sido un buen mercenario, un exitoso
luchador y un esbirro admirable. Pero ahora sólo quería apartarse, dejar de
lado esa vida
y retirarse dignamente.
Por
eso, juntarse a Kéndar-Lashär (que era tan bueno como lo había sido él, e
incluso mejor) le dejaba abatido. Le recordaba todo lo que había sido él mismo
de joven, todo lo que no era ya. Le avergonzaba que su antiguo shushán le admirara y le guardara tanto
cariño, cuando era evidente que ya no era más que un viejo enfermo y
prácticamente inútil.
-
Eso no es del todo cierto – le defendí yo, culpable por haberle presionado para
que hablase con el héroe Kéndar-Lashär. – Ese mercenario te respeta por lo que
fuiste, por lo que hiciste con él. Puede que eso se haya quedado en el pasado,
pero sigue siendo verdad.
-
Lo que yo deseo es dejarlo en el pasado.... nada más.... – dijo Drill, apurando
su jarra de cerveza, llamando a Thalio con la mano para que le trajera otra.
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