ÉRASE
UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- V -
ALGO VERGONZOSO EN UNA CAJA
Entre
Frank, Thalio, Thelio, Steef y otro par de mercenarios sacaron el cuerpo de
Kéndar-Lashär de la taberna, mientras el tal Markus y yo fuimos a buscar a los
alguaciles, con la historia preparada en la cabeza: el héroe Kéndar-Lashär
había estado cenando en la taberna, y todos le habíamos visto. Después de un
buen rato allí salió a la calle, impaciente porque su cliente llegara, y fue
entonces cuando escuchamos un golpe fuera de la taberna, como de un saco
voluminoso que cae al suelo. Salimos unos cuantos y encontramos allí tendido al
mercenario, con la flecha en el cuello.
Lo
que quiero decir es que no estaba presente cuando todo el lío se formó, así que
no pude echar una mano a Drill. De todo el embrollo me enteré más tarde, cuando
el mismo Drill me lo contó nervioso, preocupado y apurado.
La
gente había salido de la taberna, sacando el cuerpo de Kéndar-Lashär. Bittor
Drill decidió quedarse dentro, pasmado por lo que acababa de pasar. Otros
parroquianos se quedaron también dentro, ocupando de nuevo sus sillas. El
volumen de las conversaciones se redujo, murmurando todos la tragedia de la que
habían sido testigos.
Drill
se acercó a la mesa que su antiguo shushán
había ocupado hasta hacía un instante. El abrigo largo de cuero negro (uno de
los signos de identidad del mercenario) seguía colgado del respaldo de la
silla. El casco redondeado cubierto de púas (otro de sus signos de identidad)
seguía encima de la mesa. Drill lo acarició y acabó por sentarse en la silla,
tomando con las manos la jarra de cerveza.
Lloró
en silencio, dejando derramar lágrimas amargas desde su ojo derecho. Se limpió
con disimulo, tomando un sorbo de cerveza.
Quería
a aquel muchacho, aquel magnífico mercenario que había sido shushán y compañero suyo. Era el ejemplo
viviente de que Bittor Drill había sido alguien importante en otro tiempo, un
mercenario capaz de enseñar, de formar a los mejores mercenarios de aquella
época. Jennipher no lo sabía (aunque Drill creía que lo sospechaba, era una
chica muy lista, además de bellísima) pero también estaba muy orgulloso de
ella. Bittor Drill nunca había conocido a ninguna mujer a la que fuese capaz de
gustarle, así que no había tenido hijos, pero no los necesitaba: Kéndar-Lashär
y Jennipher Whicox eran sus hijos en el mundo mercenario.
Por
eso, aunque se sentía avergonzado al lado de ellos (sobre todo al lado del
héroe), quería lo mejor para ellos. Y la muerte de Kéndar-Lashär lo entristecía
mucho.
-
Disculpe, señor, ¿es usted mercenario? – preguntó una voz débil a su lado.
Drill se apartó las manos de la cara y se fijó en el hombre que tenía delante,
adecuado para la voz que había escuchado.
Era
un hombrecillo un poco más alto que Drill, pero
más esmirriado. Era delgaducho, más que
Riddle Cort, con el pelo lacio y escaso, de color negro. Tenía la cara redonda,
brillante, muy pálida. Sus labios, gruesos, rojos y regordetes eran un tanto
inquietantes, desagradables. Llevaba un bigotillo recortado y finito, como una
fila de hormigas. Vestía de fieltro azul, unas calzas y un jubón de buena
factura. Un sombrero alto coronaba el conjunto.
-
Sí, lo soy.
-
Me alegro de haberle encontrado por fin – dijo el hombre, quitándose el
sombrero y haciendo una leve reverencia. – Lamento mi tardanza, pero me he
perdido y me he equivocado de taberna.... – explicó el hombrecillo, con su voz
débil, pusilánime.
Drill
lo miró. Parecía el tipo de hombre que, buscando un mercenario, en la capital
del país mercenario, sería capaz de no encontrar “La taberna de los mercenarios”.
-
Le he reconocido por el casco – siguió diciendo el hombrecillo, señalando el
casco de Kéndar-Lashär que seguía encima de la mesa. – Al principio no supe qué
quiso decir con lo del casco con púas, pero al verlo encima de la mesa no he
tenido ninguna duda....
-
¿Disculpe? – preguntó Drill, mirando al casco primero y al personajillo
después, desorientado.
-
¡Oh no! ¡No, no, no, no, no! – dijo el hombrecillo, sonriendo cómicamente,
enseñando los incisivos como un conejillo. – No tiene que pedirme disculpas. He
sido yo el que ha llegado tarde y le ha hecho esperar. Por cierto, ¿puedo
sentarme?
-
Eh, yo, eh, bueno.... supongo que sí – balbució Drill, encogiéndose de hombros.
Miró alrededor, buscando a alguien que se estuviera riendo. No entendía nada de
lo que estaba pasando e imaginó que alguien le estaba gastando una broma.
Mientras, el hombrecillo se sentó en la silla de enfrente, movió de sitio el
casco (dejándolo encima de la mesa) y llamó la atención de Thelio, para pedirle
una copa de vino caliente especiado.
-
Permítame preguntarle su nombre – se dirigió a Drill, en una confidencia, por
encima de la mesa.
-
Soy Bittor Drill.
-
Bittor Drill, eso es, eso es.... – asintió el hombrecillo, enfáticamente. – Sé
que me lo dijo cuando hablamos por carta, pero soy muy malo para los nombres,
lo siento.
-
Espere. Discúlpeme, pero creo que se está equivocando.... – dijo Drill, alzando
las manos ante él. Aquel era un cliente que estaba buscando a su mercenario y
estaba hablando con el esbirro equivocado.
-
¡No, por Sherpú! – se escandalizó el hombrecillo, sonriendo divertido. – Creo
que hoy ya me he equivocado bastante.
Drill
abrió la boca para explicarle la confusión, pero entonces volvió Thelio con la
comanda y los dos hombres callaron, esperando a que el joven camarero se
retirara. Una vez Thelio se fue, Drill quiso intervenir para sacar de su error
a aquel hombre, pero su interlocutor se adelantó.
-
Bueno, y ahora hablemos de negocios – dijo el hombrecillo, poniéndose muy serio
de repente. – Tengo que explicarle la misión que necesito que realice.
-
Espere, oiga.... – cortó Drill. No estaba para bromas, aquélla no había sido su
noche (aquel parecía no ser su año, y el anterior tampoco), pero seguía siendo
un profesional: no podía escuchar la misión que era para otro mercenario,
sabiendo desde el principio que iba a rechazarla. No era ético. – Creo que no
soy a quien quiere contratar....
-
¡Claro que sí! ¡Es usted el mejor! ¡Todo el mundo me lo ha recomendado! – saltó
el cliente, nervioso. Veía que su negocio se le escapaba. – Mire estoy
desesperado. Le necesito. ¿Es una cuestión de dinero? Mire, creo que el precio
es razonable....
-
Usted no lo entiende.... es una cuestión de principios.... – explicó Drill.
-
¡Está bien! – cortó el cliente, visiblemente nervioso. – Me he dicho que lo
utilizaría como último recurso, pero parece que es usted un negociador
terrible.... Subiré sus honorarios hasta los mil sermones, más quinientos para gastos durante la realización de la
misión....
Drill
se quedó con los ojos como platos. Intentó tragar saliva, pero su cuerpo estaba
bloqueado, incapaz de realizar una tarea tan sencilla. Se estaba mareando, así
que tomó la jarra de cerveza y la apuró de un solo trago, aunque quedaba la
mitad del contenido.
-
¿Mil sermones? – logró farfullar.
-
Creo que el precio es adecuado.... La misión es difícil, pero el sueldo la
compensa con creces....
Drill
no podía hablar. Aún seguía pensando en el sueldo de mil sermones que aquel infeliz pensaba pagarle por realizar una simple
misión. Era cierto que aquella misión no era suya (mucho se temía que el
destinatario de aquel negocio y de aquel cliente era el anterior inquilino de
la mesa a la que ahora estaba sentado) pero el sueldo le sacaría de golpe de
todos sus problemas financieros.
- Bien,
me presentaré: soy Karl Monto. Soy un importante empresario textil de
Barenibomur. No soy un criminal, nunca me he metido en problemas y no tengo
deudas de ninguna clase. Voy al templo cada sherpingo, doy limosna y ayudo a
los pobres de mi congregación. Pero tengo algo que esconder. Escuche, le
contaré de qué se trata. Le pido, entre otras cosas, mucha discreción. El
secreto es importantísimo para esta empresa – el hombre empezó a hablar en voz
baja, confidente. Drill le dejó hablar, sin atreverse a volver a interrumpirle
para sacarle de su error. Los demás clientes de la taberna no prestaron
atención al tono clandestino que había adoptado la conversación de los dos hombres:
aquélla era “La taberna de los
mercenarios” y todos estaban acostumbrados a que se cerraran negocios y
acuerdos a media voz en cada mesa. – Necesito que esconda a buen recaudo una
cosa, un objeto que le haré entrega a su debido momento. Es importante que
nadie encuentre el objeto, pero mucho más importante es que nadie sepa que usted
lo tiene ni que se sepa lo que es.
-
De acuerdo – dijo Drill, expectante. Aquella misión parecía asequible. ¿Mil sermones por esconder algo? Allí tenía
que haber truco....
-
Lo que quiero que esconda es una caja. Una simple caja de madera. Necesito que
la guarde bien y que nadie sepa nunca lo que hay dentro.
-
¿Y....?
-
¡Nadie puede saber qué hay dentro! – saltó Monto. – ¡Ni siquiera usted! Ya me
avergüenza suficientemente a mí mismo como para tener que aguantar la vergüenza
de los demás.... Es un terrible secreto que nunca debió salir a la luz.
-
Está bien.
-
Por eso quiero que lo esconda en el lugar más seguro de Ilhabwer – siguió
Monto, más calmado. Sin embargo, la desesperación no abandonó sus ojos
castaños. – Es de vital importancia que la caja y su contenido queden escondidos
y perdidos para siempre. Sólo usted y yo podemos saber dónde permanecerá por
los siglos de los siglos, pero debe ser un sitio al que ni usted ni yo podamos
acceder fácilmente.
-
Ya – asintió Drill, un tanto perplejo. No se le ocurría qué sitio podía cumplir
aquellas condiciones, pero ya lo pensaría más adelante. Podría pasarse unos
meses en la costa, disfrutando del próximo Sol de primavera y del mar. Luego
tiraría la caja a un pozo atada a una piedra y cobraría el dinero. Sería el
sueldo más fácil que habría ganado en toda su vida de mercenario. Entonces se
le ocurrió una duda. – Atienda, ¿por qué no se limita a destruir la caja? Si
quiere esconderla en un lugar inaccesible incluso para usted, ¿por qué se
complica tanto? Quémela y que sea lo que Sherpú quiera....
-
¡No! – se escandalizó Monto, dando un saltito en su silla. Drill rio, con su
sonrisa extraña, sin poder evitarlo. – ¡No puedo hacer eso! Lo que hay en esa
caja es un objeto de gran valor sentimental, para mí y para mi mujer. Pero
podría significar mi ruina....
Drill
se pasó la mano por la canosa barba de quince días que le cubría el mentón y
las mejillas, pasmado ante tal cantidad de majaderías. Aquella misión parecía
de broma, pero su sueldo era muy serio.
-
¡Está bien! Déjeme ver la caja, sus dimensiones y su peso y pensaré dónde
podemos esconderla....
-
No será necesario – negó Monto, con cara de suficiencia. – Ya he pensado el
sitio adecuado donde reposará para siempre.
-
Supongo que cumplirá todas sus condiciones....
-
Por supuesto.
-
¿Y se puede saber cuál es? – preguntó Drill.
Karl
Monto miró alrededor, con cautela, inclinándose más hacia Drill, que no se
movió de su silla, apoyado contra el respaldo.
-
La esconderá en la tumba de Rinúir-Deth.
-
¿Qué?
-
La tumba de Rinúir-Deth. El héroe de la Guerra de los Nueve Reinos.
-
Ya sé quién es Rinúir-Deth. ¿Cómo puede ocurrírsele que podrá esconder la caja
allí? ¡Su tumba es inexpugnable!
-
Por eso mismo.... – respondió Monto, con cara traviesa.
La
Guerra de los Nueve Reinos fue una guerra civil que sacudió todo Ilhabwer. Duró
nueve largos años, y terminó hacía cincuenta, cuando Drill no era más que un
niño. Sin embargo conocía de sobra a Rinúir-Deth: todos en el continente le
conocían. Su figura se había convertido en leyenda.
Rinúir-Deth
era un soldado de cuarenta años natural de Gaerluin. Tras luchar en el ejército
de su rey durante seis años, desertó, harto de las matanzas y de que no se pudiese
lograr nada (aunque un reino venciese al reino vecino, todavía quedaban otros
siete que someter, que a su vez estaban luchando entre ellos). Las alianzas
entre reinos eran frágiles y no aseguraban nada: proliferaban la traición y el
engaño. Con un ejército independiente consiguió vencer la resistencia del resto
de ejércitos reales. Su ejército (formado al principio por soldados renegados
del ejército del reino de Gaerluin) fue creciendo a medida que sometía al resto
de ejércitos del continente, cuando soldados vencidos se unían a él. Consiguió
vencer a todos los reyes del continente, obligándolos a llegar a un acuerdo de
paz entre todos ellos. Se convirtió en el héroe de aquella guerra.
Gracias
a su acuerdo de paz entre los nueve reinos la guerra sería más “civilizada” de
allí en adelante. Cualquier reino no podía declarar la guerra a más de dos
reinos diferentes; las alianzas entre reinos no quedaban exentas de cumplir la
anterior norma; el trato a los prisioneros de guerra debía ser compasivo y
humanitario; las fronteras entre países quedaron mejor señaladas y no podían
violarse así como así....
Rinúir-Deth
acabó muriendo una vez la guerra había concluido, a causa de numerosas heridas
y dolencias adquiridas durante la contienda. Su cuerpo fue enterrado en el Mausoleo
de los Reyes de Gaerluin y su espada se mostraba como una reliquia, símbolo del
valor, la destreza y la magnanimidad de su dueño en el Museo de la Guerra de
Rocconalia. Tanto un lugar como otro eran destinos de peregrinaje para multitud
de ciudadanos de los nueve reinos.
-
Nadie puede entrar en la tumba de Rinúir-Deth – dijo Drill, intentando hacer
entrar en razón a Monto.
-
Por eso es el mejor escondite, ¿no lo ve? – respondió el hombrecillo,
entusiasmado, con su voz debilucha y asustadiza.
-
Pero es que nadie puede entrar en la
tumba de Rinúir-Deth – recalcó Drill, machacón. – Nadie ¡Ni siquiera
nosotros para esconder la caja!
-
¡Ah no! Usted sí que podrá entrar para esconderla – dijo el hombrecillo,
incansable ante la adversidad. – He estudiado a fondo la leyenda de Rinúir-Deth
y todos los datos disponibles sobre su funeral y posterior enterramiento. El
Mausoleo de los Reyes es una fortaleza, pero se puede entrar en ella si se sabe
cómo y qué hay que utilizar – explicó Monto, optimista hasta la médula.
Drill
meneó la cabeza, entristecido y deshecho. Había tenido los mil sermones tan cerca....
-
Para poder entrar en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin es necesario un
hechizo, un conjuro que servirá para abrir las puertas. Se dice que sólo los
reyes de Gaerluin lo conocen, pero seguro que hay otras fuentes.... – dijo
Monto, sacudiendo una mano, desdeñoso. – Después se entra en una amplia cámara,
desde la que salen las diferentes tumbas, a modo de habitaciones o salones
individuales. La de Rinúir-Deth tiene una puerta de piedra, una losa de granito
que sólo se puede abrir con una llave complicadísima, imposible de copiar. Los
rumores comentan que alguien importante de la corte de las Islas Tharmeìon la
custodia. Y por último – siguió el hombrecillo, entusiasmado – se encontrará
con el sepulcro del guerrero. Quiero que introduzca la caja dentro: para ello
tendrá que usar la célebre espada de Rinúir-Deth, Lomheridan. La tapa de mármol del sepulcro tiene una cerradura, una
oquedad con la forma de la espada: solamente si se introduce la espada Lomheridan en esa moldura la tapa del
sepulcro podrá abrirse.
Karl
Monto guardó silencio, con su sonrisa de conejillo adornándole la cara. Drill
lo miró de hito en hito, sin creérselo.
-
¿De verdad cree que voy a ser capaz de salvar todos esos obstáculos para
esconder su ridícula caja?
-
Me han dicho que es usted el mejor – aseguró Monto, convencido. – Si usted no
puede hacerlo, nadie lo hará.
Drill
volvió a pasarse la mano por la cara barbada, fastidiado. Él solito se había
metido en aquel lío, así que él solito tendría que sacarse....
-
Mire, señor Monto.... Yo.... Me honra pensando en mí para este trabajo,
pero.... La suma de dinero es respetable, pero la misión....
-
Nadie salvo usted puede ayudarme – dijo Karl Monto, juntando sus manos ante él,
en actitud orante, con la cara descompuesta por la desesperación y el miedo.
-
Quiero decir.... necesito algo de tiempo para pensar en la misión.... para
prepararme.... ver si es posible su realización.... – salió Drill, desarmado
ante la necesidad y la desesperanza del hombrecillo. No sabía cómo quitárselo de
encima sin herir sus sentimientos, así que optó por ceñirse al código de los
mercenarios (como hacía casi siempre que no sabía por dónde tirar): se acogió
al tiempo de espera, el periodo de tiempo que todo mercenario puede solicitar
para meditar sobre el trabajo que le han ofrecido. Si no le ve futuro, si le
parece irrealizable, puede negarse a aceptarlo. Perdería un trabajo, pero
mantendría su honor intacto.
-
Está bien, pero piense que me urge mucho.... – rogó Monto.
-
Vuelva mañana mismo, aquí a la misma hora – dijo Drill, señalando la taberna a
su alrededor. – Ya tendré una respuesta.
Monto
le agradeció excesivamente sus palabras, algo desesperado y rastrero. Drill se
sintió un poco hipócrita: en realidad ya tenía su respuesta preparada.
¿Cómo
iba a aceptar aquel trabajo?
El
sueldo le había parecido un regalo, al principio. Pero al conocer la misión....
¡aquello era un suicidio!
Drill
despidió al cliente y le emplazó para el día siguiente, sabiendo que le estaba
dando largas. Suspiró resignado, pensando que dejaba escapar una oportunidad,
pero que hacía lo correcto.
Su caldero de oro tendría que llegar por
otros medios.
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