martes, 26 de septiembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo V (1º parte)



ÉRASE UNA VEZ, EN UNA TABERNA....

- V -
ALGO VERGONZOSO EN UNA CAJA

Entre Frank, Thalio, Thelio, Steef y otro par de mercenarios sacaron el cuerpo de Kéndar-Lashär de la taberna, mientras el tal Markus y yo fuimos a buscar a los alguaciles, con la historia preparada en la cabeza: el héroe Kéndar-Lashär había estado cenando en la taberna, y todos le habíamos visto. Después de un buen rato allí salió a la calle, impaciente porque su cliente llegara, y fue entonces cuando escuchamos un golpe fuera de la taberna, como de un saco voluminoso que cae al suelo. Salimos unos cuantos y encontramos allí tendido al mercenario, con la flecha en el cuello.
Lo que quiero decir es que no estaba presente cuando todo el lío se formó, así que no pude echar una mano a Drill. De todo el embrollo me enteré más tarde, cuando el mismo Drill me lo contó nervioso, preocupado y apurado.


La gente había salido de la taberna, sacando el cuerpo de Kéndar-Lashär. Bittor Drill decidió quedarse dentro, pasmado por lo que acababa de pasar. Otros parroquianos se quedaron también dentro, ocupando de nuevo sus sillas. El volumen de las conversaciones se redujo, murmurando todos la tragedia de la que habían sido testigos.
Drill se acercó a la mesa que su antiguo shushán había ocupado hasta hacía un instante. El abrigo largo de cuero negro (uno de los signos de identidad del mercenario) seguía colgado del respaldo de la silla. El casco redondeado cubierto de púas (otro de sus signos de identidad) seguía encima de la mesa. Drill lo acarició y acabó por sentarse en la silla, tomando con las manos la jarra de cerveza.
Lloró en silencio, dejando derramar lágrimas amargas desde su ojo derecho. Se limpió con disimulo, tomando un sorbo de cerveza.
Quería a aquel muchacho, aquel magnífico mercenario que había sido shushán y compañero suyo. Era el ejemplo viviente de que Bittor Drill había sido alguien importante en otro tiempo, un mercenario capaz de enseñar, de formar a los mejores mercenarios de aquella época. Jennipher no lo sabía (aunque Drill creía que lo sospechaba, era una chica muy lista, además de bellísima) pero también estaba muy orgulloso de ella. Bittor Drill nunca había conocido a ninguna mujer a la que fuese capaz de gustarle, así que no había tenido hijos, pero no los necesitaba: Kéndar-Lashär y Jennipher Whicox eran sus hijos en el mundo mercenario.
Por eso, aunque se sentía avergonzado al lado de ellos (sobre todo al lado del héroe), quería lo mejor para ellos. Y la muerte de Kéndar-Lashär lo entristecía mucho.
- Disculpe, señor, ¿es usted mercenario? – preguntó una voz débil a su lado. Drill se apartó las manos de la cara y se fijó en el hombre que tenía delante, adecuado para la voz que había escuchado.
Era un hombrecillo un poco más alto que Drill, pero
más esmirriado. Era delgaducho, más que Riddle Cort, con el pelo lacio y escaso, de color negro. Tenía la cara redonda, brillante, muy pálida. Sus labios, gruesos, rojos y regordetes eran un tanto inquietantes, desagradables. Llevaba un bigotillo recortado y finito, como una fila de hormigas. Vestía de fieltro azul, unas calzas y un jubón de buena factura. Un sombrero alto coronaba el conjunto.
- Sí, lo soy.
- Me alegro de haberle encontrado por fin – dijo el hombre, quitándose el sombrero y haciendo una leve reverencia. – Lamento mi tardanza, pero me he perdido y me he equivocado de taberna.... – explicó el hombrecillo, con su voz débil, pusilánime.
Drill lo miró. Parecía el tipo de hombre que, buscando un mercenario, en la capital del país mercenario, sería capaz de no encontrar “La taberna de los mercenarios”.
- Le he reconocido por el casco – siguió diciendo el hombrecillo, señalando el casco de Kéndar-Lashär que seguía encima de la mesa. – Al principio no supe qué quiso decir con lo del casco con púas, pero al verlo encima de la mesa no he tenido ninguna duda....
- ¿Disculpe? – preguntó Drill, mirando al casco primero y al personajillo después, desorientado.
- ¡Oh no! ¡No, no, no, no, no! – dijo el hombrecillo, sonriendo cómicamente, enseñando los incisivos como un conejillo. – No tiene que pedirme disculpas. He sido yo el que ha llegado tarde y le ha hecho esperar. Por cierto, ¿puedo sentarme?
- Eh, yo, eh, bueno.... supongo que sí – balbució Drill, encogiéndose de hombros. Miró alrededor, buscando a alguien que se estuviera riendo. No entendía nada de lo que estaba pasando e imaginó que alguien le estaba gastando una broma. Mientras, el hombrecillo se sentó en la silla de enfrente, movió de sitio el casco (dejándolo encima de la mesa) y llamó la atención de Thelio, para pedirle una copa de vino caliente especiado.
- Permítame preguntarle su nombre – se dirigió a Drill, en una confidencia, por encima de la mesa.
- Soy Bittor Drill.
- Bittor Drill, eso es, eso es.... – asintió el hombrecillo, enfáticamente. – Sé que me lo dijo cuando hablamos por carta, pero soy muy malo para los nombres, lo siento.
- Espere. Discúlpeme, pero creo que se está equivocando.... – dijo Drill, alzando las manos ante él. Aquel era un cliente que estaba buscando a su mercenario y estaba hablando con el esbirro equivocado.
- ¡No, por Sherpú! – se escandalizó el hombrecillo, sonriendo divertido. – Creo que hoy ya me he equivocado bastante.
Drill abrió la boca para explicarle la confusión, pero entonces volvió Thelio con la comanda y los dos hombres callaron, esperando a que el joven camarero se retirara. Una vez Thelio se fue, Drill quiso intervenir para sacar de su error a aquel hombre, pero su interlocutor se adelantó.
- Bueno, y ahora hablemos de negocios – dijo el hombrecillo, poniéndose muy serio de repente. – Tengo que explicarle la misión que necesito que realice.
- Espere, oiga.... – cortó Drill. No estaba para bromas, aquélla no había sido su noche (aquel parecía no ser su año, y el anterior tampoco), pero seguía siendo un profesional: no podía escuchar la misión que era para otro mercenario, sabiendo desde el principio que iba a rechazarla. No era ético. – Creo que no soy a quien quiere contratar....
- ¡Claro que sí! ¡Es usted el mejor! ¡Todo el mundo me lo ha recomendado! – saltó el cliente, nervioso. Veía que su negocio se le escapaba. – Mire estoy desesperado. Le necesito. ¿Es una cuestión de dinero? Mire, creo que el precio es razonable....
- Usted no lo entiende.... es una cuestión de principios.... – explicó Drill.
- ¡Está bien! – cortó el cliente, visiblemente nervioso. – Me he dicho que lo utilizaría como último recurso, pero parece que es usted un negociador terrible.... Subiré sus honorarios hasta los mil sermones, más quinientos para gastos durante la realización de la misión....
Drill se quedó con los ojos como platos. Intentó tragar saliva, pero su cuerpo estaba bloqueado, incapaz de realizar una tarea tan sencilla. Se estaba mareando, así que tomó la jarra de cerveza y la apuró de un solo trago, aunque quedaba la mitad del contenido.
- ¿Mil sermones? – logró farfullar.
- Creo que el precio es adecuado.... La misión es difícil, pero el sueldo la compensa con creces....
Drill no podía hablar. Aún seguía pensando en el sueldo de mil sermones que aquel infeliz pensaba pagarle por realizar una simple misión. Era cierto que aquella misión no era suya (mucho se temía que el destinatario de aquel negocio y de aquel cliente era el anterior inquilino de la mesa a la que ahora estaba sentado) pero el sueldo le sacaría de golpe de todos sus problemas financieros.
- Bien, me presentaré: soy Karl Monto. Soy un importante empresario textil de Barenibomur. No soy un criminal, nunca me he metido en problemas y no tengo deudas de ninguna clase. Voy al templo cada sherpingo, doy limosna y ayudo a los pobres de mi congregación. Pero tengo algo que esconder. Escuche, le contaré de qué se trata. Le pido, entre otras cosas, mucha discreción. El secreto es importantísimo para esta empresa – el hombre empezó a hablar en voz baja, confidente. Drill le dejó hablar, sin atreverse a volver a interrumpirle para sacarle de su error. Los demás clientes de la taberna no prestaron atención al tono clandestino que había adoptado la conversación de los dos hombres: aquélla era “La taberna de los mercenarios” y todos estaban acostumbrados a que se cerraran negocios y acuerdos a media voz en cada mesa. – Necesito que esconda a buen recaudo una cosa, un objeto que le haré entrega a su debido momento. Es importante que nadie encuentre el objeto, pero mucho más importante es que nadie sepa que usted lo tiene ni que se sepa lo que es.
- De acuerdo – dijo Drill, expectante. Aquella misión parecía asequible. ¿Mil sermones por esconder algo? Allí tenía que haber truco....
- Lo que quiero que esconda es una caja. Una simple caja de madera. Necesito que la guarde bien y que nadie sepa nunca lo que hay dentro.
- ¿Y....?
- ¡Nadie puede saber qué hay dentro! – saltó Monto. – ¡Ni siquiera usted! Ya me avergüenza suficientemente a mí mismo como para tener que aguantar la vergüenza de los demás.... Es un terrible secreto que nunca debió salir a la luz.
- Está bien.
- Por eso quiero que lo esconda en el lugar más seguro de Ilhabwer – siguió Monto, más calmado. Sin embargo, la desesperación no abandonó sus ojos castaños. – Es de vital importancia que la caja y su contenido queden escondidos y perdidos para siempre. Sólo usted y yo podemos saber dónde permanecerá por los siglos de los siglos, pero debe ser un sitio al que ni usted ni yo podamos acceder fácilmente.
- Ya – asintió Drill, un tanto perplejo. No se le ocurría qué sitio podía cumplir aquellas condiciones, pero ya lo pensaría más adelante. Podría pasarse unos meses en la costa, disfrutando del próximo Sol de primavera y del mar. Luego tiraría la caja a un pozo atada a una piedra y cobraría el dinero. Sería el sueldo más fácil que habría ganado en toda su vida de mercenario. Entonces se le ocurrió una duda. – Atienda, ¿por qué no se limita a destruir la caja? Si quiere esconderla en un lugar inaccesible incluso para usted, ¿por qué se complica tanto? Quémela y que sea lo que Sherpú quiera....
- ¡No! – se escandalizó Monto, dando un saltito en su silla. Drill rio, con su sonrisa extraña, sin poder evitarlo. – ¡No puedo hacer eso! Lo que hay en esa caja es un objeto de gran valor sentimental, para mí y para mi mujer. Pero podría significar mi ruina....
Drill se pasó la mano por la canosa barba de quince días que le cubría el mentón y las mejillas, pasmado ante tal cantidad de majaderías. Aquella misión parecía de broma, pero su sueldo era muy serio.
- ¡Está bien! Déjeme ver la caja, sus dimensiones y su peso y pensaré dónde podemos esconderla....
- No será necesario – negó Monto, con cara de suficiencia. – Ya he pensado el sitio adecuado donde reposará para siempre.
- Supongo que cumplirá todas sus condiciones....
- Por supuesto.
- ¿Y se puede saber cuál es? – preguntó Drill.
Karl Monto miró alrededor, con cautela, inclinándose más hacia Drill, que no se movió de su silla, apoyado contra el respaldo.
- La esconderá en la tumba de Rinúir-Deth.
- ¿Qué?
- La tumba de Rinúir-Deth. El héroe de la Guerra de los Nueve Reinos.
- Ya sé quién es Rinúir-Deth. ¿Cómo puede ocurrírsele que podrá esconder la caja allí? ¡Su tumba es inexpugnable!
- Por eso mismo.... – respondió Monto, con cara traviesa.
La Guerra de los Nueve Reinos fue una guerra civil que sacudió todo Ilhabwer. Duró nueve largos años, y terminó hacía cincuenta, cuando Drill no era más que un niño. Sin embargo conocía de sobra a Rinúir-Deth: todos en el continente le conocían. Su figura se había convertido en leyenda.
Rinúir-Deth era un soldado de cuarenta años natural de Gaerluin. Tras luchar en el ejército de su rey durante seis años, desertó, harto de las matanzas y de que no se pudiese lograr nada (aunque un reino venciese al reino vecino, todavía quedaban otros siete que someter, que a su vez estaban luchando entre ellos). Las alianzas entre reinos eran frágiles y no aseguraban nada: proliferaban la traición y el engaño. Con un ejército independiente consiguió vencer la resistencia del resto de ejércitos reales. Su ejército (formado al principio por soldados renegados del ejército del reino de Gaerluin) fue creciendo a medida que sometía al resto de ejércitos del continente, cuando soldados vencidos se unían a él. Consiguió vencer a todos los reyes del continente, obligándolos a llegar a un acuerdo de paz entre todos ellos. Se convirtió en el héroe de aquella guerra.
Gracias a su acuerdo de paz entre los nueve reinos la guerra sería más “civilizada” de allí en adelante. Cualquier reino no podía declarar la guerra a más de dos reinos diferentes; las alianzas entre reinos no quedaban exentas de cumplir la anterior norma; el trato a los prisioneros de guerra debía ser compasivo y humanitario; las fronteras entre países quedaron mejor señaladas y no podían violarse así como así....
Rinúir-Deth acabó muriendo una vez la guerra había concluido, a causa de numerosas heridas y dolencias adquiridas durante la contienda. Su cuerpo fue enterrado en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin y su espada se mostraba como una reliquia, símbolo del valor, la destreza y la magnanimidad de su dueño en el Museo de la Guerra de Rocconalia. Tanto un lugar como otro eran destinos de peregrinaje para multitud de ciudadanos de los nueve reinos.
- Nadie puede entrar en la tumba de Rinúir-Deth – dijo Drill, intentando hacer entrar en razón a Monto.
- Por eso es el mejor escondite, ¿no lo ve? – respondió el hombrecillo, entusiasmado, con su voz debilucha y asustadiza.
- Pero es que nadie puede entrar en la tumba de Rinúir-Deth – recalcó Drill, machacón. – Nadie ¡Ni siquiera nosotros para esconder la caja!
- ¡Ah no! Usted sí que podrá entrar para esconderla – dijo el hombrecillo, incansable ante la adversidad. – He estudiado a fondo la leyenda de Rinúir-Deth y todos los datos disponibles sobre su funeral y posterior enterramiento. El Mausoleo de los Reyes es una fortaleza, pero se puede entrar en ella si se sabe cómo y qué hay que utilizar – explicó Monto, optimista hasta la médula.
Drill meneó la cabeza, entristecido y deshecho. Había tenido los mil sermones  tan cerca....
- Para poder entrar en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin es necesario un hechizo, un conjuro que servirá para abrir las puertas. Se dice que sólo los reyes de Gaerluin lo conocen, pero seguro que hay otras fuentes.... – dijo Monto, sacudiendo una mano, desdeñoso. – Después se entra en una amplia cámara, desde la que salen las diferentes tumbas, a modo de habitaciones o salones individuales. La de Rinúir-Deth tiene una puerta de piedra, una losa de granito que sólo se puede abrir con una llave complicadísima, imposible de copiar. Los rumores comentan que alguien importante de la corte de las Islas Tharmeìon la custodia. Y por último – siguió el hombrecillo, entusiasmado – se encontrará con el sepulcro del guerrero. Quiero que introduzca la caja dentro: para ello tendrá que usar la célebre espada de Rinúir-Deth, Lomheridan. La tapa de mármol del sepulcro tiene una cerradura, una oquedad con la forma de la espada: solamente si se introduce la espada Lomheridan en esa moldura la tapa del sepulcro podrá abrirse.
Karl Monto guardó silencio, con su sonrisa de conejillo adornándole la cara. Drill lo miró de hito en hito, sin creérselo.
- ¿De verdad cree que voy a ser capaz de salvar todos esos obstáculos para esconder su ridícula caja?
- Me han dicho que es usted el mejor – aseguró Monto, convencido. – Si usted no puede hacerlo, nadie lo hará.
Drill volvió a pasarse la mano por la cara barbada, fastidiado. Él solito se había metido en aquel lío, así que él solito tendría que sacarse....
- Mire, señor Monto.... Yo.... Me honra pensando en mí para este trabajo, pero.... La suma de dinero es respetable, pero la misión....
- Nadie salvo usted puede ayudarme – dijo Karl Monto, juntando sus manos ante él, en actitud orante, con la cara descompuesta por la desesperación y el miedo.
- Quiero decir.... necesito algo de tiempo para pensar en la misión.... para prepararme.... ver si es posible su realización.... – salió Drill, desarmado ante la necesidad y la desesperanza del hombrecillo. No sabía cómo quitárselo de encima sin herir sus sentimientos, así que optó por ceñirse al código de los mercenarios (como hacía casi siempre que no sabía por dónde tirar): se acogió al tiempo de espera, el periodo de tiempo que todo mercenario puede solicitar para meditar sobre el trabajo que le han ofrecido. Si no le ve futuro, si le parece irrealizable, puede negarse a aceptarlo. Perdería un trabajo, pero mantendría su honor intacto.
- Está bien, pero piense que me urge mucho.... – rogó Monto.
- Vuelva mañana mismo, aquí a la misma hora – dijo Drill, señalando la taberna a su alrededor. – Ya tendré una respuesta.
Monto le agradeció excesivamente sus palabras, algo desesperado y rastrero. Drill se sintió un poco hipócrita: en realidad ya tenía su respuesta preparada.
¿Cómo iba a aceptar aquel trabajo?
El sueldo le había parecido un regalo, al principio. Pero al conocer la misión.... ¡aquello era un suicidio!
Drill despidió al cliente y le emplazó para el día siguiente, sabiendo que le estaba dando largas. Suspiró resignado, pensando que dejaba escapar una oportunidad, pero que hacía lo correcto.
Su caldero de oro tendría que llegar por otros medios.


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