LA LLAVE ES LA CLAVE
- III -
UN CONTACTO INESPERADO
El
barco dejó atrás el puerto y salió al mar abierto, pasando al lado del espigón
y de su pequeño y estrecho faro, que a aquellas horas de la mañana ya estaba
apagado, porque el Sol ya iluminaba el cielo. El experimentado capitán logró
que sus curtidos marineros atraparan el viento adecuado para navegar con rumbo
este, con las dos velas hinchadas.
Drill
pasó la mañana acodado en la baranda de estribor, mirando al mar sin verlo. El
mar Frío honraba su nombre, pero Drill estaba abrigado y su tristeza ocupaba
todo su ser, sin dejar espacio casi para el frío. Lamentaba haber dejado atrás
a Ryngo, pero lamentaba todavía más
la forma en que lo había hecho.
Los
marineros hormiguearon por cubierta todo el día, controlando el barco,
manejando las drizas para mover la vela mayor, limpiando la cubierta y
realizando multitud de tareas que los de tierra adentro no comprendemos. Drill
no les molestó, pues no se movió del sitio, apoyado en la batayola de estribor,
mirando al mar. Sólo se le acercó una persona en toda la mañana, el capitán
Lorens Denzton, para asegurarse de que se encontraba bien: el viejo capitán
temía que el mercenario se encontrara mareado, al verle en la borda, pero Drill
le tranquilizó, aunque de manera muy ligera: no eran náuseas lo que le hacían
estar allí. El capitán se alegró de no encontrarle enfermo y no se metió más en
su vida, informándole de que la comida se serviría una hora pasado el mediodía
y después le dejó allí.
Drill
comió apartado de los otros pasajeros, sentado a la misma mesa del camarote que
hacía las veces de comedor para el pasaje, pero en el otro extremo. Los dos
hombres elegantes hablaban animadamente entre ellos y cuando hicieron que las
dos mujeres se sintieran cómodas, éstas se unieron a la conversación. A Drill
no le molestó el parloteo de los cuatro, pero él no quería formar parte de él.
Aquella
tarde volvió a la cubierta, aunque paseó por ella con lentitud, deteniéndose en
la proa. “La gaviota dorada” marchaba
a buen ritmo, en aquellos momentos sin prisas. Estaban ya en el estrecho de
Mahmugh que separaba el continente de las islas y allí las corrientes eran más
fuertes, en dirección norte. El capitán había ordenado reducir el ritmo, para
seguir viajando con celeridad pero poder reaccionar a las corrientes y rachas
que pudieran desviar el barco.
Drill
estuvo a gusto en la proa, sin recibir salpicones, pero contemplando cómo la
proa del barco hendía el mar azul oscuro. Durante un rato pudo comprobar cómo
tres pequeños tiburones nadaban a la par del barco, cerca de la proa,
entrevistos a través del agua.
- ¿Me
dispensa si ocupo un rato la proa con usted? – escuchó que le decían por
detrás, sorprendiéndole. Drill se giró y vio a uno de los dos hombres elegantes
que viajaban con él.
-
Adelante.
- Ea, ofrezco gratitud – dijo el hombre.
Era de la edad de Drill, más alto y corpulento. Tenía los cabellos entre rubios
y canos, largos y rizados por los hombros, aunque sólo rodeándole la cabeza,
con una brillante y morena calva en lo alto. Sus ojos eran azules y chispeantes
y su sonrisa era reconfortante. Vestía con ropas de terciopelo azul, con
bordados y algunos adornos de ganchillo. Como tantas veces, Drill comparó su aspecto
humilde con su interlocutor, aunque no se avergonzó de ello. Drill nunca se
avergonzaba de su aspecto. Sólo lo comparó, deduciendo las diferencias y
sacando conclusiones.
El
hombre se apoyó en la borda de la proa, a un par de metros de Drill, sin decirse
palabra. Contempló el mar igual que hacía mi antiguo yumón, entretenido y fascinado.
-
Dispense, pero es usted mercenario, ¿digo bien? – rompió el silencio al cabo de
un rato. Drill lo miró y asintió. – He reconocido su colgante y también el
símbolo que hay en la vaina de su elegante espada. ¿Digo bien si imagino que va
usted a las islas Tharmeìon para cumplir un trabajo?
Drill
volvió a sentir.
- Ea. Aunque no sé si lo lograré.
-
¿Es tarea ardua?
-
La mayor de mi carrera – confirmó Drill con más asentimientos de cabeza.
-
Dispense, ¿qué edad tiene usted? Debe ser de mi añada, más o menos.
-
Acabo de cumplir los cincuenta y ocho – contestó Drill, sintiéndose extraño al
decirlo. Hacía tan sólo dos años dudaba de poder seguir en activo un poco más y
gracias a (o por culpa, no lo tenía muy claro) la misión de Karl Monto, allí
estaba, trabajando como nunca.
- Ea, entonces somos casi de la misma edad
– reconoció el caballero elegante. – Pues debe ser realmente ardua, si con su
edad y carrera es la más complicada de todas.
Drill
reflexionó un instante, antes de contestar.
-
Quizá no la más difícil, no voy a exagerar – concedió. Yo puedo atestiguar que
mi antiguo yumón tuvo misiones más
difíciles que la de la caja de Karl Monto: yo estuve con él en un par de ellas.
– Pero sí que se está convirtiendo en la más larga y, desde luego, puede que la
más laboriosa.
-
Siempre es un placer conocer a un mercenario – le estrechó la muñeca el
caballero elegante. – Soy Gert Ilhmoras.
-
Bittor Drill.
- Dispense,
¿es usted el mismo Drill que hace muchos años entrenó al conocido Kéndar-Lashär?
– preguntó, algo emocionado.
-
Me temo que sí.
-
Entonces el honor es doble – sonrió más abiertamente Gert Ilhmoras. – Cuando yo
era joven os admiraba y escuchaba atentamente cualquier historia que se decía
que os había ocurrido. Cuando vuestro shusán
se hizo tan famoso debió de ser un orgullo para vos.
-
Lo fue, desde luego – asintió Drill, imagino que poniéndose colorado.
-
¿Y va a las islas Tharmeìon en una nueva misión?
-
Bueno, es parte de la misión que ahora me tiene ocupado.
-
¿Podría conocer algún detalle? – le preguntó, bajando la voz. – Dispense si me
entrometo, pero comprenda que estoy cumpliendo un deseo de juventud, conocer al
gran Bittor Drill, ¿digo bien? No pretendo ponerle en un compromiso, pero si
pudiera contarme alguna cosa....
Drill
dudó, no porque quisiera mantener en secreto su misión (se la había confiado ya
a multitud de personas durante su largo viaje) sino porque apenas conocía a
Gert Ilhmoras. Al final acabó convenciéndose de que no le costaba nada saciar
la curiosidad de aquel hombre con unos pocos datos.
-
Mi misión consiste en guardar un objeto preciado para mi cliente en un lugar
seguro e inexpugnable – explicó, sin entrar en detalles. – Llevo mucho tiempo
buscando ese lugar y las cosas necesarias para poder utilizarlo como escondite.
-
¿Y ese lugar de escondite está en las islas?
-
No, no está allí – explicó Drill. – Pero allí creo que está algo que necesito
para poder acceder al lugar del escondite. Es todo muy embrollado, dispense si
no le puedo contar más detalles.
-
Tranquilo, no querría meterle en un lío por compartir demasiada información –
le despreocupó Ilhmoras con un gesto de la mano y una mueca de la cara. –
Dispense, sólo indíqueme un poco qué necesita encontrar en las islas: conozco a
mucha gente allí y han sido mi hogar durante toda mi vida, así que conozco
también el relieve y el paisaje. ¿Qué es lo que viene a buscar a las Tharmeìon?
Drill
dudó todavía más. Decir lo que necesitaba era desvelar también el lugar de
escondite y dejar claro cuál era su objetivo en las islas. Si le explicaba que
necesitaba la llave que custodiaba la familia real en las islas, su
interlocutor sabría inmediatamente que quería entrar en la tumba de Rinúir-Deth
y que necesitaba llegar hasta el rey de las islas Tharmeìon para pedirle la
llave, o para robarla en caso de que se la negaran. No podía hacer eso.
-
Dispense, pero no puedo decírselo. Me metería en muchos problemas si se lo
confiase, aún a riesgo de quedarme sin su ayuda, la cual agradezco.
Gert
Ilhmoras lo miró con suspicacia.
-
¿Es algo ilegal en lo que anda metido, digo bien? – preguntó. – No me
malinterprete, no me importa, siendo usted Bittor Drill. Pero no podré ayudarle
si es algo así.
Drill
se encogió de hombros.
-
Lo que tengo que hacer no es ilegal y lo que pretendo hacer en las islas
tampoco lo es – aseguró, quizá con demasiada certeza: si tenía que acabar
robando la llave, igual que había robado la espada, sí estaría cometiendo un
crimen. – He hecho cosas ilegales para llegar aquí y para poder cumplir mi
misión, pero son cosas que pueden deshacerse, si me permite el término. Una vez
cumplida mi tarea todo volverá a la normalidad, digo wen.
Gert
Ilhmoras le observó con detenimiento, muy pensativo. El barco aumentó de
velocidad, por orden del capitán, y la proa hacía salpicar agua por encima de
la borda. Hasta el momento ninguno de los dos se había mojado, pero estaban tan
inmersos en su conversación que quizá no se hubieran inmutado ni aunque una ola
los hubiera calado por completo.
-
Me tiene usted engatusado, Bittor Drill – reconoció el hombre. – Y le creo
cuando dice que no ha cometido crímenes, o que son reversibles, digo bien. Pero
me tiene muy intrigado....
-
Dispense si no puedo darle más detalles. Lo lamento – se excusó Drill, con su
sonrisa infantil.
-
Verá, sólo para satisfacer mi curiosidad le diré que soy consejero del rey
Vërhn de las islas Tharmeìon – acabó confesando Ilhmoras, casi como si se
quitara un peso de encima. – Estaba en misión diplomática en Darisedenalia y
vuelvo con grandes noticias para el monarca. Creo que puedo ayudarle, pues
tengo bastante influencia en la corte y en el reino.
Drill
se había quedado sin palabras. Aquel consejero podía ser la llave que le
consiguiera llegar al rey para conseguir la otra llave, la real. Había sido un
golpe de suerte, quizá no un sulqti,
pero sí una afortunada circunstancia. Sin embargo, si Gert Ilhmoras era
consejero del rey, confesarle la naturaleza exacta de su misión en las islas
era mucho más arriesgado que antes.
-
Verá, Ilhmoras, siento no poder decirle nada más – se lamentó Drill. –
Agradezco su confianza y su franqueza, pero me metería en un lío si le doy más
detalles. Precisamente es algo que sólo el rey puede concederme lo que
necesito: si se lo dijera a usted que trabaja para él....
-
¿Pero no se da cuenta de que puedo ayudarle mucho más si ésa es la situación? –
Gert Ilhmoras estaba entusiasmado: de verdad estaba cumpliendo un sueño de
juventud, ayudar a su admiradísimo Bittor Drill. – Si tiene que tratar con el
rey yo puedo ayudarle, hacerle de anfitrión. Puedo ayudarle a hacer más
llevadera una misión que, según sus palabras, está resultando demasiado larga y
laboriosa.
Drill
se pasó la mano por la barba y la cara, dudando. Suspiró y al final decidió
contarle algo, aunque no todo.
-
Necesito un objeto que guarda el rey. Es un objeto único que él tiene en
custodia. No pretendo quedármelo, sólo usarlo y después devolverlo a su
custodio.
Gert
Ilhmoras le miró achicando los ojos.
-
¿Qué objeto?
Drill
suspiró y se puso serio.
-
¿De verdad pretende ayudarme? ¿No será esto una forma de enterarse de mi misión
y denunciarme ante el rey? No quisiera amenazarle, Sherpú me libre, pero ya
sabe lo peligrosos que podemos ser los mercenarios de la Hermandad....
Gert
Ilhmoras pareció dar un respingo.
-
¡¡Dispense, señor Drill!! De veras quiero ayudarle, digo bien. Pero para
ayudarle necesito saber cómo.
-
¿Aunque lo que le pida sea algo irregular? ¿No ilegal, pero sí algo excéntrico?
-
Por mi palabra de caballero del Exo que no pretendo denunciarle – alzó la mano
extendida, llevándose la otra a agarrarse la barbilla. Drill no estaba
convencido del todo, pero aquel gesto y aquel juramento le bastaron.
-
Necesito la llave de la tumba de Rinúir-Deth que se custodia en el reino de las
islas Tharmeìon – acabó reconociendo.
-
¡¡Vaya!! ¿Pero....? ¿Para qué....?
-
Me preguntó lo que necesitaba, no los motivos – replicó Drill, acallando a su
interlocutor.
- Ea, dice bien. No sé dónde tiene el rey
esa llave, o si la tiene siquiera él, pero podré ayudarle a llegar hasta el
monarca, para que se lo pregunte.
-
Ofrezco gratitud.
-
Ofrezco igual. Y le deseo prosperidad – añadió el consejero, que seguía
evidentemente sorprendido.
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