LA LLAVE ES LA CLAVE
- VIII -
RUMBO AL SUR
A
falta de cuatro días para que el mes de mayo terminara, Drill volvió a viajar
en barco, esta vez con dirección a la isla sur. El capitán Lorens Drenzton se
ofreció a llevarle, ya que los marineros de “La gaviota dorada” estaban todavía en Nori, disfrutando de unos
cuantos días de descanso, aprovechando que la Temporada Húmeda estaba siendo
benévola y el calor del Verano empezaba a coger fuerza.
El
viaje, cruzando el estrecho del Cuervo, entre la isla norte y la isla sur, duró
apenas un día. Llovió durante toda la travesía, aunque la lluvia era fina y
ligera, una lluvia sin fuerzas característica de finales de la Temporada
Húmeda. Los marineros refunfuñaron todo el viaje, ocupados con las maniobras,
calándose por la lluvia fina pero insistente. El capitán Denzton colocó un
toldo sobre el timón, para poder viajar ligeramente más cómodo. Drill viajó con
él, a medias disfrutando del viaje en agradable compañía con el capitán y a
medias avergonzado por las miradas molestas de los sufridos marineros.
Por
la noche llegaron al puerto de Suri, que estaba separado de la ciudad un par de
kilómetros. “La gaviota dorada”
atracó y todos pasaron la noche a bordo.
Al
día siguiente el capitán dio permiso a sus marineros para distenderse, en las
dos pequeñas tabernas del puerto, antes de emprender el viaje de regreso a la
capital. Drill revisó su mochila (la que había sido de Quentin Rich) y se
preparó para seguir con su viaje.
-
Un placer, señor Drill, como siempre – se despidió el capitán, tendiéndole la
mano.
-
El placer ha sido mío, capitán. Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – Drill le
estrechó la muñeca.
-
Ofrezco y deseo el triple, como se suele decir en el continente – respondió el
capitán, sonriendo. Drill le devolvió su sonrisa infantil y después bajó por la
rampa. En el muelle, los marineros de “La
gaviota” con los que se cruzó le desearon buen viaje y le despidieron con
buenas sonrisas: una vez en tierra, su temperamento hacia él había cambiado.
Hacía buen tiempo (muy nublado, pero cálido y sin lluvia) y volvían a tener
tiempo libre, así que no le guardaban rencor a mi antiguo yumón. Drill se despidió de ellos y siguió su camino.
La
ciudad de Nori crecía desde la costa hacia el interior; la ciudad de Suri era
distinta. Suri estaba enclavada en el interior de la isla, al borde de los pies
de las primeras montañas de la cordillera de Oxe. Su puerto no tenía nada que
envidiar al de Nori, era moderno y bien surtido y organizado, pero estaba
alejado de la ciudad, unido a ella por una carretera adoquinada suficientemente
ancha para que dos carros grandes pudieran cruzarse en sentidos distintos. El
puerto tenía dos tabernas, grandes naves de almacenamiento, una tienda de
repuestos y reparaciones gestionada por el marquesado y unos establos con buena
cantidad de caballos, mulas y carros. Drill alquiló una mula por dos sermones para llegar hasta Suri,
marchando por la recta y bien nivelada calzada de adoquines. A lo largo de los
poco más de dos kilómetros de calzada había hasta cinco tabernas y posadas, que
se alzaban al borde del camino. Drill me comentó que no se detuvo en ninguno,
no vio la necesidad, pero en todas vio carros o monturas atadas a la puerta.
La
calzada terminaba en una especie de plaza que se abría para dar la bienvenida a
los viajeros, en abanico. En un lado de la plaza (adoquinada en piedras de
color blanco y con marquesinas en las que crecían enredaderas) había un establo
gemelo al que había en el puerto, donde Drill dejó la mula y recibió un sermón de vuelta, por devolverla en el
día. Suri era una ciudad amplia pero que se podía recorrer fácilmente a pie,
así que mi antiguo yumón no
necesitaba una montura para deambular por ella.
Al
haber dejado “La gaviota dorada” muy
temprano, Drill pudo aprovechar el día completo, recorriendo la ciudad,
haciéndose una idea de cómo era. Era similar a Nori, aunque no tan elegante y
suntuosa como aquélla. Suri tenía un montón de palacios y casas señoriales,
desde luego, pero el único de verdadero lujo era el del marqués de Mahmugh. Los
demás palacios y el resto de casas que se alzaban en la cuadrícula que era la
ciudad (una cuadrícula perfecta, en la que las calles que van de norte a sur
tienen nombre de peces y criaturas marinas y las que van de este a oeste de
accidentes naturales) eran elegantes y de buena factura, pero no tenían
comparación con el lujo del que se hacía gala en la capital.
Comió
en un puesto callejero, en el que le sirvieron pescado asado en tiras con
patatas fritas, comida sencilla que disfrutó mucho y me recomendó: en la
siguiente misión que me llevó a las islas aproveché la ocasión para probarlo y
es cierto que es un plato muy simple, pero también muy delicioso. Pasó las
primeras horas de la tarde al fresco, en una plaza ochavada en la que había una
fuente de agua fresca en la que jugaban una cuadrilla de niños, salpicándose
entre ellos. Drill se divirtió al verlos, aunque recordó a Ryngo, que habría disfrutado mucho con los pequeños. Con el ánimo
un poco apagado, por los recueros y la nostalgia, se dirigió al palacio del
marqués, cerca ya de la última hora de la tarde.
El
rey Vërhn le había dado un aval con el que presentarse ante el marqués y le
había aconsejado que fuera a pedir audiencia a última hora de la tarde, porque
el marqués le recibiría mucho más fácilmente a aquella hora y con mayor
consideración. Por eso Drill había hecho tiempo y había ido al palacio a
aquella hora del día.
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