LA LLAVE ES LA CLAVE
- I -
COMENZANDO UN NUEVO VIAJE
Drill
despertó lentamente, con tranquilidad. Al principio no supo muy bien dónde
debía despertarse, pero luego, al mirar alrededor, se sorprendió por el paisaje
y empezó a caer en la cuenta de que la última vez que había estado consciente
estaba en el interior del bosque de Haan.
A
su lado estaba tendido Riddle Cort. El otro mercenario parecía igual de entero
que él mismo, sin heridas ni daños. Dormía todavía, tumbado sobre la manta fina
y cubierto por una de las mantas gruesas que había comprado antes de entrar en
el bosque.
Drill
se puso en pie, retirando su propia manta gruesa, apartándola a un lado. Ryngo estaba por allí cerca, olisqueando
los alrededores, pero en cuanto se dio cuenta de que Drill se había levantado
se acercó a él trotando, lamiéndole los tobillos. Mi antiguo yumón se agachó y le acaricio el espeso
y sedoso pelaje de la espalda.
Drill
miró alrededor, tratando de averiguar dónde estaban. Estaba claro que estaban
fuera del bosque, porque podían verlo allí al lado, a unos cien metros. También
estaban al lado de la costa, pues podían ver el mar desde allí: estaban en una
loma cubierta de hierba verde, que daba a un pequeño acantilado. El mar se
mecía y las olas rompían contra las rocas allí abajo. El Sol ascendía por el
este, frente a ellos, haciendo que Drill achicara el ojo y se cubriera con una
mano a modo de visera.
Se
aseguró de que Cort estaba bien y al menearlo y buscar su respiración lo
despertó. El joven mercenario se despertó sin sobresaltos, tranquilo y
relajado, como lo había hecho Drill.
- ¿Dónde
estamos? – preguntó, confundido, al ver el bosque allá a lo lejos y escuchó el
mar romper muy cerca.
Solna
los había drogado, los dos estuvieron de acuerdo en eso. El té que les había
ofrecido después de compartir una comida con la hechicera los había dejado sin
conocimiento. Después de eso, todo eran suposiciones. Si habían aparecido allí
todo apuntaba a que Solna los había transportado fuera del bosque, les había
dejado en la mullida hierba y se había asegurado de que no correrían peligro.
Pero,
¿cómo lo había hecho? En el campamento de Solna no había carros ni carretas y
ninguno de los dos había visto caballos, o un mulo por lo menos. ¿Cómo había
transportado la hechicera a los dos hombres hasta el exterior del bosque de
Haan? Drill pensó que quizá no había sido del todo sincera y sí que quedaba
algo de magia en Ilhabwer.
Al
final, tanto daba cómo habían llegado allí: el caso es que allí estaban, sanos
y salvos, y Drill había conseguido la “fórmula” para entrar en el Mausoleo de
los Reyes de Gaerluin: quizá no era lo que había esperado conseguir, pero sí
era lo que de verdad necesitaba.
- ¿Y
ahora qué, Bittor? – preguntó Cort, sentado en la hierba, con el zorrillo al
lado, dejándose acariciar. Los dos miraban a mi antiguo yumón. – ¿Qué harás ahora?
-
Seguir con mi misión, ¿acaso puedo hacer otra cosa? – se lamentó Drill. – Para esconder esa
estúpida caja necesito tres cosas, y por ahora sólo he conseguido dos. La
puerta de granito de esa tumba todavía sigue cerrada para mí: necesito la
llave.
- A
las Islas Tharmeìon, pues – dijo Cort, con una mueca. Drill asintió. – Aunque,
si no tienes inconveniente, creo que deberíamos descansar unos días aquí cerca.
En algún pueblo de las montañas, por ejemplo.
Drill
quería continuar con su misión, acabarla de una maldita vez (por aquel entonces
casi llevaba dos años complicado con ella), pero se reconoció que unos días de
reposo y reflexión no le vendrían nada mal, después de aquellos sorprendentes
sucesos en el bosque de Haan.
Se
pusieron en marcha inmediatamente. A pesar de haber sido drogados, estaban
plenamente descansados: estaba claro que la sustancia en el té los había
adormecido, lo suficiente para que Solna pudiera sacarlos del bosque, pero no
les había generado efectos secundarios ni los había malogrado. Se encontraban
con fuerzas, activos, como después de un buen sueño reparador.
Riddle
Cort encabezó la marcha y se dirigió a las cercanas montañas Hartodhax. Allí,
cerca del llano, en los pies de la cordillera, buscaron un pueblo que el
mercenario conocía bien. Era un pueblecito pequeño, de cabreros. Encontraron
alojamiento en una casa de huéspedes, pequeña y vacía, pues Bagufals no era un
pueblo turístico, pero cómoda y suficiente para lo que necesitaban. Allí
pasaron los últimos días de febrero, a resguardo de las inclemencias del
Invierno.
La
guerra entre Barenibomur y Escaste no había acabado, aunque al parecer los
incidentes armados habían cesado, en su mayoría. La guerra había pasado a ser
un bloqueo comercial y diplomático entre los dos reinos, cesando las
hostilidades. Las oficiales al menos.
Drill
no se confió, el conflicto seguía en pie, así que supuso que él sería un fugitivo
buscado todavía en ambos reinos (en uno por desertor y en el otro por espía),
pero la situación más calmada le beneficiaba. Durante aquellos días en Bagufals
con Riddle Cort planeó sus siguientes movimientos, si bien con precaución, con
la ligera tranquilidad de poder moverse por el continente.
El
dos de marzo los dos mercenarios se despidieron: Drill continuaría su viaje
hacia el norte y Riddle Cort pensaba en recorrer todo Escaste, en dirección a
la capital, Kehida, para encontrar un trabajo que activara su economía
personal.
-
Deseo prosperidad, Bittor – le dijo, cuando abandonaron la casa de huéspedes y
cada uno iba a marchar hacia un punto cardinal. – Y buena suerte.
-
Deseo el doble para ti, Riddle – contestó mi antiguo yumón, mientras se estrechaban la muñeca. – Ofrezco gratitud por
todo lo que has hecho por mí.
Riddle
se desentendió con un gesto de la mano: aquellas cosas iban con el oficio,
mucho más si se trataba de amigos como lo eran ellos dos.
-
Cuídate, Bittor. Nos vemos en Dsuepu – se despidió Riddle, después de acariciar
con cariño a Ryngo.
-
Qué Sherpú te oiga.
Riddle
descendió las montañas, yendo hacia el sur, y Drill se internó en ellas, en
dirección norte. Cada uno siguió su ruta, con objetivos distintos. Y ya no
volvieron a coincidir, al menos en esta historia.
Drill
viajó durante el mes de marzo atravesando las montañas Hartodhax y llegando al
llano de Barenibomur. Pasó su cumpleaños en las montañas, acompañado sólo por Ryngo, aunque no se lo tomó con gran
ceremonia. Simplemente pensó que cumplía cincuenta y ocho años y que se sentía
muy mayor para todo aquello. Aunque también sintió sorpresa, como me confió:
hacía sólo un par de años, aburrido y derrotado en la “Taberna de los mercenarios”, no se habría imaginado seguir en
activo a los cincuenta y ocho años, tratando de alcanzar su Caldero de oro.
El
mes de abril le alcanzó camino del lago Bomur, en el llano. Drill caminaba por
los campos y las carreteras con cierta aprensión, aunque no tuvo ningún mal
encuentro. Temía encontrarse con soldados o Caballeros de Alastair que lo
reconociesen y le detuviesen, por desertor, pero la guerra se había calmado y
era muy palpable aquella situación: la gente hacía su vida como antaño, no se
veían tropas de soldados en cada pueblo y en los caminos y el ambiente no era
tenso como el año anterior. Había reservas, al parecer, pues la guerra no había
concluido y no se había llegado a un acuerdo de paz con Escaste, pero al menos
parecía que los gobernantes habían entrado en razón y en vez de arreglar sus
diferencias en el campo de batalla, haciendo que murieran miles de soldados de
uno y otro bando, estaban arreglando las cosas en los despachos, como deberían
haber hecho desde el principio.
Al
fin y al cabo, la guerra de Escaste y Barenibomur había nacido allí, en los
despachos.
Al
llegar al norte del lago Bomur Drill recordó el burro que había comprado hacía
un año, más o menos. Aquel por el que había pagado más por si acaso no volvía
con su dueño. Drill confiaba en poder recuperar el dinero de más que había
pagado, porque en aquella época todavía pensaba que la guerra no le afectaría,
pero cuando fue reclutado tuvo que dejar el borrico en las calles de Ire. No le
importaba el dinero, pero esperaba que el animal hubiese encontrado un dueño amable,
en lugar de haber acabado convertido en filetes para alimentar a la tropa.
No
quiso volver al mismo pueblo y a los mismos establos a alquilar otro borrico,
por vergüenza, así que siguió su camino a pie hasta llegar a un pequeño pueblo
en la orilla del río Rojo. No había caballerizas o herrerías como tal, en aquel
pequeño pueblo, pero consiguió convencer a un hombre para que le vendiera un
animal, de aspecto tozudo pero resistente. Pagó demasiado por él (sus reservas
de dinero menguaban) pero no tenía medios para regatear ni otro sitio donde
encontrar una montura más barata.
A
lomos de su nuevo borrico (su ojos no le habían engañado y el animal era tozudo
y cabezota, pero al cabo de un par de cientos de kilómetros consiguió hacerse
con él y dominarle) Drill siguió viajando al norte, con Ryngo en el regazo. Rodearon las estribaciones de las montañas
Seden y continuaron hacia la frontera.
Mi
antiguo yumón temía aquel paso y no
estaba seguro de lo que prefería: encontrarse con los Caballeros de Alastair y
que revisaran sus documentos o no encontrarse con ellos y pasar al reino vecino
sin acreditarse. Tanto una cosa como la otra podían ocasionarle problemas.
Al
final hubo un poco de las dos. Pasó la frontera sin encontrarse con Caballeros de Alastair
que la vigilaran, así que siguió su camino, sin tenerlas todas consigo pero sin
detenerse a buscarlos. Cuando llevaba una media hora recorriendo Darisedenalia
una pareja de Caballeros montados que venían desde el oeste le dieron el alto.
Eran fronterizos del reino de Darisedenalia, así que tomaron nota de su entrada
en el reino y no le dieron más problemas: Drill suspiró, imaginando que quizá
aquellos Caballeros no tenían su descripción ni una orden de arresto por los
supuestos crímenes de guerra que había cometido.
Sólo
Sherpú sabe qué hubiera pasado si le hubieran dado el alto Caballeros de
Alastair que guardaban la frontera desde el lado de Barenibomur.
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