LA LLAVE ES LA CLAVE
- V -
PRIMERA AUDIENCIA CON EL REY
Esperó
con cierto nerviosismo en la sala en que Gert Ilhmoras le había dicho que
esperase su turno. Drill estaba sentado en un banco de madera adosado a una
pared de la sala, con las piernas colgando, sin parar de balancearlas,
nervioso.
Tras
los dos días que el consejero le había dicho que esperase, Drill se había
presentado en el palacio real a la tercera mañana. Se había puesto la ropa más
limpia y nueva que tenía, aunque desde luego no podía evitar parecer un
mercenario y destacar con el lujo del palacio. El ujier de la puerta le había
mirado indiscreto cuando se presentó en la puerta y preguntó por el consejero
Ilhmoras. Cuando su conocido llegó hasta él Drill se sintió un poco más cómodo,
pues el recibimiento del viejo consejero fue muy cálido y agradable. Le hizo
pasar y le contó que el rey estaba avisado y quería verle (el viejo Ilhmoras
había cumplido su promesa) pero que como no tenía cita concertada previamente
tendría que esperar a que el monarca tuviera un hueco en su ajetreada mañana.
Drill lo aceptó con un asentimiento y un encogimiento de hombros: era paciente,
si tenía que esperar, sobre todo teniendo en cuenta que había conseguido lo más
difícil, que el rey quisiera verle.
Así
que allí llevaba ya un par de horas, en aquella sala pequeña, cuadrada,
azulejada con pequeñas losetas de diferentes tonos de azul, formando un mosaico
en las cuatro paredes que representaba el fondo marino, con sus rocas,
arrecifes coralinos, peces, tiburones y hasta anclas y ánforas hundidas. Cerca
del techo los azulejos cambiaban de color y eran blancos, para representar la
espuma de la cima de las olas.
La
sala tenía dos puertas, en paredes enfrentadas y en los otros dos lados había
dos bancos corridos iguales, adheridos a las paredes. Drill estaba solo,
sentado en su banco, balanceando las piernas, pensando en las palabras que
debía utilizar para convencer al monarca.
Por
fin, al cabo de tres horas, un criado del palacio fue a buscarle. Le transmitió
las palabras de Gert Ilhmoras: el rey tenía una pausa en sus quehaceres
matutinos, que aprovecharía para tomar un bocado y para recibirle en un pequeño
refectorio del lado este. El criado se ofreció a llevarle hasta allí.
Drill
sintió las piernas tontas durante todo el trayecto, como sin fuerzas. Sus
nervios habían aumentado y no había descubierto la mejor forma de exponerle sus
problemas y deseos al rey, así que había decidido dejarse llevar por su
instinto y ser directo y sincero.
El
criado lo dejó ante una puerta de madera muy elegante, pintada de verde, con
sirenas talladas. Drill las admiró, mientras trataba de tranquilizarse
controlando la respiración. La puerta se abrió de improviso y Gert Ilhmoras se
asomó, sonriendo al encontrarlo allí mismo.
- ¡¡Señor
Drill!! ¡Me alegro de verle! ¡Qué bien que ya esté aquí! – salió del todo,
dejando la puerta abierta, cogiendo por los hombros a mi antiguo yumón. El viejo consejero estaba
entusiasmado. Después habló en tono confidencial. – El rey tiene una media hora
libre y ha accedido a hablar con vos mientras toma un bocado. Siento que sea
tan poco rato, pero aprovéchelo al máximo.
- Ea, así lo haré – contestó Drill y su
voz tranquila y sosegada lo sorprendió para bien.
Entraron
los dos juntos en el comedor privado. Era una sala amplia, aunque de ninguna
manera apabullante. Estaba decorada con columnas pegadas a las paredes,
cubiertas de pan de oro, y aquel detalle era el único dedicado a la
suntuosidad. El resto de la sala era sencilla, sobria, con las paredes pintadas
de colores planos y con dibujos de frutas, pan y cestos con huevos. Había una
chimenea en un extremo (apagada) y en el otro una pequeña mesa, con tres
sillas. Una sola estaba ocupada: el rey Vërhn estaba sentado en ella, comiendo
unos pedazos de queso con pan y uvas. Un vaso de vino, de cristal tallado, y
una botella llena completaban el almuerzo.
-
Majestad, este es el mercenario del que os he hablado estos días: es Bittor
Drill, de Dsuepu, reino de Ülsher.
Drill
hizo por primera vez en todo su viaje el signo de reverencia a una persona
verdaderamente importante, y lo hizo bien. El monarca asintió, respetuoso, sin
levantarse de la mesa, pero moviendo la silla para estar casi de frente a mi
antiguo yumón y a su consejero.
-
Bienvenido a Nori, señor mercenario – dijo el monarca.
-
Ofrezco gratitud, majestad – dijo Drill, respetuoso, notando que sus nervios
volvían a aflorar.
-
¿Es la primera vez que venís a mi reino? – preguntó el rey, tomando dos uvas y
llevándoselas a la boca. En toda la conversación siguiente no dejó de comer,
aunque nunca habló con la boca llena.
-
No, majestad, aunque sí la primera que visito la capital – contestó Drill.
-
¿Y qué os parecido?
-
Una ciudad muy bella, majestad. Muy elegante y marinera: aún alejado del puerto,
la ciudad no deja de recordar al visitante que está próximo al mar.
El
monarca pareció recibir aquella descripción de Nori con satisfacción, mientras
paladeaba el sorbo de vino. Ése fue el primer tanto de mi antiguo yumón, que aunque estuviera nervioso
sabía cómo tratar con la realeza y, en cierto modo, manejarlos para tenerlos
donde a él más le convenía.
Sin
duda había sido el mejor mercenario y todavía retenía ciertas virtudes.
-
El señor Drill tenía una petición que haceros, majestad. Está cumpliendo con
una ardua tarea y necesita de vuestra ayuda para realizarla, como os dije –
intervino Ilhmoras.
-
Cierto, así es, pero quería conocerle y verle bien antes de decidir si atendía
a su petición – contestó el monarca. Tomó un pedazo de queso y de pan y se los
llevó juntos a la boca, masticando con tranquilidad, mirando a Drill
atentamente, aunque sin reto. Mi antiguo yumón
aguantó el escrutinio con entereza, aunque ya me le imagino encogiendo los
hombros ligeramente. El rey tragó, dio un sorbo de vino y después señaló con la
mano extendida a Drill. – Veamos, cuál es vuestro problema.
Drill
tomó aliento y después se puso a hablar, todo seguido.
-
Veréis, el objetivo de mi misión es esconder un objeto valioso, al menos para
mi cliente. Ruego me dispenséis si me cuido de revelar la naturaleza de tal
objeto – la mirada de Drill al rey fue de respeto y de disculpa, pero el
monarca no se inmutó y Drill siguió hablando, aliviado. – Para esconder ese
objeto mi cliente ha elegido un lugar inexpugnable: tanto es así que ni yo
puedo entrar allí para esconderlo. Es por eso que estoy aquí, para pediros
ayuda para entrar en ese lugar. Sólo voz podéis darme lo que necesito para
entrar allí.
-
¿Qué lugar es ése? ¿Qué necesitáis de mí? – inquirió el monarca, mientras
terminaba el racimo de uvas.
Drill
llenó sus pulmones de aire y después lo soltó con lentitud, armándose de valor
y sosiego.
-
Es la tumba de Rinúir-Deth, majestad, en el Mausoleo de los Reyes en Gaerluin.
Necesito que me prestéis la llave que abre esa tumba, para poder entrar en
ella.
El
rey no pareció inmutarse ante aquella revelación, pero se mantuvo en silencio
unos minutos, en los cuales reflexionó mientras tomaba sorbos del vaso de vino.
Drill tuvo que esperar con la impaciencia creciendo dentro de él.
-
¿Por qué no vais mientras la pirámide esté abierta al público? – sugirió el
monarca, acariciándose la barbilla. – No necesitaréis la llave para entrar.
-
Fue una idea que valoré en su momento, majestad, pero las tumbas no están
abiertas al público. Sólo los familiares pueden abrirlas y entrar.
-
Pero algunas tumbas famosas se abren en días especiales – comentó el rey, con
suficiencia. – La tumba de Rinüir-Deth, por ejemplo, estoy seguro que se abrirá
al público el día de la conmemoración de su muerte y probablemente el día de la
fiesta nacional de Gaerluin.
-
No sabía de esos sucesos, majestad – reconoció Drill, con un cabeceo reverente
– pero no podré guardar el objeto de mi cliente con seguridad si la tumba está
llena de gente. Necesito entrar solo.
-
Ya veo – comentó el monarca, tomando un pedazo de pan. Lo masticó y después
bebió un sorbo de vino. – Entonces necesitáis de todas las maneras la llave.
-
Eso es, majestad – asintió Drill. – Pero sólo os la pido en préstamo, por
supuesto. La llave pertenece al reino de las islas Tharmeìon y como tal debe
permanecer: sólo querría usar la llave para mi cometido y después la
devolvería. Wen a eso.
El
monarca volvió a rellenar su vaso de vino y se quedó pensativo, dando cortos
sorbos, sin apartar la vista de Drill. Éste no sabía qué más podía hacer: había
sido sincero y espontáneo, sencillo, mostrando a las claras su problema y la
solución que necesitaba del rey, sin tratar de engañarle.
-
Permitidme que os diga, majestad, que el señor Drill es un mercenario de larga
experiencia y fama de justo y honrado – intervino Gert Ilhmoras, muy en su
papel de ferviente admirador. – No pretendo deciros qué debéis hacer, sólo me
limito a informaros de la gran catadura moral de vuestro interlocutor. Es uno
de los mercenarios de Ülsher más famosos y reconocidos.
Drill
desvió sus ojos hacia Ilhmoras y le dedicó un asentimiento de agradecimiento.
Fue un gesto rápido y fugaz, pues inmediatamente volvió a centrarse en el rey,
que volvió a mirarle después de que hubiese atendido a su consejero durante su
exposición.
-
No dudo de la sinceridad del señor Drill, mucho menos después de las palabras
de apoyo de mi fiel Ilhmoras – enunció el rey, después de haber terminado su
copa de vino, a sorbos. – Sin embargo, no puedo dejar la llave así como así a
cualquiera que venga solicitándomela: cuando el rey de Gaerluin la confió a mi
familia fue para que la cuidáramos, y no lo haríamos si se la prestásemos a
cualquiera, incluso estando seguros de sus buenas intenciones.
-
Lo comprendo – asintió Drill, apenado pero comprensivo. Aquélla era la
situación que más había esperado, pero se lamentaba por la opción que le
quedaba: como con Lomheridan, tendría
que robar la llave.
-
Sin embargo, yo no soy el custodio último de la llave – continuó el rey,
haciendo que Drill levantara la cabeza. – Puedo deciros, como esperanza, que
podéis conseguir que os preste la llave si convencéis a su guardián de que lo
haga.
-
¿Y quién es el custodio de la llave, mi señor, si a bien tenéis? – rogó Drill.
El rey Vërhn se quedó en silencio durante casi un minuto entero.
-
Ésa es una información que no debe compartirse a la ligera, mi señor Drill –
contestó, quebrando la fina esperanza que mi yumón había albergado. – Pero, si como dice Ilhmoras, sois un
hombre de honor y de plena confianza, demostrádmelo y quizá os revele el nombre
del guardián.
-
Decidme cómo y os lo demostraré – Drill se aferró a aquel clavo ardiendo.
-
Sed bienvenido en mi palacio, señor Drill – repuso el monarca. – Podréis
compartir mi morada y así, compartiendo mi palacio y mis días, quizá pueda ver
vuestra grandeza de espíritu – expuso el rey, dejando un poco confundidos a
Drill y a Ilhmoras. – Ahora debo retirarme: otros asuntos de estado me
reclaman.
-
Por supuesto, majestad – asintió Drill, repitiendo el gesto de reverencia. – Os
agradezco vuestra comprensión y vuestra confianza.
-
Demostradme la vuestra y quizá os ayude – zanjó el rey. Después Ilhmoras le
indicó con un gesto que tenían que irse y los dos salieron por la misma puerta
por la que habían entrado.
-
¿De verdad el rey no es quien guarda la llave de la tumba de Rinúir-Deth? –
preguntó Drill, en cuanto estuvo a solas con Gert Ilhmoras al otro lado de la
puerta.
-
No lo sé: acabo de enterarme igual que vos – el anciano consejero parecía
igualmente sorprendido. – La llave no es algo importante aquí en las islas
Tharmeìon: al fin y al cabo, es un objeto de otro reino. Yo llevo sirviendo la
mitad de mi vida a la casa real y no he visto nunca la llave.
-
¿Nunca?
-
Nunca – negó Ilhmoras. – No es algo en lo que piense demasiado y que la gente
de las islas tenga en la cabeza. Hay artilugios del tesoro real mucho más
interesantes y frutos de leyenda más atractivos que esa llave. Lo siento.
-
Así que si no habéis visto la llave, imagino que no sabréis quién es ese
miembro de la corte que la custodia, ¿digo bien?
- Ea. Lo siento, pero no tenía ni idea de
que el rey hubiese derivado esa responsabilidad en otra persona. Debe ser
alguien muy importante para ostentar esa tarea.
Drill
se pasó la mano por la barba, pensativo. No había conseguido la llave, pero al
menos tenía pistas de dónde estaba, más o menos.
-
Imagino que será alguien de la familia real – aventuró. – El rey está casado,
¿digo bien?
-
Sí, desde hace varios años. La reina es mujer virtuosa y muy inteligente y
amable – explicó Ilhmoras. – Además tienen dos hijos: la primogénita, Maryna,
de catorce años, que heredará el trono cuando llegue el momento; y el benjamín,
Neptûn, de once años. Son dos jóvenes agradables y de buen trato,
sorprendentemente dada su condición de príncipes.
-
Podía ser uno de ellos el custodio de la llave....
-
Por supuesto: aunque, por poder, podría ser el hermano del rey, Vänhr, que vive
también en palacio y es condestable del puerto de Nori. O cualquiera de los
tres sobrinos del rey. O incluso el marqués de Mahmugh, que vive en la isla sur
– enumeró Ilhmoras. – Opciones hay muchas.
-
Creo que ahora sólo tengo una opción – reconoció Drill. – Mudarme al palacio y
participar en la vida de la corte, demostrándole al rey que soy digno de
confianza.
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