-
9 -
(Granito)
María Rosa Sande Carpio era
una mujer educada y agradable, serena, aunque en aquellos momentos de crispación
no lo estaba mucho. Aun así, Lucas pudo notar la verdadera naturaleza de la
mujer.
La señora Sande Carpio le
acompañó a la habitación de Sofía, para que la conociera. Al parecer, aquel día
había despertado bastante bien, tranquila y sin molestias. Seguía en su
habitación, casi sin salir, pero ya había recibido la visita de sus maestros y
había tenido clase con ellos.
- Creo que ahora está
haciendo sus deberes – dijo María Rosa Sande, con voz cariñosa y orgullosa.
Lucas pudo ver una mueca en el rostro de la mujer que había visto muchas veces
en el de su madre. Era el amor maternal, que ningún hombre sentiría nunca ni
podría imaginar. – Pero podemos entrar a que la conozca.
- No querría molestarla.
- No se preocupe: dentro de
nada tendrá que dejarlo para comer. Tanto da que lo deje un rato antes.
María Rosa Sande entró en la
habitación de su hija, llamando recatadamente a la puerta antes de entrar.
Saludó a su hija con cariño y le dio dos besos sonoros. Lucas esperó en la
puerta, medio oculto por ella, entornada.
- Pase señor Barrios – le
llamó la señora Sande Carpio desde dentro. Lucas entró en la habitación y se
encontró con el típico cuarto de una adolescente: lleno de posters y de
fotografías, con algunos juguetes todavía expuestos en algunos lugares de
honor, con peluches encima de la cama pero con un tocador preparado para el
maquillaje profesional de una estrella de cine. Una habitación llena de contrastes,
como los propios adolescentes.
La dueña de aquella
habitación, la pequeña Sofía, estaba sentada a una mesa, cubierta con cuadernos
y libros de texto. Había abandonado los bolígrafos sobre los cuadernos
cuadriculados y estaba recostada en la silla, mirando hacia la puerta, por la
que entraba Lucas. Era una niña rubia, de un amarillo oscuro (que quizá con la
edad se tornaría en un castaño como el de su madre) y una mirada azul limpísima
que escrutaba con curiosidad e inteligencia al recién llegado.
- Buenos días, Sofía.
- Buenos días, señor
Barrios.
- Con Lucas es suficiente.
- Lucas – asintió la niña,
sin quitarle ojo de encima. – Es bonito.
- Muchas gracias – asintió
Lucas. – Más bonito es Sofía.
- ¡Bah! Es nombre de reina
mayor....
- Y de diosa – replicó
Lucas, quedándose de pie al lado de la mesa.
- ¿Lo ves? – le dijo su
madre, alzando una ceja, sonriendo divertida.
- Vale, mamá – contestó
Sofía, ocultando una mueca de hastío hacia su madre. Lucas sonrió, disimulando
la sonrisa mirando hacia otro lado. Aquella sonrisa se ganó la simpatía de la
niña. Así de sencillo.
- ¿Quiere sentarse, señor
Barrios? – preguntó María Rosa Sande. – Puedo ir a buscarle una butaca.
- No será necesario –
contestó Lucas, sentándose en la esquina de la cama, perfectamente hecha y
estirada. Gran diferencia con la suya propia, que había dejado revuelta en casa
del maestro Pizarro. – Aquí estoy bien.
- No parece usted un
detective – comentó Sofía, girando un poco la silla para quedar frente a Lucas.
- ¿Ah no? ¿Y eso por qué?
¿Porque no llevo sombrero ni gabardina? – bromeó éste, pensando en Justo Díaz.
- No. Los únicos detectives
que van así son los de las películas – contestó Sofía.
- ¿Entonces?
- Con esa ropa parece un
mecánico de la fórmula uno – señaló Sofía, apuntando con la barbilla. Como su
padre, lucía también un pequeño hoyuelo en ella, muy simpático y bonito.
- Tienes razón, pero es que
no has visto mi coche: pega mucho con él – comentó Lucas, como en un aparte,
guiñándole un ojo.
- ¿Qué coche tiene?
- Oh, nada del otro mundo.
Sólo es un simple Twingo, pero lo he mejorado y pintado a mi gusto.
- ¿De qué color es?
- Rojo, con el techo blanco.
Sofía se lo imaginó, mirando
al techo, asintiendo. Arrugaba un poco la boca, al estar pensativa, y Lucas sonrió.
Aquella chica le caía muy bien, parecía despierta e inteligente. Y era muy
bonita.
- Tiene que ser bonito –
aceptó al final.
- Luego te lo enseñaré –
dijo Lucas, mirando a la madre de la joven, que asintió.
- Cuando estés más repuesta
podrás salir a la calle, a ver el coche del señor Barrios – aceptó María Rosa
Sande Carpio, inclinándose por encima de su hija, para mirarle a la cara.
- Vale.
- Sofía, ¿cómo te sientes? –
Lucas se apoyó en las rodillas y se acercó a Sofía, para verla más de cerca,
atento.
- Estoy bien. Cansada, como
si hubiera corrido mucho. Me pesan las piernas y los brazos.
- Pero no tienes fiebre,
¿no?
- No. No la he tenido, desde
que me he puesto mala.
- ¿Y qué te pasaba, para
estar mala?
- Pues eso, cansancio. Dolor
de cabeza – enumeró Sofía, mirando de vez en cuando a su madre, que la asentía,
certificando que lo estaba contando bien. – Dolor de garganta: me dolía al
tragar.
- ¿Te quemaba la garganta? –
preguntó Lucas, con intención.
- Sí, un poco sí.
- ¿Vomitaste o tuviste ganas
de vomitar?
Sofía miró al suelo, un poco
avergonzada.
- Al principio vomitó lo que
comía, sí – contestó la señora Sande Carpio. – Por eso le dimos dieta blanda
desde entonces. Fue al principio, no ha vuelto a vomitar.
- ¿Y desde.... el evento? –
preguntó Lucas, con precaución. Sofía seguía con la mirada baja y la cara
colorada, así que también fue su madre quien contestó esta vez.
- Nada. Desde ese momento ha
mejorado.
Lucas pensó en las
respuestas que le habían dado, comparándolo con lo que sabía sobre exorcismos.
No era un exorcista, aunque había practicado algunos durante sus viajes por el
mundo y después, cuando ya estaba de vuelta en España, en un par de trabajos.
Era algo horrible.
Pero en aquella ocasión, no
todos los detalles coincidían con un exorcismo, y eso era lo que le escamaba.
- Señora Sande, ¿podría
dejarnos solos unos minutos? – rogó, mirando a Sofía y después mirando a su
madre con amabilidad.
- ¿Cree usted que es lo más
adecuado? – recelaba.
- Eso creo. Será sólo un
momento. Puede esperar al otro lado de la puerta: sólo quiero hablar en
confianza con Sofía.
María Rosa Sande Carpio dudó
un momento más: al fin y al cabo estaba dejando a su hija pequeña en compañía
de un desconocido. Le acababan de contratar para que ayudara a Sofía, pero
seguía siendo un desconocido. Y dejarle solo con la niña en su propia
habitación....
- ¿Quieres quedarte con él?
– acabó preguntando a la muchacha. Ésta asintió: su cara seguía avergonzada.
- Señora Sande, dos minutos.
Si no está segura entre en la habitación cuando pase ese tiempo – trató de
convencerla Lucas.
Sin tenerlas todas consigo,
doña María Rosa Sande acabó saliendo de la habitación. Lucas suspiró, mirando a
Sofía, pensando cómo abordarla. El cambio repentino de actitud de la chica
demostraba que recordaba más cosas de las que había contado a sus padres, y él
tenía que conocerlas.
- Sofía, ¿recuerdas lo que
te pasó hace dos noches? – le preguntó. La chica asintió. – Cuéntamelo.
Sofía permaneció con la
mirada baja un rato, pero después alzó la cabeza y miró a Lucas. La niña estaba
llorando, mansamente.
- Me da vergüenza....
- Lo imagino, pero piensa
que soy una especie de.... de médico – no le gustaba mucho el ejemplo pero le
podía servir. – Cuando te duele algo o te sientes mal tienes que contarle al
médico lo que te pasa, para que te pueda ayudar. Aunque te dé vergüenza. Pues
ahora es lo mismo: para ayudarte necesito saber lo que te pasó....
Sofía suspiró y se limpió
las lágrimas de los pómulos prominentes, como los de su padre. La cara de la
niña era un poema y Lucas sintió mucha lástima por ella, pero no hizo amago de
consolarla: no era lo más adecuado.
- Escuché.... escuché voces
en mi cabeza – relató.
- ¿Varias voces? ¿O una
sola?
- Una sola. Al principio me
pareció conocida, pero no lo era: era la voz de un monstruo.
- ¿Qué te decía? – preguntó
Lucas, con delicadeza, sin alzar la voz.
- Me decía que.... que
quería mi cuerpo. Que quería alimentarse de un cuerpo y quería el mío. Que
estaba rico – Sofía volvió a llorar. Quizá el demonio (si había sido un demonio
el responsable de eso) le había dicho cosas peores a una niña de quince años
que, a pesar de empezar a lucir atributos de mujer, seguía siendo una niña
emocionalmente. No quiso seguir por ahí, para no hacerla sufrir más.
- ¿Recuerdas lo que te pasó
en la cama? ¿Cuando te sacudiste y diste saltos y todo eso? – preguntó, sin
entrar en más detalles.
Sofía negó con la cabeza.
- ¿No recuerdas nada?
- Recuerdo que la voz me
hablaba, que veía todo como en una pantalla de cine, que estaba como en una
sala blanca acolchada, como las que salen en las películas cuando meten a los
locos en una – explicó, y Lucas asintió sonriendo, para darle ánimos. –
Recuerdo eso, que todo se movía, y de repente recuerdo a Sandra. Sandra es mi
hermana, ¿sabe?
Lucas asintió.
- Pues la vi tirada en el
suelo, se había hecho daño. Y entonces me sentí tan mal por eso, no sé por qué,
que logré dar un paso hacia adelante, ¿sabe?, como si atravesara la pantalla en
la que veía todo.
- Y volviste a estar aquí,
como si volvieses a entrar en tu cuerpo – apuntó Lucas.
- Eso es.
- Pero entonces no te dolía
la cabeza ni la garganta.
- No, aunque estaba muy
cansada – explicó Sofía. – Como ahora.
- Muy bien. Muchas gracias,
Sofía, me has ayudado mucho – reconoció Lucas, sincero. Sólo entonces se permitió
estirar la mano y secar la mejilla de la muchacha de lágrimas. Sofía sonrió. –
¡Señora Sande!
María Rosa Sande Carpio
entró inmediatamente en la habitación, dejando claro que había estado allí al
lado. Sin embargo, había esperado fuera más de los dos minutos indicados por
Lucas.
- ¿Qué ha pasado?
- Hemos hablado de cosas que
daban mucho miedo y que no eran nada agradables – explicó Lucas. María Rosa
Sande se acercó a su hija, que aunque tenía los ojos llorosos y enrojecidos le
sonreía, tratando de calmarla. – Por eso Sofía se ha alterado un poco. Pero ha
sido muy valiente y me ha ayudado mucho.
- ¿Sí? – preguntó la señora
Sande Carpio, recelosa. Sofía asintió, sonriendo, dándose ánimos y dándoselos a
su madre.
- Ahora te dejo, Sofía – le
dijo Lucas, tendiéndole la mano y agarrando la de la niña: estaba fría al
tacto. – Creo que ya casi es la hora de comer, así que no te molesto más.
Muchas gracias. Me voy, aunque volveremos a vernos. Estaré unos días por aquí.
Se levantó y se giró para
salir de la habitación. Cuando estaba frente al vano la voz de Sofía le retuvo.
- ¿Va a ayudarme, Lucas?
Lucas se giró de nuevo y
miró fijamente a la niña, con una sonrisa, tratando de darle ánimos y quitarle
un poco del miedo que la oprimía.
- Desde luego. Voy a
averiguar qué te pasa y a curarte – dijo, seguro de sí mismo. La niña sonrió,
aliviada: no lo hubiera hecho si hubiese sabido que Lucas no estaba nada
convencido en su interior.
Estaba hecho un lío.
* * * * * *
Lucas salió de la habitación
y caminó por el corredor, sin un rumbo fijo. No sabía muy bien si quedarse por
allí o salir al exterior, o incluso volver a Navaconcejo y quedarse en la
habitación que le había dejado el maestro Pizarro. Estaba confuso y muy
perdido, sin saber muy bien qué decisiones tomar.
- ¡Señor Barrios! – le llamó
una voz desconocida cuando estaba a punto de bajar por una de las dos escalinatas
que llevaban al descansillo y luego al recibidor de la mansión. Se giró, con el
pie en el aire, y vio acercarse a una mujer algo mayor que él, aunque su porte
y su cara seria le hacían parecer más adulta. – Soy Sandra Carvajal Sande.
- La hermana mayor de Sofía
– asintió Lucas, estrechando la mano delgada que le tendía. – Mucho gusto.
Mientras estaban tan cerca,
dándose la mano, Lucas la observó detenidamente. Sandra Herminia tenía el rostro
anguloso y delgado, algo duro pero bello. Tenía el pelo castaño de su madre
recogido en una coleta, la mirada decidida de su padre y un cuerpo fibroso y
atractivo que parecía ser cosecha propia. No tenía el hoyuelo en la barbilla
que había visto en el cuadro del antepasado y en el rostro de don Felipe
Carvajal y la pequeña Sofía. Sin embargo los pómulos marcados sí eran de la
familia paterna.
- Señor Barrios, me alegro
mucho de que haya aceptado el caso y de tenerle aquí – dijo ella, con
seguridad. – Ahora sé que Sofía tiene una oportunidad para librarse de lo que
sea que la aqueja.
- Yo también me alegro de
estar aquí, aunque el caso parece más complejo de lo que imaginé en un
principio. ¡Ah! Y con Lucas es suficiente....
- Muy bien, Lucas. ¿A qué se
refiere con más complejo?
Lucas tardó un rato en
volver al lugar donde estaba y poder contestar. Desde luego Sandra Herminia
Carvajal Sande no se parecía en nada a Patricia, y aunque fuese una mujer
atractiva y ciertamente bella no le atraía para nada, pero había algo en su
seguridad, en su forma de mirarle tan de cerca, en tener a una mujer atractiva
delante, que le hacía recordar vívidamente a Patricia. Volver a pensar en ella
le aflojó por dentro y tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para volver a tomar
el control de sí mismo.
- Verá, señora Carvajal,
¿podemos hablar en un lugar más privado? Creo que aquí, en mitad de la
escalera, no es el mejor sitio.
- Tiene razón: acompáñeme –
dijo ella, indicándole con un gesto del dedo que le siguiera. Lucas fue detrás,
tratando de no mirarle el trasero enfundado en los pantalones de tela de
gabardina. Se sentía muy raro al hacerlo, como si estuviese ensuciando el
recuerdo de Patricia.
Sandra Herminia Carvajal
Sande le condujo a una habitación en aquel mismo piso, a un despacho parecido
al del padre de la mujer, aunque no eran iguales. Las maderas que cubrían las
paredes del despacho de Sandra Herminia eran más claras y menos pesadas, sin
dejar de ser lujosas. Las estanterías estaban llenas de libros y fotos, pero todas
eran de miembros de la familia, individuales o en diferentes combinaciones de
grupos. En una pared había espacio para un gran cuadro de un galeón en el
océano embravecido y sobre la mesa había un ordenador muy nuevo y una planta
frondosa al lado de la ventana que llegaba hasta el suelo.
- Siéntese, por favor.
Explíqueme la complejidad del caso.
- Gracias – dijo Lucas,
ocupando una butaca parecida a la que había ocupado en el despacho del padre. –
Verá, señora Carvajal....
- Si usted es Lucas, yo soy
Sandra, por favor – pidió ella, sonriendo. La nariz se le arrugaba un poco, y
eso confundió todavía más a Lucas. – El Herminia sobra.
- Muy bien – farfulló Lucas.
– Verá, Sandra, todo parece indicar que su hermana Sofía sufrió una posesión la
otra noche. Un intento de posesión, más bien, y eso es el primero de los muchos
sucesos extraños que me confunden....
Sandra Carvajal Sande se
quedó un instante en silencio, con el rostro descompuesto. Parecía asustada,
molesta, incrédula y asombrada, todo de una vez. Lucas no era la primera vez
que lo veía: era la respuesta estándar cuando un no iniciado se enfrentaba por
primera vez a un suceso paranormal.
- Así que es cierto, eso fue
lo que le pasó a Sofía – murmuró la mujer, más para sí misma, para convencerse
de lo que había sospechado, que para hablar con Lucas. – ¿Por qué?
- ¿Disculpe?
- Que por qué le parece raro
que fuese un intento de posesión.
- Porque un demonio con la
capacidad de traspasarse a un cuerpo externo al suyo, un demonio que pueda
poseer a otra criatura, o bien posee un cuerpo o no lo hace. Pero nunca se
queda a medias.
- ¿No podría haber fallado?
¿Haber intentado poseerla pero no haber podido?
- Los demonios no son como
los seres humanos – explicó Lucas. – No son como nosotros, que podemos iniciar
una actividad y terminarla, o darnos por vencidos al ver que no podremos
conseguirla y la abandonamos. Los demonios tienen otra forma de actuar: o hacen
las cosas o no las hacen. Si no ven claro que puedan poseer un cuerpo no lo
intentan: se preparan para hacerlo cuando sepan que van a conseguirlo. Además,
existen muchos tipos de demonios con capacidad de poseer otro cuerpo que mueren
si el proceso se interrumpe o no son capaces de completarlo. Ésa es una razón
más para ellos para no dejar las posesiones a medias.
Sandra Carvajal Sande
parecía superada por las circunstancias, tratando de comprender ese nuevo mundo
que Lucas desplegaba ante ella. Pero, sabiendo que aquel detective podía ayudar
a su hermana, hizo un esfuerzo de fe y creyó todo lo que le contaba, aunque
sonase disparatado.
- ¿Puede volver a
producirse?
- Me temo que sí – Lucas
compuso una mueca de disgusto. – Una vez que ya han abierto la puerta entre
ellos y Sofía, es más fácil acceder.
- ¿Y podrá salvar a mi
hermana?
- Eso creo, aunque no estoy seguro
– reconoció Lucas. – Hay cosas de ese evento que me confunden.
- ¿Y por qué me lo cuenta? –
se sorprendió Sandra Carvajal. – ¿Por qué me confía sus dudas?
- Quizá porque me recuerda a
alguien que siempre creía en mí – confesó Lucas, bajando la voz. – Y ahora
mismo necesito toda la confianza externa que pueda, para apoyar la mía. Su
hermana no puede volver a sufrir lo que ha sufrido.
Los dos se miraron, serios y
preocupados.