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4 -
(Granito)
Lucas acabó rindiéndose a
sus deseos y condujo hasta el aeródromo, pasado ya el mediodía. Trató de no encontrarse
con Ramiro, no por nada personal, simplemente por ahorrarse explicaciones y
nuevas conversaciones sobre Patricia.
Se acercó al hangar con
disimulo y cautela y acabó colándose dentro. No era difícil, aquel hangar
estaba abandonado y había dos o tres huecos por los que colarse.
Casi inmediatamente notó el
olor de un ente y pudo sentir algunos rastros de ectoplasma. Estaba claro que
alguno de los dos tipos que habían estado trapicheando allí con las cajas que
Ramiro había visto era un ente paranormal. Apostaba por el alto de coleta
(Ramiro aseguraba haberle visto los ojos amarillos) pero Lucas se guiaba por
una intuición y creía que los dos eran entes paranormales. Muy probablemente
corpóreos.
No había rastros de la
mercancía, pero sacó del bolsillo de la cazadora el pistón trifásico
fotovoltaico y lo encendió. Había tenido guardada (escondida era la palabra
adecuada) la herramienta en casa y cuando tuvo el Twingo reparado guardó todas
sus cosas de investigación en el baúl que había disimulado en el asiento
trasero. No había tocado nada de allí ni usado ninguna herramienta desde el
verano. Aquélla era la primera vez.
Y, lejos de sentirse
incómodo o violento, Lucas se sintió a gusto. Más que eso, la sensación era de
normalidad. Estaba haciendo lo que era suyo, lo que mejor hacía. No se sintió
culpable ni mal por volver a investigar. Volver a ser un detective parecía lo
más natural.
Aunque nunca se lo
reconocería a su madre. Cualquiera la aguantaba si le daba la razón.
Encendió el pistón trifásico
y caminó con tranquilidad, pero con resolución, por todo el hangar. Las luces
del pistón parpadeaban con una cadencia lenta, rutinaria. Y siguieron así
durante todo el paseo, hasta que llegó a un lado del hangar, cerca de unos
contenedores de plástico enormes. Allí las luces del aparato se pusieron a
parpadear como locas y el medidor se encabritó: la aguja llegó a ciento quince.
- Vaya, vaya.... – musitó
Lucas, sonriendo a medias, sin darse cuenta de ello. Se acuclilló y pasó el
pistón más cerca del suelo, haciendo que las lecturas fuesen más nítidas. Las
luces siguieron palpitando como locas y el medidor subió otros cinco puntos.
En el suelo no había nada,
al menos nada que pudiese verse. Lucas sí veía algo, una especie de resplandor,
un reflejo fluorescente, como las partes blancas de algunas camisetas o camisas
bajo la luz oscura de las discotecas. Su “anomalía” le permitía ver lo que
estaba oculto en el mundo real. Y allí había restos de algo paranormal.
Olisqueó el ambiente y tocó
el suelo de hormigón, en el lugar en que él veía el reflejo y cualquier otra
persona sólo vería suelo. No se manchó con nada, pero sintió un leve cambio de
temperatura. Lo olisqueó y se lo llevó a la lengua. Olía ligeramente agrio y el
sabor era fuertemente ácido. Lucas estaba despistado, no sabía qué podía ser
aquello, pero estaba convencido de que allí habían estado las cajas que había
visto Ramiro y que alguna tenía una grieta o algo parecido, por donde habían
salido unas emanaciones ectoplásmicas.
Lucas se puso en pie y miró
alrededor, buscando alguna pista más, pero el rastro era muy vago y no había
más pistas.
No había nada más que
investigar ni que observar. En realidad Lucas no había averiguado nada más de
lo que ya sabía (al menos había confirmado que allí se había realizado una
transacción de artículos de otro universo) pero salió del hangar muy
satisfecho.
Hacía tiempo que no se
sentía tan bien.
* * * * * *
Aquella tarde José Ramón le
llamó y quedaron para cenar en un nuevo restaurante que habían abierto en el barrio
de su amigo. Desde que había visto que lo iban a inaugurar había tenido muchas
ganas de probar la comida griega y llamó a Lucas para que lo acompañara.
Lucas aceptó.
Condujo con el Twingo hasta
allí y dio unas vueltas hasta encontrar aparcamiento, un poco alejado del restaurante.
Caminó hasta allí, encogido y refugiado dentro de su cazadora, y se encontró
con José Ramón en el bar de enfrente, donde habían quedado. Su amigo lo vio
desde dentro y cuando el detective llegó hasta él se encontró una caña de
cerveza esperándole.
- ¡Vaya! Gracias.
- No hay de qué. Me he
adelantado a tus deseos – contestó José Ramón, sonriendo. Los dos amigos se
dieron un corto pero afectuoso abrazo. – ¿Qué hay?
- Nada del otro mundo –
comentó Lucas, dándose cuenta al instante de la comicidad del comentario.
Precisamente, acababa de investigar aquella mañana restos de cosas de otro
mundo, pero a José Ramón no se lo iba a decir: su amigo todavía pensaba que
trabajaba en una empresa de aspiradores. – Pensando en volver a trabajar.
- Eso está bien – asintió
José Ramón, que creía que su amigo había pedido una excedencia en la empresa y
por eso los últimos meses no había trabajado. – Algo me había dicho tu hermana.
- ¿Mi hermana? ¿Desde cuando
hablas tú con Yolanda?
- Bueno.... desde....
- Ya, vale – asintió Lucas,
dando un trago a su cerveza. – Pues no me gusta que andéis hablando de mí a mis
espaldas.
- Era por ayudarte.
- Ya, y eso lo agradezco.
Pero que hables con mi madre de mí me da mucho miedo – dijo Lucas, con voz
cómica, y José Ramón sonrió.
- No me ha enseñado fotos
tuyas desnudo en la playa, de cuando eras niño – bromeó.
- Todo llegará – suspiró
Lucas, haciéndose el mártir. Los dos rieron, sobre todo porque la señora Margarita
era muy capaz de aquello. – ¿Y tú qué tal?
- Todo guay. Deseando que
den las vacaciones a los monstruos, para poder descansar – dijo, medio en serio
medio en broma, hablando de sus alumnos. – Con esto de las Navidades están como
locos.
- Ya lo imagino – asintió
Lucas, pensando que prefería mil veces enfrentarse a demonios que a los alumnos
de siete años de José Ramón. Días después se acordaría de este pensamiento y
dudaría. – ¿Y con Carmen?
José Ramón dio un sorbo a la
cerveza, muy probablemente para pensar qué contestar y cómo hacerlo.
- Muy bien, la verdad. Me
gusta mucho – contestó, incómodo y avergonzado.
Lucas lamentaba que su amigo
se sintiera así. Carmen era una antigua amiga de Patricia, que llevaba mucho tiempo
sin pareja. Tras la muerte de Patricia, después del funeral y de un pequeño
acto que hicieron sus amigos en su recuerdo, José Ramón y Carmen hicieron
buenas migas y a finales de verano empezaron una relación más cercana. A Lucas
le alegraba, porque habían encontrado consuelo el uno en la otra y viceversa.
José Ramón estaba más contento, al estar con ella, y Carmen se había centrado
un poco, pues había tenido una larga temporada de buscar un novio, pasando de
tipo en tipo, a cual más lamentable y estrafalario.
Pero los dos se sentían un
poco culpables, ante Lucas. Creían que era una especie de traición, algo con
falta de decoro, que hubieran empezado a salir juntos como consecuencia de la
muerte de Patricia. Incluso se sentían culpables por estar felices, cuando
Lucas estaba hecho mierda.
Lucas sabía todo esto, pero
no lo compartía. Sinceramente se alegraba por ellos. Veía que los dos, gracias
a aquella relación, estaban mejor que solos, y eso le alegraba. No les
consideraba unos traidores ni mala gente por buscar el consuelo en los brazos
del otro.
Pero no podía evitar
sentirse envidioso, eso sí.
- Me alegro. Carmen ha sido
una cabra loca, pero es una chica genial. Desde luego con ella no te vas a
aburrir....
- No, eso es verdad.
Los dos sonrieron. De las
amigas de Patricia, Carmen era con la que mejor se llevaba Lucas y la que había
mantenido más contacto con él después de la muerte de Patricia. Era genial
pensar que estaba con su mejor amigo.
- Bueno, ya casi es la hora,
¿pasamos al restaurante? – propuso José Ramón. Lucas coincidió. Pagaron las
cervezas y salieron a la calle, cruzándola hasta el restaurante. En tan corto
espacio se destemplaron del todo, tal era el frío que dominaba las calles.
Y todavía no había empezado
el invierno, oficialmente.
Tuvieron una velada muy
agradable y entretenida. La comida griega les gustó a los dos (Lucas ya la
había probado, durante su primer viaje de formación, pero José Ramón la gozó
con la mousaka, la salsa tzatziki y los dolmades) y la conversación se volvió mucho más llevadera. Su amigo
acabó hablando con libertad y menos preocupación de su relación con Carmen y
compartieron sus planes para Navidades. Acabaron medio organizando una fiesta
para Nochevieja, en un bar bajo la casa de José Ramón: allí podrían juntarse
los amigos que quisieran.
Lucas se sintió a gusto, con
ánimo de ir a la fiesta de Nochevieja (que por el momento sólo era un plan). Empezó
a notar que se sentía parte del mundo de nuevo.
Se preguntó cuánto de
responsabilidad tendría el haberse puesto el mono de nuevo y haber salido a
investigar.
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