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6 -
(Granito)
Lucas llegó a casa, bufando
por el frío, pero a gusto por haber pasado la mañana fuera.
Se había animado a salir, a
correr por el parque cercano a su casa. Abrigado con mallas térmicas, sudadera
con capucha, guantes, braga para el cuello y gorro salió a trotar un rato,
tratando de no pensar mucho y disfrutando del momento. Después de un buen rato
corriendo caminó por el barrio, recuperando el aliento, lanzando nubes de vaho al
aire frío. Luego hizo unas compras y, satisfecho y despejado, volvió a casa.
- ¡Hola!
- ¡Jodé, mamá! – Lucas dio un respingo en el recibidor de su pequeño
apartamento, llevándose una mano al pecho. Cuando se repuso de la sorpresa,
empezó a quitarse guantes y gorro. – Vaya susto me has dado. ¿Qué haces aquí?
- He venido a verte y como
no estabas me he puesto a arreglar un poco esto....
- ¿A arreglar qué? –
preguntó molesto, arrugando el ceño, mientras se quitaba la sudadera y se
arreglaba el pelo, pasándose una mano por él.
- Bueno, este desbarajuste
que tienes por casa.... – comentó doña Margarita encogiéndose de hombros, cogiendo
una pila de libros que había en la mesa delante del sofá y pasándolos a otra de
tres patas que había en una esquina del pequeño salón, entre los altavoces de
la minicadena.
- ¡Mamá! – saltó Lucas,
enfadado. – Deja de removerlo todo. La casa está recogida.
- ¡Anda! Si lo tienes todo
revuelto.
- Lo tengo todo colocado
como yo quiero – repuso Lucas. – La casa está limpia, colocada como yo quiero y
como yo necesito, ¿es que no lo puedes entender?
- Bueno, bueno.... – dijo la
señora Margarita, extrañada porque su hijo no se dejara ayudar, con una mueca
en la cara. Lucas valoró los daños: la mesa y las sillas estaban en el otro
lado del salón, el sofá en otra posición, las cosas de la estantería cambiadas
de sitio, los mandos de la tele y el blue ray
no aparecían por ninguna parte.... Bufó, pensando en tener que volver a ponerlo
todo en su sitio, imaginando lo que su madre podía haber llegado a hacer en la
cocina, pero no dijo nada. Se limitó a volver a colocar el sofá y recuperar las
cosas que solía tener en la mesa baja de delante, para tenerlas a mano.
- Cuando te di unas llaves
del apartamento era para una emergencia, no para que pasaras por aquí a
revolucionarme la casa – dijo, aunque más con ganas de chanza que de verdadero
enfado.
- ¡Ay, hijo! Ya no vuelvo
más, no te preocupes....
- Noooo, mamáaaa.... –
alargó Lucas, llegando hasta ella, abrazándola y dándole un beso ruidoso en la
mejilla. – Quiero que sigas viniendo, pero no vengas en plan zafarrancho de
limpieza. De eso me encargo yo....
- Si sólo quería ayudar....
- Ya, mamá, si tu intención
es buena, pero molestas – le dijo Lucas riendo. – Piensa que aquí las cosas
están a mi gusto, no al tuyo. Y así debe ser. Cuando vengas aquí, eres la
invitada. No tienes que limpiar, ni recoger ni nada de nada. ¿Acaso yo el otro
día en tu casa me puse a organizarte los armarios?
- No, hijo, es verdad, pero
yo tampoco te lo he hecho a ti hoy – dijo Margarita, compungida.
- Bueno, no me lo creo yo
del todo – sonrió Lucas, cariñoso. – Luego veré los armarios de la cocina....
Margarita miró hacia otro
lado, sin contestar nada ni decir nada. No hizo falta.
- Bueno, ¿y has venido aquí
sólo a pasar por el salón como un huracán o para algo más?
- Para verte, nada más –
contestó ella, sentándose en el sofá. Lucas hizo lo propio en el sillón de
orejas que había al lado, que había sido de su padre. – Para ver qué tal estabas.
- Pues ya ves que bien –
contestó Lucas abriendo los brazos.
- ¿Has salido a correr?
- Sí. No me gusta demasiado,
pero me apetecía que me diera un poco el aire....
- Abrígate, anda, a ver si
después del ejercicio vas a coger frío y te vas a enfermar....
- Tranquila, mamá – rio
Lucas, divertido pero un poco molesto.
- Ya me dijo José Ramón que
te había visto mejor – su madre no hizo caso a su tono de voz.
- ¿Has hablado con Jose? –
se sorprendió Lucas. – ¡Pero bueno! ¿Qué tenéis montada, una red de espionaje
para tenerme controlado?
- Sólo para ver cómo estás –
replicó doña Margarita, sin molestarse en negarlo. – Somos muchos los que nos preocupamos
por ti.
Lucas, con el morro torcido,
miró hacia otro lado. No le gustaba la idea de ser el centro de atención de su
familia y de sus amigos, pero lo cierto era que lo hacían por él y su objetivo
era noble. Se sintió honrado y agradecido, aunque no quiso demostrarlo.
- Bueno....
Doña Margarita le miró un
instante y después se puso en pie. Entró en la cocina y se sirvió un vaso de
zumo de caja, llevándole otro a su hijo, que lo aceptó sin rechistar. Los dos
bebieron en silencio.
- ¿Has pensado en lo que te
dijimos tu hermana y yo el otro día? ¿Lo de seguir trabajando? – le preguntó de
sopetón, mientras bebía el contenido del vaso. Lucas tragó y se encogió de
hombros. – Pensé que, si salías a correr y ya empezabas a hacer vida normal de
persona, y no de alma en pena, a lo mejor te habías planteado volver a
trabajar....
- Sí. No. No lo sé –
reconoció Lucas, demostrando su confusión. – No sé si ya estoy preparado.
- Has estado preparado desde
hace diecisiete años – replicó su madre, un tanto dura, pero sin que le faltara
razón. Lucas le miró a la cara, un poco asombrado: su madre casi nunca hablaba
de aquel verano en que murió su padre. – Y entiendo que la muerte de Patricia
te dejara sin fuerzas, pero esto lo llevas dentro. Diste la vuelta al mundo
durante años, conociendo a gente extraordinaria y misteriosa, visitando lugares
místicos y peligrosos, solamente para dar sentido a tu nueva condición, a ese
“don” que adquiriste de forma tan trágica, cuando tu padre murió. No te pido
que olvides a Patricia y que te dé igual que se haya ido: no te pido eso porque
es una monstruosidad. Lo que te pido es que la recuerdes, pero que sigas
haciendo aquello para lo que te has preparado y estás listo. Que hagas lo que
te completa.
Lucas tragó saliva, con
dificultad, porque se le había anudado la garganta. Dejó el vaso con el último
trago de zumo en la mesa, porque sabía que no podía pasarlo. Tenía los ojos
brillantes, emocionado. Su madre nunca había tenido problemas para decir las
cosas a las claras (aquel era uno de los dones de su madre) pero nunca le había
hablado tan claro de su “anomalía”, ni de la muerte de su padre.
Aquel pequeño discurso de
Margarita era importante.
- Bueno.... – contestó
Lucas, sin saber qué más decir. ¿Qué podía replicar ante aquello? Su madre se
había mostrado compasiva y firme. Le había piropeado y le había cantado las
cuarenta, todo en una. Había sido fiel a su estilo y había dicho verdades como
puños. ¿Qué podía hacer sino aceptar que ella tenía razón y que él, aunque
quizá con justificación, se había comportado como un triste cretino durante los
últimos meses? No había espacio para otra contestación. – Gracias mamá....
- No hay de qué, hijo –
Margarita se inclinó hacia adelante y le dio un beso a su hijo en la mejilla,
con mucho cariño. – Vete a la ducha, anda, y después ya harás lo que tengas que
hacer....
Lucas se puso en pie y la
abrazó con ganas. Después se dirigió a su habitación y se quitó la ropa de
deporte, para irse luego al cuarto de baño, a la ducha. Estuvo diez minutos
seguidos debajo de la lluvia de agua caliente, casi ardiendo, que levantaba
nubes de vapor que llenaron todo el cuarto de baño. Con los ojos cerrados,
dejando que el agua le cayera encima y le cubriera, Lucas estuvo inmóvil, casi
sin pensar, dejando que el agua se llevara de una vez (pero sin poder arrastrar
todos los restos) la tristeza, la culpa y el malestar que había acarreado
durante los últimos cinco meses.
Cuando salió de la ducha y
se envolvió en la toalla se dio cuenta de que estaba solo en la casa. No
escuchaba sonidos desde el salón ni ningún otro ruido de su madre.
- ¿Mamá? – la llamó, sin
recibir respuesta. Envuelto en la toalla, todavía goteando, paseó por su
pequeño apartamento, comprobando que su madre no estaba allí. Había recogido
los vasos y le había dejado el portátil encendido en la mesa baja del salón,
delante del sofá. El navegador estaba abierto y su página web aparecía en la
pantalla.
¿Cómo había sido capaz de
poner su contraseña para iniciar el aparato? Aquellas cosas de su madre siempre
le sorprenderían.... Meneando la cabeza volvió al baño, para terminar de
secarse y asearse.
Una vez listo y con ropa
limpia, cogió una manzana y volvió al salón. Sentándose en el sillón que había
sido de su padre, masticando con ganas, cogió el portátil y se puso a revisar
su página web.
Los mensajes de ayuda se
habían acumulado durante aquellos meses. La verdad era que durante el verano lo
último en lo que había pensado fue en la web. Los mensajes y llamadas que le
llegaban al teléfono los había ignorado, pero los mensajes que le habían
enviado mediante el formulario predeterminado que había diseñado en su página
web habían seguido llegando sin que él los recordara. Ya en octubre se había
puesto al día, aunque sin un verdadero interés por nuevos casos: había vuelto a
la web con la única intención de hacer limpieza, borrando los mensajes que le
habían llegado, sin leerlos siquiera. No tenía remordimientos por todas
aquellas personas a las que no había ayudado ni prestado atención. ¿Habrían
sufrido un infierno algunas? ¿Otras habrían resultado dañadas o muertas? Lucas
estaba tan dolorido que no le importó.
Pero ahora, ahora que había
vuelto a las andadas, ahora que su madre le había dejado claro su camino, leía
los mensajes de otra manera.
Fue pasando uno por uno por
todos, revisando los problemas de la gente anónima. Algunos pudo descartarlos
al momento, sabiendo por la descripción que no eran problemas paranormales. Con
otros tenía dudas, aunque las explicaciones ordinarias encajaban bien con
ellos. Media docena le llamaron mucho la atención.
El dilema estaba en qué tipo
de caso elegir para volver a estar en activo. Había descubierto, el viernes
anterior, que quería volver al trabajo. Aquella misma mañana, su madre le había
convencido del todo para que lo hiciera. Pero no podía volver de cualquier
manera: el dolor por la pérdida de Patricia seguía a flor de piel y elegir un
mal caso, uno que le agobiara con recuerdos, no sería una buena opción. Muy al
contrario, podía devolverle al pozo, mucho peor que al principio.
Una mujer le pedía ayuda
para deshacerse de unos espectros que habitaban el desván. Muy típico, pero
sencillo: lo apuntó como posible.
Una pareja de chicos le
pedían que investigase a su perro, que se había vuelto violento y se comportaba
de forma muy extraña: por los datos que daban Lucas creía que había sido
poseído por alguna bestia Jamut, pero
lo descartó: no quería tratar con cánidos. Al menos, no tan pronto. Contestó a
los dos chicos recomendándoles un veterinario chamán de Zaragoza, que podía
hacerse cargo del problema de su perro.
Un anciano, muy amable y
educado al escribir (Lucas se sorprendió de que manejase tan bien internet) le
pidió su ayuda para tratar con su mujer. La anciana había muerto a principios
de aquel año y hacía tan sólo unas semanas que había empezado a manifestarse
por toda la finca del pueblo. Necesitaba que Lucas interactuara con ella,
averiguara qué quería y si no se podía hacer nada la expulsara. El caso pintaba
bien, interesante, pero Lucas prefirió no tratar con fantasmas de cónyuges
muertas, por lo que podía afectarle.
Entonces, leyó un mensaje
que le satisfizo.
Una mujer le contaba que su
hermana pequeña había sufrido un evento paranormal muy extraño. Si no fuese una
locura, ella creía que había sufrido un intento de posesión. La niña se había
movido de forma extraña y espasmódica y había hablado con una voz que no era la
suya de cosas extrañas. También había demostrado tener una fuerza muy superior
a la de un humano. Lo extraño había sido que, tal cual había sufrido aquella transformación,
todo había cesado y la niña había vuelto a la normalidad. Le pedía que fuese a
su mansión en la provincia de Cáceres, para tratar a la niña.
Lucas se quedó un rato
mirando la pantalla. Había leído el mensaje dos veces y ahora ya no lo hacía,
simplemente reflexionaba ante las letras. Se pasó la mano por el mentón,
pensativo.
Aquella historia le sonaba.
¿Dónde la había escuchado o leído antes? La respuesta fue sencilla y evidente.
Se volvió a su móvil y buscó los mensajes de voz que le habían dejado en los
últimos días.
Allí estaba, uno recibido
aquella misma mañana, a las siete y media. Lo había escuchado de pasada antes
de salir a correr. Igual que estaba haciendo con los mensajes de la web, desde
hacía unas semanas se había habituado a escuchar (o pasar por encima, más bien)
los mensajes que recibía. Lo hacía un par de veces a la semana y no prestaba mucha
atención: lo hacía más que nada para limpiar el móvil, sin borrarlos
directamente. Aunque no pretendía hacerles caso, se sentía un poco mal si los
borraba sin más.
››Señor Barrios, buenos días. Mi nombre es Felipe Carvajal Roelas y
aunque quizá no haya oído hablar de mí soy una de las personas más famosas e
influyentes de Extremadura. Mi familia es una de las grandes familias de
Cáceres, de gran tradición nobiliaria. Verá, le cuento esto para que vea en qué
trance debemos encontrarnos mi esposa y yo mismo para ponernos en contacto con
usted, poniendo en peligro nuestro renombre y reputación. Necesitamos su ayuda:
nuestra hija pequeña sufrió el domingo una especie de síncope o arrebato, que
algunos creen relacionado con una posesión demoníaca. Por supuesto no es mi
caso, pero mi esposa cree fervientemente que es así. Le agradecería que viniera
a nuestra casa, donde recibiría un cuantioso salario por encargarse de nuestra
hija.‹‹
Después le daba los datos y
direcciones para encontrar la mansión de la familia en la provincia de Cáceres,
cerca del pueblo de Jerte.
Lucas volvió a escuchar el
mensaje, atentamente, y después leyó de nuevo el mensaje de la web. Estaba
claro que los dos hablaban del mismo caso, pero la llamada era del padre y el
mensaje en internet era de la hermana. Los dos mensajes hablaban de lo mismo,
pero en diferentes términos. El mensaje del padre estaba cargado de escepticismo
(y cierto temor a la notoriedad) y el de la hermana sólo rebosaba preocupación
por la pobre niña poseída.
O supuestamente poseída: eso
era lo que Lucas tenía que averiguar.
Aquello le interesó de
inmediato. Dos mensajes informándole del mismo evento, los dos de muy diferente
tono e incluso información. Una familia acaudalada que se ve violentada por un
demonio, que escoge a la más pequeña como víctima. Un caso en apariencia claro,
que no tenía ninguna relación con los sucesos vividos en verano en Salamanca.
Lucas cogió su teléfono y
llamó al número que la hermana de la niña poseída le había dejado en el mensaje
en su web. Siguió su instinto (su instinto de detective, aquello no tenía nada
que ver con su “anomalía”) y habló directamente con la hermana: hablar con el
padre lo dejaría para más adelante.
- ¿Sí? ¿Dígame? – contestó
una voz de mujer, fuerte y resuelta. Aquello le dio ánimos a Lucas.
- Buenos días. Soy Lucas
Barrios, detective paranormal. He recibido un mensaje suyo, que me mandó ayer
lunes. Verá, estaba interesado en su hermana....
Escuchó un grito de alegría
al otro lado de la línea que le sorprendió: no encajaba con el tono y la voz
cuidados y modulados de antes.
- Señor Barrios – dijo luego
la mujer – nos alegramos mucho de que haya aceptado el caso. ¿Cuándo vendrá?
- Ahora mismo – contestó
Lucas, asombrándose a sí mismo. Sin embargo, se sintió seguro y convencido.
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