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(Granito)
Lucas avisó a su madre y a
su hermana y después le mandó un mensaje de voz a José Ramón: había vuelto al
trabajo y tenía que irse a Cáceres. A ninguno le explicó muchos detalles (a José
Ramón por razones obvias) pero sí les dijo que estaría de vuelta para las
Navidades (quedaban al menos veinte días) y que lo había pensado muy bien al
volver al trabajo.
Su madre y su hermana se
mostraron muy satisfechas y contentas de que Lucas pasara página. Le desearon
mucha suerte y le pidieron que las mantuviera informadas, sobre todo si
necesitaba algo o hablar con alguien. Lucas estuvo muy agradecido.
Preparó todo el material y
lo revisó, pues aunque parecía que el caso era de una posesión rutinaria
necesitaba saber que tenía todo el material en buenas condiciones. Además,
hacía tantos meses que no se había preocupado por ello que la realidad era que
tenía que hacer una revisión. Una vez todo listo consultó mapas en su teléfono
móvil y comprobó que muy cerca de Jerte se encontraba un pueblo llamado Cabezuela
del Valle, que quedaba cerca de la mansión de los Carvajal. En el Google Maps aparecían señalados algunos
hostales y casas de huéspedes en aquel pueblo, así que decidió buscar alojamiento
allí. No sabía cuánto tiempo tardaría en averiguar lo que le pasaba a la niña
que preocupaba tanto a su padre y su hermana, pero suponía que pasaría allí al
menos un par de días, así que necesitaba un sitio donde dormir.
Una vez tuvo todas sus cosas
preparadas y el Twingo estuvo listo, salió de Madrid con decisión. Sólo tuvo un
momento de duda, de incomodidad, cuando la vieja costumbre de antaño le hizo
pensar en escribir a Patricia antes de salir, como hacía siempre. Con la mano
estirada hacia el móvil se dio cuenta de lo que estaba haciendo y arrancó el
coche sin más. Pero el pellizco de dolor que sintió en el pecho no le permitió emprender
el viaje como si nada.
Desde Madrid partió a
Cáceres, en silencio, serio. Aquel viaje, además de servir para ayudar a una
pobre niña a la que iba a conocer, tenía el objetivo de ayudarle a él mismo. No
había salido de Madrid y ya había sufrido: imaginaba que no sería la única vez
durante aquel caso, pero deseaba (y en parte estaba convencido de que así
sería) que una vez concluido se sentiría mejor. Liberado. Consolado. Y decidido
a seguir su camino.
Llegó a Cabezuela del Valle
y buscó, siguiendo la avenida de Plasencia, el bar y edificio de apartamentos
llamado “Prado del abuelo”. Lo había visto por encima en el móvil, curioseando
un poco su página web, y le había convencido. Era un edificio grande pintado de
color ocre oscuro, que hacía esquina. La avenida hacía una curva justo delante
del bar restaurante, así que estaba en un lugar privilegiado del pueblo.
Lucas aparcó el Twingo muy
cerca (Cabezuelo era un pueblo pequeño, en el que había muchos coches de paso,
pero bastantes sitios libres de aparcamiento) y se encaminó andando al local.
Toda la planta baja estaba ocupada por el bar y el comedor del restaurante, que
era muy grande. Había tan sólo un par de hombres maduros y orondos en la barra,
que lo miraron con curiosidad. Lucas sonrió para sí: al menos no se había
puesto el mono rojo, su uniforme de trabajo. Para viajar había decidido ir
cómodo, con vaqueros y sudadera de deporte: el mono se lo pondría al día
siguiente, cuando fuese a conocer a la familia Carvajal Sande.
- Buenos días – saludó. Fue
contestado débilmente por los parroquianos, que después de observarle con
curiosidad al entrar, habían perdido interés en el forastero, al ver que no era
nadie que llamara la atención.
Si ellos supieran....
- Buenas – saludó el único
camarero que había en la barra, un tipo ancho de cara redonda y pelo rubio muy
ralo. Sonreía agradablemente mientras miraba a Lucas. – ¿Qué desea?
- Hola. Quería un
apartamento para un par de días. A lo mejor tengo que quedarme más tiempo, así
que cuente con esa posibilidad....
El camarero hizo una mueca.
- Lo siento, pero no tenemos
habitaciones libres.
- Vaya.
- Sí. Imagino que pensó que
no tendría problemas para encontrar alojamiento en un pueblo como éste, ¿verdad?
– dijo el camarero, de manera simpática. – Pues está el pueblo completo.
- Vaya.... Eso es bueno,
supongo.... – Lucas estaba sorprendidísimo. El camarero rio con grandes
carcajadas.
- Ya, no parece el pueblo
adecuado para pasar las Navidades, ¿no? – volvió a reír. Los dos hombres
sentados en taburetes a la barra le miraron, sin cambiar su cara. Al camarero
no pareció importarle, pues siguió hablando con confianza con Lucas. – Hay mucha
gente que viene aquí en verano, por lo de la Garganta de los Infiernos y las
piscinas naturales y todo eso, así que hay muchos que repiten en invierno. No
es una época para bañarse en el río, la verdad es que no, pero esta zona tira
mucho y a los que les gusta son muy fieles.
- Ya veo, ya....
- Soy Gerardo – le tendió la
mano por encima de la barra.
- Yo Lucas Barrios –
contestó, estrechándosela.
- Un placer – asintió el
camarero. – ¿Quiere tomar algo? Desde Madrid el viaje es largo y supongo que
tendrá sed y hambre.
Lucas se quedó sin habla,
delante del camarero, que volvió a reír.
- No es muy marcado, pero lo
he notado en su acento. ¿He acertado?
- Pues sí. Vengo de Madrid –
contestó Lucas. – Y quiero una Coca-cola
y un buen trozo de tortilla, si tienen.
- Claro que sí, la mejor de
la comarca.
Estaba claro que el tal
Gerardo hacía bien su trabajo. Le sirvió la Coca-cola
a Lucas y le puso una generosa ración de tortilla de patatas, acompañada con un
trozo de pan del pueblo.
- Entonces, ¿no hay
alojamiento en el pueblo?
- Me temo que no – se
encogió de hombros el camarero. – Aunque hay varios hostales en el pueblo,
podría preguntar en todos a ver si queda alguna habitación libre. Es muy
probable que sí. Y si no, ¿por qué no prueba en Jerte?
- Bueno, me había hecho idea
de quedarme a dormir aquí. Me pillaba mejor.
- ¿Está aquí de vacaciones?
¿O por trabajo?
- Por trabajo. Tengo que ir
a la mansión de los Carvajal.
Gerardo emitió un silbido de
admiración y los dos paisanos del pueblo miraron a Lucas con más respeto y
curiosidad.
- ¡Con los Carvajal! Vaya,
vaya, así que es usted importante....
- Ni mucho menos – ahora le
tocó reír a Lucas. – Soy.... experto en ciertos temas que le interesan al señor
Carvajal. Me ha contratado para dar mi opinión. No voy a entrar en nómina.
- Creí que era un nuevo
profesor para la pequeña de las hijas o un criador de caballos – comentó
Gerardo. – Los Carvajal tienen un excelente criadero de caballos en sus
tierras.
- No, no, no me dedico a la
enseñanza ni a la veterinaria – dijo Lucas, terminando la tortilla, con voz
divertida.
- ¿Y qué es lo suyo?
Lucas dudó un momento. No
llevaba en secreto su oficio, al menos cuando estaba en un caso, pero quizá a
los Carvajal no les hacía mucha gracia que se los relacionara con un detective
paranormal. Con clientes de aquel nivel y renombre había que guardar cautela.
- Soy consejero de
actividades extranjeras y perito en movimientos migratorios – inventó, sobre la
marcha, pensando en posesiones demoníacas. – Vengo sólo a ayudar a los Carvajal
con un asunto puntual.
- Entonces Cabezuela del
Valle era un buen sitio donde quedarse, está claro – asintió Gerardo. – Desde
Jerte el camino hasta la mansión Carvajal-Sande es más largo.
Lucas apuró su bebida y dejó
el vaso sobre la barra. Gerardo recogió vaso y plato y los llevó al
lavavajillas que había bajo la barra. Después volvió ante Lucas.
- Estaba pensando.... Quizá
no haya plazas libres en Cabezuela, pero puede ir hasta Navaconcejo. Vuelva por
la carretera, por donde ha venido, y en un par de minutos llegará al pueblo.
- ¿Allí habrá habitaciones
libres?
- No me refería a eso –
explicó Gerardo el camarero. – El maestro de la escuela vive allí. Vive en una
casa del ayuntamiento, cedida para él. Tiene varias habitaciones y él sólo usa
una. Puede preguntarle, no creo que tenga inconveniente en dejársela unos días.
- Puedo probar, sí – a Lucas
le gustó la idea. No sabía si pasaría mucho tiempo en casa o estaría muy
ocupado en la mansión Carvajal-Sande, pero tener compañero de apartamento sería
mejor que estar solo. Además, se ahorraría el precio del alojamiento.
- El maestro es un tipo
solitario, pero no tendrá reparos en dejarle una habitación – comentó Gerardo,
riendo. – Se llama Francisco. Francisco Pizarro.
- No me fastidies – se
asombró Lucas.
- Pues sí – rio el camarero,
divertido. Los dos parroquianos también: debía ser un chiste muy común en el
pueblo, y no era para menos. – Sólo le falta haber nacido en Trujillo, pero no.
Creo que es de Burgos....
Sin dejar de sonreír, Gerardo
le indicó dónde encontrar la casa en el pueblo de al lado y después de
invitarle a la consumición se despidieron amigablemente. Lucas caminó hasta el
Twingo, encogido por el frío, pensando que había hecho un aliado nada más
llegar. Eso era bueno.
Retrocedió por la misma
carretera por la que había venido y, efectivamente, enseguida llegó a
Navaconcejo. Buscó la casa que le había dicho Gerardo y aparcó delante. Salió
del Twingo con cuidado y se acercó a la puerta, llamando al timbre.
¡Riiinnnggg!
La casa era pequeña, de una
sola altura. Estaba al borde de la carretera que atravesaba el pueblo, encalada
y con la puerta de madera negra, con una simple placa pequeña con el número.
Había dos ventanas anchas que daban a la carretera, tapadas con cortinas.
La puerta se abrió y un
hombre de la edad de Lucas, más delgado y con el pelo negrísimo le miró desde
el vano, tras las gafas de montura fina y cristales delgados.
- ¿Sí?
- Buenas tardes, soy Lucas
Barrios. ¿Es usted el maestro de la escuela?
- Uno de ellos.
- Bien. Me han dicho que podía
encontrarle aquí. Quería hablar con usted.
- Muy bien. Cuéntame, pero
no me trates de usted.
- De acuerdo – asintió
Lucas. – He venido a trabajar en la mansión Carvajal-Sande, en una especie de
labor de asesoría. Voy a pasar unos días aquí y no he encontrado plazas libres
en toda Cabezuela. Gerardo, el camarero del “Prado del abuelo”, me ha dicho que
podía preguntar aquí si tenías camas libres. Sería sólo para unas pocas noches
y no te molestaría.
El maestro llamado Francisco
Pizarro le miró durante unos instantes, valorando la situación. No mudó su
cara, inexpresiva, y Lucas se sintió un poco incómodo. Al final, se encogió de
hombros.
- Bueno.
Después se dio la vuelta y
entró en la casa, dejando la puerta abierta. Lucas dudó si pasar o no.
- Pasa – se escuchó desde el
interior, haciendo que Lucas se decidiera. Caminó por un pasillo muy largo, con
dos o tres puertas en cada lado. El pasillo terminaba al fondo en una cocina
amplia, que daba a su vez a un patio trasero. El maestro estaba en la cocina,
preparando la cena, una fuente enorme de macarrones con queso y atún.
- Mi habitación es la que
queda aquí al lado, a la izquierda del pasillo – señaló, mientras atendía los
fuegos y mezclaba todos los alimentos en la fuente. – Tienes otras dos, una a
cada lado: escoge la que mejor te venga. El baño está a la derecha del pasillo,
la puerta del medio. No sé si necesitas toallas o alguna cosa de aseo....
- Tengo todo lo que necesito
– contestó Lucas palmeando la mochila.
- Entonces ya está todo.
Coge lo que quieras de la cocina, ya arreglaremos cuentas si hay que comprar
comida – el maestro cogió la fuente con cuidado y se encaminó al pasillo, de
camino al salón. – A lo mejor deberías pasar por el ayuntamiento a avisar de
que vas a estar en la casa. No sé si te han dicho que la casa es del pueblo y
que yo estoy aquí un poco de prestado. Aunque si no quieres dar el aviso no
pasa nada, yo tampoco diré nada.
Salió de la cocina, en
dirección a la primera habitación que había a la derecha, según se entraba de
la calle. Cuando estuvo ya casi dentro habló desde allí.
- ¿Tienes hambre? ¿No
querrás unos pocos macarrones? Tengo de sobra....
- No te molestes, gracias.
No tengo hambre – contestó Lucas, que era cierto que acababa de comer en el bar
de Gerardo y no le apetecía nada en ese momento. Además, no estaba muy seguro
de querer compartir espacio con aquel tipo tan extraño. – Voy a instalarme en
la habitación.
- Como quieras.
Lucas fue a la habitación de
la izquierda, cuya ventana daba a la fachada de la casa. Allí deshizo la
mochila y colocó sus pocas prendas en un armario estrecho. La habitación era
pequeña pero no le faltaba de nada: cama amplia y cómoda, mesilla, armario,
mesa con silla de oficina, de esas con ruedas, televisión colgada de la pared y
un espejo cuadrado y ancho. Estaba todo un poco amontonado, por las estrechas
dimensiones del cuarto, pero estaba muy bien.
Una vez colocó sus pocas
ropas salió de nuevo al Twingo y llenó la mochila con algunas armas y aparatos.
Además de unas trampas cuánticas, el pistón trifásico fotovoltaico, una botella
de agua bendita y un libro de ensalmos indios (que su maestro de allí le había
regalado al marcharse y seguir su viaje hacia Mongolia) metió también las dos
pistolas de aire comprimido y varias cargas de bolas de plata. Desde su
aventura en el edificio abandonado de Ciudad Lineal (el verano anterior) se
había acostumbrado a llevarlas siempre encima.
Por si acaso.
Lucas arregló su habitación
y después pasó al salón a acompañar al maestro. Era un tipo callado y algo
tímido, con el que apenas intercambió unas palabras. Ni el maestro se interesó
por el trabajo de Lucas ni él se molestó en explicárselo. Menos complicaciones.
El único asomo de simpatía
afloró cuando Lucas le dijo que sabía su nombre.
- Ya me han dicho que te
llamas Francisco Pizarro. Qué curioso.
- Sí, ya ves – el maestro de
escuela sonrió, medio divertido medio resignado. – Cosas de mi padre, que era
un cachondo.
La velada no dio para mucho
más. Vieron la tele un rato y cuando el maestro dijo que se iba a dormir Lucas
hizo lo propio. Se alegró al comprobar que la puerta de su habitación tenía un
pestillo, y lo dejó echado toda la noche.
Lucas no era aprensivo, pero
por si acaso.
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