UN ENCARGO
FORZOSO
Bernabé, el verdugo del
reino de Cerrato, llegó aquella tarde a Astudillo, montado en su mulo. El
hombre venía desde el pueblo de Castrojeriz, donde había tenido que torturar y
castigar a un hombre que había actuado de forma gamberra con unas ovejas.
El hortelano de Castrojeriz
tenía envidia de su vecino, que criaba ovejas: unas hermosas y lustrosas
ovejas, gordas y hermosas, con mucha lana blanca y esponjosa. El pobre
hortelano sólo conseguía recoger de sus tierras tomates de color verdoso y
calabacines raquíticos, desvaídos y retorcidos. Así que al final, un día,
después de tener que aguantar durante años los halagos que se llevaba su
vecino, saltó la valla que separaba su huerta de los campos de pasto de su
vecino y tiñó la lana de todas las ovejas de color rosa, como los algodones de
azúcar con palo que vendían en las fiestas de San Roque.
Tal vandalismo no pasaba
desapercibido, así que fue apresado por los alguaciles del pueblo, a la espera
del veredicto real. Su castigo fue impuesto por el juez de paz mandado por la
reina Guadalupe: debería cuidar de las ovejas de su vecino durante un año,
además de ser torturado y castigado por el verdugo real.
Así, Bernabé tuvo que
viajar hasta Castrojeriz para cumplir el castigo impuesto. Torturó durante una
semana, todas las tardes, al pobre hortelano: le hizo cosquillas en la planta
de los pies con una pluma de ganso y después le tiñó el pelo de color rosa,
para que todo el mundo en el pueblo pudiera reírse del vándalo.
Bernabé llegó cansado a
Astudillo, entrando en el patio del castillo montado en su mulo. Se acercó a
las caballerizas y dejó allí su montura, a cargo de los mozos de la cuadra.
- ¡Bernabé! ¡Bienvenido! –
escuchó que le llamaba una voz conocida. El verdugo se dio la vuelta y vio
acercarse a Gadea, la única (y mejor) arquera del ejército del reino de
Cerrato.
- Hola Gadea. ¿Qué tal todo
por aquí? – contestó Bernabé, con su gran vozarrón.
El verdugo era un hombre
muy grande, de casi dos metros de altura. Era muy musculoso, de anchos hombros
y fuertes manos. Vestía siempre de negro y llevaba puesta casi siempre una
capucha morada, con la que sólo podían vérsele los ojos oscuros y un poco la
boca. Bernabé era un hombre que imponía mucho, por sus dimensiones, por su voz
profunda y (sobre todo) por su trabajo.
Y, sin embargo, era uno de
los hombres más buenos y agradables de todo el reino. Era un pedazo de pan, a
pesar de su aspecto peligroso y amenazador. No era un hombre violento, a pesar
de su trabajo. Es más, los que le conocían bien en la villa sabían que a
Bernabé su trabajo no le gustaba especialmente: el verdugo sabía que había que
ganarse la vida y su trabajo le daba buen dinero, aunque tuviese que ver con la
muerte.
- Todo va bien – contestó
la soldado. – No sé si vendrás muy cansado de tu viaje, pero la reina te ha
mandado llamar, en cuanto llegases.
Bernabé resopló, cansado.
Se lavó y aseó un poco en un barril de agua que tenían en las caballerizas para
que bebiesen las monturas y se dirigió a la torre del homenaje. Reunirse con la
reina después de un castigo fuera de Astudillo era parte de su trabajo: suponía
que la reina quería que le hiciera un informe del castigo recibido por el
hortelano de Castrojeriz. Así que Bernabé fue al encuentro de su reina sin
quejarse demasiado, resignado.
Ya descansaría más tarde.
Llegó a la sala del
homenaje, donde un buen fuego ardía en la chimenea. La reina Guadalupe estaba
sentada en un trono de madera. A su lado estaba el fraile Malaquías y alrededor
había varios músicos, tocando una melodía con sus instrumentos. Por la sala
danzaba el juglar Pichiglás, dando volteretas y haciendo cabriolas.
El verdugo permaneció en la
puerta, viendo cómo los músicos tocaban una melodía más rápida y Pichiglás
aumentaba el ritmo de su baile, levantando las piernas hasta la cabeza, mientras
saltaba, sacaba la lengua y hacía malabares con cinco pelotas. En una de sus
maniobras levantó la pierna más de la cuenta y se atizó una patada en plena
cara, dejándose mareado y desorientado, las pelotas cayeron al suelo (un par de
ellas le dieron en lo alto de la cabeza) y el juglar acabó pisando una,
resbalando y cayendo de culo. Como seguía con la lengua fuera, se pegó un
fuerte mordisco.
- ¡¡Ayyyyy!! – aulló el
juglar, dolorido, mientras la reina se reía a carcajadas.
- ¡Oh, Bernabé! Adelante,
adelante.... – dijo la reina, viendo por fin al recién llegado. Se secaba las
lágrimas de los ojos, mientras el pobre Pichiglás se ponía en pie, recogía sus
pertenencias y trataba de salir de la sala lo más honrosa y dignamente posible.
– ¿Ha ido todo bien?
- Sí, majestad. Todo se ha
hecho correctamente.
- Bien, bien.... No
esperaba otra cosa de ti – empezó la reina, halagando al verdugo antes de
encomendarle su siguiente trabajo. – Bueno, pues ahora tienes que encargarte de
otra cosa....
- ¿Mi reina? – preguntó
Bernabé, asombrado. ¿No le iban a dejar descansar ni siquiera un par de días?
- Necesito a alguien de
plena confianza para hacer una misión importante – explicó la reina. – Y es un
trabajo que no puede esperar. Por eso tienes que hacerlo tú y hacerlo ahora....
Bernabé asintió, resignado.
Donde hay reina no manda verdugo,
dice el refrán.... o algo así.
- Quiero que vayas al reino
de Castillodenaipes, a su capital, y raptes a la princesa Adelaida para traerla
hasta aquí – dijo la reina, con naturalidad, como si le estuviese mandando al
verdugo que fuese al mercado a por medio kilo de manzanas.
Bernabé se quedó un rato
inmóvil, intentando entender lo que le habían mandado. Su cabeza se negaba a
aceptar las palabras. Cuando al fin no le quedó otra opción que reconocer lo
que le habían ordenado, su boca se abrió por la sorpresa.
- ¿Me estáis pidiendo que
vaya a Marfil a raptar a la princesa Adelaida para traerla a nuestro reino? –
preguntó el verdugo, atónito.
- No. Te lo estoy ordenando
– rectifico la reina, con una sonrisa animosa en el rostro. Bernabé sacudió la
cabeza, aturullado. – Ve a Marfil, rapta a la princesa y tráela con discreción
a Astudillo. El secreto es lo más importante en esta empresa....
- Y daos prisa, mi buen
verdugo – intervino el fraile, que había sido testigo de toda la conversación
en silencio. – El tiempo es oro y el apocalipsis está al caer....
Bernabé levantó las cejas,
sin poder creerse lo que le estaba pasando. Sorprendido de los pies a la cabeza
(y agobiado por su nuevo encargo) salió de la sala, después de que la reina le
diese permiso con un gesto.
- ¡Recuerda que tu nuevo
trabajo es secreto! – advirtió la reina, cuando la espalda del verdugo ya
estaba desapareciendo por la puerta. Después se volvió hacia el fraile. – Pues
esto ya está....
- ¿Confiáis en él? ¿Creéis
que podrá conseguirlo? – preguntó el fraile Malaquías.
- ¿Bernabé? Seguro que lo
consigue. Es un funcionario del reino muy competente....
- Quizá hubiese sido mejor
enviar a algún soldado o a un destacamento – opinó el fraile. – Aunque es
cierto que hubiesen llamado más la atención y hubiésemos podido provocar un
incidente interreinal....
- Ya veréis como la
elección de Bernabé es la adecuada.... – dijo la reina Guadalupe, confiada. –
Con él el trabajo saldrá a la perfección....
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