UN VIAJE DE
VUELTA
A la mañana siguiente todo
el pueblo de Astudillo se levantó con la alegría y la promesa de tener una
verdadera princesa. Todos los habitantes se lavaron bien la cara (algunos
incluso detrás de las orejas) y se pusieron sus mejores harapos, para estar
presentables para la llegada de la princesa Adelaida. Se montaron ramos y
coronas de flores, para adornar las calles, las ventanas de las chabolas y los
balcones de las casas. Los niños y las niñas más diestros hicieron guirnaldas
de colores, para colgar de tejado a tejado, de un lado a otro de la calle.
Astudillo quedó todo
engalanado y precioso.
El fraile Malaquías sonrió
contento ante tantas muestras de alegría: si el pueblo recibía con esas ganas a
su princesa, su plan saldría a la perfección, y el apocalipsis tan esperado
estaría al caer. La reina Guadalupe se preocupó bastante, cuando vio que la
llegada de Adelaida no era un secreto, como ella había deseado al principio;
pero después comprendió que si el pueblo sabía ya de la llegada de la nueva
princesa y la acogían con esa alegría era una buena señal. Rosalinda, por su
parte, no podía enfadarse más: estaba roja de ira, llorando lágrimas
impotentes, envidiosa y desesperada, al ver cómo deseaban sus súbditos que una
princesa extranjera llegara al reino. Por eso no dejaba de meter prisa y de
agobiar al aprendiz de mago (incluso le dio puñetazos en la espalda y alguna
colleja), que no estaba muy seguro de que lo que había preparado para acabar
con Adelaida fuese a funcionar.
Al margen de toda esta
alegría y de todos los demás tejemanejes,
Bernabé viajó de vuelta toda la noche, llegando a la frontera pocos minutos
antes del amanecer.
- ¡Buenos días! – saludó el
guardia, con alegría. – ¿Qué tal ha ido vuestra búsqueda de trabajo? Me parece
que os habéis rendido muy pronto, sólo habéis estado una noche buscando....
- No, he encontrado un
trabajo – mintió de nuevo Bernabé (dándose cuenta de que se estaba volviendo un
experto). – Ya he ajusticiado al primero, – dijo, señalando el bulto que era la
princesa Adelaida sobre el lomo del mulo – lo que pasa es que me piden que lo
lleve a enterrar al reino de Cerrato: al parecer al hombre le parecía que allí
el cielo era más azul y las lombrices más respetuosas con los cadáveres....
- Hay gente pa’ tó.... – dijo el guardia fronterizo,
abriendo la puerta de la valla y dejando pasar al verdugo y a su mulo.
Mientras Bernabé seguía su
camino por la carretera hacia Frómista, de camino a la capital, el aprendiz de
mago corría por los pasillos del castillo de Astudillo, nervioso y preocupado. Había
dado mil vueltas al plan para frenar al verdugo, para complicarle el rapto,
para impedir que volviera o para acabar con Adelaida, pero sin que se le
ocurriese nada bueno. Echaba mucho de menos a su maestro.
Al final se había decidido
por contratar a Gadea, la mejor arquera del reino. El aprendiz le había
engañado un poco para que la soldado accediera.
Gadea era una mujer joven,
muy guapa. Era silenciosa, callada y serena, muy famosa en el reino y muy
respetada por sus habitantes. Desde siempre había querido ser soldado, del
cuerpo de arqueros del ejército. Pero las mujeres tenían prohibido alistarse.
Por eso Gadea se disfrazó
de hombre, pasando todas las pruebas de entrada y toda la instrucción con
maestría. Recibió muy buena nota y las felicitaciones de muchos superiores.
Acabó haciendo pública su condición de mujer una vez que se la respetó por cómo
era y no sólo por lo que era. Pasó a ser alguien muy respetado y la mejor
arquera del reino. Además, su historia había conseguido que muchas más mujeres
entrasen al ejército.
Como era una mujer y una
soldado muy leal a la reina, el aprendiz usó eso para convencerla: le contó que
la llegada de la princesa Adelaida era una amenaza para la reina Guadalupe, que
no había autorizado el rapto de buena gana, presionada por el fraile Malaquías.
Gadea creyó la mentira y decidió cumplir con el encargo que el aprendiz de mago
le encomendó.
- ¿Lo tienes todo
preparado? – preguntó el aprendiz, nervioso, retorciéndose las manos con fuerza
y dando saltitos, como si se estuviese haciendo pis.
- Sí. Está todo listo –
dijo Gadea con seguridad.
Los dos estaban en una de
las torres más altas del castillo, desde la que podían ver la entrada norte de
la ciudad. Desde arriba también veían el barullo de gente que ocupaba la ciudad
y que iba de acá para allá.
- No podemos fallar.... –
dijo el aprendiz, atacado.
- Tranquilo.... nunca fallo
– dijo Gadea, con chulería. – Desde aquí tengo muy buena vista y es fácil disparar.
Hoy apenas hay viento, así que el disparo será bueno....
- Eso espero.... – dijo el
aprendiz, despidiéndose de la arquera y bajando a todo correr, remangándose la
túnica morada para saltar por los escalones. El aprendiz tenía que reunirse con
la reina y el resto de personalidades en una tribuna de madera que estaban
construyendo al lado de la entrada norte de la muralla de la ciudad, desde
donde darían la bienvenida a la princesa Adelaida.
Por su parte, Bernabé
seguía su camino por las carreteras del reino de Cerrato. Había dejado atrás
Frómista, así que había sacado a Adelaida del saco, porque ya no importaba que
la gente la viera y para que la princesa pudiese respirar aire puro (que no
oliese a cebolla). La princesa se había puesto el vestido y viajaba ahora
montada sobre el mulo Chichinabo, y
Bernabé los llevaba a ambos tirando de las riendas, caminando por delante del
mulo.
La princesa Adelaida
llevaba las manos atadas, pero por lo demás no parecía una prisionera. Charlaba
animadamente con su captor y su ánimo y su tono al hablar eran alegres y
despreocupados.
Preguntó a Bernabé por la
profesión de verdugo, por las apuestas que se realizaban comúnmente en
Astudillo y en el resto de pueblos del Cerrato, en cómo era la capital a la que
la llevaba.... Bernabé le contó todo lo que quiso saber, divertido y alegre. Se
lo estaba pasando muy bien y era una gran verdad que la princesa Adelaida era
una muchacha muy linda y muy agradable, con la que se podía hablar y pasárselo
bien.
- Bueno.... ¿y por qué me
has raptado? – preguntó al fin Adelaida, después de muchas leguas de camino.
- Pues.... Yo.... – dudó
Bernabé. Empezaba a llevarse bien con la princesa, y no quería que ahora ella
se enfadase con él, al tratar aquel tema. – Sólo sé lo que me han ordenado....
la reina Guadalupe me mandó raptarte y llevarte hasta Astudillo, pero no sé
para qué....
- ¿Querrá pedir un rescate?
- La reina Guadalupe ya es
muy rica.
- ¿Querrá declarar la
guerra a mi padre?
- La reina Guadalupe es
pacífica.
- ¿Querrá robarme la belleza
por medio de la magia?
- La reina Guadalupe ya es
bella.
- ¿Querrá una cortesana de
noble linaje?
- La reina Guadalupe ya
tiene muchas cortesanas.
- ¿Querrá que le dé mi
receta de las natillas de coco?
- La reina Guadalupe ya
sabe hacer natillas de coco.
- ¿Entonces qué no tiene?
- Una princesa de
verdad.... – dijo Bernabé, avergonzado, con voz débil.
Avanzaron otra centena de
varas sin hablar, cada uno metido en sus pensamientos.
- ¡Mirad! ¡Ya llegan! ¡¡Ya
llegan!! – escucharon una voz delante de ellos. Los dos miraron hacia allá y
vieron a tres chicuelos correr delante de ellos, desapareciendo detrás de una
loma. Cuando Chichinabo alcanzó la
cima de la loma, pudieron ver la villa de Astudillo al fondo. Había muchos más
estandartes que cuando Bernabé salió la noche anterior, muchas flores y muchas
guirnaldas de colores. Parecía que había mucha gente por los alrededores. Los
tres chicos entraron gritando en la villa.
- ¿Qué pasa aquí? – se
preguntó Bernabé en voz alta.
- Si no lo sabes tú, amigo
mío, yo no puedo ayudarte.... – contestó Adelaida.
- ¡Cht! – chistó Bernabé,
volviendo a hacer andar al mulo, que caminó con paso lento hacia la entrada de
la villa. Había mucha agitación en la entrada, mucha gente alborotada que
miraba hacia ellos. El verdugo no sabía a qué se debía aquello, pero empezó a
imaginárselo.
Y sus sospechas se
confirmaron cuando diez criados, vestidos con sus mejores galas, aparecieron en
lo alto de la muralla, por encima de la puerta del norte, armados con largas
trompetas de latón y las hicieron sonar, tocando una potente fanfarria,
haciendo que la princesa Adelaida y el verdugo Bernabé dieran un brinco del
susto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario