martes, 30 de septiembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - VIII




UN VIAJE DE VUELTA
 
A la mañana siguiente todo el pueblo de Astudillo se levantó con la alegría y la promesa de tener una verdadera princesa. Todos los habitantes se lavaron bien la cara (algunos incluso detrás de las orejas) y se pusieron sus mejores harapos, para estar presentables para la llegada de la princesa Adelaida. Se montaron ramos y coronas de flores, para adornar las calles, las ventanas de las chabolas y los balcones de las casas. Los niños y las niñas más diestros hicieron guirnaldas de colores, para colgar de tejado a tejado, de un lado a otro de la calle.
Astudillo quedó todo engalanado y precioso.
El fraile Malaquías sonrió contento ante tantas muestras de alegría: si el pueblo recibía con esas ganas a su princesa, su plan saldría a la perfección, y el apocalipsis tan esperado estaría al caer. La reina Guadalupe se preocupó bastante, cuando vio que la llegada de Adelaida no era un secreto, como ella había deseado al principio; pero después comprendió que si el pueblo sabía ya de la llegada de la nueva princesa y la acogían con esa alegría era una buena señal. Rosalinda, por su parte, no podía enfadarse más: estaba roja de ira, llorando lágrimas impotentes, envidiosa y desesperada, al ver cómo deseaban sus súbditos que una princesa extranjera llegara al reino. Por eso no dejaba de meter prisa y de agobiar al aprendiz de mago (incluso le dio puñetazos en la espalda y alguna colleja), que no estaba muy seguro de que lo que había preparado para acabar con Adelaida fuese a funcionar.
Al margen de toda esta alegría y de todos los demás tejemanejes, Bernabé viajó de vuelta toda la noche, llegando a la frontera pocos minutos antes del amanecer.
- ¡Buenos días! – saludó el guardia, con alegría. – ¿Qué tal ha ido vuestra búsqueda de trabajo? Me parece que os habéis rendido muy pronto, sólo habéis estado una noche buscando....
- No, he encontrado un trabajo – mintió de nuevo Bernabé (dándose cuenta de que se estaba volviendo un experto). – Ya he ajusticiado al primero, – dijo, señalando el bulto que era la princesa Adelaida sobre el lomo del mulo – lo que pasa es que me piden que lo lleve a enterrar al reino de Cerrato: al parecer al hombre le parecía que allí el cielo era más azul y las lombrices más respetuosas con los cadáveres....
- Hay gente pa’ tó.... – dijo el guardia fronterizo, abriendo la puerta de la valla y dejando pasar al verdugo y a su mulo.
Mientras Bernabé seguía su camino por la carretera hacia Frómista, de camino a la capital, el aprendiz de mago corría por los pasillos del castillo de Astudillo, nervioso y preocupado. Había dado mil vueltas al plan para frenar al verdugo, para complicarle el rapto, para impedir que volviera o para acabar con Adelaida, pero sin que se le ocurriese nada bueno. Echaba mucho de menos a su maestro.
Al final se había decidido por contratar a Gadea, la mejor arquera del reino. El aprendiz le había engañado un poco para que la soldado accediera.
Gadea era una mujer joven, muy guapa. Era silenciosa, callada y serena, muy famosa en el reino y muy respetada por sus habitantes. Desde siempre había querido ser soldado, del cuerpo de arqueros del ejército. Pero las mujeres tenían prohibido alistarse.
Por eso Gadea se disfrazó de hombre, pasando todas las pruebas de entrada y toda la instrucción con maestría. Recibió muy buena nota y las felicitaciones de muchos superiores. Acabó haciendo pública su condición de mujer una vez que se la respetó por cómo era y no sólo por lo que era. Pasó a ser alguien muy respetado y la mejor arquera del reino. Además, su historia había conseguido que muchas más mujeres entrasen al ejército.
Como era una mujer y una soldado muy leal a la reina, el aprendiz usó eso para convencerla: le contó que la llegada de la princesa Adelaida era una amenaza para la reina Guadalupe, que no había autorizado el rapto de buena gana, presionada por el fraile Malaquías. Gadea creyó la mentira y decidió cumplir con el encargo que el aprendiz de mago le encomendó.
- ¿Lo tienes todo preparado? – preguntó el aprendiz, nervioso, retorciéndose las manos con fuerza y dando saltitos, como si se estuviese haciendo pis.
- Sí. Está todo listo – dijo Gadea con seguridad.
Los dos estaban en una de las torres más altas del castillo, desde la que podían ver la entrada norte de la ciudad. Desde arriba también veían el barullo de gente que ocupaba la ciudad y que iba de acá para allá.
- No podemos fallar.... – dijo el aprendiz, atacado.
- Tranquilo.... nunca fallo – dijo Gadea, con chulería. – Desde aquí tengo muy buena vista y es fácil disparar. Hoy apenas hay viento, así que el disparo será bueno....
- Eso espero.... – dijo el aprendiz, despidiéndose de la arquera y bajando a todo correr, remangándose la túnica morada para saltar por los escalones. El aprendiz tenía que reunirse con la reina y el resto de personalidades en una tribuna de madera que estaban construyendo al lado de la entrada norte de la muralla de la ciudad, desde donde darían la bienvenida a la princesa Adelaida.
Por su parte, Bernabé seguía su camino por las carreteras del reino de Cerrato. Había dejado atrás Frómista, así que había sacado a Adelaida del saco, porque ya no importaba que la gente la viera y para que la princesa pudiese respirar aire puro (que no oliese a cebolla). La princesa se había puesto el vestido y viajaba ahora montada sobre el mulo Chichinabo, y Bernabé los llevaba a ambos tirando de las riendas, caminando por delante del mulo.
La princesa Adelaida llevaba las manos atadas, pero por lo demás no parecía una prisionera. Charlaba animadamente con su captor y su ánimo y su tono al hablar eran alegres y despreocupados.
Preguntó a Bernabé por la profesión de verdugo, por las apuestas que se realizaban comúnmente en Astudillo y en el resto de pueblos del Cerrato, en cómo era la capital a la que la llevaba.... Bernabé le contó todo lo que quiso saber, divertido y alegre. Se lo estaba pasando muy bien y era una gran verdad que la princesa Adelaida era una muchacha muy linda y muy agradable, con la que se podía hablar y pasárselo bien.
- Bueno.... ¿y por qué me has raptado? – preguntó al fin Adelaida, después de muchas leguas de camino.
- Pues.... Yo.... – dudó Bernabé. Empezaba a llevarse bien con la princesa, y no quería que ahora ella se enfadase con él, al tratar aquel tema. – Sólo sé lo que me han ordenado.... la reina Guadalupe me mandó raptarte y llevarte hasta Astudillo, pero no sé para qué....
- ¿Querrá pedir un rescate?
- La reina Guadalupe ya es muy rica.
- ¿Querrá declarar la guerra a mi padre?
- La reina Guadalupe es pacífica.
- ¿Querrá robarme la belleza por medio de la magia?
- La reina Guadalupe ya es bella.
- ¿Querrá una cortesana de noble linaje?
- La reina Guadalupe ya tiene muchas cortesanas.
- ¿Querrá que le dé mi receta de las natillas de coco?
- La reina Guadalupe ya sabe hacer natillas de coco.
- ¿Entonces qué no tiene?
- Una princesa de verdad.... – dijo Bernabé, avergonzado, con voz débil.
Avanzaron otra centena de varas sin hablar, cada uno metido en sus pensamientos.
- ¡Mirad! ¡Ya llegan! ¡¡Ya llegan!! – escucharon una voz delante de ellos. Los dos miraron hacia allá y vieron a tres chicuelos correr delante de ellos, desapareciendo detrás de una loma. Cuando Chichinabo alcanzó la cima de la loma, pudieron ver la villa de Astudillo al fondo. Había muchos más estandartes que cuando Bernabé salió la noche anterior, muchas flores y muchas guirnaldas de colores. Parecía que había mucha gente por los alrededores. Los tres chicos entraron gritando en la villa.
- ¿Qué pasa aquí? – se preguntó Bernabé en voz alta.
- Si no lo sabes tú, amigo mío, yo no puedo ayudarte.... – contestó Adelaida.
- ¡Cht! – chistó Bernabé, volviendo a hacer andar al mulo, que caminó con paso lento hacia la entrada de la villa. Había mucha agitación en la entrada, mucha gente alborotada que miraba hacia ellos. El verdugo no sabía a qué se debía aquello, pero empezó a imaginárselo.
Y sus sospechas se confirmaron cuando diez criados, vestidos con sus mejores galas, aparecieron en lo alto de la muralla, por encima de la puerta del norte, armados con largas trompetas de latón y las hicieron sonar, tocando una potente fanfarria, haciendo que la princesa Adelaida y el verdugo Bernabé dieran un brinco del susto.

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