jueves, 25 de septiembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - VII


UN RAPTO EN LA NOCHE
  
El verdugo viajó a pasó vivo, montado en su mulo, toda la noche. Trotó hasta Frómista, llegando al pequeño pueblo de madrugada y siguió la carretera que salía al oeste, de camino hacia la frontera entre los dos reinos, cruzándola por allí.
- ¿Quién va? – preguntó el guardia fronterizo, medio dormido. Era más de la una de la madrugada.
- Soy un pobre verdugo que busca un trabajo en el reino de Castillodenaipes – mintió Bernabé, para mantener el secreto de su misión.
- ¡Ah! Pasad, pasad.... – dijo el guardia, abriendo la puerta de la verja. – Espero que tengáis suerte y encontréis trabajo.... En Castillodenaipes la vida es muy tranquila, y casi no hay crímenes, pero a lo mejor tenéis suerte y los reyes desean matar a alguien....
- Eso espero.... – dijo Bernabé, cruzando la frontera, actuando para el guardia.
- Y si los reyes no le dan trabajo, mi primo quizá pueda contratarle: tiene una granja de pollos cerca de Espadas. Allí se hartaría usted de cortar cuellos – propuso el guardia fronterizo. Bernabé sonrió, le dio las gracias y siguió su camino.
Cruzó los pueblos de Copas y de Oros, bien entrada la noche (no vio a nadie por las calles), hasta llegar al río. Lo cruzó por el puente de maderos y se acercó a la gran capital de Castillodenaipes: Marfil.
La ciudad era mucho más grande que Astudillo, rodeada de murallas, con varias casas importantes y elegantes que sobresalían por encima de las almenas de la muralla. Pero lo que más destacaba por encima de los tejados de la ciudad era el castillo de los reyes Zósimo y Clotilde.
Bernabé miraba los torreones del castillo y los tejados de teja de pizarra mientras se acercó a la puerta norte de la muralla.
- Buenas noches.... – murmuró el guardia que cuidaba de la entrada. Estaba agarrado a su lanza, casi colgado de ella, apoyada en el suelo verticalmente. Tenía ojos somnolientos y estaba apoyado en su brazo, que le servía de improvisada almohada.
- Buenas noches – contestó Bernabé, con cautela, vigilando al guardia para ver que no se despertara del todo. Se bajó del mulo y lo llevó por el ronzal, tirando de él, mientras cruzaba el puente levadizo, que estaba bajado.
- ¿Trae usted ya los cocodrilos? – preguntó el guardia, más dormido que despierto.
Bernabé se detuvo, sorprendido y desorientado. No sabía a qué venía esa pregunta, ni si tendría trampa.
- Aquí los traigo, sí – se arriesgó al final, sin entrar en más detalles.
- Ya era hora.... – murmuró el guardia, acomodándose en su brazo, colocado horizontalmente. ­– En las cocinas os esperan desde hace días....
Sin entender muy bien de qué iba aquello, Bernabé aprovechó y se coló en Marfil, la capital del reino de Castillodenaipes. Buscó el castillo, guiándose por las torres que sobresalían por encima del resto de edificios hasta llegar a él.
Era un magnífico edificio, de piedra color blanco, verde, rosa y amarillo. Los tejados eran de pizarra negra y todas las ventanas tenían portezuelas de madera adornadas con los oros, las espadas, las copas y los bastos, los cuatro símbolos del reino (que aparecían en su escudo). Había multitud de pendones y banderas, colgadas de mástiles que salían del muro, adornados con hilos de oro y plata. El castillo resplandecía, incluso en la oscuridad de la noche.
Bernabé entró en el interior del edificio, sabiendo que le quedaba muy poca noche por delante. La extraña conversación con el guardia de la muralla le había dado una idea: el verdugo se coló al castillo por la entrada de las cocinas, donde todo estaba en silencio y el olor de bizcochos, chorizos, frutas en almíbar y repollos cocidos se mezclaban en el ambiente.
Bernabé no había estado nunca en el castillo de los reyes Zósimo y Clotilde, pero sabía que era una amplia atracción en la que se hacían visitas turísticas. Desde la cocina no le costó orientarse y encontrar el amplio comedor de la planta baja, y desde allí, después de un par de vueltas, encontró el vasto recibidor del castillo.
Era una enorme sala, de la que salían otras habitaciones elegantes y dos grandes escalinatas de mármol, con esculturas de oro y papel de aluminio. Había muchos tapices que adornaban el ancho recibidor, con las imágenes de los reyes, de Adelaida y escenas de cuentos. Había un gran tapiz que mostraba a toda la familia real: el rey Zósimo, la reina Clotilde y la princesa Adelaida, entre los dos: la princesa salía sacando la lengua, divertida.
Bernabé se acercó a una pared, en la que había un pequeño pergamino plastificado pegado a la piedra: era un plano de las zonas del castillo que se podían visitar con la ruta guiada. En él se mostraban las zonas permitidas y las prohibidas, además de mostrar la forma más corta de volver a llegar al recibidor, que era el punto de encuentro para los grupos y turistas que se perdían. Después de una rápida mirada, el verdugo vio dónde estaban los aposentos de la princesa, se orientó y se fue para allá.
El verdugo pronto encontró las habitaciones de la princesa, que no estaban guardadas por nadie ni cerradas con llave. Así que Bernabé aprovechó y se coló dentro con ligereza. Se iba a hacer de día en unas tres horas, así que tenía que darse prisa.
La princesa Adelaida estaba dormida en su cama, que era grande y cómoda, llena de cojines de color rojo intenso y con un edredón blanco y suave de pluma de ganso. A Bernabé le dio la impresión de que la princesa estaba durmiendo en una enorme tarta de nata con fresas.
El verdugo cogió el saco que llevaba con él y lo abrió, para meter a la princesa dentro. Pero entonces, cuando estaba al borde de la cama, con la muchacha al alcance de la mano, se quedó quieto, mirándola. Era tan guapa....
Pasó un rato, hasta que la princesa se movió, saliendo del sueño, mirando adormilada al verdugo.
- ¿Quién sois? ¿Qué pasa? – preguntó, desorientada, pero sin tono de estar nerviosa o asustada. Se incorporó en la cama, mirando al intruso con ojos de sueño.
- Yo.... eh.... veréis.... – farfulló Bernabé, nervioso. Le aturullaba más el hecho de que la princesa le hubiese pillado mirándola en la oscuridad que la opción de que su trabajo fracasase. – Venía a ayudaros a esconderos....
- ¿Esconderme? – la princesa arrugó el ceño, en un gesto que al verdugo le pareció monísimo y encantador.
- Sí.... veréis.... Aquí en la cama, entre cojines y edredones de pluma de ganso podéis esconderos bastante bien, pero.... pero.... os encontrarán al cabo de un tiempo. – improvisó Bernabé, sin saber muy bien lo que decía. – Por eso os traigo otra opción: meteos en este saco y así nadie podrá encontraros.... Ganaréis el juego....
La princesa lo miró con desconfianza, pero medio dormida todavía.
- ¿Ganaré?
- Seguro....
Bernabé había contestado muy nervioso, pues notaba que la princesa empezaba a despertarse y a desconfiar, pero abrió la boca del saco de nuevo.
- Muy bien.... – dijo la princesa, saliendo de entre la ropa de cama y metiéndose de cabeza en el saco. – ¡Uff! Qué raro huele aquí....
Olía a cebollas, porque el saco se lo había prestado Francisco, el tabernero de “La Tabla Redonda”, después de vaciarlo de dos docenas de cebollas que le quedaban dentro. Bernabé cerró el saco, buscando un vestido bonito para la princesa, porque se había metido en el saco en camisón. Encontró uno con muchos lazos y floripondios, de color rosa, y unos guantes largos hasta el codo de color blanco. Abrió el saco para meterlo todo dentro y vio que la princesa ya se había dormido otra vez, por el olor a cebolla.
Bernabé cargó con el saco al hombro, saliendo del castillo a toda prisa. Volvió al recibidor, de allí al comedor, y luego hasta las cocinas. En el exterior del castillo recuperó a su mulo y montó en él a la princesa dentro del saco, tirando de las riendas para salir de allí cuanto antes.
- ¿Ya os vais? – preguntó el guardia de la puerta, que dio un respingo cuando el verdugo pasó a su lado.
- Sí.... me llevo de vuelta este cocodrilo, que no han querido en las cocinas.... – dijo Bernabé, inspirado.
- Muy bien.... Cuidado con los paraguas.... – fueron las últimas palabras del guardia, antes de volver a dormirse.
Caminó hasta llegar al río y en el mismo puente Bernabé montó en el mulo, colocando a Adelaida delante de él, atravesada en el lomo del animal.
- ¡Vamos, Chichinabo! ¡Tenemos que darnos prisa en volver a Astudillo! – le dijo al animal, azuzándole con cariño. El mulo empezó a trotar, cruzando el puente de vuelta a Cerrato.


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