-
7 + 20 -
El padre Beltrán había sentido un peso
de culpabilidad que le caía encima de repente, cuando todo el grupo se
dispersó y se separó por la casa llena de fantasmas. Todos estaban allí por él,
estaban allí porque él iba a enfrentarse a los siete fantasmas y no querían que
lo hiciese solo.
Por primera vez pensó que todos podrían
morir por su culpa. Incluido él mismo.
Corrió por el atrio circular, entrando
por una de las puertas que había abiertas, recorriendo la sala del piano que
había al otro lado (del piano sólo quedaba un montón de maderas y teclas por el
suelo), atravesándola y llegando hasta la siguiente sala, una habitación grande,
llena de polvo, que tenía una amplia ventana al otro lado, ancha y alta, que
llegaba hasta el suelo, por la que se podía salir al jardín. Ahora estaba
cerrada, los postigos clavados con maderos por dentro y por fuera.
Y delante había un fantasma.
- Fray Guillermo.... – musitó el padre
Beltrán, con pena y sorpresa.
Tenía el aspecto pálido y brumoso de
todos los fantasmas, pero podía intuirse la barba oscura y el marrón desvaído
del hábito. Sabía que uno de los siete fantasmas era fray Guillermo, pero verle
le afectó igual que si no lo hubiese sabido.
- ¿Acaso te deseé algún mal? – le
preguntó el espectro y escuchar la voz de su antiguo maestro y amigo le afectó
todavía más hondo que verle. – ¿Acaso te hice daño de alguna manera? ¿Por qué
me mataste?
El padre Beltrán hubiese atacado al
fantasma, con su cuchilla de plata o con algún conjuro que le hubiese venido a
la mente, en cualquier otra circunstancia. Pero en aquella situación, delante
de fray Guillermo, sólo se le ocurrió responder.
- No me hizo daño, maestro – respondió,
utilizando el apelativo con el que se dirigía a fray Guillermo, hace ya tantísimos
años. – Me enseñó muy bien y si he llegado tan lejos ha sido gracias a usted.
Pero tuve que matarle.
El fantasma de fray Guillermo le miró en
silencio, un rato largo. No parecía que fuese a atacarle, así que el padre
Beltrán no se preocupó ni atacó. No estaba seguro de poder hacerlo.
- ¿Por qué me mataste? – repitió el
fantasma de fray Guillermo, demostrando que ya había agotado todo su discurso.
- Porque era lo necesario – contestó,
con un nudo en la garganta. – Fue lo que me enseñó: el sacrificio menor para
salvar al bien mayor....
Fray Guillermo le miró, sin cambiar su
imagen. Sin embargo, sus ojos se encendieron de color rojo.
- ¿Acaso te hice daño de alguna manera?
– su voz seguía igual, quizá con un toque agresivo que antes no había.
- Ninguno, maestro.
- Ha llegado el momento de que te lo
haga.... – dijo el fantasma de fray Guillermo, con voz mucho más dura de la que
había usado hasta ese momento. Bramó con fuerza y con furia y se lanzó contra
el padre Beltrán. Éste le recibió con lástima y sólo en el último momento
reaccionó: recitó unas palabras en lyrdeno y movió la mano delante de él, de
izquierda a derecha, con el meñique y el anular plegados y el índice y el
corazón estirados y pegados, con el pulgar hacia un lado. El fantasma de fray
Guillermo salió despedido hacia el lado en que había movido la mano el padre
Beltrán, como si le hubieran golpeado con una bola de demolición: no se
disgregó pero salió de la sala atravesando la pared.
La pared quedó tal cual estaba.
Algo bramó detrás del padre Beltrán, que
se dio la vuelta con velocidad. Delante de él estaba Bundy, el demonio bebé de Anäziak, que había sido uno de los Ocho
Generales del Príncipe. Tenía el mismo aspecto que cuando había cruzado hasta
este mundo el verano pasado, sólo que un poco más pálido y brumoso. Los ojos
eran distintos: los tenía rojos, como bombillas, como todos los fantasmas
enfadados.
Bundy saltó hacia el padre Beltrán, que
no pudo pronunciar ningún conjuro, así que usó su cuchilla de plata cortando al
fantasma en el aire, desde la cadera derecha al hombro izquierdo. El fantasma
se desvaneció como si estuviese hecho de humo o formado por cenizas, desde el
corte hacia los dos extremos.
El padre Beltrán notó que se le erizaban
los pelos de la nuca y se giró, alerta. El fantasma de fray Guillermo había
aparecido de nuevo en aquella habitación. Se tiró a por él, el padre Beltrán le
lanzó un corte con la cuchilla de plata, el espíritu la esquivó y le golpeó con
las palmas de las manos en el pecho, lanzando al anciano sacerdote contra la
pared de atrás, chocando contra ella, astillando la madera y haciendo que
cayeran trozos de yeso al suelo. El padre Beltrán cayó al suelo, tosiendo de dolor
y notando la espalda arder.
- Vrinden....
El fantasma de fray Guillermo planeó
hasta él de nuevo, pero esta vez el padre Beltrán reaccionó a tiempo,
pronunciando el conjuro anterior y repitiendo el movimiento de la mano, esta
vez de derecha a izquierda. El fantasma fue empujado contra la misma pared
contra la que había chocado el padre Beltrán, pero el fantasma la atravesó
limpiamente.
El padre Beltrán se levantó con
dificultad, dolorido, y cruzó a la habitación anterior, a la que había mandado al
fantasma de fray Guillermo.
Al atravesar el umbral el fantasma le
agarró por los hombros, apretando con mucha fuerza. El padre Beltrán gritó,
escuchando crujir las articulaciones. El fantasma del fraile le levantó por
encima de la cabeza y le lanzó a la otra esquina de la habitación, por encima
de los restos del piano.
El padre Beltrán se levantó pesadamente,
notando que el hombro izquierdo se le había dislocado. Agarró con fuerza la
cuchilla en la mano derecha y lanzó un tajo al fantasma de fray Guillermo cuando
volvió a planear hacia él. El fantasma se volvió invisible y desapareció, al
menos aparentemente.
El padre Beltrán aprovechó para
acercarse a la pared y colocarse el hombro contra ella, golpeándose la
articulación varias veces, hasta que volvió a su sitio. Después se dio la
vuelta y observó a su alrededor, alerta, con la cuchilla preparada.
Un fantasma invisible era peligroso,
aunque podía realizar menos “trucos” para atacar a un vivo. El padre Beltrán lo
sabía, así que caminó hasta el centro de la habitación y se detuvo allí,
atento, con las piernas ligeramente abiertas y los brazos a ambos lados del
cuerpo.
Un pedazo de piano voló hasta él, pero
como estaba atento lo esquivó fácilmente. Cinco o seis teclas se levantaron
del suelo y volaron en fila, por el techo, en círculos. Salieron despedidas de
repente hacia él: el padre Beltrán se agachó, girándose, cubriéndose con el
abrigo largo de paño. Las teclas de piano le dieron en la espalda y cayeron al
suelo, inofensivas.
- ¿Eso es todo? – dijo, cual grajo. –
¿Te has unido a esta venganza para tirarme trozos de madera?
Una cuerda del piano se levantó de entre
los restos, oxidada pero fina como antaño. Se estiró, tensa y viajó veloz hacia
el padre Beltrán. Éste musitó unas palabras en lyrdeno y colocó la mano frente a sí, con la
palma estirada. La cuerda del piano le dio en la palma y se dobló, como un
alambre inocente, cayendo al suelo, sonando a metálico. Aun así, la palma de la
mano le sangró un poco, con un corte transversal.
- ¿Y qué?
El fantasma de fray Guillermo se
apareció de nuevo, furioso, lanzándose con las manos por delante hacia el padre
Beltrán. Éste no se inmutó: estaba peleando y los sentimientos se dejaban fuera
en esos casos. Lanzó la cuchilla hacia el fantasma, atravesándole la frente, disolviéndole
en el aire. La cuchilla siguió su camino y se clavó en la pared, al otro lado
de la habitación.
Allí, en la puerta que daba a la otra
sala, había un nuevo
fantasma. El padre Beltrán lo reconoció desde el primer momento. Achicó los
ojos tras las gafas de sol y apretó los labios.
- Caramba: el jefe.... – comentó. Se
sentía inspirado y sabía que a los fantasmas vengativos se les podía irritar si
se usaban las palabras correctas.
El fantasma de Bruno Guijarro Teso
caminó un par de pasos y se detuvo delante del cura de negro. Estaba igual que
en vida, con el aspecto pálido de los fantasmas. Pero miraba al padre Beltrán
con rabia mal contenida.
- Volvemos a vernos, Beltrán.... – dijo
el fantasma de Bruno Guijarro Teso.
- No hubiese sido necesario ni natural
hacerlo – respondió el padre Beltrán, que comprendió al momento que no estaba
tratando con un espectro normal y corriente. – Sobre todo teniendo en cuenta
que estás muerto....
- Muerto, sí, pero mi alma se quedó
aquí, con una cuenta pendiente.... – dijo el fantasma de Bruno Guijarro Teso y
casi sonó humano.
- Vengarte....
- Ni mucho menos – sonrió el fantasma. –
Mi pesar era no haber conseguido un “encarnado”.
Era lo único que me impedía ir al mundo de los espíritus.
- Pero aquí estás ahora, mandando un
grupo de siete fantasmas para vengarte.... – dijo el padre Beltrán. – Lo cual
es curioso, ya que yo no te maté....
- ¡Pero eso no era lo que a mí me
importaba! – saltó el fantasma del ex-agente de la ACPEX. – ¿No lo acabo de
decir? ¡Usted frustró mis planes de hacerme con una criatura! Eso era lo único
que quería....
- ¿Y cómo has podido reunir a
este grupo de siete fantasmas?
– preguntó el padre Beltrán, realmente interesado. – Es lo único que no
entiendo de todo este embrollo....
- No los he reunido yo.... – dijo el
fantasma y el padre Beltrán comprendió que era muy diferente a los demás,
cuando lo vio sonreír. – Ha sido un antiguo conocido.... ¿Le suena el Príncipe
de Anäziak?
El padre Beltrán sufrió un sobresalto,
pero no lo exteriorizó. Recordaba al Príncipe, claro que sí, pero sobre todo
sus últimas palabras: “¡Anäziak Printze nikad ahaztu!” (1) Lo comprendió todo al instante, sabiendo como sabía que entre los siete
fantasmas estaba Andrés García Aragón, el guardia civil que había quedado infectado
por los poderes de los demonios y que había matado hacía pocos meses.
Comprendía la implicación de Bruno Guijarro Teso, por qué no era un fantasma
como los demás (estaba manejado e influido por el Príncipe) y por qué habían
atacado a Atticus primero y (cuando aquello falló) después a Jonás.
- Muy bien – dijo el padre Beltrán. –
Todo está en orden. Adelante....
El fantasma volvió a sonreír, sus ojos
se pusieron rojos y se tensó para saltar a por el anciano sacerdote. Pero no
pudo hacerlo.
Otro fantasma había aparecido a su lado,
pálido como todos y desdibujado como le correspondía a su condición de
fantasma, pero aun así podía reconocerse su piel oscura, de origen indio.
El padre Beltrán reconoció a la niña,
aunque le costó un
poco más recordar el nombre.
- Mowgli.... – musitó, contento.
El fantasma de la niña agarró al de
Bruno Guijarro Teso y tiró de él, alejándole del anciano sacerdote, lanzándole
luego a través del techo de la mansión. Luego se volvió al anciano, sonriéndole
con bondad.
- Gracias – dijo el padre Beltrán,
asintiendo. – Pero son muchos, no sé qué hacer con ellos. Si pudieras
ayudarme.... Saca a los demás de la casa: yo me quedaré aquí y veré qué puedo
hacer....
Pensaba en volar la casa de alguna
manera: el “impulso” que desde la ACPEX habían mandado para acabar con él a
distancia le había dado una idea. Pero como si le hubiese leído el pensamiento,
el fantasma de la niña negó despacio con la cabeza.
- Un espejo.... – dijo, sin más, con voz
delicada y baja.
El padre Beltrán abrió los ojos como
platos detrás de sus gafas oscuras.
- Un espejo, eso es....
Corrió a recuperar su cuchilla clavada
en la pared y salió corriendo de nuevo al atrio circular, en busca de los
demás. El fantasma de Mowgli se desvaneció poco a poco detrás de él.
_____________________________________________
(1) ¡El Príncipe de Anäziak nunca olvida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario